En 1814, un grupo de indígenas de diferentes etnias que vivían en el poblado de Vila Viçosa, en el interior de la entonces provincia de Ceará, viajaron a pie hasta Río de Janeiro para solicitarle a João VI (1767-1826), monarca del Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve, que aboliera el trabajo forzoso indígena en aquella región del reino. En un sistema en el cual se otorgaba privilegios a las personas a cambio de servicios prestados a la Corona, ellos llevaban consigo las patentes reales emitidas décadas antes que comprobaban su vínculo y su fidelidad al rey portugués. A partir de 1829, los representantes de algunas etnias como las de los guaraníes, los kaiowás y mundurukús visitaban propiedades en São Paulo y en la Amazonia para llevarles obsequios a los colonizadores. Sin hacerse notar, y con el propósito de fomentar una relación más amistosa, dejaban mantas, miel y carnes de caza en las puertas de las fincas y en los predios de las explotaciones de árboles del caucho.
El relato de estas acciones llevadas a cabo por los grupos étnicos mencionados constituye uno de los hallazgos realizados merced a un abordaje consolidado en los últimos 10 años, cuando los investigadores comenzaron a utilizar nuevos enfoques para indagar en los archivos que reúnen la documentación de los asentamientos nativos y los oficios enviados por los gobiernos provinciales con el objetivo de entender cuál era la postura de los indígenas en el contexto del nuevo orden político. Los estudios han revelado que los pueblos originarios no eran ajenos al debate político, que interpretaron a su manera y lo utilizaban para reclamar derechos y la atención de sus demandas por mejores condiciones de vida.
Hasta la década de 1980, la historiografía tradicional sobre la Independencia le prestaba escasa atención a la cuestión indígena, afirma la historiadora Vania Maria Losada Moreira, de la Universidad Federal Rural de Río de Janeiro (UFRRJ). Y a pesar de ser fundamental para los estudios antropológicos y etnográficos, los análisis de estos campos del conocimiento hasta ese decenio de 1980 examinaban a cada pueblo en su contexto cultural específico. Este escenario empezó a modificarse a partir de los debates de la Asamblea Nacional Constituyente de 1987, que incluyó la participación del movimiento indígena y de intelectuales como la antropóloga Manuela Carneiro da Cunha, en la actualidad docente jubilada de la Universidad de São Paulo (USP) y profesora emérita de la Universidad de Chicago, en Estados Unidos, propiciando el desarrollo de lo que ahora se conoce como “nueva historia indígena”. “Ella analizó la documentación histórica e identificó dos tendencias a largo plazo en la relación del Estado y de los colonos con los aborígenes: la fuerza bruta y la blandura. Son tendencias que operan entre la oposición y la complementariedad, asociando más a la segunda, la mansedumbre, con los jesuitas, y la fuerza bruta a los militares”, relata el antropólogo Leandro Mahalem de Lima, del Centro de Microeconomía Aplicada de la Escuela de Economía de São Paulo de la Fundación Getulio Vargas (Eesp-FGV).
En la década de 1980, más allá de los análisis específicos sobre cada pueblo, los investigadores empezaron a preocuparse por entender el papel de los indígenas en los procesos históricos relacionados con la colonización y la Independencia. Estudiosa de las grandes misiones de catequización en Espírito Santo en el siglo XVI, Losada Moreira, de la UFRRJ, explica que algunas de ellas fueron elevadas a la condición de villa durante el período en el que Sebastião José de Carvalho e Melo (1699-1782) –el marqués de Pombal– fue secretario de Estado de Portugal, entre 1756 y 1777. “En vísperas de la Independencia, una parte de la población indígena hacía siglos que vivía en esos poblados. Estas personas participaron en las luchas sociales y fueron objeto de disputa de las elites locales. Todavía tenemos una historia por escribir sobre ellos”, dice Losada Moreira.
