Entre 2000 y 2012, el 49,4% de los 172 países pertenecientes a la Organización Mundial de la Salud (OMS) registraron reducciones de más del 10% en los índices de suicidio. A contramano de esa tendencia, en Brasil se dio un aumento del 10,4%, con un crecimiento significativo entre la población joven. Las estadísticas más recientes del Ministerio de Salud indican que las muertes autoprovocadas en la franja de edad de los 10 a los 14 años subieron un 40% entre los chicos y un 30% entre las chicas, durante el período que va de 1997 a 2015. “Los conflictos psíquicos, el abuso del alcohol y de drogas y la exposición a la violencia, sumados a la escasez de políticas públicas integradas para la prevención de comportamientos suicidas, son algunas hipótesis para explicar este panorama”, analiza la antropóloga Sandra García, coordinadora del Núcleo de Población y Sociedad del Centro Brasileiro de Análise e Planejamento (Cebrap), quien desde el año pasado investiga el fenómeno en Brasil.
Anualmente se registran 1 millón de suicidios en el mundo y, por cada muerte, informa García, se estiman por los menos 20 intentos sin éxito. A partir del análisis de datos del Ministerio de Salud, investigadores del Cebrap y del Núcleo de Estudios de Población “Elza Berquó” (Nepo) de la Universidad de Campinas (Unicamp) detectaron que en Brasil el suicidio fue la cuarta causa de muerte entre personas de 15 a 29 años en el período 2011-2016, con cifras cuatro veces superiores para los varones (9 muertes por 100 mil habitantes) con respecto a las mujeres (2,4 muertes por 100 mil habitantes). Con excepción del grupo etario de 15 a 19 años de la región centro-oeste del país, en todas las demás regiones las mujeres intentan más veces quitarse la vida que los hombres. “Entre las niñas de 10 a 14 años de la región nordeste, la incidencia de casos de automutilación llega al 39,7%”, informa Garcia.
La investigadora también alerta sobre el aumento del suicidio entre los indígenas. “En esa población, la proporción de muertes por suicidio por cada 100 mil habitantes es de 12, el doble del promedio nacional (5,7)”, destaca. Según la estudiosa, históricamente, el sur de Brasil registra la mayor cantidad de suicidios, con 12 muertes por 100 habitantes al año. “Hace 10 años, en la región norte de país, ese valor era de 7. Ahora también ha llegado a 12 suicidios por cada 100 mil habitantes, un crecimiento que se debió al aumento del suicidio indígena”, analiza.
En lo que se refiere al cuadro global, la antropóloga observa que, en los países de alto ingresos, la mortalidad por suicidio es 3,5 veces mayor entre los varones. Por otra parte, la incidencia de ideas suicidas es mayor entre las mujeres. A pesar de la tendencia de crecimiento, en Brasil la prevalencia de suicidio sigue subestimada, debido a la baja notificación de casos o errores de clasificación. Algunas muertes son consideradas “accidentales” o se registran como “causa indeterminada”, ya sea por errores de notificación o incluso por omisión de la propia familia, relata Garcia.
Como encargada de establecer esa nueva línea de investigación en el Cebrap, la demógrafa Elza Berquó, profesora emérita de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de São Paulo (FSP-USP), según su propio relato, decidió incluir el tema del suicidio en los estudios demográficos después de identificar dos fenómenos: el aumento del número de jóvenes con VIH positivo y de casos de embarazos indeseados. “¿Por qué esos fenómenos ocurren en un momento en el cual los adolescentes pueden prevenirlos usando, por ejemplo, preservativos o la píldora del día después?”, se pregunta. Al buscar respuestas, Berquó consideró la hipótesis de que los jóvenes pasaron a querer correr riesgos como forma de encontrar un sentido para sus vidas.
Salud mental
Se calcula que más del 90% de los casos de suicidio están asociados a la existencia de algún trastorno mental como depresión, trastorno bipolar o esquizofrenia. En un estudio llevado a cabo por investigadores de las instituciones estadounidenses San Diego State University, Florida State University, Lynn University y Pomona College se analizó la incidencia de trastornos mentales y casos de suicidio en adolescentes y adultos en Estados Unidos. Se identificó tras la investigación que, entre 2005 y 2017, las tasas de depresión aumentaron un 52% entre adolescentes de 12 a 17 años y, de 2009 a 2017, subieron un 63% entre adultos de 18 a 25 años. Para esa franja de edad, en el mismo estudio se constató que hubo un aumento del 71% en los registros de sufrimiento psicológico grave entre 2008 e 2017. Tales tendencias de crecimiento son débiles o inexistentes en adultos de más de 26 años, lo que indica un cambio generacional en la incidencia de los trastornos mentales. Los autores del estudio sugieren que el aumento del sufrimiento psicológico entre los más jóvenes puede estar relacionado con el uso de la comunicación electrónica y los medios digitales, además de la reducción de las horas de sueño.
