Los primeros datos del Censo Demográfico de 2022, dados a conocer en julio por el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), muestran que la población nacional está envejeciendo más rápido que lo previsto. Esta información no ha sido una sorpresa para la antropóloga paulista Guita Grin Debert, una de las pioneras en el campo de las ciencias sociales en Brasil con sus estudios sobre la vejez, tema al que se dedica desde hace cuatro décadas.
La temática del envejecimiento llamó la atención de la investigadora en la década de 1980. En aquel entonces, realizaba un doctorado sobre nacionalismo en el Departamento de Ciencia Política de la Universidad de São Paulo (USP). Poco antes de la defensa de su tesis, en 1986, escribió un artículo basado en entrevistas que había realizado, motu proprio, con ocho ancianas. Desde entonces, ha estado abocada a esta temática. En 2000, su libro A reinvenção da velhice – Socialização e processos de reprivatização do envelhecimento [La reinvención de la vejez. Socialización y procesos de reprivatización del envejecimiento] (Edusp, 1999) quedó tercero en la categoría Ciencias Humanas y Educación del Premio Jabuti.
Especialidad
Antropología
Institución
Universidad de Campinas (Unicamp)
Estudios
Licenciatura en ciencias sociales (1973), maestría (1977) y doctorado (1986) en ciencia política por la Universidad de São Paulo (USP)
Grin Debert fue docente del Departamento de Antropología del Instituto de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad de Campinas (IFCH-Unicamp), entre 1984 y 2018, cuando se jubiló. Pero sigue vinculada a los Programas de Posgrado en Antropología Social y en Ciencias Sociales del IFCH, dirigiendo a investigadores en sus posgrados. Además, es miembro del Núcleo de Estudios de Género Pagu, de la Unicamp, del cual fue coordinadora entre 2007 y 2009.
El año pasado se convirtió en profesora emérita de esa universidad. Según el dictamen de la comisión especial que aprobó el otorgamiento del título, Grin Debert no solamente contribuyó al desarrollo de los estudios sobre vejez y género, sino también a la institucionalización de las ciencias sociales en Brasil. La investigadora se ha desempeñado, entre otros cargos, como secretaria adjunta de la Asociación Nacional de Posgrado e Investigación en Ciencias Sociales (Anpocs), entre 1992 y 1996, y vicepresidenta de la Asociación Brasileña de Antropología (2000-2002). También integró la Coordinación del Área de Ciencias Humanas y Sociales de la Dirección Científica de la FAPESP (2007-2014).
Actualmente Debert investiga la cuestión de los cuidados y la vejez dependiente. En 2019 publicó el libro electrónico Desafios do cuidado: Gênero, velhice e deficiência [Los desafíos del cuidado: género, vejez y discapacidad] (Unicamp/IFCH), coordinado en forma conjunta con la antropóloga Mariana Marques Pulhez. Viuda del médico Zelman Debert (1940-2021), es madre de Paula, psicóloga, e Iara, oftalmóloga, y abuela de Tom, de 9 años. Poco antes de partir rumbo a un congreso en Costa Rica, recibió a Pesquisa FAPESP en el apartamento de la capital paulista en el que vive sola donde concedió la siguiente entrevista.
¿Dónde nació usted?
Nací en Santo André, en el Área Metropolitana de São Paulo. Cuando tenía 9 años nos mudamos a la capital paulista con mi familia, de origen judío. Mis padres llegaron a Brasil en la década de 1920. Él vino de Palestina y ella de Lituania. Yo soy la hija mayor. Mi hermana, Bila Sorj, es psicóloga y profesora jubilada de la Universidad Federal de Río de Janeiro [UFRJ]. Y mi hermano, Ezequiel Grin, es abogado y también está jubilado. Mi padre era técnico químico y mi madre era egresada del ginásio [la actual enseñanza fundamental II, del sexto al noveno año]. No fueron a la universidad, pero valoraban mucho el estudio y querían que sus hijos estudiasen.
Quise estudiar ciencias sociales para pensar formas de cambiar este escenario tan desigual que caracteriza a Brasil
¿Qué hacían sus padres?
