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José Israel Vargas

José Israel Vargas: De la crisis a la oportunidad

Defensor de la energía nuclear y crítico del corporativismo, el ex ministro evoca su trayectoria como científico y diseñador de políticas

GLÁUCIA RODRIGUESA los 83 años, José Israel Vargas, nacido en Minas Gerais, no sólo es un testigo privilegiado de la consolidación de la ciencia brasileña durante el siglo XX, sino que también se convirtió en una de las voces más influyentes de la política científica y tecnológica del país, destacándose en cargos como el de ministro de Ciencia y Tecnología desde 1992 hasta 1998: ha sido, hasta ahora, el más duradero como titular de la cartera. Licenciado en química egresado de la Universidad Federal de Minas Gerais en 1952, se relacionó enseguida relacionó con la física, campo en el que consolidó su formación en el Instituto Tecnológico de Aeronáutica (ITA) y en la Universidad de São Paulo (USP). Doctor en ciencias nucleares por la Facultad de Física y Química de la Universidad de Cambridge, Reino Unido, fue uno de los que formularon la política de energía nuclear del país a comienzos de los años 1960, una actividad interrumpida por el golpe militar de 1964, lo cual lo hizo partir, en exilio voluntario, para pasar una temporada de seis años y medio como investigador del Centro de Estudios Nucleares del Comisariado de Energía Atómica de Grenoble, Francia. Vargas reanudó la carrera de mentor de políticas con Aureliano Chaves, en aquella época gobernador de Minas Gerais; más tarde fue secretario de Tecnología Industrial del Ministerio de Industria y Comercio, durante el gobierno de Figueiredo. La llegada de Itamar Franco a la Presidencia lo llevó al Ministerio de Ciencia y Tecnología, en donde se mantuvo durante el primer mandato de Fernando Henrique Cardoso. Como soy mufa [n. del tr.: port. pé frio, ser yeta, tener mala suerte], siempre fui llamado en los momentos de crisis, define Vargas, quien hace tres años reunió algunos de sus escritos de las últimas tres décadas en el libro Ciência em tempo de crise. Como defensor de la energía nuclear y crítico del corporativismo en la ciencia brasileña, Vargas narra su trayectoria en la siguiente entrevista.

Usted se graduó en química, pero su carrera se encauzó hacia la física. ¿Cómo sucedió esa transición?
Mis amigos bromean que, para los físicos, soy químico, y para los químicos, soy físico. Están queriendo decir que soy igualmente ignorante en ambas áreas ¿no es así (risas). El área de atracción para casi toda mi generación fue la de la física nuclear y la energía nuclear, la mayor conquista técnico-científica durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Brasil tuvo la suerte de contar con una generación, la de los años 1940 en la USP, que nos dio una lista de grandes científicos, formados por la brillante escuela italiana creada por Enrico Fermi. Gleb Wataghin y Giuseppe Occhialini formaron, en la USP, a Marcelo Damy, Abraão de Moraes, Mário Schönberg, Paulus Aulus Pompeia, César Lattes y Oscar Sala. Mi contacto con esa generación comenzó durante el período en que fui a estudiar química en la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG), a partir de 1948. En segundo año me pasé a la USP, en la alameda Glete, donde permanecí casi dos años. Como todo joven de la época, yo era de izquierda y estuve metido en la agitación estudiantil y en la campaña El petróleo es nuestro, encabezada principalmente por la juventud comunista. Hice amigos y conocidos que se convirtieron en importantes científicos.

Por ejemplo…
Ely Silva, Luís Hildebrando Pereira da Silva, Ernesto y Amélia Hamburger, Fernando Henrique Cardoso, José Goldemberg y Victor Nussenzweig, con quien, además, estuve preso durante la campaña del petróleo. Regresé a Minas inclinado por la física. Me convertí en profesor de física de escuela secundaria, no obstante proseguir con estudios de química, y fui profesor de física en un cursillo de preingreso en la Facultad de Filosofía de la UFMG.