“En Brasil, detectamos que la depresión está afectando a las personas más jóvenes, cada vez más solitarias e inmediatistas. Es una generación que recurre a la automutilación como forma de representar el dolor”, afirma el psiquiatra Neury José Botega, de la Facultad de Ciencias Médicas de la Unicamp. Guilherme Vanoni Polanczyk, del Departamento de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la USP (FM-USP), explica que, en determinados casos, un trastorno mental no tratado o tratado de forma indebida puede culminar en el suicidio.
Atentos a ese panorama, investigadores del Instituto de Psiquiatría (IPq) de la FM-USP, de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp) y de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS), quienes integran el Instituto Nacional de Psiquiatría del Desarrollo (INPD), analizaron el desarrollo de 2.511 niños y niñas de 6 a 12 años inscritos en escuelas públicas de Porto Alegre y São Paulo e identificaron en 651 de ellos algún tipo de trastorno mental como ansiedad, fobias, déficit de atención, hiperactividad y esquizofrenia. “De esos, el 81% nunca recibió tratamiento psiquiátrico o psicológico. Verificamos también que los de color pardo presentaron mayores probabilidafes de no ser tratados, en comparación con las niñas y niños blancos”, afirma el psicólogo Daniel Fatori, que realiza su posdoctorado en el IPq y es uno de los autores del trabajo.
Polanczyk explica que cerca del 14% de los niños y adolescentes del mundo presentan algún tipo de trastorno mental. “En los países desarrollados, cerca del 35% de los niños con esos trastornos reciben tratamiento, pero en Brasil la atención cae a 18%”, contrasta. Él sostiene que los trastornos mentales surgen a partir de la combinación de factores genéticos, biológicos y ambientales. “Todavía no hay posibilidad de intervenciones curativas”, afirma. Por otra parte, cada vez más se busca, a partir de los estudios, desarrollar estrategias de prevención, en la medida en que el reconocimiento y la intervención temprana aseguran una mejor evolución de los cuadros clínicos. “Los perjuicios en el vínculo entre madre y bebé, el abandono y la violencia representan situaciones de alto riesgo para la ocurrencia de trastornos mentales a lo largo de toda la vida”, considera el médico psiquiatra.
En el proyecto se trata, bajo la coordinación de Polanczyk, de la identificación de adolescentes embarazadas que viven en situación de extrema pobreza en São Paulo. “Acompañamos a esas jóvenes desde el primer trimestre de gestación hasta que el bebé cumple 2 años, elaborando acciones para mejorar los vínculos afectivos, evitando situaciones de abuso y violencia”, explica el investigador, recordando que el 75% de los adultos con trastornos mentales presentaron los primeros síntomas antes de los 18 años. Polanczyk recuerda, además, que la psiquiatría de la infancia y de la adolescencia representa un campo científico nuevo, con los primeros estudios realizados por universidades europeas recién en la década de 1960. En Brasil, los médicos de salud de la familia y pediatras tienen una capacitación limitada en cuestiones de salud mental de niños y adolescentes. Son pocos los que saben, por ejemplo, cómo evaluar la ocurrencia de ideas suicidas.
Una dificultad adicional señalada por Sandra Garcia es Rsoulución nº 104 del Ministerio de Salud. Publicada en enero de 2011, esta normativa determina que las autoridades médicas municipales notifiquen obligatoriamente todos los intentos y los casos de suicidio registrados. Pese a que esta iniciativa ha propiciado un mejor control de la incidencia de violencia autoprovocada, su formulario es problemático. No prevé, por ejemplo, la inclusión de información sobre intentos anteriores. “Tener un historial de intentos previos es contar con el indicador más importante para el suicidio. El formulario debería exigir ese dato”, afirma.
Un estudio realizado por el Centro Regional de Estudios para el Desarrollo de la Sociedad de la Información (Cetic) revela que el 85% de los niños y adolescentes entre 9 y 17 años en Brasil utilizaban internet en 2017, lo que corresponde a 24,7 millones de personas. “Alrededor del 80% de esos usuarios tienen el hábito de navegar todos los días. Aunque están totalmente conectados, pueden estar aislados. En otras palabras, si atraviesan un proceso de depresión o angustia, cuando se desconectan quizá no encuentran el apoyo adecuado, lo cual tiende a agudizar el sufrimiento”, analiza la antropóloga del Cebrap. Pese a la inexistencia de estudios que evidencien la relación directa entre el uso abusivo de la tecnología y la ocurrencia de síntomas depresivos o ansiosos, Polanczyk considera que es necesario evaluar no solo la cantidad de horas que los jóvenes se pasan frente a las pantallas de computadoras, tabletas y celulares, sino también el contenido visitado. “La pregunta que debemos hacernos es: ¿quién hace uso de cuál contenido? Un adolescente con síntomas depresivos que, por ejemplo, tiene dificultades sociales puede buscar en internet situaciones que reflejen o potencien su estado emocional en sitios que incentivan la automutilación o incluso el suicidio”, advierte el psiquiatra.