Mi mamá era ama de casa y mi papá era propietario de una fábrica textil, primero en Santo André y luego en São Paulo. En la década de 1970, cuando se jubiló, se convirtió en coleccionista de artes plásticas. Siempre estaba en contacto con artistas. Aldemir Martins [1922-2006], Clóvis Graciano [1907-1988] y Alfredo Volpi [1896-1988] frecuentaban nuestro hogar, pero a mi padre le encantaba visitar sus atelieres para ver sus obras y enterarse de las novedades. Para entonces yo ya era adulta, y me complacía inmensamente poder relacionarme con esos artistas y conversar con ellos.
¿Por qué eligió la carrera de ciencias sociales?
Porque quería entender mejor la realidad brasileña y buscar formas de cambiar este escenario tan desigual que caracteriza a Brasil. En 1968 ingresé a la USP. Dos años antes había estado viviendo en Jerusalén, Israel, donde estudié hebreo y viajé por el país. Fue una experiencia muy interesante, pero incomparable con mi ingreso a la universidad. Allí se respiraba libertad, un espacio donde podíamos conversar, proponer ideas y estudiar modelos de vida. El ambiente era efervescente, a pesar de la creciente represión de la dictadura militar [1964-1985]. En aquel entonces, la carrera de ciencias sociales se cursaba en el edificio de la calle Maria Antônia, en el barrio de Higienópolis, que en 1968 fue ocupado por los estudiantes. En diciembre de aquel año me surgió una oportunidad de ir a estudiar en Francia, donde estuve alrededor de tres años. Entré en ciencias sociales en La Sorbona, pero lo que realmente quería era estudiar lingüística, una disciplina muy de moda en aquella época. Elegí lingüística como primera opción y sociología como segunda. Por entonces, París estaba repleta de brasileños, muchos de ellos exiliados, pero también había algunos que estaban allí por elección, porque no querían vivir bajo el yugo del régimen militar. Aún hoy en día conservo amigos de aquella época.
¿Cuándo regresó a Brasil?
En 1972. En principio para pasar un tiempo, ver cómo estaba la situación en el país, estar con la familia que se extrañaba, pero acabé quedándome en São Paulo. Como ya estaba matriculada en la USP, al año siguiente retomé la carrera de ciencias sociales, que para entonces había sido trasladada a la Ciudad Universitaria, en el campus del barrio de Butantã. Las clases se dictaban en galpones, aún no existía la sede actual de la FFLCH [Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas]. Ahí fue cuando conocí a dos personas que fueron claves en mi carrera académica: las antropólogas Ruth Cardoso [1930-2008] y Eunice Durham [1932-2022]. Sus clases eran increíbles y me inspiraron para seguir la carrera de antropología. Me gradué en 1973. Enseguida me casé y en 1975 nació mi primera hija, Paula. Para entonces ya estaba cursando la maestría.
¿Qué investigó en su maestría?
Mi directora de tesina fue Ruth Cardoso, quien en ese entonces estaba en el Departamento de Ciencia Política de la USP. Yo adoraba su sentido del humor transgresor e irreverente. En mi investigación, analicé el discurso de los líderes políticos anteriores al golpe de 1964: Miguel Arraes [1916-2005], Leonel Brizola [1922-2004], Carlos Lacerda [1914-1977] y Adhemar de Barros [1901-1969]. Estudié el significado de la palabra “pueblo” en estos cuatro casos. Para Lacerda, por ejemplo, el pueblo era el que pagaba impuestos, mientras que para Arraes, pueblo era el que tenía en sus manos la capacidad de luchar y derrotar al imperialismo. Concluí la maestría en 1977.
¿Después se fue al Reino Unido?
Mi marido, Zelman, era médico. Por aquella época él trabajaba con el sanitarista Walter Leser [1909-2004], que entonces era Secretario de Salud del Estado de São Paulo. En 1977 Zelman fue a hacer una especialización en la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres y se llevó a la familia con él. Cuando hacía mi maestría, había asistido a una conferencia que [el teórico político argentino] Ernesto Laclau [1935-2014] brindó en São Paulo, invitado por el Cebrap [Centro Brasileiro de Análise e Planejamento]. Su visión al respecto del populismo era muy interesante, sostenía que había muchas formas de tratar este concepto y no solo en clave de la manipulación de los intereses de clase. Laclau aceptó dirigirme en mi investigación doctoral en la Universidad de Essex [Reino Unido] para estudiar el nacionalismo en Brasil en los años 1960, en la antesala del golpe militar. Un año después de llegar a Londres, quedé embarazada de mi segunda hija, Iara. Por esta razón, mi marido y yo decidimos regresar a Brasil.
