LÉO RAMOSEn medio de una reunión en su consultorio, a comienzos del pasado mes de enero, el psiquiatra Euripedes Constantino Miguel interrumpió por unos segundos la charla, se trepó a una silla y tomó de lo alto de un estante los dos voluminosos tomos del libro Clínica psiquiátrica, que editara en 2011 junto a otros dos profesores del Instituto de Psiquiatría de la Universidad de São Paulo (USP). “Aquí está recopilada la contribución de nuestro grupo a la comprensión y el tratamiento del trastorno obsesivo-compulsivo”, aseguró, mientras depositaba sobre la mesa los dos ejemplares con 2.500 páginas y casi seis kilos de papel. En las ediciones más recientes del Congreso de Clínica Psiquiátrica, médicos y psicólogos que participaron en el plenario Como eu trato recibieron los ejemplares del libro y la contraseña para realizar un curso online de formación continua coordinado por el equipo de Miguel. “El primer año hubo 1.200 inscritos, en el segundo, 2 mil y para éste, estimamos contar con 4 mil”, dijo. La publicación de ésta y de otras dos obras ‒Medos, dúvidas e manias, reeditada en 2012, y Compêndio de clínica psiquiátrica, de este año‒ y la oferta del programa de formación continua constituyeron la manera que él y su grupo encontraron para acercar a la mayor cantidad posible de especialistas en salud mental del país, el conocimiento más reciente producido por investigadores brasileños al respecto de una enfermedad compleja, enigmática y, casi siempre, angustiante: el trastorno obsesivo-compulsivo o, simplemente, TOC.
Durante los últimos cinco años, el grupo liderado por Miguel publicó al menos 70 artículos científicos presentando una serie de avances que contribuyen a un mejor conocimiento de las características más frecuentes del trastorno obsesivo-compulsivo y el resto de los trastornos psiquiátricos que pueden acompañarlo a lo largo de la vida, agravándolo. Con la ayuda de técnicas de neuroimágenes, los investigadores obtuvieron evidencias de que las dos formas de tratamiento recomendadas internacionalmente para aliviar los síntomas del TOC ‒la terapia cognitiva comportamental y el uso de antidepresivos‒ afectan de distinta manera al cerebro, en ambos casos interfiriendo en la actividad del circuito neuronal supuestamente involucrado con el problema. También demostraron que una alternativa extrema, una cirugía cerebral que interrumpe permanentemente la comunicación entre las partes de ese circuito neuronal y que en Brasil solamente se realiza de manera experimental, contribuyó a controlar los síntomas en los casos de TOC grave, cuando ni la terapia ni la medicación habían surtido efecto, en la mitad de los casos.
Otro aporte relevante, quizá hasta más interesante para quienes sufren TOC, es la comprobación de que, en los casos leves y moderados, el resultado del tratamiento con fármacos resulta similar al efecto de la psicoterapia. En el TOC, los medicamentos más utilizados son los antidepresivos inhibidores de recaptura de serotonina y la forma de psicoterapia preferencial es la terapia cognitiva-comportamental o conductual. Lo importante, dicen los investigadores, es tratar el problema en forma continua. El seguimiento de 158 pacientes con TOC durante dos años dejó en claro que los síntomas se atenuaban cada vez más con la prolongación del tratamiento. “Ese trabajo revela que, independientemente del tratamiento adoptado al comienzo, lo importante es mantenerlo, porque la mejoría tarda en manifestarse”, sostiene la psiquiatra Roseli Shavitt, una de las autoras del estudio y coordinadora del Proyecto Trastornos del Espectro Obsesivo-Compulsivo (Protoc) de la USP. “El TOC es un padecimiento crónico para el cual no existe una solución sencilla”, comenta Juliana Diniz, otra psiquiatra del equipo. “Para surtir efecto, el tratamiento lleva meses, como mínimo; y a menudo años; y no es raro que dure toda la vida”, añade.
El TOC, conocido por las extravagancias y exageraciones tales como las cometidas por el personaje de Jack Nicholson en la película Mejor…imposible ‒se lavaba las manos permanentemente, usando en cada oportunidad un jabón nuevo, y evitaba tocar a la gente por temor a contaminarse‒, es un problema psiquiátrico relativamente frecuente. Estudios llevados a cabo en diversos países indican que el trastorno afecta del 2% al 3% de la población, proporción que puede variar según la región o la metodología de la investigación. Con todo, dicho índice puede ser algo mayor. El equipo de la psiquiatra Laura Andrade, también de la USP, elaboró hace algunos años un estudio en el marco del cual se entrevistó personalmente a unos 5 mil residentes de en la Región Metropolitana de São Paulo. El trabajo, publicado en 2012, detectó que un 4% de los participantes había presentado síntomas obsesivo-compulsivos durante el año previo al muestreo, un índice bastante significativo, aunque inferior al de la depresión (del 11%) y al de diversas formas de ansiedad (del 19%).
