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Hernan Chaimovich

Hernan Chaimovich: Dos veces bioquímico

El profesor de la USP recuerda su trayectoria, desde Santiago de Chile hasta São Paulo, y sostiene que ningún país integra culturas como lo hace Brasil

Hernan-Chaimovich_Leo-RamosLéo RamosEn un artículo publicado en 2008 que remite a los primeros tiempos de su trayectoria académica, Hernan Chaimovich, profesor jubilado del Instituto de Química en la Universidad de São Paulo (IQ/USP), comenta que necesitó graduarse como bioquímico dos veces, ya que una sola no fue suficiente. La primera vez fue en julio de 1962, con 22 años, en la Universidad de Chile, su país natal. Hijo del dueño de un laboratorio farmacéutico y de una ama de casa que se convertiría en escritora, Chaimovich ingresó en la carrera de farmacia, dejando al padre esperanzado con que se haría cargo del negocio de la familia, pero a mitad de sus estudios, lo sedujo la recién creada carrera de bioquímica, liderada por un profesor que inducía en la mente de los alumnos la ambición por obtener un Premio Nobel.

Una vez graduado, se trasladó a Estados Unidos, donde realizó pasantías en la Universidad de California en Santa Bárbara, y en Harvard. Retornó a Chile, ya casado con una brasileña, y comenzó a enfrentar la presión de la familia de su esposa para trabajar en Brasil. En 1969 recibió propuestas de Río de Janeiro y de São Paulo. Optó por la segunda, mediante una beca ofrecida por el entonces director científico de la FAPESP, Alberto Carvalho da Silva, para trabajar en el departamento de fisiología de la Facultad de Medicina de la USP. Al comenzar los años 1970, Chaimovich se convirtió en uno de los jóvenes líderes del Programa Bioq-FAPESP, al cual se le atribuye la consolidación de la bioquímica en el estado de São Paulo, y se trasladó al IQ, donde ayudó a fundar el posgrado. Su título de bioquímico no tenía validez en Brasil, y Chaimovich no formaba parte de los cuerpos regulares de la USP, por lo cual, su permanencia debía ser refrendada por sus pares cada tres años. En 1979 recurrió a un mecanismo del estatuto que permitía a los investigadores con notorio saber, presentar tesis sin la necesidad de cursar las materias del posgrado y obtuvo, con meses de diferencia, los títulos de doctor y luego la libre docencia. “A mis 40 años, me recibí como bioquímico por segunda vez”, menciona.

Chaimovich desarrolló varias líneas de investigación vinculadas con la cinética, estudiando las reacciones químicas en base a la velocidad con que ellas ocurren. Junto con estudiantes y colaboradores contribuyó en la comprensión de los efectos cinéticos de agregados supramoleculares en química y biología. Pero también se interesó por la política científica y tecnológica, y, entre los cargos que ha desempeñado, se destacan el de prorrector de Investigación de la USP, vicepresidente de la Academia Brasileña de Ciencias, director de la Internacional Council for Science, la ICSU, que agrupa representaciones nacionales de todos los países y las grandes asociaciones internacionales de ciencia. En la FAPESP, coordina el programa de los Cepids, los Centros de Investigación, Innovación y Difusión. Casado en segundas nupcias, padre de tres hijos, Hernan Chaimovich, de 72 años, concedió la siguiente entrevista:

¿Cómo sucedió que sus orígenes incidieron en la elección que hizo usted por la ciencia?
Tuve un tío médico que hacía algo de investigación en aquella época, y también estaba mi padre, que tenía una farmacia y más tarde construyó un laboratorio farmacéutico. Recuerdo que me regalaron mi primer microscopio a los 8 años y de haber recibido la influencia de un químico alemán que trabajó como consultor en el laboratorio de mi padre. Él me regalaba libros de ciencia para niños en alemán, un idioma que yo no leía, aunque los experimentos estaban claros. Así que pronto comencé a realizar experimentos, tanto de biología como de química. Eso antes de cumplir 10 años. Los experimentos se fueron tornando prácticos, porque comencé a hacer explosivos.