¿Fue a través de la compañera de Laclau, la filósofa y politóloga belga Chantal Mouffe, que usted entró en contacto con el feminismo?
Así es. Laclau trabajaba en Essex, pero vivía en Londres, como yo. Manteníamos largas conversaciones en el tren, en el trayecto de ida y vuelta. Teníamos una excelente relación y vivíamos cerca. Solía invitarnos a cenar en su casa. Chantal estaba muy involucrada con el feminismo y en esas reuniones me daba consejos, diciéndome: “No puedes dejar de ver o leer tal cosa”. En Londres, las cuestiones de género estaban en pleno apogeo en aquella segunda mitad de la década de 1970. Volví a Brasil muy entusiasmada con esas ideas y vi que esos debates ya se estaban produciendo aquí también.
¿Dónde, por ejemplo?
Mi hermana, que entonces era docente de la UFMG [Universidad Federal de Minas Gerais], había empezado a estudiar la violencia de género y el femicidio de Ângela Diniz [una socialite brasileña de Minas Gerais, asesinada de cuatro tiros en diciembre de 1976 por su novio, Raul Fernando do Amaral Street, conocido como “Doca Street”, en Búzios, en las costas de Río de Janeiro]. Bila es una de las pioneras en los estudios de género en Brasil, e incluso llegó a participar en las manifestaciones que reclamaban la condena del asesino a principios de los años 1980. Recuerdo que en aquella época, en la década de 1970, Mariza Corrêa [1945-2016] y Heloísa Pontes, ambas antropólogas, ya realizaban investigaciones sobre el feminismo en la Unicamp. Y Ruth Cardoso tenía un grupo de estudios de género en la USP, desde finales del decenio de 1970. No era nada formal, pero agrupaba a muchas personas interesadas en el tema, como la antropóloga Teresa Caldeira, quien en su maestría investigó los movimientos femeninos en los barrios de la periferia de São Paulo.
Pero usted no siguió ese camino en su doctorado.
En la USP retomé mi investigación doctoral que había dejado inconclusa en Inglaterra. La tesis, también dirigida por Ruth Cardoso, fue una derivación de la maestría. Estudié al Iseb [Instituto Superior de Estudios Brasileños], que estaba alineado con la izquierda, y la Escuela Superior de Guerra [ESG], cuya postura era de derecha, para entender las disputas políticas en el país que precedieron al golpe de 1964. Mi investigación expone que ambas instituciones deseaban un crecimiento económico acelerado para Brasil. Además, Cuba era un elemento presente en ambos bandos. El Iseb analizaba los dilemas del modelo de la Revolución Cubana, mientras que la ESG abogaba por la formulación de una especie de Plan Marshall para que Brasil no se “convirtiera en Cuba”. Terminé mi doctorado en 1986, pero mis inquietudes como investigadora ya estaban en otra parte.
En Londres, las cuestiones de género estaban en su apogeo en los años 1970. Cuando regresé a Brasil, noté que estos debates ya se estaban produciendo también aquí
¿Cuándo comenzó a interesarse por la cuestión del envejecimiento?
Ya durante mi doctorado, en la década de 1980. Como ya he comentado, varios estudiantes bajo la dirección de Ruth Cardoso estaban trabajando con la cuestión de género y yo estaba muy interesada en esa temática. Pero debía concluir mi tesis que ya iba muy avanzada. Poco antes de la defensa de mi investigación doctoral, entrevisté por mi cuenta a ocho mujeres de clase media de 70 años o más. A algunas pude abordarlas en el parque Jardim da Luz, situado en el centro de São Paulo. Otras, me las enviaron mis amigas, que me recomendaban a sus propias abuelas, por ejemplo. Por entonces, yo tenía unos 30 años, Quería entender la situación específica de las mujeres en la vejez, una instancia en la que la maternidad y la crianza de los hijos pequeños ya no eran los rasgos que definían su ser feminino.
¿Cómo fue adentrarse en ese mundo?
