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ENTREVISTA

Jorge Almeida Guimarães: Del campo a la química de proteínas

La inusitada trayectoria del hijo de campesinos que asistió a la escuela recién después de haber cumplido 10 años y se convirtió en investigador y presidente de la Capes y la Embrapii en Brasil

Léo Ramos Chaves / Revista Pesquisa FAPESP

El currículum del bioquímico Jorge Almeida Guimarães, de 84 años, deja entrever el perfil de un investigador inquieto. En un país en el que la movilidad académica es escasa, fue docente de cinco universidades federales diferentes –la Rural de Río de Janeiro (UFRRJ), la de São Paulo (Unifesp), la Fluminense (UFF), la de Río de Janeiro (UFRJ) y la de Rio’ Grande do Sul (UFRGS)–, también con incursiones en la Faculdade de Medicina de São José do Rio Preto (Famerp) y en la Universidad de Campinas (Unicamp). Durante tres décadas, también fue gestor de organismos tales como el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq), la Coordinación de Perfeccionamiento del Personal de Nivel Superior (Capes) y la Empresa Brasileña de Investigación e Innovación Industrial (Embrapii).

Edad 84 años
Especialidad
Biología molecular
Institución
Universidad Federal de Rio Grande do Sul
Estudios
Título de grado en medicina veterinaria en la UFRRJ, doctorado en biología molecular en la Escuela Paulista de Medicina (Unifesp)
Producción
197 artículos científicos, 1 libro, 28 capítulos de libros

Además de atípica, la trayectoria de Almeida Guimarães es totalmente inesperada. Uno de los nueve hijos de una pareja de campesinos de Campos de Goitacazes, en el norte del estado de Río de Janeiro, solo asistió a la escuela después de haber cumplido 10 años. Sacó provecho de una oportunidad –una vacante en disputa en una escuela agrotécnica situada en las inmediaciones del asentamiento en donde vivían– y la transformó en la puerta de entrada a una carrera en el área de la bioquímica, con énfasis en la química de las proteínas.

En septiembre, dejó la presidencia de Embrapii tras un período de siete años al frente de esa agencia. Poco antes de eso, le encargó a un equipo de investigadores la elaboración de un libro: Ciência para prosperidade sustentâvel e socialmente justa [Ciencia para una prosperidad sostenible y socialmente justa] (Embrapii, 2022), que enumera un listado de los retos que Brasil tiene por delante en el campo de la ciencia, la tecnología y la innovación. Desde 2008 jubilado de la UFRGS, continuó dirigiendo a alumnos en los programas de posgrado de la institución y del Hospital de Clínicas de Porto Alegre. En la entrevista que se transcribe a continuación, Almeida Guimarães hace un repaso de su carrera.

¿Cómo llegó un hijo de campesinos a la carrera académica en una época en la que pocos seguían ese camino en Brasil?
Para una persona como yo no había muchas expectativas. Mi padre nunca fue a la escuela. Aprendió a leer y a escribir con mi madre, que solo cursó la escuela primaria. Teníamos una vida rural. Mi madre tuvo nueve hijos y solo una hermana diez años menor y yo tuvimos estudios superiores. Mi madre se enfermó de tuberculosis después de mi nacimiento. Recién se había descubierto la penicilina y mi padre gastó todos sus ahorros –que no eran muchos– para salvarla. Pero quedó en la ruina. Tenía un almacén y una pequeña propiedad y tuvo que venderlos. Dos de mis hermanos mayores se habían mudado a Río de Janeiro y convencieron a mis padres para que los siguieran. Mi papá consiguió un empleo en la municipalidad, pero no se adaptaba. En esa etapa, al final de la Segunda Guerra Mundial, se enteró de un gran proyecto de reforma agraria que Getúlio Vargas había instrumentado en la región de Itaguaí, entre el antiguo Distrito Federal y el estado de Río de Janeiro, para que se asentaran familias de inmigrantes japoneses y regalarles parcelas a los soldados brasileños que volvían de la guerra. Mi padre fue allí y convenció a uno de esos antiguos soldados para convertirse en mediero de su propiedad. Así fue como comenzamos, mi padre, mi madre y yo, a sembrar, cultivar y recoger la cosecha. Pero no había ninguna escuela cerca. Al cabo de uno o dos años, la parcela se amplió y mi padre consiguió una granja. Ya tenía 10 años cuando él decidió que yo tenía que ir a la escuela.

