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Entrevista

Jacques Marcovitch: La USP hace mucho y pude hacer más

El exrector analiza la contribución de la principal universidad brasileña, que cumple 90 años, y habla de sus intereses de investigación, como las métricas académicas, la bioeconomía y el pionerismo empresarial

Diego Padgurschi / FolhapressLa Universidad de São Paulo (USP), que el 25 de enero celebró el 90º aniversario de su fundación, siempre ha sido comedida a la hora de conceder títulos de profesor emérito: a la fecha, solo 21 de sus docentes e investigadores han recibido del Consejo Superior este reconocimiento. El último nombre de esa lista, laureado en una ceremonia que tuvo lugar en 2022, es Jacques Marcovitch, investigador de la Facultad de Economía, Administración, Contabilidad y Ciencias Actuariales (FEA) desde la década de 1970.

Con una extensa trayectoria como investigador y también en gestión institucional, Marcovitch fue presidente del complejo energético del estado de São Paulo (Cesp, CPFL, Eletropaulo y Comgás) en la década de 1980 y secretario de Economía y Planificación del estado de São Paulo en 2002.

En la USP, fue director de la FEA y del Instituto de Estudios Avanzados, prorrector de Cultura y Extensión y rector (1997-2001). Desde que dejó el cargo ejecutivo más alto de la jerarquía académica, se ha destacado por renovar y actualizar sus intereses de investigación. Actualmente coordina redes dedicadas a la investigación de temas tan diversos como bioeconomía y métricas de rendimiento académico, y prepara para el segundo semestre de este año el relanzamiento de una exposición sobre emprendedores pioneros que ya ha recorrido estados del sudeste, norte y nordeste brasileños.

Marcovitch nació en Alejandría (Egipto), hace 76 años, y está radicado en Brasil desde la década de 1960. Hoy en día alterna temporadas en São Paulo y en Ginebra (Suiza), donde es miembro del Consejo Superior del Graduate Institute of International and Development Studies (IHEID). Desde esa ciudad, rodeada por los Alpes, concedió la siguiente entrevista por videoconferencia.

Edad 76 años
Especialidad
Administración
Institución
Facultad de Economía, Administración, Contabilidad y Ciencias Actuariales de la Universidad de São Paulo (FEA-USP)
Estudios
Título de grado en administración en la FEA-USP, magíster por la Graduate School of Management de la Universidad Vanderbilt (EE. UU.) y doctora en administración en la FEA-USP

Usted ingresó a la USP como estudiante en 1965, se convirtió en rector a finales de los años 1990 y actualmente sigue trabajando en temas vinculados a la política universitaria. ¿Qué comparación puede hacer entre esta USP que ahora está cumpliendo 90 años y aquella que conoció en 1965?
Hay varias diferencias. En la actualidad hay una convivencia mucho mayor entre las distintas áreas del conocimiento y ha habido una marcada evolución de la unidisciplinariedad a la multidisciplinariedad y a la interdisciplinariedad. Hasta la década de 1960, con unidades diseminadas por la ciudad de São Paulo y el interior del estado, y sin los medios de comunicación disponibles hoy en día, cada uno vivía dentro de la esfera de sus propios conocimientos. Un segundo cambio estuvo dado por la Constitución de 1988. Entre los años 1960 y 1980, vivíamos en un país en el que la universidad era un bastión de la defensa de la libertad y la democracia. A partir de la Constitución de 1988, vivimos en un Brasil diferente, donde, por supuesto, el desafío de perfeccionar la democracia es permanente, pero ella está presente. La posibilidad de vivir en un entorno democrático marca una gran diferencia. Hay una tercera dimensión que es la demográfica. En el Mundial de Fútbol de 1970 había 90 millones de brasileños activos. Hoy en día somos 203 millones. Esta cuestión ha modificado profundamente las relaciones de la universidad con la sociedad y ha habido una gran presión para aumentar las plazas disponibles. En 1965, me presenté a un examen de ingreso en el que se ofrecían 100 vacantes en la FEA, pero el riguroso proceso selectivo solo cubrió 33 plazas; así funcionaba en aquel entonces. En la actualidad, la FEA admite a casi 600 nuevos alumnos cada año.