Pensamientos indeseables
Pero el TOC no tan sólo es algo común. También puede ser más grave y complejo que lo que se refleja en el cine. Quien padece TOC permanentemente es atormentado por pensamientos indeseables (obsesiones) que invaden la mente y, por más que intente evitarlos, le generan mucha ansiedad, además de temores irracionales, tales como el de contaminarse con algún virus al tocar un picaporte, o dudas feroces, tales como la de haber dejado abierta la perilla del gas de una hornalla. En la mayor parte de los casos, aunque no siempre, a las obsesiones les sigue una necesidad incontrolable por repetir ciertos rituales mecánicos y mentales (compulsiones) ‒por ejemplo, lavarse las manos hasta lastimarse, verificar decenas de veces la perilla del gas o contar números o rezar‒ que ayudan a tranquilizarse. Estos pensamientos y rituales suelen consumir varias horas del día. Los manuales de diagnóstico médico lo definen como TOC cuando ese tiempo es superior a una hora, con o sin padecimiento intenso. En gran parte de los casos, ellos interfieren con el desempeño del trabajo, en la convivencia con la familia y en la relación con los amigos. Se trata de algo muy diferente a lo que experimenta alguien que es pulcro y le gusta conservar siempre las manos limpias o por individuos que son precavidos y revisan para verificar si la puerta de la casa ya está cerrada e incluso por alguien meticuloso que prefiera mantener las camisas en el guardarropa ordenadas por colores.
Desde el punto de vista médico, lo que actualmente se conoce como TOC comenzó a estudiarse con mayor detalle en el siglo XIX en Francia, Alemania e Inglaterra bajo diferentes nombres. Y se lo “explicó sucesivamente como un trastorno de la voluntad, del intelecto y emocional”, comenta el psiquiatra e historiador peruano Germán Berrios, de la Universidad de Cambridge, en el libro Una historia de la psiquiatría clínica, publicado en 2012 en portugués por editorial Escuta [en castellano, editorial Triacastela]. A medida que desarrollaba su teoría sobre el funcionamiento de la mente, el médico austríaco Sigmund Freud buscaba explicaciones para el mecanismo psicológico al que el psicoanálisis denomina neurosis obsesiva. Inicialmente, Freud interpretó a la neurosis obsesiva como un conflicto entre lo consciente y lo inconsciente, producto de la represión del deseo sexual. A diferencia de la histeria, cuando la energía podía trasladarse misteriosamente de la mente hacia el cuerpo y, por ejemplo, provocar la parálisis de un miembro, en la neurosis obsesiva esa energía permanecería en el ámbito psíquico. Posteriormente, en 1907, cuando comenzó a atender a un paciente llamado Ernst Lanzer, un caso que se hizo conocido como el hombre de las ratas, Freud se percató que, más allá de la energía sexual, la neurosis obsesiva también presentaba un fuerte componente de agresividad, tal como explica el psicoanalista Renato Mezan, docente de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo (PUC-SP). Esta conclusión habría contribuido para que el médico austríaco elaborara todo un modelo de desarrollo psíquico.
Bottom-up y top-down
Actualmente, la medicina explica al TOC a partir de un enfoque más neurobiológico. Para los médicos, el TOC es consecuencia de la interacción entre factores genéticos, neurobiológicos y ambientales. Esa interacción altera el funcionamiento de circuitos que conectan zonas externas del cerebro, regiones de la corteza ligadas al procesamiento de las emociones, la planificación y el control de las respuestas de miedo, con áreas internas, tales como los núcleos de la base y el tálamo, que integran informaciones emocionales, cognitivas y motrices, regulando la respuesta al ambiente. En el TOC, el intercambio de información entre esas áreas, realizado fundamentalmente por medio del neurotransmisor serotonina, se hallaría descompensado. Estudios realizados con roedores y seres humanos ya sugerían que, tanto los antidepresivos que actúan sobre la serotonina como la terapia cognitivo-conductual modifican el funcionamiento de ese circuito. Pero recientemente, el psiquiatra Marcelo Queiroz Hoexter, del equipo de Euripedes Miguel, en colaboración con el grupo de Geraldo Busatto Filho, también de la USP, obtuvo los indicios más consistentes que se hayan logrado al respecto, determinando que los tratamientos modifican no sólo el funcionamiento, sino también la estructura de algunas regiones cerebrales.
