Un estudio publicado en septiembre en el repositorio del National Bureau of Economic Research (NBER), de Estados Unidos, propuso un vasto método para calcular el retorno a la sociedad de las inversiones en innovación. Los autores del trabajo, los economistas Benjamin Jones, de la Universidad Northwestern, en la ciudad de Evanston (Illinois), y Lawrence Summers, quien ha ocupado cargos como secretario del Tesoro de Estados Unidos y rector de la Universidad Harvard, se basaron en el supuesto de que las inversiones en investigación y desarrollo (I&D), aquellas que generan conocimiento nuevo y riqueza, son las responsables primarias del aumento de productividad en la economía; y esto, a su vez, está vinculado con el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB). Con base en esta idea, crearon una fórmula relativamente sencilla para medir el rendimiento social, a partir de algunos indicadores, tales como el incremento del nivel de productividad, los recursos empleados en I&D en un cierto período y el ingreso per cápita del país.
La aplicación de ese cálculo para Estados Unidos, utilizando parámetros tales como una inversión del 2,7 % de su PIB en I&D e intereses muy bajos, arrojó una tasa de retorno anual de un 67 %. “Si un ciudadano tuviera acceso a una inversión con un rendimiento anual del 67%, podría volverse rico muy rápidamente”, escribieron los autores. Esa tasa, reflexionan, no está disponible para cada individuo. “Pero sí para la sociedad en su conjunto. La pregunta es si y cómo la sociedad puede invertir todavía más para sacar partido de esos altos retornos”.
La simplicidad del modelo que se describe en el artículo parece dejar de lado la enorme complejidad que supone el análisis de los resultados de la innovación y los factores que generan el crecimiento económico. Pero los autores también tuvieron en cuenta en el cálculo ciertas situaciones que podrían provocar una merma en esa tasa de rendimiento. Una de ellas es el largo tiempo que puede demorar un resultado de investigación básica, que por lo general se financia con recursos públicos, en obtener una aplicación comercial. La literatura académica menciona un promedio de 20 años, pero esto varía según el campo del conocimiento: en el área de la computación, por ejemplo, serían 10 años. Otra cuestión sería la dificultad para medir de manera precisa los costos de la innovación, a los que se tiende a subestimar. También se consideró que el aumento de la productividad puede surgir en forma incidental, por medio del aporte de los trabajadores que aprenden a mejorar sus esfuerzos, sin que haya cabalmente una inversión en I&D. Cuando se suman estos factores, el índice de retorno decrece.
El ejercicio siguiente consistió en tomar en cuenta factores capaces de ampliar el retorno, pero que también son difíciles de medir, como el aumento de la longevidad y de la calidad de vida de la población, merced a los avances en las tecnologías médicas. En todos esos modelos, tanto aquellos que deprimen como los que multiplican el índice, el resultado es beneficioso. Con la proyección más cautelosa, el retorno sería de 4 dólares por cada dólar invertido. En tanto, cuando se suman los avances en la salud y el impacto de las innovaciones en diversos países, superaría los 20 dólares por cada dólar gastado.
Según la perspectiva más conservadora, en Estados Unidos, cada dólar invertido en innovación generó una tasa de retorno de 4 dólares
El cálculo del retorno social de la innovación siempre ha constituido un reto para los economistas, y los resultados obtenidos siempre son estimaciones. Según Renato Garcia, docente del Instituto de Economía de la Universidad de Campinas (Unicamp), la dificultad principal consiste en sumar todos los “derrames” que producen las innovaciones en diversos sectores. “Un ejemplo clásico es el efecto de la construcción del ferrocarril en la agricultura. Los ferrocarriles ampliaron las fronteras agrícolas y modificaron el perfil de la producción, que dejó de proveer solamente a los mercados locales ganando escala. Pero no es una labor sencilla medir el impacto de la inversión de un sector en otro”, dice. Él también señala que el proceso de innovación es acumulativo y puede tener desdoblamientos múltiples y a largo plazo, lo que igualmente dificulta medir los réditos de la inversión. “Mucho antes de transformarse en una aplicación comercial, el desarrollo de un dispositivo que utiliza rayos láser para tratamientos odontológicos implicó una inversión en ciencia básica articulada entre los físicos de diversas universidades y países, que más adelante fue desarrollado y perfeccionado por los ingenieros”.
En común, los estudios al respecto de los beneficios de los gastos en innovación apuntan a una multiplicación de la inversión. Un pionero en este tipo de investigaciones fue Zvi Griliches (1930-1999), quien en 1958, por entonces en la Universidad de Chicago, midió las tasas de retorno de las innovaciones en el desarrollo del modelo híbrido de Estados Unidos y llegó a la conclusión de que cada dólar invertido en investigación científica generó un retorno de 8 dólares. En las referencias del trabajo de Jones y Summers se cita este estudio.