¿Aún no estaba alfabetizado?
Mi padre me enseñó lo esencial de la matemática: el peso de las cosas, tamaño, volumen. Pero nada de lectoescritura. La escuela más cercana era la “Ponte dos Jesuitas” y quedaba en Santa Cruz, del lado del Distrito Federal; nosotros estábamos en el estado de Río de Janeiro. Había un río que separaba una región de la otra. Cada tanto, nuestro arroyo, llamado río São Francisco, se desbordaba y derribaba el puente precario. Para ir a la escuela debía atravesarlo a nado. Allí hice toda la escuela primaria. Era un excelente alumno de matemática. En el loteo había agrónomos del Ministerio de Agricultura y uno de ellos le dijo a mi padre que el gobierno estaba inaugurando una universidad rural cerca de ahí que tenía una escuela técnica y que debía enviarme allí. Era la Escuela Agrotécnica Ildefonso Simões Lopes, y para ingresar la competencia era enorme. Funcionaba en un modelo de escuela militar, y brindaba apoyo integral: comida, vestimenta, calzado, dormitorio, disciplina, deporte y trabajo rural. Me presenté al examen, lo aprobé e hice los cuatro años de la antigua escuela secundaria en régimen de internado. Poco después se abrió el nivel técnico, equivalente al antiguo curso científico. Entonces cursé allí siete años como estudiante full time. La asignatura que más me interesaba era la química.

¿Por qué eligió veterinaria?
En la que entonces era la Universidad Rural de Brasil, la actual UFRRJ, solamente había dos carreras superiores: agronomía y veterinaria. Para estudiar química debía salir de la Rural y mi familia no tenía cómo mantenerme. Fue entonces cuando descubrí a un profesor de bioquímica de la carrera de veterinaria: Fernando Braga Ubatuba. Él fue mi mentor científico. Varios años después lo llevé a trabajar a mi laboratorio cuando me convertí en profesor de la UFRJ. Estuvo conmigo hasta que falleció.

¿Cómo se contactó con él?
Él era un médico y bioquímico de gran categoría, formador de recursos humanos. También trabajaba como investigador en el Instituto Manguinhos, la actual Fiocruz. El único sitio en donde daba clases, a tiempo parcial, era en la Rural, en la carrera de veterinaria. La bioquímica era un camino similar a la química. Hice el examen de ingreso a veterinaria, que aparte de los exámenes escritos, incluía uno oral con un tribunal compuesto por cuatro catedráticos. Él estaba ahí y me preguntó: “¿Por qué quieres estudiar veterinaria?”. Le respondí: “Porque quiero trabajar con usted”. Aprobé, y cuando concluyó el primer semestre, él ofreció a todos los estudiantes una oportunidad, durante las vacaciones. “Pero tienen que ir a trabajar a Manguinhos, a mi laboratorio”. Fuimos un compañero y yo. En el segundo semestre pasé a ser ayudante alumno.