Hoexter reunió a 38 individuos con TOC que jamás habían sido tratados y, luego de una selección aleatoria, los dividió en un grupo de terapia y otro al que se le suministró el antidepresivo fluoxetina. Trabajando en forma conjunta con el grupo de Rodrigo Bressan, de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp) e investigadores de Harvard, Hoexter comparó imágenes cerebrales obtenidas mediante resonancia magnética al inicio del estudio y al cabo de tres meses de tratamiento y verificó que uno de los núcleos de la base ‒el putamen‒ había aumentado su volumen en los pacientes que tomaron la medicación y mejoraron. “Creemos que la fluotexina altera la plasticidad neuronal, aumentando la conectividad de los circuitos neuronales en esa región y, por consiguiente, su volumen”, dice.
Para Hoexter, estos resultados, sumados a los de otros trabajos, sugieren que la medicación propicia una alteración morfológica que comienza en las regiones más profundas del cerebro y prosigue hacia las más superficiales, tales como la corteza cerebral, siguiendo un patrón conocido como bottom-up. En tanto, la terapia cognitiva-comportamental lograría lo contrario, influyendo primero en la remodelación de la región cortical, ligada a la conciencia, y posteriormente, en áreas más profundas (top-down). “Como el seguimiento fue de tan sólo tres meses, no logramos medir alteraciones en el volumen de la corteza”, explica Hoexter. “Existen indicios de que las mismas sobrevienen con mayor lentitud”.
En algunos casos gravísimos, en los cuales ni la psicoterapia ni la medicación surten efecto, los científicos brasileños han adoptado una medida más extrema para interrumpir el funcionamiento de ese circuito: una cirugía experimental en la que emplean radiación para anular una región milimétrica de la cápsula interna, un haz de fibras que conecta los núcleos de la base con el tálamo (leer en Pesquisa FAPESP, edición nº 98). Durante los últimos 10 años, el psiquiatra Antônio Carlos Lopes, del equipo de la USP viene examinando a 17 pacientes con TOC refractario, que no habían respondido a diversos fármacos ni a años de terapia, y pasaron por la cirugía. Alrededor de la mitad experimentó una mejoría significativa luego de la intervención, que ocasionó escasos efectos colaterales: en general, dolor de cabeza frecuente, el cual se controló con antiinflamatorios, de acuerdo con el estudio remitido para su publicación a una revista científica de alto impacto. Según Lopes, los resultados indican que ni siquiera la cirugía es curativa. “Ella parece funcionar más bien como potenciadora de los efectos de la medicación y de la terapia cognitivo-conductual”, comenta Lopes.
Complejo y heterogéneo
Ante los resultados no siempre alentadores de los tratamientos, Miguel y su grupo continúan intentando comprender al TOC. Desde 2003, él coordina una red integrada por los principales especialistas en TOC del país ‒actualmente son casi 70 colaboradores de siete instituciones integrantes del Consorcio Brasileño de Investigación en Trastornos del Espectro Obsesivo-Compulsivo, el C-TOC‒ que estudian las características de ese problema en nuestra población con el objetivo de intentar comprender su origen y cómo tratarlo de manera más adecuada. En un esfuerzo posiblemente inédito para la psiquiatría brasileña, los investigadores del C-TOC realizaron entrevistas minuciosas que, en promedio, duraban cuatro horas, con 1.001 pacientes con TOC atendidos en los estados de São Paulo, Río de Janeiro, Pernambuco, Bahía y Rio Grande do Sul.
Al analizar los datos de esa muestra, la mayor reunida en el mundo, ellos constataron que tan sólo un 8% de los individuos con TOC presentaba exclusivamente síntomas de obsesión y compulsión, lo que se denomina TOC puro. En la mayoría de los casos, el TOC apareció acompañado de al menos algún otro trastorno psiquiátrico en el curso de la vida: un 68% de los participantes en el estudio sufría también de depresión y un 63% de otros trastornos de ansiedad, las afecciones más frecuentes en la población en general. Casi un 35% presentaba síntomas de fobia social, que se caracteriza por un excesivo temor a estar en público.