“En Brasil, la asociación entre la Independencia y la participación indígena aún es bastante rara, cuando no categóricamente negada”, dice el historiador André Machado, de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp). En un artículo en etapa de preimpresión para una colección que publica el Sesc (el Servicio Social de Comercio), Machado menciona una crítica que el historiador Alexandre José de Mello Moraes (1816-1882) escribió en la década de 1860 sobre la estatua ecuestre de Pedro I instalada en la plaza Tiradentes de Río de Janeiro. El monumento representa al monarca al momento de la proclamación de la Independencia, rodeado de yacarés e indígenas. En el texto, escrito en el apogeo del indigenismo –un período en el que la literatura nacional retrataba a los aborígenes en forma indealizada–, Mello Moraes indaga: “¿Qué papel cumplieron esos indígenas y yacarés en la Independencia de Brasil?”. Machado retoma ese fragmento de su artículo para argumentar que la mirada acerca de la supuestamente escasa relevancia de la participación indígena en el proceso de ruptura con Portugal perduró hasta hace poco, una postura compartida por Daniel Mundurukú, un escritor de la misma etnia que lleva como apellido y autor de más de 50 libros. “La participación de la población originaria fue omitida en la producción historiográfica e, incluso en el siglo XIX, la mirada romántica sobre ellos colaboró a su invisibilización”, reflexiona Mundurukú.
En la misma línea, la historiadora Camila Loureiro Dias, de la Universidad de Campinas (Unicamp), cita al historiador John Manuel Monteiro (1956-2013), señalando que los estudios anteriores a la década de 1980 sobre la historia de los pueblos aborígenes oficiaron como “crónicas de su extinción”, al subrayar que serían exterminados o asimilados a la población general. Por otra parte, la Constitución de 1988 pasó a garantizarles a estos pueblos el derecho a la tierra y a conservar sus tradiciones y su cultura. “Fue la primera vez que el Estado brasileño se reconoció multiétnico, aceptando el derecho de los pueblos originarios a la diferencia”, dice, recordando que este cambio contribuyó a la ampliación del alcance de la investigación historiográfica.
Pese a este avance, Loureiro Dias apunta que los estudios actuales acerca de la cuestión indígena deben profundizar el diálogo con otras historiografías. “En cuanto a los acontecimientos históricos, cada investigador trata de ver el protagonismo de su propio objeto de estudio. En el caso de la Independencia, esto incluye a los indígenas, a los africanos y a los afrodescendientes, así como a los distintos gobernantes y colonizadores. Sin embargo, debe mejorarse la articulación entre estas historiografías, profundizando en la comprensión de cómo interactuaron esos grupos”.
La comprensión de los motivos que generaron la oposición de ciertos pueblos a la Independencia, aun considerando el contexto de violencia y trabajo forzado al que históricamente fueron sometidos, es uno de los planteos que impulsan las investigaciones recientes, como la que lleva a cabo Machado, de la Unifesp. “¿No habría sido más probable que todos los grupos se alinearan con los movimientos independentistas, por la posibilidad de ruptura que estos ofrecían con el régimen anterior?”, se pregunta el historiador. Otro enfoque presente en sus reflexiones incluye la comprensión del impacto de ese “escenario convulsionado” de los procesos de independencia en América sobre las perspectivas indígenas.
Algunas respuestas a estos interrogantes pudieron recabarse durante la investigación realizada con el apoyo de la FAPESP y concluida en 2020. Al observar la explotación de la mano de obra indígena en los períodos colonial e imperial, Machado recuerda las guerras justas, una política instituida en el siglo XVI que preveía el exterminio de los aborígenes que se rehusaran a ceder sus tierras y a trabajar para los colonizadores. En 1808, cuando João VI arribó a Brasil, proclamó guerras justas contra los indígenas Káingang, que habitaban en Campo de Guarapuava, en lo que hoy en día es el estado de Paraná, y contra los botocudos de Vale do Rio Doce, en Minas Gerais.
El investigador de la Unifesp recuerda que en los territorios de la América portuguesa y de la América hispana existían leyes que prohibían la esclavización de los indígenas, pero el deber del trabajo obligatorio, con sus jornadas extenuantes y los frecuentes retrasos en la paga, se mantenía. A diferencia de la esclavitud, en la cual se consideraba que los sujetos esclavizados no eran dueños de sí mismos y, por lo tanto, trabajaban sin remuneración, en el caso del trabajo forzoso los individuos recibían un pago por las actividades que estaban obligados a realizar. “Eso no cambió con la Independencia. Al contrario, los Estados nacionales americanos recrearon las formas de trabajo compulsivo de los aborígenes, incluso allí donde los parlamentos lo habían abolido”, sostiene Machado, al citar que la mitad de los ingresos del Estado boliviano durante el siglo XIX, por ejemplo, procedían de la venta de artículos producidos a partir de la mano de obra indígena. La historiadora Fernanda Sposito, de la Universidad Federal de Paraná (UFPR), recuerda que la mano de obra indígena fue estratégica para abrir canales de navegación, defender las fronteras y posibilitar el contacto con otros pueblos. El conocimiento que los pueblos nativos poseían de los océanos, añade, por citar otro ejemplo, fue lo que propició la explotación de perlas en el mar Caribe en los comienzos de la colonización de América. “Las perlas más valiosas se hallaban en aguas profundas y se obligaba a los indígenas a zambullirse durante horas, aunque estuvieran exhaustos. Muchos morían ahogados”, informa Sposito.