¿Cómo fue su paso por el Instituto Tecnológico de Aeronáutica?
Durante ese período, el ITA organizó un curso de perfeccionamiento de docentes de física de la escuela secundaria, una iniciativa del CNPq [el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico). Fue organizado por Paulus Aulus Pompeia, quien era una de las más importantes figuras del grupo de Occhialini y Wataghin. Pompeia había sido uno de los protagonistas de un descubrimiento relevante de la física de la época: las denominadas lluvias penetrantes, una de las primeras demostraciones de que el núcleo atómico es mucho más complejo de lo que se imaginaba. En ese curso había unos veintitantos alumnos de todo Brasil. La perspectiva que la energía nuclear abría para la economía mundial y la ciencia era formidable. Era natural que los jóvenes con alguna inclinación científica se encaminasen hacia esa área. El curso fue muy interesante porque Pompeia movilizó a la flor y nata de la física brasileña para dar clases y dictar conferencias. También se encontraban en Brasil, en aquella época, dos grandes físicos estadounidenses, Richard Feynman y David Bohm, éste último refugiado del macarthismo. En esa oportunidad, Abraão de Moraes, que fue un importante teórico de la física y la astronomía brasileña, le sugirió a Pompeia que me llevase al ITA. Recién me había recibido en química, pero fui al departamento de física.

¿Cómo era el ambiente del ITA?
Estuve en el ITA desde 1952 hasta 1954. Fue un período sumamente interesante, porque en el ITA estaban los mejores de Brasil. Jóvenes científicos e ingenieros de diversas áreas, sobre todo de las de ingeniería mecánica, de materiales, de aeronáutica y, por supuesto, de matemática. Había llegado, especialmente del Massachusetts Institute of Technology, el MIT, un gran número de científicos. Algunos alemanes del grupo de Von Braun, aparte de belgas, franceses, checos y suizos que comenzaron a trabajar en un proyecto destinado a crear el primer avión brasileño, la semilla de lo que luego sería Embraer. El ITA era un sitio especial, porque ofrecía casa, comida, un pequeño salario y una carga horaria mínima, que permitía la asistencia a diversos cursos en el propio ITA, uno de ellos el impartido por Walther Baltensperger, proveniente del Politécnico de Zurich, de quien me torné amigo fraternal. Además, yo iba a São Paulo una vez por semana, para asistir al seminario de David Bohm, en la USP, hospedándome frecuentemente en la casa de Fernando Henrique Cardoso. En el mismo edificio residía Mário Schönberg, lo cual motivaba largas charlas nocturnas. Eso me orientó cada vez más hacia la física. Dejé el ITA por una enfermedad de mi padre y regresé a Belo Horizonte. Entonces se abrió un concurso para profesor catedrático de física en el colegio municipal. Poco después se creó en Belo Horizonte el Instituto de Investigaciones Radioactivas (IPR) y el profesor Francisco Magalhães Gomes, organizador del organismo, me invitó para trabajar en lo que yo deseaba, el área nuclear.

El siguiente paso fue el doctorado en la Universidad de Cambridge.
Exactamente. En esa época se organizó en Chile la primera carrera latinoamericana de química nuclear en la Universidad de Concepción, auspiciada por la Universidad de Cambridge y por la UNESCO. Obtuve la beca del CNPq para estudiar allá; fuimos sólo dos brasileños. Conocí a Alfred Maddock, quien me propuso realizar el doctorado en Cambridge y se convertiría en mi director de tesis. Comencé en 1956. La Universidad de Cambridge había sido el principal centro de desarrollo de la ciencia nuclear. En mi época se encontraban allí unos cinco o seis premios Nobel. Los investigadores provenían del programa inglés de armamento nuclear y muchos habían participado en el proyecto Manhattan americano. Por entonces, enseñaban allá varios científicos tales como James Chadwick, descubridor del neutrón y Otto Frisch, autor del primer modelo de fisión nuclear.