Destruyó el garaje de su casa…
Fue uno de mis experimentos. En el colegio fui un alumno relativamente mediocre. Una de las cosas que me gustaban de verdad era la química. Tuve la suerte de estudiar en un colegio público que era el mejor de Chile en la época. El Instituto Nacional, que contaba con buenos laboratorios de física y química. También tuve excelentes profesores. El de filosofía era extraordinario. Un profesor de castellano, español, que más tarde se convirtió en vicerrector de la Universidad de Chile, y uno de química que me dejaba jugar en el laboratorio.

¿Su madre era escritora, es cierto?
Ella se transformó en escritora mucho después. Pero recibí su influencia, obvio. Leí a todos los escritores rusos importantes cuando tenía 17 años, y eso proviene de ella. El hecho de que mi madre haya nacido en Rusia es importante por una serie de cosas que vinieron después. Pero no en esa época.

¿Entonces su padre ganó, verdad? Usted se convirtió en científico y no en escritor…
No estoy seguro. Mi padre quería que yo trabajara y fuese dueño del laboratorio farmacéutico y yo le escapé. Lo importante no es que alguien gane, sino el interés de los padres por plantear sus deseos explícitamente. Dicho claramente, “me gustaría que hagas esto por tales o cuales razones”. O mi madre, que en lugar de hacer eso, decía “lee este libro, y luego este otro”. Ella dirigía mi trayectoria. Una familia rica –y yo intento hacer eso con mis hijos– es aquélla en la que nadie siente vergüenza al decir “me gusta tal cosa y me agradaría que vieras mi punto de vista”, de una forma o de otra. Sin presionar, porque ahí es cuando se gana y se pierde.

En el colegio, a usted no le gustaban algunas materias. ¿Y en la facultad?
Ingresé fácilmente en la facultad. En realidad, los alumnos del Instituto Nacional atravesaban el examen de ingreso por delante de cualquier otro alumno de cualquier otro colegio de Chile, porque estaban muy bien preparados Ingresé en química y farmacia en la Universidad de Chile y ni bien comencé, en mayo, me enfermé y falté durante un mes. La asistente social de la facultad fue a visitarme y me dijo, “como estuvo enfermo, repetirá el año, haga solamente algunas materias, intente recuperarse”. Eso me dejó muy irritado. Y decidí que no sólo aprobaría el año, sino que rendiría todas las materias. Eso comenzó a gustarme y obtuve una parva de premios durante mi trayecto en la facultad.

¿Escogió la investigación cuando aún se encontraba cursando la carrera?
La decisión surgió cuando conocí a Osvaldo Cori, uno de mis héroes. Fue quien fundó la carrera de bioquímica en la Universidad de Chile. Poco tiempo antes me hallaba indeciso entre pasarme a medicina o abandonar la facultad. En primer lugar porque era fácil ser el mejor alumno y en segundo lugar porque no era algo divertido. Hasta que Osvaldo decidió crear la carrera de bioquímica dentro de la universidad. La intención era formar científicos para el área química biológica en Chile. Cuando me enteré de eso y comencé a charlar con la gente, percibí que se trataba de una aventura, algo con vida. Entonces decidí quedarme y pasarme a bioquímica.

¿Cori conocía bastante de la bioquímica realizada en el exterior?
Contó con una muy buena formación en Estados Unidos. Era médico, fue con una beca Rockefeller para la Universidad de Tulane y luego trabajó con dos ganadores del Premio Nobel. Como científico no fue muy importante. Pero era un profesor con una cultura extraordinaria. Consideraba que lo que hacía era lo más importante del mundo. También creía que todos debían esforzarse para obtener un Premio Nobel. Vivir en compañía de gente que considera a la ciencia algo estimulante, que tenemos que ir a la vanguardia y pretender ganar un Nobel, es otra forma de decir que uno no debe quedarse quieto. Debemos usar el mismo lenguaje que los ganadores del Nobel. Y, de hecho, Osvaldo invitaba a varios galardonados para brindar seminarios y almorzar con nosotros. Eran gente a la que teníamos que consultar, y cuestionar incisivamente, porque si no, no tenía gracia.