Griliches se convirtió en un experto en la economía de los cambios tecnológicos y, en estudios posteriores, abordó los obstáculos para evaluar en forma integral los beneficios de las inversiones en I&D. “En un trabajo de 1994, señaló incluso las dificultades para obtener datos precisos sobre el crecimiento del PIB para calcular el retorno de la inversión en un entorno de rápidos cambios tecnológicos”, dice el economista Eduardo da Motta e Albuquerque, del centro de Desarrollo y Planificación Regional de la Universidad Federal de Minas Gerais (Cedeplar-UFMG). “El costo de las computadoras personales podía ser más o menos el mismo en 1980 y en 1990, pero lo que cada una de esas máquinas podía hacer y su impacto en la productividad de los usuarios eran muy diferentes. Sin embargo, esto no era tangible en el análisis económico que evalúa el valor de un producto según su precio”. Un estudio publicado por la National Science Foundation a mediados de la década de 1990 reunió los resultados de 27 estudios que estimaron las tasas de retorno anuales de las inversiones en I&D en estados Unidos, algunos en empresas específicas y otros, para el conjunto de las industrias. La mayoría de los estudios arribó a resultados que fluctuaron entre un 10 % y un 20 %.
La contribución principal del trabajo de Jones y Summers tal vez haya sido la creación de una fórmula que contempla a todos los sectores y se aplica a cualquier país. El hecho de que las mediciones hayan sido propuestas por un economista influyente como Summers muestra cómo la idea de que el crecimiento tecnológico desempeña un papel crucial en el desarrollo ha logrado consenso en la ciencia económica. En el decenio de 1980, ese concepto comenzó a ser sostenido por una corriente de economistas heterodoxos que produjeron estudios que demostraban la primacía de la innovación en el desarrollo e indagaban en los procesos socioeconómicos implicados. Como la inspiración teórica principal del grupo son las obras del austríaco Joseph Schumpeter (1883-1950), esa corriente se hizo conocida como neoschumpeteriana. “A diferencia de lo que ocurre en otros temas importantes para la economía, no pasó mucho tiempo para que en este tema se produjera una convergencia básica entre las distintas corrientes”, dice el economista Marcelo Pinho, del Departamento de Ingeniería de la Producción de la Universidad Federal de São Carlos (UFSCar), investigador de las áreas de economía industrial y economía de la tecnología.
El estudio pionero de 1958 demostró que la tecnología del maíz híbrido generó un retorno de 8 dólares por cada dólar invertido
Según Pinho, al comienzo de la década de 1990, los economistas ortodoxos empezaron a reconocer la centralidad del desarrollo tecnológico para el crecimiento económico a largo plazo. Por medio de modelos de econometría, constataron que el aumento de la cantidad de los denominados factores de producción, tales como la acumulación de capital físico –máquinas, equipos e instalaciones productivas–, y la expansión de la fuerza laboral eran insuficientes para explicar buena parte del crecimiento económico registrado a nivel mundial”, dice. A partir de la obra de Paul Romer, se desarrolló una fórmula en el marco de la teoría económica convencional que incorporaba la innovación tecnológica a los modelos de crecimiento”. Romer, investigador de la Universidad de Nueva York y execonomista en jefe del Banco Mundial, fue laureado con el Nobel de Economía en 2018.
El estudio publicado en el repositorio de la NBER también simuló en otras economías la tasa de retorno social de la inversión en innovación. Mientras que el cálculo de referencia para Estados Unidos fue de un 67 % anual, el del conjunto de los países que integran el G7 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y el Reino Unido) llegó a un 88 % y registró un promedio de un 159 % entre los 37 países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). El estudio hizo hincapié en que los beneficios de la innovación se difunden a nivel global “tanto porque las ideas se propagan como porque las mismas se incorporan en bienes y servicios que se comercializan más allá de las fronteras”. Las ventajas que se obtiene son mutuas. Según los autores, la innovación que se produce en Estados Unidos multiplica su impacto en otros países. Pero al atraer talentos del exterior hacia sus empresas y centros de investigación, y utilizar el conocimiento generado en otras naciones, el país también aprovecha las innovaciones provenientes del exterior. Para Albuquerque, de la UFMG, una línea de investigación a la que debe prestársele atención es la contabilidad del retorno de las inversiones realizadas por las empresas multinacionales. “Muchos de los gastos de las multinacionales en I&D, tienen lugar y se computan en los países sede, pero la producción en el exterior no, lo que podría generar un desfasaje en el cálculo”.
Si bien sobran pruebas sobre el rol de la innovación como motor del desarrollo, Marcelo Pinho, de la UFSCar, advierte que debe tenerse cuidado al planificar y ejecutar inversiones. “No basta con inyectar dinero en el sistema de ciencia, tecnología e innovación creyendo que eso redundará automáticamente en un mayor crecimiento económico”, sostiene. Según él, es tan importante capacitar y financiar científicos idóneos para que elaboren ciencia de calidad como invertir en recursos tecnológicos en las empresas “El progreso depende de una firme participación de los sectores productivos que ostentan mayor intensidad y dinamismo tecnológico. Sin eso, el avance de las instituciones de investigación científica puede resultar estéril desde el punto de vista económico”, pondera.
Artículo científico
JONES, B. y SUMMERS, L. A calculation of the social returns to innovation. NBER Working Paper. n. 27863. sept. 2020.