La comprobación de que el TOC puro es la excepción, y no la regla, aportó a los investigadores una pista de por qué no siempre los tratamientos funcionan tal como se espera. La presencia de afecciones extras ‒los médicos las denominan comorbilidades‒ indicaría un grado de compromiso mayor del cerebro como un todo y de los circuitos posiblemente asociados al TOC. En una comparación con lo que ocurre en los casos de enfermedades cardiovasculares, Miguel comenta que manifestar TOC puro sería algo equivalente a “padecer hipertensión, sin ser obeso ni diabético”, algo poco frecuente en la vida real. Para él, ese mayor compromiso del sistema nervioso ayuda a explicar por qué la proporción de pacientes con TOC que mejora cuando se la somete a los tratamientos ‒las directrices internacionales indican la realización de terapia cognitiva-comportamemental, el uso de antidepresivos que actúan sobre el neurotransmisor serotonina o la asociación de ambos, que usualmente resulta más eficaz‒ es menor de lo que proyectaban los estudios iniciales.
Investigaciones previas que testearon cada uno de esos tratamientos por separado indicaban que hasta un 60% de los pacientes mejoraba, un índice que era algo más positivo cuando la terapia se asociaba con la medicación. Pero en general, esos trabajos se habían realizado con pacientes que presentaban la forma pura del TOC. Cuando evaluó esos tratamientos en individuos con uno o más padecimientos psiquiátricos asociados al TOC, el grupo brasileño comprobó que la tasa de respuesta descendía a la mitad: el 30% mejoraba con la terapia, el 30% con antidepresivos y alrededor de un 50% con la asociación de ambos tratamientos. “La existencia de comorbilidades es el principal factor que permite predecir si el individuo responderá al tratamiento”, explica Miguel. “En ese sentido, éstas son más relevantes que el tipo de síntoma obsesivo-compulsivo que presenta el paciente, que la forma de tratamiento a la que se lo somete y que la existencia de casos parentales de TOC [indicador de predisposición genética para el trastorno]”.
Con base en estos resultados, ahora se sabe que, en algunas situaciones, tratar la comorbilidad resulta tan importante como combatir los síntomas del TOC, puesto que la depresión, la ansiedad pura y la fobia social, trastornos asociados al TOC, a menudo le impiden al individuo el comienzo del tratamiento. “A veces, la depresión y la ansiedad son tan intensas que los pacientes no soportan la terapia grupal [estrategia adoptada en el Protoc] ni el uso de medicación, porque los síntomas de ansiedad pueden intensificarse transitoriamente al comienzo”, comenta Diniz. Según los investigadores, en esos casos es necesario combatir el problema secundario antes de avanzar contra el TOC.
Además de obstruir el inicio del tratamiento, los otros trastornos mentales asociados al TOC pueden perjudicar la respuesta al tratamiento al inducir al individuo a interrumpir la terapia o el uso de la medicación. En un trabajo publicado en 2011 en la revista Clinics, Diniz comparó las comorbilidades de un grupo de personas que completó 12 semanas de tratamiento con las de otro grupo que desistió en su transcurso. Y constató que los casos de ansiedad y fobia social eran bastante más comunes en quienes abandonaban el tratamiento médico.
Alto riesgo
Las comorbilidades, según descubrieron los investigadores, también contribuyen para un desenlace que era poco conocido en los casos de TOC: el suicidio. La psiquiatra Albina Torres, de la Universidade Estadual Paulista (Unesp) en Botucatu, analizó información sobre 582 pacientes y descubrió que un 36% ya había pensado en quitarse la vida; un 20% había planificado el suicidio y un 11% había puesto el plan en práctica. Torres también verificó que el riesgo de planificar o intentar suicidarse era mayor entre los individuos que, más allá del TOC, sufrían depresión, trastornos de estrés postraumático (Tept) o trastornos de control de impulsos. “El TOC siempre ha sido considerado un trastorno con bajo riesgo de suicidio”, comenta ella. “Comprobamos que no es tan así”.
