Las pistas halladas en restos mortales muy antiguos y vestigios que constituyen una rúbrica de ecosistemas extintos que han esperado millones de años para ser interpretados atraen a los estudiosos hacia la icnología. Se trata de una rama de la paleontología que, en lugar de centrarse directamente en organismos fosilizados como esqueletos, polen o alas de insectos, estudia otros elementos que han sido el resultado de su actividad cuando vivían, tales como sus huellas, nidos, excrementos y rastros de mordeduras en los huesos.
Fue a través de esta especialidad que el geógrafo Lucca Cunha, de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS), con la colaboración de otros colegas, descubrió que ciertos insectos se habían alimentado de una osamenta enterrada, un comportamiento inusual entre los invertebrados actuales implicados en la descomposición de los organismos. El artículo salió publicado en enero en la revista científica Acta Palaeontologica Polonica.
Los investigadores analizaron fragmentos óseos de un rincosaurio, un reptil herbívoro que vivió en lo que en la actualidad es el interior del estado brasileño de Rio Grande do Sul durante el período Triásico (hace entre 250 y 199 millones de años). Los fósiles fueron hallados en el yacimiento paleontológico Buriol, en la localidad de São João do Polêsine, cerca de Santa Maria. La zona es conocida por albergar los huesos de dinosaurios más antiguos que se hayan encontrado. Lo que a Cunha le llamó la atención, sin embargo, fueron los vestigios que dejó otro grupo de seres vivos: los insectos.
Las frecuentes inundaciones que signaron aquel período cubrieron de lodo y minerales los huesos del rincosaurio, que se fosilizaron. Entre los 520 fragmentos del cráneo examinados, 29 mostraban sendas y túneles fósiles excavados por distintas especies de insectos. Mediante fotografías y tomografía computarizada, el equipo de la UFRGS analizó el formato de las trazas en el interior del hueso y llegó a la conclusión de que, al menos en uno de estos tipos de vestigios, el cuerpo fue atacado por insectos cuando ya estaba enterrado. “El patrón de deposición indica que el sedimento fue removido por la acción del insecto al perforar el hueso enterrado, rellenando los espacios que dejaba”, explica el investigador.
El biólogo Voltaire Paes Neto, quien no participó en el estudio y está vinculado al Museo Nacional de la Universidad Federal de Río de Janeiro (MN-UFRJ) y a la Universidad Federal de la Pampa (Unipampa), comenta que hasta hace poco se suponía que los invertebrados prehistóricos siempre actuaban sobre los huesos en la superficie. “Ninguna de las especies que existen en la actualidad y los paleontólogos utilizan como referencia actúan así”, explica. “Esto significa que eran parientes muy lejanos de las especies actuales, o bien que eran completamente diferentes a los que hoy se conocen”.

Detalle de un hueso fosilizado que revela las marcas de roeduras de insectosLuís Flávio Lopes / UFRGS
El biólogo fue pionero en Brasil en la investigación de los vestigios de corrosión dejados por organismos vivos en sustratos duros, lo que se conoce como bioerosión. En 2016, halló la marca más antigua de una mordedura de insectos en huesos. La estimación de antigüedad a la que arribó, de hace 240 millones de años, es algo anterior a la datación de los fósiles estudiados por el equipo de la UFRGS, de unos 233 millones de años, cuando pequeños dinosaurios ya habían comenzado a deambular por la región. El Triásico fue un período de explosión de biodiversidad, en el que también surgieron los antepasados de los cocodrilos y mamíferos.
En la actualidad, las termitas y las larvas de uno de los géneros de escarabajos derméstidos son los invertebrados que dejan las marcas más parecidas a las descubiertas por el grupo de la UFRGS. Llegan hasta los fragmentos de carne que quedan en la superficie o en el interior del tejido óseo, inaccesibles para el resto de la fauna. Sin embargo, las especies actuales no tienen por hábito infiltrarse y actuar bajo tierra.
“Sería muy difícil descifrar qué eran exactamente esos insectos de hace más de 200 millones de años, pero ahora sabemos que este comportamiento subterráneo sucedía y esto saca a la luz parte de las interacciones ecológicas del ambiente en el Triásico”, explica Cunha. Diversas especies de vertebrados, invertebrados, bacterias y hongos actúan en conjunto en la descomposición de los restos de los vertebrados, una acción esencial para el ciclo de los nutrientes en un ecosistema natural. La detección de este proceso en un momento antiguo de la historia evolutiva revela parte del papel ecológico de los artrópodos en el ecosistema.
Este intento de reconstrucción del ambiente del pasado a través de los vestigios que dejó la acción de los organismos, llevó a Paes Neto a comparar a la icnología con “una especie de CSI”, en referencia a la serie de televisión estadounidense de investigación policial en la que expertos en criminología trabajan sobre las evidencias que dejan las larvas en los cadáveres para dilucidar lo ocurrido. El trabajo de Cunha se basó en la ciencia forense, así como en registros de insectos fosilizados.
La paleontóloga Marina Bento Soares, experta en vertebrados fósiles del MN-UFRJ, hace hincapié en el boom del surgimiento y la diversificación de las formas de vida en el Triásico y recuerda que este período culminó con una serie de extinciones en la fauna, concomitantes con cambios drásticos del clima. “Ahora estamos viviendo un período de intensos fenómenos climáticos y, a pesar de que los actuales se ven agravados por la actividad humana, el conocimiento de los que ocurrió con los organismos durante los cambios drásticos del clima en el pasado, como aconteció en el Triásico, pueden ser de utilidad para inferir tendencias a futuro”, dice.
Mucho antes de que Rio Grande do Sul fuera arrasado por el agua este año, la región ya fue otrora una llanura aluvial. Durante el período Triásico (hace 250 millones de años), toda el área actual del estado estaba unida al resto de las tierras del continente único de Pangea. Al comienzo del período el ambiente era árido y seco, pero fue cambiando drásticamente hasta convertirse en una llanura repleta de ríos y lagos que recibieron lluvias permanentemente durante milenios. En la transición climática, muchas especies se extinguieron y otras, mejor adaptadas al ambiente húmedo, prevalecieron.
Debido a la copiosidad de las lluvias, los ríos se desbordaban cada tanto e inundaban la planicie. El lodo y los sustratos minerales arrastrados lo cubrían todo a su paso, incluidas las osamentas de los animales muertos. La seguidilla de inundaciones durante el Triásico superior contribuyó a la sedimentación periódica de los restos expuestos de muchas especies y coadyuvó para que el actual estado meridional de Brasil sea una de las regiones más pródigas del mundo en registros fósiles.
En los millones de años que separan el momento en el que el rincosaurio fue cubierto por las constantes inundaciones y el presente, se formaron continentes, las placas tectónicas se han desplazado, las llanuras desaparecieron y resurgieron, y grupos enteros de fauna se extinguieron y fueron sucedidos por otras especies.
Artículo científico
CUNHA, L. S. et al. New bioerosion traces in rhynchosaur bones from the Upper Triassic of Brazil and the oldest occurrence of the ichnogenera Osteocallis and Amphifaoichnus. Acta Palaeontologica Polonica. v. 69, n. 1, p. 1-21. 30 ene. 2024.