¿Por qué usted se fue de Chile ni bien se recibió?
Un científico australiano muy bueno llamado Morrison trabajaba en el laboratorio de Osvaldo Cori cuando yo cursaba el quinto año. Yo ya trabajaba con enzimas, enzimología, y pasaba mucho tiempo en el laboratorio. En aquel tiempo dudaba entre dos áreas: enzimología, que estaba relacionada con Osvaldo, y biofísica, ligada a Mario Luxoro, un biofísico excepcional, que hoy debe tener 90 años. Los dos pensaban totalmente diferente y fueron mis profesores.

¿Por qué eligió enzimología?
Porque Cori me contrató cuando cursaba el cuarto año y así se creó un vínculo. Poco después llegó Morrison y comencé a estudiar cinética [a medir la velocidad de las reacciones químicas] enzimática con él. Me entusiasmé con el tema y percibí claramente que la mera cinética no era tan divertida como la cinética en mecanismos de reacción. Como no podía aprender esos mecanismos en Chile, decidí viajar a Estados Unidos ni bien me recibí.

¿Por qué no hizo directamente el doctorado?
Por una razón muy simple: un prejuicio de la escuela de Osvaldo Cori, que no valoraba el doctorado, contrariamente a la escuela de Mario Luxoro. Osvaldo no era doctor, sino médico. En Estados Unidos trabajó y publicó artículos con Fritz Lipmann, por ejemplo, premio Nobel de Medicina en 1953. Y creía que hacer el doctorado no era necesario. Cuando me dirigí a la Universidad de California en Santa Bárbara, me quedé un año y medio trabajando con uno de los dos íconos de la fisicoquímica orgánica del mundo, que es Clifford Bunton. Pero luego de ese período consideré que ya había aprendido todo lo posible con él. Naturalmente, estaba equivocado, pero no importa, solamente tenía veintitantos años en ese entonces. Yo quería trabajar con un grupo mejor y terminé en la Universidad Harvard. Aunque incluso podría haber hecho el doctorado en Santa Bárbara, tranquilamente. Sucede que yo me sentía como un posdoctor porque contaba con una beca de la Fundación Rockefeller, lo cual representaba mucho prestigio.

¿En ese entonces usted ya estaba casado?
Sí. Con una brasileña. Después me casé otra vez, con otra brasileña. Viajé aquí para casarme y seguí viaje hacia Estados Unidos. Tengo más familiares en Brasil que en Chile, porque mi abuelo paterno emigró de Rusia a finales del siglo XIX hacia Chile. Como sucede con muchos inmigrantes, trabajó, comenzó a ganar dinero y trajo a la familia. Los dos primeros hermanos que arribaron a Santiago enfrentaron un terremoto y decidieron irse. Vinieron a Río de Janeiro, al igual que otros hermanos. Empecé a viajar hacia acá a los 18 años y conocí a mi primera mujer durante un Carnaval.

¿Cómo fue su experiencia en Harvard?
Sumamente emocionante. Hice más amigos allá que en California. Simultáneamente, el departamento de química era conocido por tener un número de suicidios por encima del promedio y un premio Nobel en camino. Era un grupo muy competitivo y yo no estaba acostumbrado a ese nivel de competencia. Se me asignó un problema muy complicado y casi no logro resolverlo. Los primeros seis meses resultaron muy difíciles. Todo mejoró cuando ofrecí mi primer seminario para el departamento. Elegí un tema más complicado todavía, que me obligué a dominar a tiempo, y ofrecí un seminario que contó con tres premios Nobel sentados frente a mí. Durante los primeros 15 segundos creí que iba a desmayarme. Luego me liberé. Desde entonces fui aceptado como un par por los posdoctores que debían trabajar los sábados y domingos para producir, ya que la opción a ello era ser expulsado del sistema. Salí de allí con un buen paper, que es citado hasta hoy.

¿Pensaba regresar a Chile?
Tenía dos propuestas. Una consistía en realizar el doctorado y después trabajar en la Carnegie Mellon University, en Estados Unidos. La otra era hacer el doctorado en Inglaterra. Pero en esa época yo tenía la certeza de que quería regresar para América Latina.