¿Qué hizo al regresar a Brasil?
Reasumí mi función en el Instituto de Investigaciones Radioactivas y en la Facultad de Filosofía, donde ejercía en forma interina la cátedra de fisicoquímica y química superior, y luego pasé un concurso como titular. Me esforcé por obtener las condiciones materiales para el trabajo científico, lo cual era urgente. Desde esa ocasión trabé fuerte relación con Marcelo Damy y participé en numerosos grupos de trabajo creados en la Cnen [la Comisión Nacional de Energía Nuclear], presidida por él. Fui designado miembro del directorio de la Cnen y en esa función me convertí en su suplente en la Junta de Gobernadores de la Agencia Internacional de Energía Atómica, en Viena, Austria, donde integré diversas comisiones, dos de las cuales merecen referencia: la que estableció las reglas de salvaguardia para orientar el control por inspección de las actividades nucleares; y la que procedió a la normalización internacional de los datos nucleares, hasta entonces, muy divergentes.

¿Por qué fue usted exonerado de la Cnen luego del golpe de 1964?
Naturalmente recordaban que yo había sido agitador estudiantil; la revolución poseía una memoria extensa. Como todas las revoluciones… Fui sometido a unos tres interrogatorios policiales militares; mi laboratorio fue invadido por un destacamento del ejército. Fui exonerado por pedido del directorio de la Cnen, pero resolví no salir de Brasil hasta que las cosas se esclareciesen, para evitar ser procesado en ausencia. En 1964 me invitaron a viajar a Estados Unidos, a Argentina, a Holanda y a Francia. Opté por Francia, en particular por Grenoble, pero manteniendo estrechas relaciones con el Instituto Nacional de Técnicas Nucleares, que funcionaba en Saclay, cerca de París. Me dirigí a Grenoble porque uno de mis amigos de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), Pierre Balligand, quien fuera su director de reactores de potencia, se convirtió en director del Centro de Estudios Nucleares de Grenoble, conjuntamente con Louis Néel, premio Nobel de Física.

¿Qué relación mantuvo con Brasil ?
En 1969 ó 1970, me solicitaron desde la Cnen que viniese a Brasil para sugerir políticas, presumiblemente nuevas. El presidente de la comisión era el general Uriel Alvim y él quería discutir la reanudación del famoso proyecto del torio, que se había iniciado en el IPR, en Belo Horizonte. Eso ocurrió durante un período en el que no existía una política nuclear brasileña definida; en ese contexto, un grupo de jóvenes ingenieros, físicos y químicos de Belo Horizonte formuló el denominado proyecto del torio, en el marco del cual se aspiraba a construir una entre varias opciones de reactores, particularmente el denominado reactor autogenerador o regenerador, que utilizaría una mezcla de uranio enriquecido y torio. El proyecto perdió apoyo y yo me convertí en la oveja negra del programa. Nunca logré comprobar el hecho, pero estoy seguro por infidencia de una persona amiga e informada de que a nuestra Comisión de Energía Nuclear, mediante un decreto secreto, que aparentemente fue de uso corriente en el régimen del 64, le habían prohibido mantener relaciones conmigo…

¿A qué lo atribuye?
Mi grupo, el de la administración Damy, siempre abogó por un programa independiente, utilizando uranio natural, pero el gobierno militar firmó un acuerdo con Estados Unidos y adquirió un reactor listo, tipo llave en mano. Alimentado con uranio enriquecido, para el cual, el aporte de tecnología nacional sería prácticamente nulo, y eso no lo aceptábamos. Mantuvimos nuestra postura independiente en la Junta de Gobernadores de la AIEA. Cabe recordar que la fatalidad de una tercera guerra mundial era la doctrina corriente en la administración brasileña. Posteriormente se acordó con Alemania, durante el gobierno de Geisel, en el cual tuve participación indirecta. Por ejemplo, la Fundación João Pinheiro, de Belo Horizonte, que yo presidía durante el gobierno de Aureliano Chaves, formuló el programa Pronuclear, que sería administrado por el CNPq, destinado a la formación del personal necesario para la implementación del acuerdo nuclear con Alemania. Oscar Sala, Goldemberg y yo, reticentes en cuanto al acuerdo, fuimos invitados a visitar las instalaciones nucleares alemanas. Creí y sigo creyendo que el programa nuclear era un instrumento para la modernización del país. Yo juzgaba que poseía aristas positivas. El programa quedó reducido durante un largo período al reactor americano de Angra 1. Se trataba de un reactor con el cual no adquiriríamos ninguna tecnología, a no ser, para ser justo, la de seguridad, de gestión y operatoria. El primer reactor de los que estaban previstos en el acuerdo nuclear con Alemania fue el de Angra 2, que finalmente contó con mi apoyo.

