Los datos históricos y las proyecciones a futuro indican que las lluvias extremas, como las que asolaron la costa norte del estado de São Paulo durante el Carnaval de este año dejando un saldo de 65 muertos, no constituyen un fenómeno pasajero o localizado. Se trata de una variable del nuevo clima cambiante que caracterizará al siglo XXI, impulsado por el calentamiento global, que ha provocado un aumento de la temperatura media del planeta de casi 1,2 grados Celsius (ºC) desde la década de 1850. Pero el riesgo de sufrir catástrofes asociadas a temporales no es el mismo para todos ni en todas las regiones de Brasil. Es mayor en las zonas donde se concentra la mayor parte de la población, como en las grandes ciudades situadas a lo largo del vasto litoral nacional y en las regiones del sur y el sudeste, y especialmente entre las personas más pobres que viven en lugares más expuestos a las inundaciones y deslizamientos de tierra.
El panorama es complejo, a tono con las informaciones y pronósticos de una vasta literatura científica sobre el tema, tal como lo resumen los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), incluido el más reciente, publicado el 20 de marzo de este año. A medida que la temperatura media del planeta vaya aumentando en el transcurso de este siglo, el IPCC anticipa un incremento de la cantidad total de precipitaciones en amplias áreas del territorio brasileño, como las regiones sur y sudeste, y una disminución de las mismas en gran parte del nordeste y en el sector oriental de la Amazonia.
En ocasiones, una misma localidad puede ser víctima, en distintos meses de un mismo año o en años diferentes, tanto de lluvias extremas como de sequías severas. “La mayoría de las catástrofes que tienen lugar en Brasil son de tipo hidrológico y geológico y están relacionadas con el exceso o la falta de precipitaciones”, comenta el climatólogo José Marengo, experto en cambio climático y riesgos meteorológicos del Centro Nacional de Monitoreo y Alerta de Desastres Naturales (Cemaden). “Se trata de deslaves o inundaciones, o bien graves sequías en períodos de estiaje prolongados que aumentan el riesgo de incendios y de escasez hídrica.
Según los datos del Inmet, en la década pasada hubo siete días en los que llovieron más de 100 mm sobre la ciudad de São Paulo
El comportamiento de las precipitaciones en Brasil durante las últimas seis décadas retrata esta realidad llena de matices. Los datos históricos recopilados por el Instituto Nacional de Meteorología (Inmet) indican que el registro promedio de lluvias anuales acumuladas en las zonas situadas por debajo de la mitad sur de los estados de São Paulo y Mato Grosso do Sul ha aumentado en los últimos 30 años entre 50 y 250 milímetros (mm). En esta parte del territorio nacional tan solo se ha registrado una disminución de las precipitaciones en una pequeña zona del oeste de Rio Grande do Sul, cerca de la frontera con Uruguay y Argentina. También ha habido un incremento del total anual de precipitaciones acumuladas en Espírito Santo, en el sur de Minas Gerais, en el sudoeste de Mato Grosso y en algunos puntos de la Amazonia, sobre todo en su porción occidental. En la totalidad del nordeste, el centro de Brasil y el sector oriental de la Amazonia, el promedio anual acumulado de precipitaciones ha disminuido (véase el mapa). Estos valores se hacen evidentes cuando se compara el promedio de lluvias anuales registradas entre 1991 y 2020 con el período que comprende los 30 años anteriores, entre 1961 y 1990.
Desde 1935, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) recomienda la adopción de las llamadas normales climatológicas como valores de referencia para un determinado parámetro del clima, tales como la cantidad mensual o anual de precipitaciones o los valores de las temperaturas medias, mínimas y máximas en una región. A partir de la secuencia de valores registrados en períodos de 30 años, se calcula la normal climatológica cada uno de estos parámetros para una localidad. Esta fórmula tiene por objetivo llegar a un valor que sirva como base, como punto de comparación, para saber si el clima actual está cambiando en un determinado lugar o si se ha comportado de una manera esperable, es decir, dentro de los valores de la última normal.