¿Y cómo vino a parar a Brasil?
Por dos razones. La primera era que mi mujer quería vivir acá. La otra reside en que Brasil cuenta con algo diferente para el extranjero. Creo que los brasileños, en aquella época, no conocían el significado de brain drain [fuga de cerebros]. Un brasileño no emigraba, a menos que fuese expulsado del país. Muchos brasileños se fueron de aquí durante la época de la dictadura. Aunque ninguno, me parece, quería irse. Es diferente al chileno, al argentino, etc. Aquí ocurre un brain gain [acopio de cerebros]. Difícilmente un científico o alguien de cualquier otra profesión que se case con una brasileña –y viceversa– no viva en Brasil. Siempre se trae a la mujer o al marido.

¿Cómo se explica eso?
No tiene explicación, tan sólo es una teoría. Concibo a Brasil como el único país del mundo en el que la mezcla de culturas es real. Brindaré dos ejemplos que considero maravillosos. No se concibe un maestresala de escola de samba con facciones japonesas, a menos que se comprenda que la capacidad brasileña para integrar culturas es algo que sólo existe aquí. No existe en otro país, y mire que conozco el mundo. La probabilidad para un extranjero, en Argentina, Chile o Colombia, de llegar a ocupar los cargos que yo tuve en la universidad pública más importante del país es casi cero. Y aquí es normal. La cultura se construye incluso mezclando. La poetisa chilena Gabriela Mistral, ganadora del Nobel de Literatura en 1945, murió en Santa Bárbara, California. La inmigración chilena era común en aquella región, también en el siglo XIX. Si vas a la colonia chilena actual, hay gente que toma vino tinto, come empanadas y la quinta generación habla más español que inglés. ¿Dónde ocurre algo semejante en Brasil? Eso es lo que quiero decir cuando hablo de integración. Acá la integración capta valores, no impone. Creo que Brasil ejerce una atracción especial en función de que la posibilidad de integración cultural es real y da la sensación que el inmigrante está construyendo una cultura.

¿Por qué eligió radicarse en São Paulo?
Una de las propuestas de empleo que recibí provino de Leopoldo de Meis, de la Universidad Federal de Río de Janeiro, quien viajaba a Alemania y necesitaba de alguien que se hiciera cargo del laboratorio. Me agrada mucho Leopoldo, y la idea era buena. Lo único que no quedó muy claro es si podría o no tener una línea independiente de investigación. Más allá de eso, se trataba de una invitación de palabra y no había un contrato por firmar. Claro que lo tendría algún día, pero en São Paulo la propuesta era diferente. Alberto Carvalho da Silva estaba interesado en instalar un sector de enzimología en el departamento de fisiología de la Facultad de Medicina de la USP. Entonces solicitó una beca de investigador visitante para mí, a finales de 1968. Yo me encontraba en Chile cuando me comuniqué y descubrí que Alberto, entonces director científico de la FAPESP, había sido cesanteado por los militares. Me quedé dudando sobre si debería ir, pero entonces, César Timo-Iaria firmó el pedido de la beca. Arribé en septiembre de 1969. El clima era fúnebre, con una depresión generalizada en la universidad. Pero la gente del departamento de fisiología me recibió con un cariño y respeto absolutamente increíble: César Timo-Iaria, Gerard Malnic, Francisco Lacaz, Mauricio Rocha e Silva y otros. En aquella época se mezclaban varios sentimientos: el respeto individual por mí, el duelo por las cesantías y el lugar que me brindaron. Espacio físico e intelectual. Cuando llegué ya contaba con un técnico para trabajar conmigo. Era algo impensable, difícil de lograr en otros sitios. Y rápidamente comencé a tener alumnos. Sin embargo, un año más tarde, quedó claro que yo no poseía un diálogo lo suficientemente bueno como para mantenerme vivo a nivel científico. Decidí trasladarme para el IQ.