GLÁUCIA RODRIGUES¿Cómo fue su regreso a Brasil?
Llegó un momento en el que tuve que decidir. Yo tenía cuatro hijas, la mayor  con 12 años. Seguir en Francia significaría establecerme permanentemente, ya que era probable que ellas se casasen allá. Volví en 1972. Fue un momento importante para la ciencia brasileña. En 1972 la Finep [la Financiadora de Estudios y Proyectos] estaba dirigida por José Pelúcio Ferreira, figura preponderante para la promoción entre nosotros de una política científica extremadamente activa y sabia, disponiendo de amplios recursos financieros, provenientes del BNDES y además de la propia Finep. Yo no conocía a Pelúcio, pero él me invitó para conversar. Quería que yo fuese una especie de consultor. Le expresé mi reticencia a cualquier relación con el gobierno militar y que no estaba interesado en su invitación. Al salir, le pregunté quién había sugerido mi nombre. Celso Furtado me dijo. Yo había trabado amistad con Celso en Cambridge. Entonces le dije que todo cambiaba de aspecto; si la sugerencia había sido de Celso Furtado era porque él merecía consideración. Entonces, ¿qué haremos, me preguntó. Mi propuesta fue la siguiente: trabajar sobre materiales estratégicos, tales como níquel, zinc, niobio. El niobio resulta importante porque contamos con el 90% de las reservas mundiales y no disponemos de níquel; nuestros no ferrosos se ven todos muy alterados por las inclemencias tropicales, y requieren tecnología autónoma. La gran reforma del sistema de ciencia y tecnología brasileño fue impulsada por Pelúcio y Reis Velloso, durante el gobierno de Geisel. Y para mi sorpresa fui nombrado miembro del plenario del nuevo Consejo Nacional de Investigaciones, un organismo dependiente de la Presidencia de la República que coordinaba las actividades de investigación y desarrollo del país. Al mismo tiempo, no me concedían el pasaporte para salir del país…

El gobierno militar también ostentó una característica modernista, tal como evidencia su aproximación con los científicos…
Hubo esa ambigüedad. Existía la oposición de ciertos grupos e instituciones que, en parte por ambición de carrera, me veían tal vez como un competidor, pero fui nombrado por el propio Geisel. Simultáneamente, Aureliano Chaves había sido nombrado gobernador de Minas Gerais y me conocía. Él me invitó para organizar la Secretaría de Ciencia y Tecnología de su gobernación. Le respondí que no aceptaba por no estar a la para lo suficiente acerca del panorama en el que debería actuar; había estado casi siete años afuera. Él me dijo: ¿Quiere tomarse un tiempo para reflexionar, pensar, hacer un estudio? Acepté esta sugerencia y fui nombrado presidente de la Fundación João Pinheiro. Por esa época también se creó Embrapa.

