El arribo a Brasil de la familia real en 1808 puso al país en el centro de las decisiones políticas de la corte portuguesa, que adoptó una serie de medidas de incentivo al desarrollo industrial y económico de su principal colonia. Entre las resoluciones figuraba el permiso para la instalación de fábricas, manufacturas y empresas, además de una habilitación referente el tema del privilegio industrial para inventores e importadores de nuevas máquinas en el país. El documento, inspirado en leyes inglesas y estadounidenses, hizo de Brasil una de las primeras naciones que concedieron derechos a inventores, abriendo el camino para que más tarde se reglamentara una ley específica sobre patentes.
Esta ley, promulgada en agosto de 1830, fue el resultado de una articulación encabezada por el ingeniero Manoel Ferreira da Câmara Bittencourt (1762-1835). Nacido en Santo Antonio de Itacambira, en Minas Gerais, Bittencourt se mudó a Portugal en 1783 para estudiar leyes y filosofía natural en la Universidad de Coimbra. Se graduó en 1787, pero no regresó enseguida a Brasil. Se quedó en Europa, donde fue electo miembro de asociaciones científicas tales como la Academia Real de Ciencias de Lisboa y la Real Academia de Ciencias de Estocolmo, en Suecia. Retornó a Brasil en 1808 para administrar la Real Extracción de Diamantes. Incursionó en la política y fue electo diputado constituyente y, en 1827, senador. El proyecto de reglamentación de la norma sobre privilegios industriales, presentado en julio de 1828 es de su autoría.
Ese proyecto, luego transformado en ley, estableció los derechos de patentes en Brasil incluso antes que en Portugal, que recién hizo lo propio en 1837. “Se trataba de una ley innovadora para la época”, comenta el historiador de la ciencia João Carlos Vannucci, del Instituto Nacional de la Propiedad Industrial (INPI), con sede en Río de Janeiro. “Pocos países disponían de un andamiaje institucional para proteger los derechos intelectuales”. Tan sólo Inglaterra, Estados Unidos, Francia, Rusia, Prusia, Bélgica, los Países Bajos y España tenían leyes de patentes en vigencia.
La ley brasileña reglamentó los derechos de patentes en el país en 1830, incluso antes que Portugal, que recién lo hizo en 1837
La ley brasileña pretendía promover el desarrollo local de nuevas máquinas y procesos, así como la introducción de empresas extranjeras en el país. Las solicitudes se depositaban en el Registro Público. Se exigía que fueran acompañados de dibujos, memorias o modelos que ayudaran a explicar el invento. A continuación, se los sometía al análisis de evaluadores de la Junta Real de Comercio, Agricultura, Fábricas y Navegación. En otros casos, se los remitía a la Sociedad Auxiliadora de la Industria Nacional, una sociedad civil de derecho privado fundada en 1831 con el objetivo de fomentar la industria brasileña. Tras una evaluación inicial, las máquinas y procesos eran sometidos a exámenes más específicos para comprobar su innovación y utilidad. La patente se le concedía en forma gratuita al primero que inventara algo. La validez de la misma se extendía por períodos de cinco a veinte años, dependiendo de su importancia, y contemplando que el inventor podría perder los derechos sobre su invención en caso de no introducirla en el mercado en un plazo de dos años o si ya hubiera obtenido una patente en el exterior por la misma invención.
“La ley era bastante exigente en términos de innovación”, comenta la economista Andrea Felippe Cabello, del Departamento de Economía de la Universidad de Brasilia (UnB). Varios países que poseían una ley de patentes concedían derechos de propiedad industrial para copias o adaptaciones de máquinas o procesos patentados en otros países. “En Brasil eso no era posible”, dice. Ella y su colega Luciano Costa Póvoa, asesor legislativo del Senado Federal, realizaron un análisis económico de la primera ley de patentes brasileña a partir del estudio de 783 patentes concedidas entre 1830 y 1882 en Brasil. El análisis de esos documentos les permitió entender cómo reaccionó la actividad inventora ante la institución de una ley de patentes en el país.
La actividad de patentamiento tuvo un comienzo lento, con pocas patentes concedidas en los primeros 30 años de vigencia de la ley. Esta situación cambió a partir de 1870, con el inicio de la industrialización, la expansión de la caficultura y la escasez de mano de obra campesina. “Casi el 80% de las patentes del siglo XIX fueron concedidas después de 1870, también en función del creciente interés de los extranjeros por proteger sus invenciones en Brasil”, dice Costa Póvoa.
Según el asesor, la actividad inventora estaba relacionada con la estructura económica y social de Brasil, de manera tal que la escasez de mano de obra promovió la invención de muchas máquinas y equipamientos para el sector agrícola, sobre todo en el rubro del cultivo del café, con dispositivos para limpiar, descascarillar y secar los granos. Muchos de los pedidos de patentes fueron publicados en O auxiliador da indústria nacional, de la Sociedad Auxiliadora. Esos fueron justamente los documentos analizados por Vannucci en su doctorado, cuya tesis defendió en 2016 en el Programa de Estudios de Posgrado en Historia de la Ciencia de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo (PUC-SP).
La escasez de mano de obra promovió la invención de equipamientos destinados al sector agrícola
Bajo la dirección del físico e historiador de la ciencia José Luiz Goldfarb, del Centro Simão Mathias de la PUC-SP, Vannucci estudió 62 solicitudes publicadas en O auxiliador entre 1833 y 1862, tales como autos impulsados a vapor, máquinas para fabricar hielo, extraer jugo de caña de azúcar, torrar harina de mandioca y filtrar agua. Mediante el análisis de esos documentos es posible tener una idea del modo en que la técnica y la ciencia se desarrollaban en Brasil. “Nótese que los analistas de patentes disponían de un amplio conocimiento técnico, ofreciendo respuestas convincentes, basadas en las teorías científicas de la época, incluso ante pedidos remitidos por extranjeros”, explica.
Muchos de los inventos fueron presentados en la Primera Exposición Nacional de Productos Naturales e Industriales, organizada en 1861, en Río de Janeiro. Esa exposición pretendía mostrarle al mundo los progresos técnicos y científicos alcanzados por el país con su incipiente actividad industrial. El evento fue un éxito de público, según la prensa de la época. Durante sus 46 días de duración, alrededor de 50 mil personas visitaron la exposición, que se llevó a cabo en las instalaciones de la Escuela Central de la Plaza São Francisco. Entre las principales novedades que se presentaron, se destacaba la denominada máquina de taquigrafía, ideada por el fraile paraibano Francisco João de Azevedo (1814-1880), precursora de la moderna máquina de escribir (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 66). También había objetos de grandes dimensiones, tales como una bomba contra incendios, expuesta por la Compañía de Iluminación de Gas de Río de Janeiro, y un modelo de locomotora desarrollado en el Establecimiento de Fundición y Astilleros de Ponta d’Areia, con sede en Niterói, también en Río.
Republicar