Un aumento de 50 o 100 mm en el total acumulado de precipitaciones en una ciudad como São Paulo, donde las lluvias promedio son de alrededor de 1.600 mm anuales, según las normales climatológicas, puede que no parezcan mucho. Pero este dato hay que verlo en perspectiva. Cada mm de lluvia registrado equivale a 1 litro de agua sobre un área de 1 metro cuadrado. Por lo tanto, un incremento de 50 mm en las precipitaciones anuales promedio significa que cayeron 50 litros de agua más que lo esperado sobre una superficie equivalente a un cuadrado de 1 metro de lado. También hay que tener en cuenta en qué forma el aumento (o la disminución) de las lluvias se distribuye a lo largo del tiempo. En algunos lugares, las precipitaciones anuales acumuladas pueden disminuir, y al mismo tiempo registrarse un aumento de las lluvias torrenciales. “Un episodio de lluvia intensa de 50 mm puede generar más problemas y preocupaciones que cinco lluvias de 10 mm distribuidas en distintos días”, comenta la meteoróloga Danielle Barros Ferreira, del Inmet.
El año pasado, el Inmet divulgó un estudio que muestra un aumento de la frecuencia de días de lluvias intensas y concentradas en tres capitales brasileñas analizadas. La ciudad de São Paulo, la más populosa del país, es un caso ilustrativo de esta tendencia. Con base en los datos registrados siempre en una misma estación meteorológica de la capital paulista, ubicada en Mirante de Santana, en la zona norte de la metrópolis, un equipo del Inmet contabilizó el número de días con precipitaciones intensas, con gran potencial para generar problemas y, eventualmente, muertes. Se hizo un recuento de los días con lluvias torrenciales extremas de tres niveles: por encima de 50, 80 y 100 mm.
En la década de 1960, hubo 40 días de lluvias extremas, 37 por encima de los 50 mm y 3 con precipitaciones que superaron los 80 mm. Pero no hubo ningún día que las lluvias superaran los 100 mm. A partir de los años 1990, siempre se han registrado al menos 60 días con lluvias torrenciales extremas en cada década. Entre 2011 y 2020 ha aparecido un indicio aún más preocupante. Se ha registrado una leve disminución del número de días con lluvias que superan los 50 mm, pero así también un aumento importante de la frecuencia de episodios de precipitaciones concentradas de los otros dos niveles. Cuando se comparan los resultados de la década pasada con la anterior (de 2001 a 2010), se hace patente que hubo una leve disminución de la frecuencia de días con lluvias superiores a 50 mm (de 53 a 47 días), pero un incremento expresivo de los días con lluvias por encima de los 80 mm (de 9 a 16 oportunidades) y de los 100 mm (de 2 a 7). “En la capital paulista, las lluvias copiosas siguen una tendencia ascendente”, dice Barros Ferreira. También se ha observado un patrón similar de intensificación de los días de lluvias extremas en otras dos capitales situadas en puntos opuestos del país: Belém, en el estado de Pará, y Porto Alegre, en Rio Grande do Sul.
La intensidad de las lluvias torrenciales en el litoral norte de São Paulo en febrero pasado parece ser un punto fuera de la curva incluso teniendo en cuenta el actual panorama de incertidumbre y extremos climáticos. Entre el 18 y el 19 de febrero, varias ciudades de la región registraron en menos de 24 horas niveles de lluvias sin precedentes, lo que según las normales climatológicas, solo ocurriría una vez cada 100 años. Los dos casos más llamativos ocurrieron en los municipios vecinos de Bertioga y São Sebastião, donde en 24 horas se registraron precipitaciones equivalentes, según el promedio histórico, a lo que debería llover en los meses de enero y febrero completos. En Bertioga, cayeron 683 mm de lluvia, la mayor precipitación que se haya registrado en el país en un período de tiempo tan breve. En São Sebastião llovió un poco menos, 627 mm, según los datos informados por el Cemaden.
