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Memoria

La ciencia del Brasil colonial

Hace 214 años eran contratados naturalistas por mandato de la Corte portuguesa con el objetivo de conocer mejor las riquezas naturales del país

MUSEU PAULISTA/USPLa contratación de científicos por parte del Estado con el objetivo de realizar estudios sobre la naturaleza y perfeccionar tecnologías está lejos de ser una iniciativa reciente en Brasil. A finales del siglo XVIII, la Corte portuguesa determinó expresamente que los gobernadores de las capitanías brasileñas debían contratar naturalistas con el objetivo de hacer mapas del territorio, realizar prospecciones minerales y desarrollar y propagar técnicas agrícolas más eficientes. Todo eso para intentar generar más divisas y ayudar a equilibrar las alicaídas cuentas del reino de Portugal.

La orden de salir en busca de hombres de ciencia capaces de investigar la naturaleza brasileña partió de don Rodrigo de Sousa Coutinho al momento de asumir la Secretaría de Estado de Marina y Dominios Ultramarinos, en 1796, e incluía la formulación de una nueva política para la administración del Imperio colonial portugués. Para Sousa Coutinho, se hacía necesario conocer en carácter urgente la utilidad económica de las especies autóctonas e investigar el verdadero potencial mineral de las tierras de ultramar. Les cabía a los gobernadores de cada capitanía seguir de cerca los trabajos e informarle a la Corte sobre los progresos logrados.

Se contrataron naturalistas en Minas Gerais, Pernambuco, Bahía y Ceará. En São Paulo, el gobernador Antônio Manuel de Melo Castro e Mendonça recibió a João Manso Pereira, un químico autodidacta versado en idiomas tales como el griego, el hebreo y el francés, profesor de gramática e abocado en una amplia gama de actividades. Manso Pereira fue un caso notable de autodidactismo que, sin haber salido jamás de Brasil, intentaba mantenerse actualizado con relación a las novedades científicas que circulaban en el exterior, dice el historiador Alex Gonçalves Varela, investigador del Museo de Astronomía y Ciencias Afines (Mast) y autor del libro Atividades científicas na Bela e Bárbara capitania de São Paulo (1796-1823) (Annablume, 2009). El químico era inventor y publicó diversas memorias científicas: desde la reforma de alambiques y el transporte de aguardiente hasta la construcción de salitreras. Pero fracasó en el proyecto de instalación de una fábrica de hierro. Fue cuando su didactismo mostró sus límites.

En 1803, el gobernador Antônio José de Franca e Horta nombró en su lugar a Martim Francisco Ribeiro de Andrada e Silva. Hermano de José Bonifácio quien vendría a desempeñar un papel relevante en la historia de la Independencia, Martim era distinto que João Manso. Tenía una formación académica sólida, había andado por Europa y estudiado en la Universidad de Coimbra. Traductor de obras científicas, hizo numerosos viajes por el territorio paulista y fue un difusor de las ciencias mineralógicas en la época. Se regía por el conjunto de prácticas científicas del período, es decir: la descripción, la identificación y la clasificación de los minerales en su local de existencia, comenta Varela. Años más tarde, Martim y Bonifácio realizaron juntos una conocida exploración por el interior paulista (lea en Pesquisa FAPESP, edición 96).

João Manso, Martim y Bonifácio tenían en común el conocimiento enciclopédico y una fuerte ligazón con la política del período. Martim llegó a ser ministro de Hacienda y participó en aquél que se volvió conocido como el gabinete de los Andrada, invitado por su hermano en 1822. De acuerdo con Varela, el trabajo científico de los tres naturalistas fue de suma relevancia para ayudar al gobierno lusitano a conocer pormenorizadamente la capitanía paulista y sus recursos naturales.

La ciencia y la técnica brasileña no son tan recientes como se afirmaba hasta mediados de la década de 1980, y no empezaron practicarse acá recién después de que surgieron los institutos biomédicos, a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, afirma el historiador. Existen numerosos ejemplos de hombres ilustrados que investigaban la naturaleza, trabajaban con una ciencia utilitaria y producían conocimiento en el período colonial en Brasil. Por último, una curiosidad: los historiadores siguen usando los términos naturalista y filósofo natural para referirse a los hombres de ciencia de la época, pues la palabra científico no existió hasta 1833. Ese año fue utilizada por primera vez por el polígrafo William Whewell, quien creó ese neologismo para referirse a las personas presentes en una reunión de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia.

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