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TRAYECTORIAS DE INVESTIGACIÓN

La imagen como refugio

La filósofa y antropóloga Janaína Damaceno transita por el campo audiovisual e investiga archivos fotográficos de la lucha antirracista

Janaína Damaceno en el campus de la Uerj; de fondo, una fotografía de Breno de Sant’Anna

Ana Carolina Fernandes

Siempre me he considerado una persona afortunada. Empezando por mi nacimiento, cuando de bebé fui adoptada por doña Íris, una mujer negra y analfabeta. Su historia es similar a la de la mayoría de las mujeres negras de su época: una historia de lucha. Nació en 1919, en el seno de una familia obrera que migró desde el estado brasileño de Paraíba a la ciudad de Curitiba, en el estado de Paraná. Le prohibieron estudiar y la cambiaron por un caballo, algo a lo que muchos le llaman “dote”, pero creo que esta es una palabra demasiado suave para retratar lo que ocurrió. Indignada, huyó del matrimonio arreglado y se mudó al interior de São Paulo, donde trabajó como empleada doméstica, jornalera y ama de llaves. Cuando regresó a Curitiba, se llevó a Silvia, mi hermana mayor, quien me crió tras su muerte, a principios de la década de 1980, cuando yo solamente tenía ocho años.

Tuve la suerte de haber podido estudiar en buenas escuelas públicas, pero en casa, a mi familia le extrañaba que a mí me gustara estudiar todo el tiempo. En aquel entonces ya tenía pensado ir a la facultad, pero mi hermana rompió la ficha de inscripción de mi primer examen de ingreso. Para ella, ese era un sueño inadmisible. Me espetó: “¿Quién te crees que eres para pretender ingresar a la universidad?”. La pobreza, el sexismo y el racismo hacen que las familias negras no puedan concebir ocupar otros lugares.

Fue entonces cuando el cine apareció como un refugio. Descubrí que podía ver películas gratis en los cines de la Fundación Cultural de Curitiba y así pude ver muestras enteras de cine japonés, por ejemplo. Paradójicamente, fue la pobreza lo que me brindó la oportunidad de acceder a lo mejor de la cinematografía mundial. Además, el cine era un sitio donde me sentía segura. Después de clases, iba a la biblioteca pública y de ahí, al cine. Me quedaba en esos lugares hasta que cerraban sus puertas.

En 1994, empecé a cursar la carrera de filosofía en la Universidad de Campinas (Unicamp). Eso no solo cambió el rumbo de mi vida, sino también la manera en que mi familia empezó a entender que nuestro mundo podía ser más amplio. Fue increíble poder acceder a un ambiente cultural como aquel. Hice amistades y encontré un amor que perduran hasta hoy. He gozado de todas las políticas sociales que ofrecía la universidad: alojamiento, alimentación, becas. En aquella época no existían cupos ni ningún programa de acción afirmativa para las personas negras. Este debate aún no estaba en el tapete y el panorama era otro: estudié en una universidad sumamente blanca y elitista. En la carrera había muy pocos estudiantes negros y las mujeres eran minoría. La bibliografía estaba compuesta mayoritariamente por pensadores varones y blancos.

Posteriormente, con unos compañeros, montamos una productora de cine. A principios de los años 2000, Victor Epifanio y yo dirigimos una película de animación denominada Roteiros negros [Derroteros negros]. El debate sobre los cupos estaba en ciernes. Fue entonces cuando empecé a dirigir un documental, junto a Rodrigo Braga, titulado Elas são pretas [Ellas son negras], sobre la vida cotidiana de las estudiantes negras en la Unicamp. Durante el rodaje, asaltaron mi productora y se llevaron parte del material grabado, nuestras cámaras, las computadoras, todo.

Archivo personalJanaína Damaceno con el fotógrafo Walter FirmoArchivo personal

Como ya había hecho la transcripción de lo que se había grabado, pensé: “Este podría ser mi proyecto de maestría”. El material fue el punto de partida de mi tesina que intitulé “Ellas son negras. La vida cotidiana de las estudiantes negras en la Unicamp”, concluida en 2008 en la Facultad de Educación de la misma universidad. Mi directora de la maestría fue la antropóloga Neusa Maria Mendes de Gusmão, una de las referentes principales en materia de estudios de las comunidades quilombolas [comunidades descendientes de las que habitaron los palenques] en Brasil. Uno de los capítulos de la tesina me condujo a la socióloga y psicoanalista Virgínia Leone Bicudo (1910-2003). Este hecho cambió la trayectoria de mi vida académica.