¿Cómo ha respondido la USP a estas transformaciones? ¿Ha habido una apertura en este período?
La USP ha hecho mucho y no es casual que en la actualidad sea reconocida como una de las universidades más importantes de América Latina. Uno de los efectos es la gran cantidad de docentes que han salido de sus programas de posgrado y que en la actualidad están formando alumnos en otras universidades. En investigación, la USP es una de las mejores del mundo en algunas áreas del conocimiento. No estamos hablando de rankings de universidades, sino del reconocimiento a la excelencia: en agronomía, odontología y salud pública, las publicaciones de los investigadores de la USP tienen un peso importante. En sus actividades de extensión y cultura, la universidad cuenta con un patrimonio extraordinario. Sus cuatro museos son hoy en día una referencia en museología a escala internacional. En el campo de la medicina, las actividades de extensión forman parte del ADN de la USP. Y no me estoy refiriendo solamente a los campus de São Paulo y Ribeirão Preto, que albergan las facultades de medicina, sino también a las actividades que se llevan a cabo en la región del norte de Brasil, tal como hemos podido constatarlo durante la pandemia. A veces, esto ocurre en forma aislada, otras veces en asociación, como fue el caso de la colaboración con la Escuela Politécnica para fabricar respiradores artificiales durante la pandemia. Todo ello conforma una institución que responde a las expectativas de la sociedad. Se ha insertado en la escena internacional, como puede verificarse por el número de publicaciones en coautoría con investigadores de otras universidades. ¿Podría hacer más? Por supuesto que sí. Hay varios temas que están surgiendo, como la evaluación responsable, la ciencia abierta, las métricas de impacto en la sociedad, en los que la universidad está asumiendo el reto de hacer más y mejor.

Desde 2017, usted lidera el proyecto Métricas, que apunta al desarrollo de formas abarcadoras de evaluar el impacto de las universidades estaduales paulistas en la sociedad. ¿Qué tipo de indicadores están abordando?
De 1960 a 1980, los países pusieron un gran empeño en crear sus sistemas nacionales de innovación. El Manual de Frascati, que en los años 1960 estableció la metodología para recopilar estadísticas sobre investigación y desarrollo, planteaba: “¿Cuántos recursos destina una sociedad a la ciencia y la tecnología?”. Esa era la medida: un buen sistema de innovación se asociaba a la cantidad de dinero disponible. Después, entre 1980 y 2000, surgieron las bases de datos y ganaron terreno los indicadores de investigación convencionales y los índices de citas que todos conocemos. Desde entonces, para dimensionar el rendimiento académico, utilizamos el número de publicaciones y sus citas, y la cantidad de descargas. A partir del decenio de 2010, surgió la necesidad de contar con índices más complejos. Es decir, ya no se miden solo las citas, sino que también se apunta a verificar, por ejemplo, cómo influye una publicación en las políticas públicas, en la propuesta de una nueva ley o un nuevo orden jurídico en un área concreta, como en temas tales como los refugiados, la violencia, la protección de la biodiversidad o la seguridad alimentaria. O también la cantidad de empresas creadas por los egresados de una universidad y la reputación de la institución entre los empleadores. Estamos ante una nueva etapa. Tenemos muchas métricas de insumos y resultados, pero aún son pocas las de impacto, es decir, del efecto que tienen las universidades públicas en la sociedad.