De vez en cuando, nuestro arroyo desbordaba y arrastraba el puente precario. Para asistir a la escuela, tenía que cruzar el río a nado

Y su primer contacto con la práctica científica, ¿cómo fue?
Frente al predio de la Universidad Rural estaba lo que en aquella época era el Instituto de Investigación Agropecuaria del Ministerio de Agricultura, la actual Embrapa. Había dos veterinarios alemanes trabajando allí con plantas tóxicas y deficiencias de minerales en animales. Persuadían a los granjeros a sacrificar a los animales enfermos y obtenían trozos del hígado para analizar si había deficiencias de minerales; pero, para analizarlos, enviaban el material a Alemania. Le pidieron ayuda a Ubatuba, quien les dijo: “Jorge se va a ocupar de eso, voy a entrenarlo”. Estuve trabajando durante tres años con el tema de las carencias de microelementos minerales en animales bovinos y ovinos. Al final de la carrera, en 1963, fui a especializarme en fisiología de microorganismos, en el que entonces era el Instituto de Bioquímica, dirigido por el profesor Metry Bacila [1922-2012] en la Universidad de Paraná [la actual UFPR]. Regresé a la Rural el 30 de marzo de 1964. Y el 1º de abril estalló la dictadura.

¿Eso cómo lo afectó?
Yo había sido presidente del centro de estudiantes y Ubatuba era considerado de izquierdas. Cerca de allí había un cuartel y los soldados llegaron al comedor de la universidad, se pararon sobre la mesa y leyeron el nombre de los estudiantes y otras personas que iban a ser detenidos, entre ellos el mío. Pero no me hallaron, porque yo me había trasladado para el lado del campus del Ministerio de Agricultura. Acabé teniendo una suerte tremenda, que me permitió alejarme del ambiente de la Universidad Rural. Me encontré con un antiguo profesor de química de la Escuela Agrotécnica que me ofreció empleo en la multinacional donde él trabajaba, en Resende [Río de Janeiro]: Lederle, una división de Cyanamid Química de Brasil. Trabajé en la empresa bastante tiempo. Estaba de novio y ganaba bien, pero me interesaba mucho la vida académica. Me quedé hasta que las cosas se tranquilizaron en la Rural. Se abrió un concurso para auxiliar docente. Aprobé y retomé mi trabajo con Ubatuba y los científicos alemanes. En 1968, Ubatuba fue detenido. Venía a dar clases de bioquímica con una escolta de soldados, una cosa espantosa. A finales de 1968, me dijo: “Vamos a tener que irnos de aquí, pero antes tienes que hacer el posgrado”. Junto con sus colegas de la Fiocruz, decidieron que yo debía trasladarme al área de las proteínas y para ello debía ir a la recién creada Facultad de Medicina de Ribeirão Preto de la USP, a trabajar con el calificado profesor José Moura Gonçalves [1914-1996].

¿Siguió esa recomendación?
No, porque cambió. El profesor Moura Gonçalves, quien iba a recibirme, fue nombrado director de la Facultad de Medicina y Ubatuba me dijo: “No va a tener tiempo para dirigirte”. Entonces fui a hacer el posgrado a la Escuela Paulista de Medicina [EPM], con el matrimonio José Leal Prado [1918-1987] y Eline Prado [1921-2007], quienes me recibieron con los brazos abiertos para que hiciera el máster. Así fue que rompí un poco con el patrón endógeno académico predominante. Me fui a finales de 1969. El 1º de abril de 1970, Ubatuba fue cesanteado junto a otros nueve investigadores de la Fiocruz, en un episodio que pasó a conocerse como la Masacre de Manguinhos. El grupo que habíamos creado en la Rural se disolvió. Cuando llevaba seis meses en la Paulista, Leal y Eline Prado decidieron que yo hiciera directamente el doctorado, algo raro en la época. Las cosas se complicaron porque la Rural, cuando finalizó el período de dos años concedidos para mi maestría, exigió que volviera. Eso fue un trastorno.