A pesar de haber causado grandes daños materiales y de que hubo que evacuar a unos 2.000 residentes locales en varios puntos de la costa norte, 64 de las 65 muertes confirmadas en la región se produjeron en São Sebastião. En este municipio había más gente viviendo en zonas de riesgo, personas expuestas a los efectos de los deslaves provocados por las aguas que bajaron desde las laderas de Serra do Mar. En Bertioga hubo muchas zonas inundadas, pero la ocupación humana, que se caracteriza por la presencia de condominios de medio y alto poder adquisitivo, está más alejada de las pendientes montañosas y no hubo víctimas.
“Fue algo terrible”, recuerda el meteorólogo Pedro Leite da Silva Dias, del Instituto de Astronomía, Geofísica y Ciencias Atmosféricas de la Universidad de São Paulo (IAG-USP). “Hasta que nos quedamos sin servicio eléctrico ni acceso a internet, aproximadamente a la 1 de la madrugada del 19 de febrero, estuve siguiendo la formación y la propagación de la lluvia en la página web del centro europeo de meteorología [ECMWF] y por los datos del Cemaden”. Junto a su esposa Maria Assunção Faus da Silva Dias, también meteoróloga y actualmente profesora jubilada del IAG-USP, Leite da Silva Dias se hospedaba en la casa de unos amigos en una playa de São Sebastião afectada por las lluvias y los deslizamientos de tierra, aunque en la zona no hubo que lamentar víctimas fatales.
En simultáneo con el arribo de un intenso frente frío procedente del sur, la formación de un pequeño ciclón frente a la costa, entre la ciudad paulista de Ubatuba y Paraty, en el estado de Río de Janeiro, elevó de manera sustancial la intensidad de las lluvias que cayeron entre el 18 y 19 de febrero. Este ciclón, de pequeño porte, pero catastrófico, relata Leite da Silva Dias, pudo verse claramente en las imágenes del radar del Cemaden y de satélites estadounidenses.
Las lluvias copiosas son frecuentes y esperables durante el verano en la región de São Sebastião, que es la estación con el mayor índice de precipitaciones en gran parte del país. Sin embargo, los expertos refieren que se produjo una sincronización perfecta, y a la vez perversa, que condujo al aprisionamiento –anclaje, en la jerga específica del área– de nubes cargadas de agua sobre un tramo del litoral norte paulista durante un período de varias horas. “Parte de esa lluvia podría haber caído sobre el mar o haberse desplazado hacia otros sitios, pero una serie de factores conocidos confluyeron para que haya quedado atrapada allí durante bastante tiempo”, dice el investigador Pedro Camarinha, experto en cambio climático y catástrofes, quien trabaja en la sala de situación del Cemaden.
Otra parte de la humedad concentrada en el norte del litoral paulista era procedente de un aumento de la evaporación del agua en el océano Atlántico, que estaba al menos 1 ºC más cálida de lo normal. Para completar el cuadro, los vientos de superficie soplaron en una dirección que interactuó con el relieve de Serra do Mar. Esto acentuó el llamado efecto orográfico y retroalimentó la formación de lluvias por horas. “No puedo afirmar con absoluta certeza que una lluvia de esta magnitud sea resultado del calentamiento global, pero es compatible con este escenario”, reflexiona Leite da Silva Dias.
En el caso de la costa norte de São Paulo, las particularidades del municipio de São Sebastião potenciaron el cuadro climático que derivó en la tragedia. Allí, gran parte de la población pobre habita en áreas de riesgo, cerca o en las laderas mismas de los cerros, hay una gran desigualdad social y escasos planes de acción para mitigar los efectos de las lluvias extremas. “En mi tesis doctoral elaboré una clasificación de los municipios paulistas más vulnerables a las catástrofes asociadas a los deslaves, que defendí en 2016 en el Inpe [Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales]”, dice Camarinha. “Teniendo en cuenta múltiples factores climáticos y no climáticos, São Sebastião fue clasificado como el municipio situado en una situación más crítica, tanto en el presente como en las próximas décadas”.
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