En 1965, me presenté a un examen de ingreso en el que se ofrecían 100 vacantes en la FEA, pero el riguroso proceso selectivo solo cubrió 33 plazas

En octubre de 2023, el equipo del proyecto Métricas publicó una tercera obra colectiva. ¿Cuáles han sido hasta ahora las contribuciones del proyecto?
El proyecto Métricas fue puesto en marcha en 2017, a partir del impulso que supuso la investigación de Justin Axel Berg, cuya tesina de maestría sobre el rendimiento de las universidades estaduales paulistas en los rankings internacionales había sido defendida en 2015 en el Instituto de Relaciones Internacionales de la USP, bajo mi dirección. Inicialmente, el proyecto se orientó hacia las demandas del Consejo de Rectores de las Universidades Estaduales Paulistas (Cruesp), y de las propias universidades. Poco a poco, se amplió el debate conceptual para la creación, por ejemplo, de oficinas de gestión de datos en las universidades. Son espacios dedicados al recabado, análisis y difusión de datos, que se han convertido en unidades de inteligencia. En abril habrá una reunión de los responsables de estas oficinas: este es un resultado muy tangible del proyecto. Otro aporte ha sido la creación de una comunidad dedicada a estos temas a lo largo y a lo ancho de Brasil. El proyecto acaba de formar a otros 84 docentes y gestores de más de 23 instituciones de todo el país. Luego están las obras colectivas a las que usted se refería. La más reciente, el libro Repensar a universidade 3, se centra en el conocimiento y las prácticas. Hemos recopilado prácticas de las tres universidades estaduales paulistas que tienen que ver con cuestiones de impacto social, de ciencia abierta, de inclusión social, de gobernanza, de la cohesión de la sociedad, pero desde la perspectiva de las prácticas. En tanto, el volumen 2 versó sobre las metodologías de impacto y el volumen 1 sobre los conceptos relacionados con el rendimiento académico y las comparaciones internacionales. La oferta de conocimientos elaborados en forma colectiva se encuentra a disposición en un portal web que periódicamente publica análisis de comparaciones internacionales que constituyen el instrumento para conocer la evolución de los indicadores de resultados y de impacto.

Hablemos de su trayectoria. ¿Cómo llegó a Brasil desde Egipto?
Nací en una familia de tradición judía, de madre siria, originaria de la ciudad de Alepo, y padre ucraniano, de Odessa. Estamos hablando de diferentes culturas judaicas, que confluyeron en un país islámico (Egipto), inmersos en una cultura francófona. Mi padre me envió a una buena escuela francófona de tradición católica, dirigida por hermanos lassallanos franceses o libaneses. Esto generó en mí una temprana sensibilidad para las diferentes culturas y una comprensión de lo tienen en común y lo que las diferencia en cuanto al sentido de la vida. En 1956 se produjo la gran crisis generada por la decisión de Egipto de nacionalizar y pasar a controlar el canal de Suez, lo que llevó a Israel a entrar en guerra con Egipto. Mis padres se habían asimilado bien a la cultura local y permanecieron en Alejandría hasta 1961, pero ya con un cierto antisemitismo emergente. En 1961, las universidades egipcias dejaron de admitir judíos, por lo que mis padres, preocupados por la educación de sus dos hijos, tuvieron que decidir adónde ir. Como sucede con cualquier inmigrante, la decisión acaba dependiendo de alguien que lo pueda ayudar a entrar en algún país. En nuestro caso fue un primo lejano, que nos invitó a venir a Santos.