¿Cómo fueron los debates que impulsaron la creación de Embrapa?
Me opuse al proyecto tal como se perfilaba, hasta que me presentaron el programa de formación de recursos humanos. El proyecto de Alysson Paulinelli, ministro de Agricultura, consistía en el envío de 800 jóvenes brasileños a realizar doctorados en las mejores universidades extranjeras, particularmente en Wisconsin, Purdue, Cornell y otros centros de prestigio internacional. Entonces, me declaré a favor del proyecto. Yo sabía que, de esos 800, un 10% contaría con la competencia necesaria para asimilar los progresos surgidos en genética molecular, reorientando los programas de la empresa en ese sector estratégico. Recuerdo ese problema porque no hay secretos en la elección de la ruta del progreso. La sucesión de medidas que originaron Embraer y Embrapa son acabados ejemplos de éxito: reclutamiento y formación altamente competente, flexibilidad de gestión, independencia en relación con las instancias burocráticas. Actualmente nos hemos olvidado un poco de eso. La ciencia es una obra de individuos, quienes hacen buena ciencia son los buenos científicos, quienes realizan una excelente ciencia son los excelentes científicos. ¿Cuál es el rol del gobierno, de la política, de la administración Es el de crear las condiciones como para que gente de calidad pueda realizar ciencia de calidad. La segunda exigencia es la siguiente: al contrario que la tecnología, que puede ser local, relacionada con las condiciones naturales propias y los recursos naturales originales, la ciencia es universal, no existe una ciencia brasileña, existe ciencia.

Usted se opuso a la creación del MCT ¿Por qué?
Siempre fui contrario, porque el ministerio entra en una línea de competencia con otras carteras, reconocidamente más poderosas desde el punto de vista de los políticos, casi siempre con una visión miope. Por eso el Ministerio de Ciencia y Tecnología siempre es considerado como de segunda o tercera categoría. Con la reforma de Reis Velloso, Pelúcio colocó a la ciencia en el área de la Presidencia de la República, asegurándole prioridad y presupuesto. Eso es lo que importa. ¿Por qué se creó el ministerio? Por una razón política. El doctor Ulysses Guimarães le disputaba la nominación a Renato Archer como ministro de Relaciones Exteriores. Tancredo estaba comprometido con Olavo Setúbal. Entonces se creó el Ministerio de Ciencia y Tecnología para Archer, quien además fue buen ministro. Eso revela el aspecto vulnerable y desvirtuado de la ciencia y la tecnología para la sociedad brasileña. Todavía no forman parte de nuestro sistema de valores.

¿Cómo fue que le ofrecieron el ministerio?
Cuando cayó Collor de Melo, Itamar Franco me lo ofreció. Yo le contesté que había quedado algo escarmentado luego de ejercer la función de secretario de Tecnología Industrial durante el gobierno de Figueiredo. A lo que Itamar me dijo, ah, pero es necesario que me des una mano. Estoy intentando conformar un gobierno de unidad nacional. Como soy mufa, llegué en una crisis, pero fui el ministro de Ciencia y Tecnología que más tiempo ha durado hasta ahora. Itamar me apoyó mucho. Lo que logré hacer fue producto, inicialmente y en gran medida, de la privatización de Companhia Siderúrgica Nacional. Los recursos hicieron posible poner en marcha una buena cantidad de obras o proyectos cajoneados, por carencia de fondos…

¿Por ejemplo?
No asumí para inventar la rueda, y partí del principio de que mis antecesores no eran imbéciles  ni maliciosos, sino personas que realizaron un balance de la oportunidad o propicia o no para realizar ciertos proyectos y dar comienzo a otros tantos. Entonces ocupé mi tiempo finalizando obras ya comenzadas. Muchas iniciativas, tanto del régimen militar como posteriores, se desvirtuaron por una decisión desastrosa de la Constitución de 1988: el régimen jurídico único, que equipara los sueldos de los profesores de la UFRJ, la UFMG y la Unifesp; que establece las mismas atribuciones y remuneraciones para los docentes de esas instituciones y para los de cualquiera de esas universidades que creó el gobierno de Lula, a diestra y siniestra. Existía una disposición que prácticamente impedía la contratación de científicos extranjeros; se necesitaron cuatro años de lucha para eliminar de la Constitución la prohibición. Requirió mucho tiempo, y las camarillas universitarias y el régimen jurídico único no permiten desparramar por el país gente que trabaje en investigación en áreas de frontera.