Para resistir al trabajo forzoso en esas condiciones, en el caso de Brasil, los indígenas solían habitar territorios más aislados, en lo profundo de los bosques. Se los perseguía, y cuando los localizaban eran amarrados a troncos o se los encarcelaba hasta que el reclutador capturara la cantidad de individuos necesaria para la conformación de un grupo de trabajadores. Según Machado, en Pará, gran parte de la economía dependía de la mano de obra indígena, fundamental para la extracción de productos de la selva y para el transporte de mercadería por las vías fluviales. Muchas de esas mercancías se destinaban incluso al mercado exterior, como el investigador pudo constatar en colecciones tales como el Archivo Nacional, en Washington, y la biblioteca John Carter Brown, ambos en Estados Unidos. Al examinar otros documentos del siglo XIX, Machado encontró peticiones redactadas en portugués por caciques indígenas que cuestionaban las condiciones de trabajo a las que se los sometía. Estaban dirigidas a la Corona y planteaban distintos tipos de solicitudes. En una de ellas, escrita en 1822, los aborígenes reclamaban la destitución del intendente del Arsenal de Marina, uno de los lugares donde el trabajo forzoso era más arduo. “En su petición, los líderes indígenas emplearon el discurso liberal vigente en las Cortes de Lisboa para legitimar la demanda, afirmando que el intendente era un ‘déspota’ que había llegado al cargo debido a los ‘vicios del Antiguo Régimen’”, dice Machado.
Cortes de Lisboa fue la denominación del parlamento que pasó a gobernar el Imperio portugués a partir de enero de 1821, como resultado de la Revolución Liberal de Porto, un movimiento militar que se hizo conocido como vintismo [veintismo], desencadenado en 1820 para exigir el fin del absolutismo en Portugal y el establecimiento de una monarquía constitucional. Asimismo, el grupo también reclamaba el regreso de João VI, quien se hallaba en Río de Janeiro desde 1808. “En el documento, la libertad de los trabajadores indígenas se asociaba directamente con la idea de libertad que promovía el movimiento liberal de Porto, según el cual la sociedad debía acabar con el poder absolutista de la monarquía”, relata Machado. Al tomar conocimiento de que las Cortes de Lisboa prohibirían el reclutamiento de ciudadanos del Imperio portugués para el cumplimiento de trabajos forzosos, los indígenas se plegaron a la causa de los liberales, incorporando y resignificando la interpretación de esos derechos para argumentar que ya no podían seguir siendo reclutados para cumplir con ese tipo de tareas.
Según Machado, las ideas de la Revolución Liberal de Porto empezaron a circular por Pará a partir de la creación del periódico O Paraense, en 1820, que también dio a conocer el veto de las Cortes al encarcelamiento de ciudadanos sin cargos comprobados. Una carta fechada en 1823, identificada por el investigador, muestra que un juez de Vila Nova Del Rey, en Pará, aceptó los argumentos de los indígenas al respecto de que no podían ser capturados y encarcelados para obligarlos a realizar trabajos forzosos, toda vez que no se había demostrado su culpabilidad, alineando su discurso con la causa de los vintistas. “Los pueblos originarios interpretaron las novedades políticas en sus propios términos y evaluaron cuáles acciones derivarían en beneficios o perjuicios para sus comunidades. Las motivaciones, la mayoría de las veces, iban más allá de un simple alineamiento con quienes deseaban mantener los lazos con Portugal o aquellos que pretendían la ruptura”, analiza Machado.