¿Cómo fue, descubrir que usted no estaba homologado como bioquímico aquí en Brasil?
Intenté que se reconocieran mis títulos y resultó imposible, pero eso no importaba, porque el sueldo no estaba relacionado con el título. Mire, llegué al IQ en los años 1970 y rápidamente me ubicaron como responsable del posgrado. Enseñaba la primera materia, enzimología, la única que había en aquel semestre. Trabé relación con Francisco Lara y comenzamos a escribir el Bioq-FAPESP [Programa para el Desarrollo de la Bioquímica] en conjunto con una comisión que tenía a Carl Peter von Dietrich y Antonio Cechelli de Mattos Paiva. Lara tuvo la idea y nosotros la transcribimos. Pero el detalle estuvo dado por el gran aporte de Peter y algo mío también. Se trata de Brasil, uno se integra. Yo había llegado hacía un año, sin doctorado, no tenía contacto en la USP y ya me encontraba redactando un proyecto, junto a otros investigadores, que, según creo, hizo que la bioquímica se estructurase en este país a partir de São Paulo. Visto desde otro país y en otro contexto cultural eso es muy raro. Por eso no me preocupaba por no contar con el doctorado. Integré un grupo maravilloso en una época en que todo estaba funcionando bien a nivel intelectual. Algunas de mis publicaciones con mayor impacto relativo son de esa época, entre 1977 y 1982. El grupo de jóvenes de la misma generación fue importante. Y entre aquellos jóvenes incluyo a Dietrich, Walter Colli, [José Carlos de Costa] Maia, que falleció tempranamente, Rogério Meneghini, Hugo Armelin, Walter Terra… Todos recibieron el beneplácito de la Bioq-FAPESP. Los proyectos eran auditados por una comisión que contaba con al menos un premio Nobel. Se construyó una base importante.

¿Cuándo realizó finalmente el doctorado?
En 1979. Mi sueldo había decrecido por causa de la inflación, me había separado, tenía que viajar a Río para ver a mis hijos. En esa situación tuve que decidir: ¿me quedaba en Brasil o me iba? ¿Iba a trabajar en alguna empresa privada o intentaba hacer algo en la universidad? A Chile, en plena dictadura de Pinochet, yo no volvería. Mis amigos estaban todos muertos o exiliados. Casi ingreso en una empresa farmacéutica para dirigir una división de investigaciones. Estados Unidos y Europa eran posibilidades reales. Y otra posibilidad era intentar modificar mi situación funcional en la universidad y lograr un rápido doctorado. Descubrí que en el estatuto de la USP había un artículo que permitía a las personas con notorio saber defender una tesis doctoral sin cursar las asignaturas. No tenía sentido cursar las materias luego de haber sido coordinador de posgrado en el IQ, habiendo formado doctores y magísteres. Me presenté contra la voluntad de mucha gente. Porque tenía que ser aprobado por dos tercios del consejo docente y quizá algunos me viesen como una amenaza. Pero eso era una conjetura. Pasé por un voto. Ese mismo año logré también la libre docencia. O sea, en 1979 defendí la tesis doctoral en abril y en diciembre la de libre docencia. Por suerte, algunos de mis papers importantes se publicaron durante ese intervalo entre los dos títulos, pues el reglamento de la libre docencia así lo exige. Enseguida intenté presentarme para concursar como titular en 1980, pero no logré los dos tercios necesarios. Durante los años siguientes me convertí en parte del plantel de la universidad. Finalmente contaba con un cargo y entonces me convertí verdaderamente en un bioquímico desde el punto de vista brasileño. Después de eso sucedieron muchas otras cosas. Mi grupo de investigación era pequeño, con poca gente, aunque muy bueno.

¿Cuán pequeño?
En el apogeo, entre ocho y diez personas. Tuve muy buena gente trabajando conmigo, como por ejemplo Renato Arruda Mortara, profesor en la Unifesp, o Mário Politi, Iolanda Cuccovia, mi actual esposa, Ana Carmona, todos de la USP. Y varios otros. En 1984 se emitió un número especial del Current Contents, que ahora es Web of Science, con los papers más importantes de Latinoamérica de aquel año. En una lista de 10, dos eran míos.

¿Cuáles eran los temas?
Lo mismo que hago ahora. Uno era una parte de la tesina de maestría de Iolanda, un análisis cinético de una reacción química en micelas, y el otro es la primera descripción de vesículas preparadas con anfifílicos sintéticos de carga negativa. En 1984 me convertí en titular.