Entré llena de preconceptos. Como es sabido, las entrevistas forman parte del trabajo de los antropólogos, pero no siempre aportan buen material. En este caso, escuché muchas cosas interesantes. Estas mujeres me dijeron, por ejemplo, que se sentían libres, sobre todo después de enviudar. Y que, para ellas, las labores domésticas no eran un símbolo de opresión femenina: poder hacerlas demostraba que tenían la autonomía y la independencia que negaban su envejecimiento. En su opinión, los varones brasileños envejecían prematuramente debido a su dependencia del trabajo femenino. Por entonces, la socióloga Eva Blay me invitó a presentar estas entrevistas en formato de artículo en un seminario que había organizado sobre historias de vida en la USP, donde se desempeñaba como docente. Poco después, la también socióloga Anne-Marie Gullemard, quien investigaba el tema en Francia desde la década de 1970, le preguntó a Ruth Cardoso si conocía a alguien en Brasil que estuviera trabajando con la vejez. Era para dar una charla en un congreso internacional en México, donde se llevaría a cabo una reflexión sobre el tema en diversos lugares del mundo. Fui allá para presentar las conclusiones de mi artículo. Eso me abrió puertas y desde entonces estoy inmersa en el tema.
¿Quién investigaba esta temática en Brasil?
Pocas personas del área de las ciencias sociales. La antropología, por ejemplo, estudiaba la situación de los ancianos en las llamadas sociedades primitivas, pero no tenía en cuenta el contexto urbano y contemporáneo. Una de las investigadoras interesadas en esta temática, con un recorte urbano y contemporáneo, era la antropóloga Myriam Lins de Barros. Ella defendió en 1980 su tesina de maestría intitulada “Testimonio de vida. Un estudio antropológico de las mujeres en la vejez”, en la UFRJ. En mi caso hubo un hito importante en 1989, cuando me fui a hacer un posdoctorado en la Universidad de California en Berkeley (EE. UU.). En la biblioteca de antropología había muchas cosas interesantes para leer sobre la vejez. Entre el material que allí encontré, los trabajos del sociólogo inglés Mike Featherstone fueron para mí una gran inspiración, en los que él reflexionaba acerca de la constitución del envejecimiento activo en la sociedad contemporánea, que imponía una obligación de juventud. Posteriormente lo invité a varios eventos académicos en Brasil.
¿Pasó un año en California?
Ocho meses. Mis hijas, que estaban asomándose a la adolescencia, se quedaron tres meses conmigo. Asistían a la escuela y yo hacía inmersión en la biblioteca, para leer todo lo que podía sobre la vejez. También conocí a muchos investigadores, como la antropóloga Donna Goldstein. En ese entonces, ella estaba haciendo su doctorado en Berkeley e investigaba el activismo femenino contra el VIH/sida en Río de Janeiro. Nos hicimos amigas. En 2000 organizamos el libro Políticas do corpo e o curso da vida [Políticas del cuerpo y el curso de la vida] [editorial Sumaré], una recopilación de artículos presentados en dos eventos que realizamos dos años antes en la Unicamp, centrados en el envejecimiento. Esa estancia en California fue muy agradable, pero me asusté mucho cuando se produjo un terremoto que afectó a San Francisco [situado a 22 kilómetros de Berkeley] y dejó un saldo de más de 60 muertos en la ciudad. Los efectos del temblor fueron leves en Berkeley, pero así y todo quedé angustiada, sin saber muy bien qué hacer.
En general, las tareas de cuidado recaen sobre las mujeres e incluso algunas de ellas son personas mayores. Es decir, son ancianos cuidando a ancianos
¿Fue ese período posdoctoral el que dio lugar al libro A reinvenção da velhice [La reinvención de la vejez] (1999)?
Ese libro es el resultado de más de una década de investigaciones, que inicié con las entrevistas realizadas a las ocho ancianas en la década de 1980. Se trata de una versión reelaborada de mi tesis de libre docencia, que defendí en 1997 en la Unicamp. Mi objetivo fue tratar de entender las nuevas formas emergentes de pensar la vejez en aquel momento y poner sobre el tapete los conflictos que entrañaba la reinvención del envejecimiento a través de tres actores: los gerontólogos y otros especialistas, las personas ancianas y los medios de comunicación. En la década de 1980 proliferaron en Brasil los programas centrados en los adultos mayores, como las universidades para la tercera edad.
¿Esas iniciativas no fueron positivas?