Virgínia Bicudo fue la primera socióloga negra graduada en Brasil. Nadie había escrito aún una tesis sobre sus contribuciones al campo de los estudios raciales, aunque sus trabajos fueron fundamentales para entender la constitución del racismo en Brasil. Su tesina intitulada “Estudio de actitudes raciales de negros y mulatos en São Paulo”, defendida en la Escuela Libre de Sociología y Política (ELSP), en 1945, fue dirigida por el sociólogo estadounidense Donald Pierson (1900-1995). Ella entrevistó a madres de familia, intelectuales, trabajadores negros y negras, quienes le contaron cómo eran sus experiencias de la racialidad cotidiana. Temas como el de la soledad de las mujeres negras ya estaban presentes. La comprensión de la borradura de su obra en la bibliografía me ayudó a entender el arduo proceso de afirmación y supervivencia de los intelectuales negros en las universidades brasileñas.

En 2013 concluí mi tesis doctoral en antropología social intitulada “Los secretos de Virgínia. Estudio de las actitudes raciales en São Paulo (1945-1955)”, en la Universidad de São Paulo (USP), bajo la dirección del profesor Kabengele Munanga. Al año siguiente, en mi posdoctorado en sociología en la Universidad Federal de São Carlos (UFSCar), investigué los archivos visuales para entender por qué algunos países, como en el caso de Estados Unidos, poseen un repertorio visual muy vasto sobre la lucha antirracista. Por entonces, visité archivos en Sudáfrica, donde un gran número de fotógrafos negros documentaron el apartheid, entre ellos Peter Magubane, Bob Gosani, Ernest Cole (1940-1990) y Santu Mofokeng (1956-2020). Me preguntaba: ¿dónde están esas imágenes de la lucha negra en Brasil?

Hace ocho años me convertí en profesora titular de la Facultad de Educación de Baixada Fluminense de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (Febf-Uerj), en Duque de Caxias. En la misma época nació Omar, mi hijo. El hecho de ser madre, docente e investigadora en un país en el que la universidad no está pensada para las mujeres ha sido y aún es todo un reto. Otro de ellos es trabajar en una facultad periférica, cuyo alumnado está compuesto mayoritariamente por mujeres negras de clase trabajadora y gente que vive en comunidades vulnerables. Suelo decir que nuestra facultad es un aquilombamento.

En el Programa de Posgrado en Cultura y Territorialidad de la Universidad Federal Fluminense (PPCult-UFF), dirijo a estudiantes de maestría del Grupo de Investigaciones Afrovisualidades: Estéticas y Políticas de la Imagen Negra. También soy miembro del Foro Itinerante de Cine Negro (Ficine), que ayudé a fundar en 2013 y hoy en día es uno de los principales grupos de discusión sobre el tema en el mundo. Mi actuación allí me ha llevado, por ejemplo, a las Journées Cinématographiques de la Femme Africaine de L’image, evento celebrado en 2014 en Uagadugu, la capital de Burkina Faso, que incluyó la exhibición de películas, debates y talleres. Junto a la investigadora y curadora Janaína Oliveira, compañera en el Ficine, expusimos sobre el cine brasileño en una mesa redonda y también organicé una exposición con fotos de mujeres negras que trabajan en nuestro medio audiovisual, entre ellas actrices, guionistas y directoras.

Más adelante, como curadora adjunta, firmé la exposición No verbo do silêncio, a síntese do grito [En el verbo del silencio. La síntesis del grito], del fotógrafo carioca Walter Firmo, inaugurada en 2022 en el Instituto Moreira Salles de São Paulo, que ha estado circulando por otras ciudades brasileñas y actualmente está en cartel en Belo Horizonte. El trabajo como curadora supone la posibilidad de deconstruir el discurso colonizado presente en el campo artístico. No quiero perderme esta oportunidad. En este último tiempo, he empezado a involucrarme en el rescate del trabajo de fotógrafos cuya obra no es muy conocida. Entre ellos está el fotoperiodista carioca Sebastião Marinho, de 85 años, un hombre negro que ha cubierto seis Mundiales de Fútbol y es autor de una producción increíble. Me pregunto cuántos otros nombres nos quedan por descubrir.

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