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iconografía

Las imágenes de la historia, la historia de las imágenes

Gustavo Piqueira

Las ilustraciones creadas para esta edición utilizan como materia prima la iconografía que se originó en torno a los hechos y personajes clave de la Independencia de Brasil, además de otros “retratos” nacionales producidos durante las casi siete décadas de extensión de su período imperial.

“Retratos”, así entre comillas, pues como se ha debatido ampliamente, dichas imágenes son más cercanas a representaciones simbólicas bien logradas que a una captura de la realidad. No solo revelan más sobre el observador que sobre aquello que se observa, sino que, sobre todo, ponen de relieve el papel de la iconografía en la creación de una historia de Brasil deseada por algunos e impuesta como La Historia de Brasil.

En este sentido, la propuesta de la narrativa visual no cumple aquí con el rol tradicional asignado a las ilustraciones –servir como apoyo a sus textos correspondientes–, sino que apunta a discurrir, en imágenes, sobre del objetivo general expresado en el texto introductorio: arrojar luz sobre aspectos menos conocidos para propiciar una mejor comprensión del proceso de la Independencia de Brasil y de sus despliegues.

De este modo, y no por casualidad, salen en primer plano ciertas escenas periféricas en sus composiciones originales, como el arriero que observa atónito y pasivo el “grito de la Independencia”, en el borde inferior del cuadro de Pedro Américo. O la nodriza arrodillada sobre las botas de Pedro I, quien extiende su mano para protegerla, aunque sin tocarla. Al igual que los indígenas pintados por Debret, invariablemente arquetípicos –cuasi caricaturescos, si no fuesen trágicos–, ora exhibiendo una botella de cachaça, ora cargando en sus hombros a un hombre blanco, dos escenas disimuladas en los bordes de grabados bastante conocidos. Despojado de su vestimenta real, el semblante de Pedro I da la impresión de alguien más inclinado a los placeres de la bebida que a los deberes del trono. Por otra parte, los atuendos reales –manto, cetro y espada– rezuman autosuficiencia y se yerguen por sí mismos: parecen prescindir de un cuerpo humano. Mientras tanto, unas muchachas con sus mascotas sonríen angelicalmente, aunque parecen sacadas de un álbum de Suecia o Dinamarca para formar parte del elenco oficialmente designado para simbolizar a Brasil.

Además de la portada, tan solo dos imágenes no proceden de un único original. La primera, los ojos azules de la emperatriz Leopoldina junto con la hamaca en forma de sonrisa que cargan los esclavizados. La otra, el hombre y el chico que corren con sus sombreros pugnando por encestar en ellos la corona real que cae del cielo: en realidad, en la pintura de Moreaux, ambos festejan la Independencia junto a Pedro, mientras que la corona descansa tranquilamente sobre la cabeza del emperador en un dibujo de Debret. Más allá de esta ocurrencia graciosa, la libertad para la ejecución de ambos montajes apunta a dejar en evidencia un proceso de apropiación de contenidos figurativos preexistentes para la construcción de una narrativa propia, independientemente de los contextos originales de los cuales proceden dichas matrices.

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