¿Cómo lo resolvió?
El director de la EPM solicitó mi traslado, pero la Rural lo denegó. Conseguí llegar a un acuerdo con el director del Instituto de Química de la Rural. A raíz de la reforma universitaria, la Rural contaba con otras carreras, química inclusive. Me propuso que diera clases de bioquímica los viernes y sábados en la Rural y que, durante el resto de la semana, hiciera el doctorado en São Paulo. Entonces se abrió un concurso en la Escuela Paulista y me aprobaron como profesor adjunto de bioquímica. El cargo era de tiempo parcial. Yo tenía una familia y el sueldo de la media jornada de 20 horas no era suficiente. Mis colegas de la Paulista y de bioquímica de la USP convencieron a la FAPESP para que me concediera una beca complementaria al salario. Así fue que me convertí en becario de la FAPESP, desde mayo hasta diciembre de 1972, cuando defendí mi doctorado en la EPM.

Archivo personalAlmeida Guimarães (a la der.), en sus tiempos de estudiante de veterinaria en el campus de la UFRRJArchivo personal

Hablemos de su contribución científica. Usted trabajaba con la química de las proteínas. ¿Qué hizo concretamente en su doctorado?
En la Escuela Paulista de Medicina comencé a trabajar con proteínas, con la enzimología de los péptidos biológicamente activos, involucrados en los procesos fisiológicos. La mayor contribución que hice en esta área fue mi propia tesis doctoral, que versaba sobre una enzima, la aminopeptidasa cininoconvertidora de del suero humano. Tuvo mucho que ver con el descubrimiento de la bradicinina por Maurício Rocha e Silva [1910-1983], un antihipertensivo presente en el veneno de la yarará. La secuencia de nueve aminoácidos de la bradicinina se encuentra en medio de una molécula mayor, llamada cininógeno, una proteína presente en nuestro organismo. Se trata del sistema denominado calicreína-cinina, que se contrapone a otra cascada de procesos bioquímicos que contraen los vasos sanguíneos y producen un aumento de la presión arterial, el sistema renina-angiotensina, que ya era conocido desde hacía tiempo. El sistema renina-angiotensina tiene una etapa de conversión de un péptido mayor en un péptido menor, biológicamente activo. Entonces nosotros pensamos: “Bueno, también debe haber algo similar en el sistema de las cininas”. Descubrimos que lo que hacen las enzimas es liberar un péptido mayor, llamado lisil-bradicinina, que posee 10 aminoácidos en lugar de nueve. Y hay un péptido ligeramente más grande, denominado metionil-lisil-bradicinina, compuesto por 11 aminoácidos. Yo estudié la enzima que hace la conversión de las cininas mayores en bradicinina.

¿También abordó este tema en su posdoctorado en los Institutos Nacionales de Salud (NIH) de Estados Unidos?
Leal y Eline Prado habían vuelto de Estados Unidos a principios de 1972 y me organizaron un posdoctorado en los NIH, en la ciudad de Bethesda, en Maryland. Empecé a trabajar con los fenómenos relacionados con la coagulación de la sangre. Pude profundizar en el estudio sobre el precursor de las cininas, el cininógeno, con el grupo del National Heart, Lung and Blood Institute [NHBI], trabajando con el investigador Jack Pierce. Un descubrimiento importante que hicimos fue que las personas con deficiencia de un tipo de cininógeno podían presentar defectos en la coagulación sanguínea. Ese trabajo, que data de 1975, es uno de los que tiene mayor cantidad de citas.