Los pormenores aportados por los 1.001 pacientes brasileños permitieron a la psicóloga Maria Alice de Mathis investigar la evolución del TOC. Los resultados, presentados en 2012 en el European Neuropsychopharmacology, incluso sugieren que el TOC sería una enfermedad asociada con eventos significativos que ocurren durante el desarrollo infantil. En el 58% de los casos, el TOC se había iniciado antes de los 10 años de edad. Cuando analizó los datos del total de los pacientes en conjunto, de Mathis notó que los síntomas obsesivo-compulsivos no eran los primeros en manifestarse: en promedio, surgían entre los 12 y 13 años de edad. El problema que apareció más pronto fue el temor a estar lejos de los padres o del hogar, el denominado trastorno de ansiedad por la separación, una forma de ansiedad que surgió, en promedio, alrededor de los 6 años de edad. Algo después, más o menos a los 7 años y medio, asomaron los síntomas de trastorno de déficit de atención con hiperactividad o TDAH (obsérvese el gráfico).
Al confrontar los trastornos psiquiátricos presentados en la infancia con las características del TOC en la instancia de las entrevistas (muchos eran adultos), los investigadores arribaron al menos a dos importantes conclusiones. La primera apunta que las personas que en la infancia presentaban síntomas de ansiedad por separación y después desarrollaron TOC corrían un mayor riesgo de padecer también trastorno de estrés postraumático si eran expuestas a una situación de amenaza (real o imaginaria) a su vida. La segunda, sostiene que aquéllos con síntomas de déficit de atención con hiperactividad evidenciaban mayores posibilidades de desarrollar dependencia química si probaban drogas tales como alcohol, marihuana o cocaína. “Esos trastornos tempranos pueden funcionar como marcadores de vulnerabilidad ante otros trastornos mentales”, dice Miguel. “Si nos enfocamos en ellos, podemos evitar que aparezcan otras complicaciones”, dice.
Más real
Según los investigadores, lo que se viene confirmando en los últimos años es que las comorbilidades contribuyen a complicar un cuadro que es de por sí complejo. En 2006, la psiquiatra Maria Conceição do Rosário presentó en un artículo en la revista Molecular Psychiatry las primeras evidencias consistentes que indican que, desde el punto de vista de los síntomas, el TOC es una enfermedad bastante heterogénea: cada paciente puede manifestar diferentes tipos de síntomas con intensidades igualmente variables. Para entonces comenzaban a surgir estudios estadísticos con el objetivo dea grupar los casos de TOC según los 13 grupos (dimensiones) de síntomas más característicos: son 7 tipos de obsesiones, que incluyen el temor a sufrir agresión o el miedo a contaminarse, y 6 tipos de compulsiones, tales como la de hacer verificaciones permanentemente y mantener todo limpio alrededor.
Tal abordaje, denominado dimensional, reforzaba dos observaciones de la práctica clínica. La primera consiste en que cada paciente es diferente de otro. La segunda, que los síntomas no son mutuamente exclusivos, puesto que muchos individuos presentaban más de una categoría de obsesiones o compulsiones. Por ejemplo, alguien con un grado moderado de obsesión, por simetría puede albergar un temor más pronunciado a contaminarse y no evidenciar síntomas relacionados con el temor a sufrir agresiones. Durante su pasantía en la Universidad Yale en el grupo del psiquiatra James Leckman, reconocido internacionalmente por sus trabajos en salud mental de niños y adolescentes, ella comenzó a perfeccionar la estrategia dimensional.
Junto a Leckman y Miguel, Conceição desarrolló un método de evaluación: un cuestionario para el diagnóstico del TOC conocido por la sigla DY-Bocs. Esa escala es la primera que permite evaluar la gravedad de los síntomas de las diferentes dimensiones en forma individual. Más allá de agrupar los síntomas por semejanza, la misma aporta una idea más precisa acerca del grado de molestia que provocan, cuánto interfieren en la rutina diaria y en qué nivel alteran la percepción que el paciente tiene de sí mismo. “Logramos elaborar una representación del TOC más cercana a lo que imaginamos que ocurre en realidad”, dice Conceição, quien coordina la Unidad de Psiquiatría de la Infancia y Adolescencia de la Unifesp e integra el C-TOC.
Aunque se encuentre lejos de representar toda la complejidad inherente al TOC, esta forma de interpretar las manifestaciones del trastorno, según ella, está ayudando a los expertos en salud mental a repensar el objetivo del tratamiento. “En lugar de tener como meta la eliminación de todos los síntomas, el objetivo pasó a ser el de atenuar aquéllos que más le molestan al individuo”, dice.