Más allá de la investigación científica, usted hizo también política científica.
Ya hacía política cuando estaba en el colegio. Mi primera actividad política en Brasil, oficialmente, se da en 1983, cuando fui electo para la dirección de la Adusp [la Asociación de Docentes de la USP]. En 1985 ocupé el cargo de jefe del departamento. Luego, en 1990, coordiné, y en parte formulé, la carrera de ciencias moleculares de la USP, que constituyó un fantástico avance para la universidad. La idea fue de Roberto Leal Lobo, cuando se desempeñaba como rector, y de Erney Plessmann de Camargo, el prorrector de Investigación. Yo fui, de hecho, quien la estructuró y coordinó. Esa carreras es un éxito y uno de mis aportes esenciales.

¿Y después?
En 1995 me convertí en presidente de la Sociedad Brasileña de Bioquímica y Biología Molecular (SBBq). Seguí en el consejo universitario como presidente de la comisión de asuntos académicos. Cuando en 1997 Jacques Marcovitch fue electo rector, me invitó para desempeñarme como prorrector de Investigación. Acepté inmediatamente, aunque había sido una sorpresa para mí, porque en aquel año me había rehusado a apoyar campañas para los candidatos a rector. Cuando fui candidato a rector, en 2001, perdí. En 1997 fui electo para el directorio de la Academia Brasileña de Ciencias, de la cual soy actualmente vicepresidente. En ese período comencé a insertarme en forma más oficial en la política científica internacional. Me eligieron para el directorio de la International Council for Science, la ICSU, que agrupa a todas las representaciones nacionales de todos los países del mundo, además de las grandes asociaciones internacionales de ciencia. En 2008 me postulé para la presidencia de la ICSU y perdí la elección. En 2004 participé en la creación de otro organismo internacional y fui electo, la InterAmerican Network of Academies of Sciences, la Ianas, que constituye la única red mundial de academias que funciona hasta ahora.

¿Cómo evalúa a la ciencia que realiza?
Lo que me permitió hacer todo lo que hice fue la ciencia que produje. Mi primera publicación –para variar, sobre cinética– ocurrió en 1965. Se demostró por primera vez que una enzima cualquiera se comportaba de un modo específico. Ese artículo cumplirá casi 50 años y sigue siendo citado. Otro descubrimiento importante, desde mi punto de vista, es el que hicimos en 1978 sobre una vesícula [una estructura modelo de membrana celular] conformada por un lípido sintético. Ese también es un paper muy citado. Más tarde, en 1979, publicamos una serie de artículos sobre cinética pura. El primero era bastante didáctico, incluía cosas nuevas, y está escrito de una forma que cualquiera que conozca algo de química lo entiende. Por eso, es muy utilizado. En 1982 describimos una reacción que, en cierta forma, constituye un camino para intentar comprender el origen de la vida. En un sistema micelar [una micela es una estructura globular formada por un agregado de moléculas], midiendo la velocidad, descubrimos un sistema totalmente sintético, una vesícula que acelera la velocidad de una reacción en millones de veces. Eso resulta importante porque no se podría crear vida si todo sucediera muy despacio.

¿Todos esos trabajos fueron en grupo?
Todos. En 1995, en una charla de bar con Aníbal Vercesi, de la Unicamp, surgió una hipótesis que fue ensayada en mi laboratorio y con ello hicimos un descubrimiento: describimos una actividad enzimática de una proteína denominada proteína desacopladora. Básicamente, esa proteína se comporta como si fuera un embrague de un automóvil. Cuando se pisa el embrague, la máquina no funciona y se consume mucho calor. Esa proteína hace lo mismo con los seres vivos. Se creía que sólo existía en el tejido adiposo marrón de los mamíferos. La descubrimos también en un vegetal.

Para concluir, ¿cuál es su perspectiva de la ciencia brasileña actual, comparada con el resto de los países de América Latina?
Esa comparación no es justa porque estamos muy por delante de los otros países en términos de estructura. No hay ningún otro país de Latinoamérica que cuente, por ejemplo, con una FAPESP. No me refiero a los organismos similares al CNPq, Capes o Finep. Contamos con todo eso y además la FAPESP. Los otros no. Ahora bien, si nos comparamos a nivel mundial, la cosa cambia. Porque el impacto relativo de la publicación brasileña no alcanza el impacto promedio de las revistas científicas que se publican en el mundo desarrollado. Está por debajo. Eso quiere decir que la calidad de lo que hacemos, todavía no resulta satisfactoria. Eso no quiere decir que no existan científicos. Pero con pocos científicos no se construye un país.

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