Además de la Universidad Federal Rural y de la Escuela Paulista de Medicina, la actual Unifesp, usted trabajó como docente en las universidades Federal Fluminense y Federal de Río de Janeiro, hasta que finalmente se instaló en la de Rio Grande do Sul. Esta movilidad es infrecuente entre los investigadores aquí en Brasil. ¿A qué lo atribuye?
También trabajé en otras instituciones. Un director de la Escuela Paulista tenía un hermano que era director de la Faculdade de Medicina de São José do Rio Preto [Famerp]. Se quejaba de lo difícil que era encontrar profesores de bioquímica. Leal Prado y el que entonces era el director de la EPM decidieron que yo y otro colega del área de la bioquímica, Cláudio Sampaio, debíamos colaborar con la Famerp. Así que empezamos a dar clases allá. También tuve un paso por la Unicamp. El profesor José Francisco Lara, del área de bioquímica de la USP, fue invitado por Zeferino Vaz [1908-1981], entonces rector de la Unicamp, para montar lo que sería el primer centro de biotecnología de América Latina. Lara consiguió importantes recursos e invitó a algunos investigadores. Éramos unos ocho. Al cabo, Vaz dejó el cargo en la rectoría y lo primero que hizo el nuevo rector, Plinio de Moraes, fue dar por finalizado el proyecto. Siempre me preguntan por qué cambié tanto de universidad. En broma, suelo responder que por dos motivos: el primero, que cuando descubren mis defectos siento que es hora de marcharme; el segundo, que cuando alguien piensa que puedo ser candidato a rector, ahí realmente me voy. Bromas al margen, cuando uno cambia empieza de cero, una enseñanza que aprendí con el profesor Ubatuba formando alumnos desde el inicio de su formación científica, y siempre me pareció estimulante este tipo de desafío.

A menudo me preguntan por qué cambié tanto de universidad. Porque se empieza de cero y a mí siempre me pareció estimulante este tipo de desafío

De la Escuela Paulista, pasó a ser profesor titular de la UFF, pero permaneció poco tiempo allí. ¿Por qué?
Parte de nuestro grupo de la Rural pasó a la UFF. Yo me había separado de mi primer matrimonio, quería salir del ambiente de la Escuela Paulista y me presenté a concurso en la UFF, en contra del deseo de Leal y Eline Prado. El 2 de enero de 1980 asumí como profesor titular de bioquímica en la UFF. Fue una etapa espantosa y difícil. El Departamento de Ciencias Fisiológicas estaba compuesto por 70 docentes, la gran mayoría tenían varios empleos y no se dedicaban a la ciencia. Nuestro pequeño grupo consiguió llevar a cabo una intensa actividad docente y de investigación en la asignatura de bioquímica. Gracias a ello, en mayo de 1980, un pequeño grupo integrado por cinco docentes investigadores fue al congreso de la Sociedad Brasileña de Bioquímica y Biología Molecular (SBBq) en Caxambu [Minas Gerais], y allí me eligieron como el próximo presidente de la SBBq para el período 1981-1983. Era un gran prestigio. Pero cuando regresamos a Niterói, fuimos sancionados por faltas por un jefe que tenía cinco empleos diferentes. Fue un año y medio de constantes peleas. Cuando estaba por acabarse mi período de licencia en la EPM, pensé en retornar a São Paulo. Pero Leopoldo de Meis [1938-2014], mi amigo y vicepresidente en la SBBq, me dijo: “Ven a trabajar en nuestro nuevo grupo aquí, en el Departamento de Bioquímica Médica [DBM] de la UFRJ”. Presenté mi renuncia a la UFF, reasumí el cargo en la EPM y desde allí, me trasladé a la UFRJ. Ni bien fue aprobado formalmente el traslado, De Meis me dijo: “Vas a ser jefe del departamento en mi lugar”. Asumí el cargo y tuve que sacar a un montón de gente que no investigaba, que no se sintonizaba con la enseñanza moderna de la disciplina y eran un obstáculo para el proyecto de forjar un departamento de bioquímica fuerte. Dirigí el departamento de 1982 a 1985. Me gané muchos enemigos, pero también un gran reconocimiento por mi defensa de la ciencia y de los principios superiores de la universidad. Después acepté la dirección del Instituto de Ciencias Biomédicas [ICB], de 1986 a 1990.