¿Y por qué eligió estudiar en la FEA?
Salimos de Egipto sin decirle a nadie, porque había que ser discretos. No llevamos ningún documento de mi expediente escolar en Alejandría, lo que me generó un problema para poder estudiar en Brasil. Un día, al pasar por la plaza Largo São Francisco, mi padre entró en la Escuela Técnica Álvares Penteado, contigua a la Facultad de Derecho, y habló con un director que se mostró muy receptivo: “Vea, puede dejarlo, nosotros nos encargaremos”. Y así fue efectivamente, se ocupó de mí y pude estudiar una tecnicatura en contabilidad. Así empezó todo. Detrás de la Facultad de Derecho, había un cursillo en el Centro de Estudiantes Vizconde de Cairu, de la FEA. Yo vivía sobre la plaza Roosevelt, cerca de la FEA, que funcionaba en la calle Dr. Vila Nova, y cada tanto iba por allí. Como mis padres no podían pagarme una escuela privada, se me puso en la cabeza que entraría en la FEA haciendo el cursillo en el Vizconde de Cairu. Por entonces, apenas sí hablaba portugués. Asistí a la Escuela Técnica de 1962 a 1964 y me presenté al examen de ingreso en 1965. Mi desempeño en francés y en otros exámenes orales me ayudó a superar las falencias que tenía con el portugués. Así fue que empecé a estudiar en la FEA, a través de un examen de admisión que aprobó a 33 alumnos sobre 100 plazas a cubrir. Tiempo después, en 1968, me convertí en presidente del Centro de Estudiantes Vizconde de Cairu. Poco después, el profesor Sergio Baptista Zacarelli [1932-2013] me invitó a sumarme como docente voluntario. El profesor voluntario daba clases, pero se comprometía a hacerlo sin cobrar un sueldo. La única esperanza era que, cuando surgiera una vacante, el hecho de haber sido profesor voluntario sumaba puntos para el proceso selectivo y así fue que me convertí en profesor. Luego viajé a Estados Unidos para hacer una maestría.

Tenemos muchas métricas de insumos y resultados, pero aún son pocas las de impacto, es decir, del efecto que tienen las universidades públicas en la sociedad

En la maestría, entre 1970 y 1972, en la Universidad Vanderbilt, el tema de su investigación fue la eficacia organizativa y la gestión en ciencia y tecnología. ¿Por qué eligió ir a Estados Unidos?
Hay que recordar que mis estudios de grado fueron entre 1965 y 1968. Fue una etapa de gran extroversión. No podías limitarte a la esfera del salón de clases. Había que conectarse con el mundo exterior. Eso influyó en mi elección de la maestría en Estados Unidos, que realicé en una escuela recientemente creada por Igor Ansoff [1918-2002], uno de los pioneros en gestión e innovación. Él venía de la industria del transporte aéreo y la movilidad. Introdujo en la Universidad Vanderbilt, situada en un estado muy conservador como Tennessee, conceptos de gestión y planificación estratégica avanzados para la época al fundar la Graduate School of Management. Fuimos parte de la segunda promoción de esta escuela, junto a Eduardo Pinheiro Gondim Vasconcellos y otros profesores de la FEA que estudiamos estrategias de innovación.

¿Y qué hizo cuando regresó a Brasil?
Cuando volví, en 1973, la gobernación de São Paulo, de la mano de su secretario de Planificación, el profesor Miguel Colasuonno [1939-2013], había suscrito un convenio con Estados Unidos que instituía el Proyecto de Ciencia y Tecnología, el Procet, con el objetivo de impulsar el potencial de la investigación científica y tecnológica del estado. El programa estaba dirigido por el profesor José Pastore, quien en aquella época asumió la responsabilidad de invertir alrededor de 15 millones de dólares en la modernización de instituciones, entre otras, los institutos de Investigaciones Tecnológicas [IPT], y de Tecnología de los Alimentos [Ital]. En principio, formaban parte del Procet seis programas de cooperación internacional, en cada uno de los cuales participaban una organización brasileña y otra extranjera. A estos programas originales se sumó uno más, cuya misión era la de capacitar gerencial y administrativamente a las organizaciones brasileñas. Este séptimo programa ‒el Programa de Administración en Ciencia y Tecnología [PACTo]‒ fue coordinado por Eduardo Vasconcellos, de la FEA, quien, precisamente, tenía a la Graduate School of Management de la Universidad Vanderbilt como contrapartida en Estados Unidos. El software de ese Procet era de gestión y, a partir de ahí, desarrollamos el PACTo con contenidos vinculados a la estrategia y la innovación. Estrategia en cuanto a la lectura del contexto tecnológico, observando la evolución de las tecnologías, e innovación relacionada con la gestión de proyectos. El tema de la gestión de los laboratorios de investigación y desarrollo e innovación surgió en la FEA y luego tomó vuelo propio con la creación de la Asociación Nacional de Investigación y Desarrollo Industrial [Anpei] y la Asociación Latinoamericana de Gestión Tecnológica. Fui parte de la génesis de estas instituciones, junto con varios colegas más del PACTo.

