Uno de los impactos más duraderos de la pandemia causada por el nuevo coronavirus recae en un área vital para todas las naciones: la educación, determinante para el futuro de los países en desarrollo, tal como es el caso de Brasil. A la ya elevada cantidad de niños y adolescentes sin inscripción escolar vigente –1,3 millones–, se habrían sumado otros 4 millones de alumnos que abandonaron sus estudios debido al covid-19, de acuerdo con una investigación de Unicef basada en los datos suministrados por la encuesta Pnad/IBGE.
El país, que recientemente había logrado universalizar la educación fundamental, históricamente ha afrentado dificultades tales como la deserción, el desfase y las crecientes diferencias en los niveles de aprendizaje de los alumnos. Estos problemas se han agravado con la pandemia y con el manejo nacional de la misma, como da cuenta el reportaje de portada de la presente edición. Según un informe de la OCDE, justamente los países con los peores niveles de escolaridad han sido los que mantuvieron cerradas las escuelas por más tiempo. Otro estudio reveló que Alemania, el Reino Unido, Dinamarca y Francia suspendieron las clases durante aproximadamente 90 días, en tanto que, en Brasil, hubo más de 260 días de interrupción.
Los pronósticos sobre la profundización de las desigualdades en el aprendizaje tanto en el país como en América Latina y el Caribe son inquietantes. Para medir las consecuencias de la pandemia en la educación, el Banco Mundial recurrió al concepto de pobreza de aprendizaje, una idea similar a la del umbral de pobreza económica. En la región, si se considera el impacto sobre la educación hasta el comienzo de 2021 y el cierre de las escuelas durante 10 meses, la población clasificada dentro de la pobreza de aprendizaje podría pasar del 55 % al 71 %.
La Ley de Directrices y Bases, promulgada en 1961, es uno de los principales andamiajes legales que orientan la educación brasileña. El texto de dicha ley, que propugna los preceptos de la escuela pública, obligatoria, gratuita y laica, tuvo como articulador central a Anísio Teixeira, fallecido hace 50 años. Como pensador, administrador y político de la educación, Teixeira colaboró en la construcción y también dirigió instituciones centrales del sistema educativo brasileño, tales como la Coordinación de Perfeccionamiento del Persona de Nivel Superior (Capes) y el Instituto Nacional de Estudios e Investigaciones Educativas (Inep, que actualmente lleva su nombre). La educación no es un privilegio, el título de este editorial, es el nombre de uno de sus libros.
La educación es también uno de los temas que se abordan en la entrevista concedida por el ingeniero Luiz Bevilacqua, impulsor de la que se ha convertido en una de las nuevas instituciones de educación superior más innovadoras del país, la Universidad Federal del ABC (UFABC). Interdisciplinaria por naturaleza, dicha universidad no está dividida en departamentos. Responsable de los programas de ingeniería civil y mecánica en los primeros años del Instituto Alberto Luiz Coimbra de Posgrado e Investigación en Ingeniería de la Universidad Federal de Río de Janeiro (Coppe/UFRJ), experto en grandes estructuras y puentes, Bevilacqua también se ha propuesto tenderlos entre la investigación y los retos tecnológicos que afrontan las grandes empresas.
Como socia principal del Coppe, Petrobras recurrió a la institución cuando descubrió las reservas de petróleo en aguas profundas, un campo que suponía grandes desafíos de investigación en aquel momento. Las actividades de investigación relacionadas con los obstáculos de la explotación petrolera a grandes profundidades siguen dando sus frutos. Una metodología de computación que combina la mecánica de los fluidos y la inteligencia artificial concebida por la Escuela de Ingeniería de São Carlos, de la Universidad de São Paulo (USP), puede facilitar la gestión del flujo del crudo y el gas natural extraídos de aguas profundas y ultraprofundas hasta las plataformas marinas.
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