En la década de 1990, usted se convirtió en director científico del CNPq. ¿Cómo fue a parar a Brasilia?
En 1990, el gobierno de Collor de Mello nombró a José Goldemberg al frente de la Secretaría de Ciencia y Tecnología, que precedió al actual y equivalente Ministerio. Él visitó la UFRJ y dijo que le gustaría tener alguien de acá en el equipo del CNPq. Primero asumí la dirección del CNPq en el área de programas, y después en el área científica. Fue un reto enorme. Collor no nos permitía manejar dinero en el CNPq, pero conseguí crear algunos buenos proyectos, entre ellos el proyecto integrado, el plan de apoyo a las ingenierías y el Pibic, el Programa Institucional de Becas de Iniciación a la Investigación Científica. Ya existía en el CNPq un proyecto preliminar, con muy pocas becas disponibles. El Pibic que instituimos se proponía llegar a 30.000 alumnos beneficiarios, con becas concedidas bajo el formato de cupos en función del número de vacantes disponibles en las carreras de maestría. El objetivo era permitir que la universidad o la institución seleccionara a los becarios y pasara a contar con un modelo capaz de impulsar la formación de científicos en Brasil. En la primera ronda del Pibic, en 1991, se otorgaron 11.000 becas.

Usted fue uno de los presidentes más duraderos de la Capes, se mantuvo en el puesto por 11 años y 3 meses, entre 2004 y 2015. ¿Qué considera que fue lo más relevante de ese período?
Se implementaron muchas iniciativas y programas. Entre ellos pueden incluirse la expansión extraordinaria del Portal de Revistas, la incorporación de la Educación Básica y la Universidad Abierta, la reformulación estructural que llevó las direcciones de tres a siete, incluyendo a la de Cooperación Internacional y la expansión de las maestrías profesionales. En la Capes creé el equivalente al Pibic para el área de formación docente: el Pibid [Programa Institucional de Becas de Iniciación a la Docencia], que en poco tiempo llegó a tener 100.000 becarios. Cuando asumí, en febrero de 2004, noté que era necesario reanudar el Plan Nacional de Posgrados [PNPG]. Los tres planes que se habían implementado desde los años 1970 fueron muy importantes. Designé una comisión presidida por el profesor Cesar Sá Barreto, antiguo rector de la UFMG, y creamos el PNPG 2005-2010. A principios de 2010 nombré una nueva comisión con el profesor Sá Barreto al frente. Ese plan cubrió el período 2011-2020. Cuando asumí el cargo, confirmé mi convicción de que era necesario concederles más autonomía a las carreras, sobre todo a las de mayor peso y experiencia, que tienen notas 6 y 7. Creamos el Proex [Programa de Excelencia Académica], a través del cual los fondos se transfieren al coordinador del Programa de Posgrado [PPG] y la coordinación es responsable de las políticas del programa. Si la nota conceptual desciende, queda fuera del programa. Con el respaldo de los ministros Tarso Genro, Fernando Haddad y Henrique Paim, conseguimos ampliar el presupuesto de la Capes de 500 millones de reales en 2004 a 7.100 millones de reales en 2015, cuando dejé el cargo.

Archivo personalEn 1995, como investigador visitante en la Universidad de Arizona (EE. UU.)Archivo personal