¿Qué opinión le merecen los cambios en la legislación sobre innovación?
Luis XV o Madame Pompadour, existen divergencias al respecto, fueron los autores de la famosa frase après moi, le déluge (después de mí, el diluvio). En Brasil sucede lo contrario, es antes de mí, fue el diluvio. Todo lo realizado con anterioridad debe abandonarse. Contábamos con dos leyes extremadamente importantes que promovían el desarrollo de la ciencia y la tecnología con la participación de la industria, la 8.248, la ley de la informática, y la 8.661, que les permitía a las empresas deducir hasta un 8% del impuesto a las ganancias si aplicaban ese porcentaje en ciencia y tecnología. La ley 8.248 era mucho más generosa, ya que incidía sobre la facturación del sector de informática. Ambas fueron alteradas. Uno de los motivos de la falta de éxito de las relaciones de la industria con la universidad y con los organismos de promoción de la investigación científica es que los desarrollos importantes desde el punto de vista económico, generadores de réditos, están protegidas por secreto. La empresa que quiere desarrollar un nuevo dispositivo no tolera remitir su idea innovadora a la burocracia decisoria conformada por los científicos de la Finep, del CNPq. Ni tampoco remitirla a sus iguales, porque son probables competidores. La solución consiste en conceder el incentivo solamente a posteriori. Si una empresa declara que va a destinar tal monto en ciencia y tecnología; lo destina, contrata a la universidad, hace lo que quiera, con cláusula de secreto. Una vez finalizado el proyecto, el gobierno, una vez demostrado lo que se hizo, concede o no el incentivo. ¿Suena trivial, cierto Pero es esencial. Como contradice las reivindicaciones de la comunidad científica, que quiere contar con poder de decisión, se engendra esa incompatibilidad entre el sector productivo y el académico. Uno de los cambios realizados en esa ley fue el de conceder un mayor rol a los organismos decisorios. Fue un error.

GLÁUCIA RODRIGUES¿Cuál será el futuro de la matriz energética brasileña?
En primer lugar, la energía hidroeléctrica. Todos hablan de las mega centrales, pero cuando se hace un relevamiento del potencial hídrico de Brasil en general no se considera todo el potencial que de las llegan a menos de 20 megavatios. Las mini centrales cuentan con un inmenso potencial. Creo que necesitamos la energía nuclear en reemplazo de la generación mayoritaria, actualmente producida por el gas, el carbón y el fuel oil de origen fósil, que ocasionan el efecto invernadero.

La energía nuclear sufrió un retroceso durante los años 1980, por razones de seguridad, que ahora puede repetirse, luego de las fugas radioactivas ocasionadas por el terremoto en Japón. ¿Existe tecnología madura para que la energía nuclear sustituya o de hecho complemente a la que necesita Brasil?
No. Nuestro país cuenta con pocas posibilidades de reanudar las actividades en el rubro porque el personal especializado del que disponía envejeció, ya que no hubo estímulos para formar nuevos expertos. Hace más de 30 años, durante el gobierno de Geisel, se creó el programa Pronuclear. Durante su vigencia se envió al exterior a más de 600 personas ingenieros, geólogos, químicos, físicos para estudios de especialización, principalmente en Alemania. Esa gente envejeció, se jubiló. La única iniciativa que sobrevivió son los restos del denominado programa paralelo, actualmente llevado adelante por el almirante Otto Pinheiro y que constituye un gran éxito. Gracias a este programa, Brasil domina la tecnología de enriquecimiento isotópico del uranio. Contamos con una valiosa moneda de cambio en esa área. Aunque no se disponga de personal, es posible, por lo tanto, retomar el trabajo en el sector reanimándolo, sobre todo, por vía de la cooperación internacional.