En una investigación financiada por la FAPESP y premiada por la Biblioteca Brasiliana Guita y José Mindlin de la Universidad de São Paulo (BBM-USP), el historiador João Paulo Peixoto Costa, del Instituto Federal de Piauí (IFPI), campus de Uruçuí, indagó sobre las políticas indígenas e indigenistas en Ceará, a partir del análisis de documentos del Archivo Público del estado y del Archivo de la Cámara de Diputados. En el estudio, halló textos indígenas redactados en portugués evidenciando que los habitantes de las villas y poblados percibían al rey como la máxima entidad protectora contra los terratenientes ansiosos por dominar sus tierras y abusar de su fuerza de trabajo. “El constitucionalismo portugués era visto por ciertos grupos como un cambio desventajoso, porque representaba el fortalecimiento del poder político de las elites provinciales, que eran sus grandes enemigos. Por eso, los indígenas de Ceará se inclinaron por respaldar al príncipe regente cuando las Cortes de Lisboa exigieron el retorno de João VI a Portugal”, explica el investigador.
Costa recuerda que la Constitución de 1824 no alude directamente a los indígenas, pero establece que todos los ciudadanos nacidos en Brasil eran libres e iguales. A partir de entonces, los gobiernos provinciales empezaron a considerar innecesarias las leyes de protección de los derechos de los indígenas, suprimiendo, por ejemplo, el Directorio de Indios, que determinaba que los concejos de las villas indígenas debían estar compuestos también por representantes de los pueblos originarios. En una investigación en curso acerca de la presencia indígena en las cámaras municipales de las villas de Ceará, Costa detectó que, tras el establecimiento de la Ley de Cámaras de 1828, que impuso un límite censal para los cargos de concejal, se los comenzó a tratar de ingenuos e incapaces. “Tras la Independencia, en menos de 10 años los indígenas perdieron las prerrogativas del período colonial”, comenta, mencionando que Ceará abolió el Directorio en 1831.
Mahalem de Lima, de la Eesp-FGV, dice que el hecho de que la Constitución de 1824 ni siquiera utilizara el término “indio”, dio lugar a un vacío legal. Es en el marco de este vacío legal, explica la historiadora Íris Kantor, de la USP, que en 1935 se implementaron las asambleas provinciales, y la gestión de las aldeas indígenas y el control de la mano de obra pasaron a formar parte de la esfera de competencia de las elites. Según ella, fueron esas mismas elites esclavistas la que se disputaron entre sí los denominados fondos territoriales, una expresión acuñada por el geógrafo Antonio Carlos Robert Moraes (1954-2015) para designar a los territorios no apropiados o colonizados que los latifundistas reservaron para sus propios intereses expansionistas o extractivistas, impidiendo su demarcación oficial.
En el Gran Pará, barcos con cañones bombardeaban las aldeas ribereñas para ocupar sus territorios, apresar a sus habitantes y someterlos a trabajos forzados. Además, los movimientos rebeldes querían independizar a la provincia del gobierno de Pedro I, quien contrató al lord inglés Thomas Cochrane (1775-1860) para comandar las escuadras que debían imponer el orden y reprimir los movimientos opositores. “En 1823, para obligar al Gran Pará a sumarse a la Independencia, el canónigo Batista Campos (1782-1834), cabecilla de la oposición en la provincia y contrario al trabajo obligatorio, fue torturado en plaza pública, mientras 256 partidarios eran asfixiados en la bodega de un barco a las órdenes de un mercenario inglés, John Grenfell (1800-1869)”, relata Mahalem de Lima. Unos años después de la Independencia, esas tensiones culminaron en el estallido de Cabanagem, una rebelión que tuvo lugar entre 1835 y 1840 y que contó con una fuerte participación indígena. Con base en sus investigaciones sobre las poblaciones ribereñas, indígenas y no indígenas, en la región de Santarém, en Pará, especialmente en la confluencia de los ríos Tapajós, Arapiuns y Amazonas, el antropólogo estableció una red de parentescos que incluye a más de 2.000 personas y que permitió retroceder en el tiempo hasta la época de Cabanagem. “La determinación de estas redes, con la ayuda de herramientas de computación, abre nuevas posibilidades de diálogo con las fuentes documentales escritas”, considera, a la vez que añade que uno de los descubrimientos de ese trabajo es que, en la tradición oral, el término “cabano” se asocia habitualmente a los blancos que, según los pobladores ribereños, llegaban en los barcos y “arrasaban con todo”.