Lo fueron en el sentido de estimular la interacción social y transformar a los ancianos en sujetos políticos. Sin embargo, la visibilidad que adquirieron las experiencias innovadoras y exitosas no dejaba espacio para debatir sobre las situaciones de abandono y dependencia. Estas situaciones pasaron a ser vistas como una consecuencia de la falta de implicación en actividades motivadoras o de la no adopción de formas adecuadas de consumo y estilo de vida. En la investigación que llevé a cabo a lo largo de más de 10 años entrevisté a ancianas y ancianos de varias clases sociales. Personas casadas, viudas, solteras, viviendo solas, en pareja, con su familia o en hogares de ancianos. En resumen, las mujeres tenían miedo a la falta de autonomía, mientras que los varones temían perder la lucidez.
En la década de 1980 usted también empezó a investigar la violencia de género. ¿Cómo se gestó eso?
Ni bien concluí el doctorado pasé a integrar el Cedac [Centro de Estudios y Documentación para la Acción Comunitaria], creado por Ruth Cardoso, Eunice Durham y [el sociólogo] José Augusto Guilhon Albuquerque en los años 1980, en São Paulo. En aquella época, la socióloga Jacqueline Pitanguy era la directora del Consejo Nacional de los Derechos de la Mujer [CNDM], durante el gobierno de José Sarney [1985-1990]. Ella quería saber qué ocurría con las que presentaban denuncias en las comisarías de la mujer, que comenzaron a crearse en el país a partir de 1985. Al año siguiente, Pitanguy contrató al Cedac para realizar una investigación que llevamos a cabo la antropóloga Danielle Ardaillon y yo. A lo largo de 1986 analizamos expedientes judiciales que involucraban violaciones, palizas y femicidios en seis capitales de estados brasileños, entre ellas São Paulo, Belo Horizonte y Recife, para entender la lógica de los argumentos de la defensa y la acusación en las causas penales.
¿Y a qué conclusiones llegaron?
En los casos de violaciones, las sospechas recaían sobre la víctima, en el sentido de que habría sido ella la que provocó la situación, o bien la había inventado para inculpar al hombre. En lo que concierne a las golpizas y femicidios, se alegaba legítima defensa del honor masculino para justificar los hechos. El estudio se materializó en un libro intitulado Quando a vítima é mulher [Cuando la víctima es una mujer] [CNDM, 1987], que tuvo una gran difusión por parte del Consejo. Durante nuestra investigación, contamos con el asesoramiento de Mariza Corrêa y la antropóloga Maria Filomena Gregori, conocida como Bibia. La tesina de maestría de Corrêa, “Los actos y los autos. Representaciones jurídicas de los roles sexuales”, defendida en 1975 en la Unicamp, dio lugar a dos importantes libros: Os crimes da paixão [Los crímenes de la pasión] [Brasiliense, 1981] y Morte em família [Muerte en familia] [Graal, 1983]. En aquel entonces Bibia realizaba su investigación de maestría sobre la vida cotidiana del grupo feminista SOS-Mulher, de São Paulo. Su tesina, defendida en 1988 en la USP, dio como resultado el libro Cenas e queixas [Escenas y quejas] [Paz e Terra, 1992].
La vejez dependiente que requiere de cuidadores de tiempo completo es tabú en sociedades como la nuestra
¿Por entonces usted ya era docente de la Unicamp?
Mi carrera en la docencia comenzó en la Pontificia Universidad Católica de São Paulo [PUC-SP] a principios de la década de 1980. En 1984 me convertí en profesora de la Unicamp, donde la investigación antropológica con un sesgo contemporáneo y urbano siempre ha sido muy fuerte. En aquel entonces, solamente había obtenido la maestría. En la Unicamp participé en el Núcleo de Estudios de Género Pagu, creado en 1993 por investigadoras como Mariza Corrêa, y que siempre ha sido un espacio de debate muy interesante. Ahí desarrollé, entre otros, el proyecto temático “Género y corporalidad” [2004-2008], financiado por la FAPESP. A la par de la investigación, la docencia es mi gran pasión. Estoy jubilada, pero sigo dirigiendo a estudiantes en investigaciones de grado y de posgrado en la Unicamp.
¿Qué investiga actualmente?