En su último trabajo estuvo al frente de la Embrapii, donde instituyó una forma diferente de estimular la innovación en las empresas. ¿Cuál fue el impacto de esa labor?
La Embrapii tiene una concepción diferente porque es una organización social y, por ende, una institución privada, libre de los obstáculos que afectan el funcionamiento de las agencias de fomento. Por sí sola, no va a salvar a la industria brasileña, pero ha obtenido resultados extraordinarios. Su modelo es el de la triple hélice, que consiste en el trabajo conjunto de las empresas, el gobierno y las universidades e instituciones de ciencia y tecnología en innovación. Aquí en Brasil, hemos creado el CNPq, la Capes, el BNDES, la Finep, la FAPESP, todos ellos antes de la década de 1970, y nadie se dedicó a cultivar la interacción entre universidades y empresas. Para el BNDES y la Finep, esto debería ser una obligación. Pero optaron por prestarle dinero a las empresas. Las empresas no utilizan los fondos obtenidos para invertirlos en innovación, que es una actividad de riesgo. La triple hélice viene a resolver esta cuestión, porque el gobierno aporta una parte de la inversión, la “zanahoria” del incentivo. Embrapii contribuye con una tercera parte de los fondos en cada proyecto. Las unidades de investigación de Embrapii, que funcionan en las universidades e institutos de investigación, aportan, en promedio, el 17 %; no con dinero, sino con equipamiento, maquinaria, personal e infraestructura existente. En conjunto, esto suma un 50 %. La empresa pone el otro 50 %, a sabiendas de que los grupos son altamente calificados, rigurosamente seleccionados y acreditados. La gestión no tiene burocracia, ni está sujeta a normativas de uso de los fondos públicos. El rol de Embrapii podrá ser mucho mejor si el gobierno se da cuenta de su importancia, algo que no ha ocurrido en los últimos tiempos a causa de un gobierno que descalificó a la educación y a la ciencia. Los fondos previstos eran el triple. Así y todo, funcionó muy bien y demostró que el modelo es correcto. Y debe mantenerse. Fueron más de 2.000 proyectos contratados por 1.400 empresas. En el sector de la minería, empresas como ArcelorMittal, Vale y CBMN, cuentan con más de 10 proyectos cada una. La compañía fabricante de aviones Embraer tiene 18, aun cuando cuenta con cuatro centros de excelencia propios. Hay muchas cosas que prefiere hacer con Embrapii antes que sobrecargar a sus doctores con problemas que las unidades de Embrapii pueden resolver. Es un formidable “todos ganan”.

En 1997, se asentó en la Universidad Federal de Rio Grande do Sul, donde en 2008 se jubiló. ¿A qué se ha dedicado?
Vinimos acá a Porto Alegre con mi esposa Celia, ella con un cargo por concurso en el Departamento de Biofísica y yo, por traslado de la UFRJ al Centro de Biotecnología de la UFRGS. Yo tenía mi experiencia en el área de venenos y aquí me encontré con un tema sumamente interesante: una oruga, la Lonomia obliqua, conocida como oruga de fuego o taturana asesina, que se desarrolla en los montes y que puede ocasionar hemorragias fatales. A causa del desmonte, ahora abunda en Rio Grande do Sul y en Santa Catarina, en huertos de frutales de clima templado, tales como durazneros, ciruelos y manzanos. Este tema atrajo a muchos estudiantes de grado y de posgrado. Uno de los trabajos fue con una alumna, Ana Beatriz Gorini da Veiga, quien ahora es profesora en la Universidad Federal de Ciencias de la Salud de Porto Alegre (UFCSPA). Este trabajo reveló el secreto de las espinillas de las orugas. Un tejido subepitelial, una especie de glándula, alimenta las púas y una persona que trabaja recolectando las frutas, por ejemplo, al tocarlas, se inyecta sin darse cuenta. Pero últimamente nos hemos abocado a temas tales como el virus del Zika y el del covid-19, y hemos hecho varias contribuciones.

Por ejemplo…
Con el virus del Zika hemos publicado un trabajo que considero de suma importancia, que ha hecho posible advertir que las mujeres que se han infectado, aunque se hayan recuperado de la enfermedad, cuando quedan embarazadas están más expuestas a cuadros graves de preeclampsia. También he trabajado bastante en el área de la cientometría: recientemente salió publicado un trabajo en la revista Scientometrics, que aborda las dificultades de los países que hacen escasa cooperación internacional, o bien, al contrario, que viven exclusivamente de este tipo de cooperaciones. No están prestando atención al hecho de que un país no se desarrolla si no hace un mínimo de ciencia y forma sus propios recursos humanos. Estas actividades me han tenido bastante ocupado.

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