En aquella época también crecieron las inversiones federales en infraestructura de investigación científica, gracias a la tarea de figuras tales como el ministro de Planificación, João Paulo dos Reis Velloso [1931-2019], y José Pelúcio Ferreira [1928-2002], presidente de la Financiadora de Estudios y Proyectos, la Finep. ¿Eso también fue parte de ese contexto?
Hace bien en recordar las figuras de Velloso y Pelúcio, porque en la Finep surgió un proyecto que es el Protap, el Programa de Capacitación en Gestión de la Investigación, con la ayuda de la consultora Arthur D. Little, y poco después, nos contrataron para ejecutarlo. Recordemos que, en el ámbito económico, se decía que la solución era exportar, porque Brasil necesitaba que ingresaran divisas y esto apuntalaba la necesidad de incorporar innovaciones como una forma de incorporar valor a las exportaciones brasileñas. En este contexto fue que en el estado de São Paulo brotó esta idea de la importancia de modernizar su estructura de ciencia y tecnología. Así surgió el Procet. Creo que confluyeron esas dos corrientes, la de una perspectiva de planificación a largo plazo, y por otro lado el tema de las exportaciones que exigía más tecnología e innovación.

Estamos aprendiendo que no existe una, sino varias Amazonias, cada una con demandas muy propias de sus comunidades

¿Cómo empezó a interesarse por las cuestiones vinculadas al clima y la bioeconomía?
Eso ocurrió a mediados de la década de 1980, cuando asumí la presidencia del Complejo Energético del Estado de São Paulo, compuesto por las empresas Cesp, Eletropaulo, Paulista de Força e Luz y Comgás, durante la gobernación de Franco Montoro [1983-1987]. José Goldemberg asumió como rector de la USP y me pidieron que lo sucediera en la presidencia del complejo. Durante ese gobierno sobrevino una sequía dramática en Brasil. Tuvimos que implementar una propuesta de racionalización de la energía para disminuir alrededor de un 15 % el consumo. En aquel período, a la vista de lo que estaba sucediendo, no pudo evitarse tener que abordar la cuestión climática. Pocos años después, cuando dirigía el Instituto de Estudios Avanzados de la USP, fui invitado a participar en el centro de apoyo a la organización de la Cumbre del Clima Río 92 por el canadiense Murice Strong, a la sazón secretario de la conferencia. Pasé a convivir con el personal del secretariado de Río 92. Tuvimos que discutir las conclusiones de la Conferencia y, a partir de entonces, he seguido la implementación del Convenio del Clima como así también del Convenio sobre Biodiversidad. Ahora estoy coordinando un proyecto de bioeconomía en la Amazonia, que cuenta con el apoyo del CNPq [Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico] y también de la FAPESP.

