Investigadores del Laboratorio de Estudios sobre la Ciudad Antigua (Labeca) del Museo de Arqueología y Etnología de la Universidad de São Paulo (MAE-USP) intentan comprender mejor cómo utilizaban las polis –las antiguas ciudades griegas– todo el territorio bajo su esfera de influencia durante los períodos Arcaico y Clásico, entre los siglos VIII y III a.C. Desde el punto de vista de la ocupación espacial, las polis, una forma innovadora y autónoma de organización social no sometida a un poder centralizado, se dividían en dos áreas: el asty, más densamente poblada, “urbana” y menor, que abarcaba el núcleo fundacional, donde los ciudadanos –los habitantes libres de sexo masculino nacidos allí–, ejercían la actividad política; y la khora, el sector rural, de mayor extensión, que se dedicaba a la práctica de la agricultura, ganadería y explotación de maderas. Las fronteras de una polis estaban definidas por los límites de su khora.
El rol de la khora, área en disputa entre las polis en guerra, en función de su importancia estratégica como fuente de alimentos y expresión de poder político, constituye el eje central que articula las investigaciones del equipo del Labeca durante los últimos cuatro años. Para ello, los arqueólogos del MAE efectuaron expediciones de campo a sitios griegos de la Europa mediterránea e investigaron en la literatura específica del tema. “Gran parte de los trabajos que se llevaron a cabo desde el siglo XIX priorizan el área ‘urbana’ de las antiguas ciudades griegas como si la misma representara toda la polis”, dice la arqueóloga Maria Beatriz Borba Florenzano, coordinadora del Labeca y de un proyecto temático sobre las relaciones entre el asty y la khora de las antiguas ciudades griegas.
El objetivo prioritario de los trabajos del Labeca no ha sido Atenas, ni Esparta, ni Tebas, las ciudades más conocidas y estudiadas de la Antigua Grecia Balcánica, sino conjuntos de polis ubicadas dentro y fuera de la Hélade continental, especialmente, las de la Magna Grecia, tal como los helenos denominaban al sur de Italia, a Sicilia, al norte de África y a la Argólida, la región nororiental del Peloponeso. Las primeras fundaciones griegas en Sicilia datan del siglo VIII a. C., una época en la cual, dentro de la región balcánica, Atenas, Corinto y Argos se hallaban aún en etapa de construcción. El proceso de ocupación de Sicilia abarca los siglos VIII a VI a. C. Los datos de las fuentes textuales no siempre coinciden con las informaciones recabadas en las excavaciones y trabajos arqueológicos, pero actualmente se considera que Naxos, Megara Hiblea y Siracusa surgieron entre los años 750 y 730 a. C. En 680 a. C. se fundó Gela, y Selinunte fue fundada por antiguos habitantes de Megara Hiblea posiblemente alrededor de 650 a. C. En el siglo VI a. C., los habitantes de Gela crearon el núcleo central de otra importante polis en la isla, Agrigento. En la península itálica, la cronología no es demasiado distinta. En la década de 1990, se descubrieron en Isquia, una isla del golfo de Nápoles, los vestigios de Pitecusas, una ciudad griega del comienzo del siglo VIII a.C., que tal vez sea la más antigua de la Magna Grecia.
Mil quinientas polis con la misma lengua y la misma religión
Por lo tanto, las primeras polis que se erigieron en las costas occidentales del Mediterráneo fueron contemporáneas a la fundación de las principales ciudades de la propia Grecia continental. Se desarrollaron en forma autónoma y paralela a Atenas y el resto de las polis de los Balcanes. En esa época todavía no existía un modelo instituido del uso de la asty o de la khora que pudiera imitarse y los asuntos locales y regionales definían modos específicos de apropiación del espacio. “Grecia Antigua debe tomarse como el mundo griego en el Mediterráneo”, sostiene Borba. “Ella incluye los asentamientos griegos en la península balcánica, donde se ubica Grecia actualmente, en Turquía, en Italia, en Francia, en España, en el norte de África y en el mar Negro”. En el período estudiado, el área que se contempla como griega era mucho mayor que la delimitación actual de Grecia. La polis griega de Quersoneso, por ejemplo, fundada hace 2.500 años, se asentaba sobre parte del actual territorio de Sebastopol, un importante puerto del sur de Crimea, una región que hoy se disputan Ucrania y Rusia.