¿Y la cuestión de la seguridad?
Resulta indispensable la adopción de sistemas regulatorios de radioprotección independientes y eficientes, que garanticen la seguridad de las centrales existentes y de las futuras. Me parece que lo que se hizo hasta ahora en el área es insuficiente. Brasil no separa el licenciamiento y la fiscalización, de las actividades ejecutivas en el rubro nuclear; incumple, por ende, la recomendación de la Agencia Internacional de Energía Atómica, emitida en 2003, y además aprobada con el voto brasileño, y soslaya el alerta emitido hace años por la comunidad científica. Un ejemplo irrefutable: el accidente de Goiânia motivó un proyecto de ley que corregiría esa anomalía, que se encuentra cajoneada hasta hoy en la Cámara de Diputados. La inercia sería el resultado de presiones corporativistas del personal de la Cnen. No tengo dudas de que la energía nuclear será fundamental para la atención de las necesidades energéticas mundiales. Naturalmente, los acontecimientos en Japón frenarán, tal vez durante un largo período, el lanzamiento de nuevos proyectos. Recientemente se ha mencionado acerca de nuestro pretendido potencial eólico. En Francia, que genera casi el 80% de la energía que consume en centrales nucleares, se estima que la energía eólica proveniente de generadores marinos es cuatro veces más cara. Un mayor potencial es el de la biomasa, particularmente la correspondiente al bagazo de caña, ya sea por quema directa o como materia prima para su utilización en las futuras instalaciones de hidrólisis enzimática de celulosa.

Desde su egreso del ministerio hasta ahora, algunos indicadores tales como los de producción científica están creciendo progresivamente. ¿Cómo evalúa estos últimos años?
Desgraciadamente el sistema científico y tecnológico también fue imbuido de la ideología oficial que sostiene que Brasil comenzó hace ocho años. Cuando arribé al ministerio, pese a las dificultades enfrentadas, la indispensable participación del sector privado en el presupuesto de ciencia y tecnología era de un 6%; cuando salí, llegaba al 30%. Cuando Sérgio Rezende dejó el ministerio en 2010, ese porcentaje era de 34%. Triplicamos el número de doctores, pasando de mil a 3 mil y la pasada administración también lo triplicó hasta alcanzar 10 mil. En términos relativos aumentó muy poco; en términos absolutos, el volumen de recursos creció como el PIB. Cuando me fui del MCT, alrededor del 1% ó el 1,1% del PIB era lo que se destinaba a ciencia y tecnología; ahora se sitúa en el 1,3%. El PIB aumentó, pero el esfuerzo relativo casi no sufrió alteración. El índice de las patentes licenciadas sigue mal: el 90% de ellas es registrado por no residentes. La producción científica nacional aumentó y el número frecuentemente citado es de 19 mil publicaciones anuales. Pero se modificó la base de conteo, que actualmente es más amplia que la anterior utilizada por el ISI.

El número de revistas brasileñas en la base de revistas ISI trepó de algunas decenas a más de un centenar.
Cuando cambió la base, por supuesto que el número creció. En otros términos, no implicó un aumento significativo. Esa cuestión me impulsa a referirle nuevamente las dificultades que enfrenté y algunos logros. Uno de ellos fue la creación del CPTEC [el Centro de Pronóstico del Tiempo y Estudios Climáticos, del Inpe], gracias al cual Brasil pasó a contar con un pronóstico meteorológico del Primer Mundo. Se instaló en Petrópolis el Laboratorio Nacional de Computación Científica José Pelúcio Ferreira, que se trasladó de Río de Janeiro, donde funcionaba en Praia Vermelha, hacia un nuevo campus. El Laboratorio Nacional de Luz Sincrotrón también comenzó a funcionar durante el gobierno de Fernando Henrique Cardoso, financiado con recursos en parte provenientes de la privatización de la CSN, durante el gobierno de Itamar Franco. En el caso de los denominados fondos sectoriales, se creó, durante mi gestión, el fondo de royalties provenientes de la renta de las concesiones petrolíferas, destinado a ciencia y tecnología, gracias a la propuesta del en ese entonces senador Eliseu Resende, quien le restituyó a la Nación el monopolio del petróleo. En el área espacial, creamos la Agencia Espacial Brasileña y se construyeron dos satélites brasileños en el Inpe, aparte de otros dos en colaboración con los chinos. Ese sector fue considerablemente favorecido debido a la continuidad del Programa de Desarrollo Científico y Tecnológico (PADCT), con el aval del Banco Mundial y por la creación de fondos para los Núcleos de Excelencia, que se convirtieron en hitos importantes para la presencia de Brasil en el contexto científico global.

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