Actualmente estoy centrada en la cuestión de los cuidados. Ahora mismo participo en el proyecto internacional Who cares? Rebuilding care in a post-pandemic world, apoyado por la FAPESP, entre otras instituciones, y coordinado por Nadya Araújo Guimarães, del Departamento de Sociología de la USP e investigadora del Cebrap. Soy una de las responsables de analizar el cuidado de los ancianos antes, durante y después de la pandemia de covid-19. En el proyecto, que está en curso y llegará a su fin en 2025, también participan investigadores del Reino Unido, Canadá, Colombia, Francia y Estados Unidos. También estoy desarrollando un proyecto financiado por el CNPq [el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico], denominado “Vejez y responsabilidad familiar”. En general, las tareas de cuidados recaen sobre las mujeres y algunas de ellas incluso son personas mayores. Son ancianos cuidando de ancianos.
¿Cómo fue que se interesó por este recorte temático?
Como la población de adultos mayores está creciendo mucho, el tema de su cuidado ha pasado a ser una cuestión fundamental [lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 299]. En 2012 fui seleccionada por el programa Erasmus Mundus, financiado por la Unión Europea, para realizar una especialización en estudios de género. Este incluía dar clases en la Universidad de Bolonia [Italia] y realizar allí en esa ciudad una investigación de campo. Mi idea inicial era hacer una investigación sobre las mujeres que salían de Perú y Ecuador para ir a cuidar ancianos en Italia. Pero cuando arribé allí noté que esas trabajadoras eran mayormente procedentes de los países del Este Europeo, de la antigua Unión Soviética, especialmente de Moldavia. Eran mujeres muy calificadas profesionalmente, graduadas de carreras como ingeniería. Pero como donde vivían ganaban poco, emigraban a Italia en busca de mejores sueldos. Desde entonces investigo los temas relacionados con el cuidado de adultos mayores. En 2019 publiqué el libro electrónico Desafios do cuidado: Gênero, velhice e deficiência [Los retos del cuidado. Género, vejez y discapacidad] [Unicamp/IFCH], organizado en colaboración con Mariana Marques Pulhez, a quien dirigí en su maestría y su doctorado. Se trata de una recopilación de artículos firmados por investigadores extranjeros que abordan el tema de los cuidados y de la vejez dependiente en todo el mundo. Entre otras cuestiones se analiza la situación de las trabajadoras procedentes de Filipinas, gran exportadora de cuidadoras a Europa, Estados Unidos y Japón.
¿El feminismo ha reflexionado al respecto de la vejez?
Creo que no lo ha hecho en la medida que debería, hasta el día de hoy hay una deuda en este sentido. El feminismo sigue muy centrado en la fase reproductiva de la mujer y es necesario ampliar esta perspectiva. En el libro A velhice: Realidade incômoda [La vejez. Una realidad incómoda], publicado en Brasil en 1970, Simone de Beauvoir [1908-1986] dice que quiere romper la “conspiración de silencio” en torno a este tema. Desde entonces, el mundo ha cambiado mucho, por supuesto. Hoy en día se habla mucho más de la vejez, de la vejez activa, de la tercera edad, de las personas ancianas con alto nivel de autonomía que pueden participar activamente en actividades recreativas, de las universidades para la tercera edad, pero la vejez dependiente, que requiere cuidadores de tiempo completo, sigue siendo un tema tabú en sociedades como la nuestra, que le rinden culto a la juventud.
¿Qué le gusta hacer en sus momentos de ocio?
Mi deporte preferido es caminar. Recientemente he leído Um defeito de cor [Un defecto de color] [editorial Record, 2006], de Ana Maria Gonçalves, y quedé fascinada con este libro que relata la saga de Kehinde, una niña secuestrada en África para ser esclavizada en el Brasil del siglo XIX. Aquí ella consigue su libertad, ve cómo el padre de la criatura vende a su hijo y, ya anciana, regresa a África. En términos culturales soy muy ecléctica. Escucho música clásica y popular. Mis compositores favoritos son Gilberto Gil y Chico Buarque. En el cine, veo tanto dramas franceses como comedias estadounidenses. Me encanta ir al teatro y también veo series. Una que me gustó mucho es Sintonia, porque la trama alude a temas centrales del Brasil contemporáneo: el crimen organizado, la expansión de las religiones evangélicas y la música funk. Es antropología pura.