Los estudios más recientes indican la existencia de alrededor de 1.500 polis establecidas por los antiguos helenos, casi todas en áreas cercanas al litoral mediterráneo. Aunque el número de polis que se conocen sea elevado, la mayoría de los estudios históricos y arqueológicos se concentran sobre Atenas, a la que durante mucho tiempo se tomó como modelo de lo que era una ciudad griega antigua, la polis por excelencia. Empero, esa percepción, según los investigadores del Labeca, resulta sumamente parcial y debería relativizarse. Como parte de un esfuerzo por trascender ese abordaje reduccionista del antiguo mundo griego, el laboratorio del MAE creó el Nausitoo, un banco de datos con informaciones, fotografías y planos de ocupación del espacio urbano y rural de casi 200 polis desperdigadas por el Mediterráneo. “Los habitantes de las polis griegas, independientemente de su localización geográfica, hablaban un lenguaje común y adoptaban la misma religión y costumbres”, explica la arqueóloga Elaine Hirata, otra de las investigadoras del Labeca. “Existía un mundo interconectado en el Mediterráneo. El banco de datos nos permite realizar estudios comparativos entre las ciudades”.
La más poderosa de las polis de Sicilia era Siracusa, y tal vez sea el caso más extremo de esas antiguas conexiones. Entre las polis griegas, no existía una relación asimétrica entre metrópolis y colonia, si bien las más fuertes habrían tenido influencia sobre las más débiles. De acuerdo con las circunstancias, se establecían alianzas para luchar contra otras ciudades griegas o enfrentar a enemigos externos, tales como los persas, fenicios o cartagineses. Siracusa llegó a ser la segunda mayor polis griega durante el siglo V a.C. y derrotó a Atenas en guerras.
La ocupación de su territorio presentaba peculiaridades en relación a otras polis, según refieren los investigadores del Labeca. Alrededor del asty, el núcleo central, de Atenas y de la mayor parte de las polis griegas, existía una muralla de protección. Ésa era la regla general. Con todo, en su apogeo, Siracusa exhibía una muralla mucho mayor, que circundaba incluso parte de su khora. Algunas de las novedades referentes a la organización del espacio más “urbano” también parecen haber surgido antes en la ciudad siciliana que en otros sitios del antiguo mundo griego. Siracusa se originó en el islote de Ortigia, casi contigua al área de tierra firme. Los caminos de la ciudad se distribuyen sobre un plano ortogonal, un dibujo de red “urbana” que más tarde se utilizaría del otro lado del Mediterráneo. “Atenas reconstruyó el área del entorno del puerto de El Pireo adoptando la ortogonalidad como principio urbanístico de organización del espacio”, afirma Hirata.
El campo como zona de contacto
Durante mucho tiempo, los principales estudios históricos o arqueológicos describían la khora como un sector menos importante de las polis griegas. Eso es así, porque las edificaciones de carácter político, como eran las que albergaban las asambleas y consejos, los espacios de convivencia de los ciudadanos, tales como el ágora, y el templo de la divinidad protectora estaban emplazados en rl asty. La zona más apartada del territorio de una polis tendría menor importancia, si se la percibe tan sólo como un área de trabajo agrícola, que efectuaban los esclavos que cultivaban la tierra para los ciudadanos libres del asty, el centro cívico donde residía el poder. En las últimas décadas, especialmente a raíz de las excavaciones arqueológicas que se efectuaron fuera del núcleo “urbano”, esa percepción se reformuló, según los investigadores del Labeca.
La khora aparece ahora como un área con gran dinamismo económico, con una ocupación mucho más densa de lo que los textos nos sugerían. También se la percibe como un espacio con construcciones monumentales, tales como templos de divinidades importantes que funcionaban como “fronteras simbólicas” entre una polis y otra. “El gran interés que le prestaban los antiguos griegos a la interacción asty-khora se evidencia en los calendarios de las festividades religiosas de las ciudades donde se organizaban rituales, como por ejemplo, procesiones, que conducían a la población del núcleo propiamente político de las polis a los santuarios diseminados por la khora”, dice Borba. “La polis estaba autorrepresentada en esos rituales como una ciudad integrada por espacios especializados que compartían los mismos valores, rendían culto a los mismos dioses y que defenderían unidos su territorio”.
Los confines del área rural de una polis también eran una zona de contacto asiduo con los griegos de otras ciudades y con pueblos foráneos, sobre todo en las áreas exteriores de la península balcánica. La interacción con otras culturas promovía cambios recíprocos entre los grupos involucrados y son tema de estudio de la arqueología mediterránea contemporánea. “Hay relatos de cohabitación de griegos y fenicios en el oeste de Sicilia y en Cerdeña, una zona de dominio exclusivo cartaginés. También contamos con evidencias de un intenso intercambio material entre los sectores griego y fenicio de Sicilia”, afirma la arqueóloga Cristina Kormikiari, docente del MAE y otra de las investigadoras integrantes del proyecto, que estudia las ciudades fundadas por los fenicios, un pueblo que se dedicaba al comercio marítimo.
Proyecto
La organización de la khora: la ciudad griega frente a su Hinterland (nº 2009/54583-1); Modalidad Proyecto Temático; Investigadora responsable Maria Beatriz Borba Florenzano (MAE-USP); Inversión R$ 419.833,30 y US$ 17.780,00 (FAPESP).