¿Cuál es el reto al que se enfrenta la bioeconomía para afianzarse como algo que garantice la explotación sostenible de los recursos de la Amazonia?
Veo dos desafíos: el de las Amazonias y el de las temporalidades. Hace casi cuatro años, en el marco de un proyecto seleccionado mediante un pliego conjunto entre la FAPESP y la Fundación de Apoyo a la Investigación Científica de Amazonas [Fapeam], comenzamos a trabajar con el profesor Adalberto Val, quien fue director del Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonia, el Inpa. Presentamos una propuesta, junto con investigadores de la USP, de la Universidad Federal de Pará y del Instituto Peabiru, y empezamos a estudiar las cadenas de producción del cacao, del paiche, del asaí y de la miel. En primera instancia, estamos aprendiendo que no existe una única Amazonia. Hay diferentes Amazonias, cada una con las demandas de sus propias comunidades. El Índice de Desarrollo Humano [IDH] no sirve para definir las expectativas de estas comunidades. En el IDH, no existe la palabra seguridad, y sabemos que en la actualidad, la región norte es una de las más violentas de Brasil. Tenemos que descubrir cómo son estas Amazonias a través de la mirada de sus habitantes. Es por ello que tenemos la figura de la investigación comunitaria o del investigador comunitario. Nuestros investigadores, cuando van allí, tratan de identificar a las personas que van a ayudarlos a recabar datos respetando la cultura de la comunidad. Tenemos que reconocer las especificidades de cada región y ver cuáles son las cadenas de valor que se ajustan a cada una, siempre partiendo de las expectativas de las comunidades locales, las comunidades ribereñas, los pueblos tradicionales. ¿Qué quieren? ¿Cómo piensan concretar sus sueños? ¿Cuál es su noción de la seguridad? Y el bienestar de la comunidad local debe ir de la mano con la cuestión de la conservación de la naturaleza.

¿Y cuáles son las temporalidades?
Ninguna acción que se emprenda en la Amazonia va a generar resultados en dos, cuatro o cinco años. Nuestra perspectiva debe ser a largo plazo en lo que se refiere a las cadenas de la bioeconomía. Hay que estudiarlas en períodos de 15, 20, 30 años. Forma parte de la cultura del gobierno querer ver resultados cada dos años. Con las empresas ocurre lo mismo, por más sostenibles y preocupadas por el medio ambiente que sean, no pueden ver por delante mucho más allá de tres años, cuatro como máximo; que es lo que esperan los accionistas. Los tiempos de la naturaleza son otros y, cuando hablamos de bioeconomía, estamos refiriéndonos a una actividad económica vinculada con la naturaleza. A un castaño de monte le lleva al menos unos 12 años empezar a producir. Queremos fomentar el desarrollo de comunidades como la de Tomé-Açu, en el estado de Pará, que exporta cacao transformado en chocolate a Japón. Téngase en cuenta que existen normas muy rigurosas para ingresar al mercado japonés. Estamos hablando de proyectos de 20 años, que, poco a poco, fueron evolucionando hasta poder convertirse en exportadores. También tenemos el caso del asaí, que demandó un extenso período de tiempo. Pero el asaí sigue siendo un problema, porque emplea mano de obra infantil y las condiciones de seguridad laborales son limitadas. De allí la importancia de estudiar la cultura del asaí desde el punto de vista de la dimensión humana.

No basta con hacer lo correcto, tenemos que demostrarle a nuestra comunidad y a la sociedad en su conjunto que estamos cumpliendo con nuestras obligaciones