Con base en los documentos históricos sobre los indígenas que habitaban en la región del río Madeira, que atraviesa los estados de Rondônia y Amazonas, Davi Avelino Leal, de la Universidad Federal de Amazonas (Ufam), verificó que, en el siglo XIX, el avance de la frontera extractiva del caucho en la región que ocupaban los mundurukús y los parintintines motivó diferentes respuestas por parte de cada uno de estos grupos étnicos. Mientras que los parintintines entablaban guerras, los mundurukús, que llevaban un siglo de intercambio comercial con los portugueses, pasaron a trabajar en las explotaciones del caucho. “Las fuentes históricas de las villas y asentamientos almacenadas en los archivos públicos revelan que algunos pueblos indígenas dejaban obsequios, que incluían frutos y carne de caza en las comunidades de los cauchales. De este modo, el proceso de pacificación de las relaciones a menudo partía de los propios indígenas y no del Estado”, comenta.
Al indagar en los manuscritos del siglo XIX redactados por las autoridades de las villas de diversas regiones del estado enviados a los gobernadores de las provincias que se conservan en el Archivo Público del Estado de São Paulo, Sposito, de la UFPR, pudo detectar la existencia de dos momentos en las relaciones entre los colonizadores y la población originaria. Según ella, hasta la década de 1830, los brasileños adoptaban un discurso beligerante contra los indígenas, reaccionando de manera violenta ante su presencia en los confines de sus territorios. Después de esa década, los documentos dan cuenta que algunos pueblos como los kaiowás y los guaraníes, por ejemplo, buscaron estrategias tendientes a tratar de cambiar esa relación, adoptando posturas más amistosas y dejando mantas y miel como presentes en esas propiedades. “Fueron precisamente las iniciativas indígenas en el interior paulista las que pautaron este segundo momento de relaciones menos conflictivas, que empujaron a los políticos de São Paulo a acabar con las guerras justas”, culmina diciendo, y recuerda que las mismas fueron abolidas en 1831, con el argumento de que un Estado civilizado no podía auspiciar el exterminio de los indígenas.
Proyectos
1. Entre la herencia y la reinvención. Los conflictos en torno a la mano de obra indígena en la provincia de Pará en el contexto americano – 1832-35 (nº 18/20661-5); Modalidad Beca en el exterior; Investigador responsable André Roberto de Arruda Machado (Unifesp); Inversión R$ 196.083,66
2. De las políticas amerindias a las políticas coloniales. La construcción de la colonización de América entre los siglos XVI y XVII (nº 16/06245-3); Modalidad Beca de posdoctorado; Investigador responsable Jaime Rodrigues (Unifesp); Beneficiaria Fernanda Sposito; Inversión R$ 572.024,75
3. El capítulo “Sobre los indios”. Derechos, historia e historiografía – 1988-2018 (nº 18/12386-4); Modalidad Ayuda de Investigación – Regular; Investigadora responsable Camila Loureiro Dias (Unicamp); Inversión R$ 45.856,76
4. ¿Noche y día en la hamaca? Políticas indígenas y política indigenista en la provincia de Ceará – 1798-1845 (nº 13/12700-7); Modalidad Beca doctoral; Investigadora responsable Silvia Hunold Lara (Unicamp); Beneficiario João Paulo Peixoto Costa; Inversión R$ 80.600,57
Artículos científicos
MACHADO, A. R. A. Interpretações e alinhamentos dos povos indígenas na era das revoluções atlânticas. En prensa.
SPOSITO, F. Ameridian leaders in the construction of indigenous policies in Portugal and Spanish (16-18th centuries). Revista Etnográfica. En prensa.
Dosier
AMORORO, M. et al. (org.). História dos índios no Brasil. History of Anthropology Review. dic. 2018.
Libros
SPOSITO, F. Os povos indígenas na Independência. PIMENTA, J. P. (org.). En: E deixou de ser colônia. Uma história da independência do Brasil. São Paulo: Almedina, 2022.
SPOSITO, F. Nem cidadãos, nem brasileiros. Indígenas na formação do Estado nacional brasileiro e conflitos na província de São Paulo (1822-1845). São Paulo: Alameda, 2012.
LIMA, L. M. Kinship networks, endogamous circuits and sociocultural identities among emergent ethnic groups and traditional riverine peasants in the Amazon river adjacencies (Brazil). In: POPOV, V. (ed.). Kinship Algebra – Алгебра родства. Выпуск. San Petersburgo: Instituto de Manuscritos Orientales de la Academia Rusa de Ciencias.