Otro proyecto al que se dedicó, desde 2001, fue el del pionerismo empresarial en Brasil. ¿Por qué hay que estudiar los perfiles de los emprendedores pioneros?
En 1970, cuando daba clases de Introducción a la Administración, buscaba ejemplos de personas que fueran una referencia en el área de la gestión empresarial y los apellidos que se me figuraban eran de otros países: Taylor, Fayol, Pirelli, Rockefeller. Nosotros no teníamos ejemplos significativos, a excepción del Barón de Mauá, y siempre quise llenar ese vacío. La idea germinó 30 años después. Durante mi etapa como rector, no pensé en otra cosa que no fuera la gestión. Cuando mi mandato finalizó, no sabía qué hacer. Entonces retomé la idea de traer a las aulas a estas figuras que marcaron la diferencia. El Proyecto Pioneros es un intento de reunir primero a estos empresarios que han erigido un legado, esencialmente en São Paulo, y que constituyen el primero de los tres volúmenes de la serie de libros. El segundo tomo abarca las regiones sur y centro-sur y, a continuación, las regiones norte y nordeste. Esto ha demandado casi seis años de investigaciones. Descubrimos cosas verdaderamente novedosas. Una de ellas fue el papel que cumplió Ermelinda de Souza Queiroz, la esposa de Luiz de Queiroz, en la creación de la Esalq-USP. Ella venía de una familia de Río de Janeiro y tenía una hermana que vivía en París, y se casó con Luiz de Queiroz, un gran propietario de tierras e industrial, quien falleció en 1898, a los 48 años. Fue ella quien inauguró la escuela en 1901. Esto se descubrió en un manuscrito que se mencionaba en una discreta nota a pie de página en el libro de Joseph Love intitulado A locomotiva – São Paulo na federação brasileira [La locomotora. São Paulo en la federación brasileña]. El documento era una autobiografía escrita a mano por Eugéne Davenport [1856-1941], profesor de agricultura del Michigan Agricultural College, quien más tarde llegaría a convertirse en rector de la Universidad de Illinois. Él había pasado un año en Piracicaba y explicó el papel que había desempeñado el matrimonio Queiroz en la concepción de la escuela. La profesora Maria Cristina de Oliveira Bruno tuvo la idea de transformar esta trilogía en una exposición itinerante que comenzó en Río de Janeiro, luego se trasladó a Fortaleza y posteriormente a Recife. La familia de Samuel Benchimol [1923-2002], economista que fue un estudioso de la Amazonia y uno de los pioneros incluidos en el proyecto, pidió que la exposición fuera presentada en Manaos. Luego estuvo tres meses en el Palacio de Campos Elíseos de São Paulo. Todo esto figura en el Portal Pioneros Empreendedores, que es donde está reseñado todo este proyecto. En el segundo semestre de 2024 tenemos previsto inaugurar una exposición sobre los pioneros en la entrada de la biblioteca de la FEA.

Mencionó que durante su etapa como rector de la USP solo pensó en la gestión. También ocupó otros cargos de gestión, en la estatal Compañía Energética de São Paulo [Cesp] y en la Secretaría de Economía y Planificación del estado. ¿Cómo lo marcaron estas experiencias?
En el caso de la administración, tenemos una ventaja: podemos aplicar a la gobernanza lo que hemos aprendido y enseñado. Pero hay algo que aprendí con los Pioneros que me ha sido muy útil en las múltiples responsabilidades que he asumido, y es que uno se forja su propio futuro, pero también tiene que amar su destino. Lo que quiero decir es que es necesario tener claro adónde se quiere llevar a la institución que uno asumió la responsabilidad de dirigir. La construcción de un futuro significa observar el contexto externo y detectar dónde puede marcarse la diferencia. Y amar el destino significa que, cuando las cosas no suceden de la manera como las planificamos, no sirve de nada rebelarse. Hay que replantearse las cosas y asegurarse de que los objetivos se cumplan. También aprendí que siempre es necesario tener de nuestro lado al financista, especialmente en las instituciones públicas, que en este caso es el contribuyente. Cada vez que tomamos una decisión, no debemos olvidar que el contribuyente podría utilizar esos fondos para hacer otra cosa, por lo que debemos asegurarnos de hacer el mejor uso posible de esos recursos, formando a las nuevas generaciones, avanzando en el conocimiento y garantizando una buena actividad de extensión a la sociedad. La tercera y última cuestión tiene que ver con el Proyecto Métricas, que es el tema de la rendición de cuentas. No basta con hacer lo correcto, tenemos que demostrarle a nuestra comunidad y a la sociedad en su conjunto que estamos cumpliendo con nuestras obligaciones. Quizá tan importante como esto sea poner en práctica los valores que figuran en el Código de Ética de la USP. Tenemos que conocer muy bien a nuestra institución y ser capaces de expresar sus valores y su misión.

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