Pese a los avances logrados, ya hace algún tiempo que Miguel piensa que el camino para lidiar con el TOC podría ser otro. En lugar de aguardar que se manifieste para entonces combatir sus síntomas, la salida sería intentar evitar que se instale. ¿Cómo? Cuidando mejor de las embarazadas y de los niños, toda vez que existen fuertes indicios de que el TOC, al igual que otros desórdenes psiquiátricos, es una enfermedad del neurodesarrollo. Pensando en ello, él y el psiquiatra Luiz Rohde, de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul, iniciaron estudios en los cuales las gestantes y sus hijos se someterán a un seguimiento durante años con el objetivo de identificar factores que aumentan el riesgo de desarrollar TOC. “Queremos emular en la psiquiatría, lo que hace tiempo se viene haciendo en otras áreas de la medicina, tales como la cardiología”, sostiene Miguel. “La idea es detectar los factores de riesgo para intervenir en forma precoz y evitar que se desarrolle la enfermedad”.
Un mapa dinámico del cerebro
En ocasión del pronunciamiento que realizara al Congreso de Estados Unidos en el mes de febrero, abordando las prioridades nacionales, el presidente Barack Obama mencionó que los científicos están mapeando el cerebro y afirmó que, para el éxito de tal clase de emprendimiento y de otros en ciencia y tecnología, las inversiones deberían alcanzar niveles nunca vistos desde la era de la carrera espacial. Los científicos percibieron en ese discurso un apoyo al proyecto intitulado Mapa de la Actividad Cerebral (Brain Activity Map).
Propuesto a mediados de 2012 por neurocientíficos de Estados Unidos y Canadá en un artículo publicado en la revista Neuron, se trata de un proyecto al estilo Big Science, de iniciativas que involucran a gran parte de la comunidad científica, además de instituciones públicas y privadas, en torno de una cuestión específica. En este caso, sumamente ambiciosa: comprender cómo funciona el cerebro.
Para ello, sugieren que se registre durante cierto tiempo la actividad de cada neurona en circuitos neuronales completos. Resulta algo complejo, que implica grandes retos tecnológicos. Las actuales técnicas disponibles sólo permiten recabar información de unas pocas células y esas redes pueden abarcar millones de neuronas, cada una de ellas estableciendo miles de conexiones. Se cree que el funcionamiento de esas redes sería el resultado de una interacción compleja, algo mayor aún que la suma de sus componentes.
Tal proyecto requeriría un esfuerzo a gran escala y cuantiosas inversiones, similares a las de la secuenciación del genoma humano, que, entre 1990 y 2003 insumió 3.800 millones de dólares. Según el New York Times, se espera que el proyecto se incluya en la propuesta de presupuesto que Obama enviará este mes para su aprobación en el Congreso.
En el artículo de Neuron, el grupo liderado por A. Paul Alivisatos, de la Universidad de California en Berkeley, considera que es una tarea factible, que puede colaborar para lograr una mejor comprensión de la actividad cerebral y de cómo surgen algunas enfermedades. Y asimismo, quizá, arribar a formas más eficientes para combatirlas.
No existen garantías de que el proyecto, incluso aprobándoselo y puesto en marcha, resulte en los soñados avances médicos. Muchas de las promesas del genoma no lograron concretarse, puesto que el funcionamiento de los genes es más complejo que lo imaginado inicialmente. Pero se espera que, más allá de ampliar la comprensión sobre el cerebro, genere innovaciones y provecho. Cada dólar invertido en el proyecto genoma generó 141 dólares.
Otro proyecto de fuste en el área cobró gran impulso en Europa. En enero, la Comisión Europea seleccionó al Proyecto del Cerebro Humano (Human Brain Project) como uno de sus proyectos emblema: una iniciativa ambiciosa y con metas visionarias que abrirá el camino hacia la innovación tecnológica y oportunidades económicas.
Dicho proyecto, que cuenta con la participación de 80 instituciones de Europa, Estados Unidos y Japón, con una extensión prevista de 10 años y un costo estipulado en 1.190 millones de euros, tiene como objetivo reunir todo el conocimiento producido sobre el cerebro y, utilizando supercomputadoras, recrearlo virtualmente y reproducir su funcionamiento.
Proyectos
1. Instituto Nacional de Psiquiatría del Desarrollo: un nuevo abordaje para la psiquiatría enfocado en nuestros niños y en su futuro (2008/ 57896-8); Modalidad Proyecto Temático; Coord. Euripedes Constantino Miguel Filho/ IPq-USP; Inversión R$ 5.239.411,72 (FAPESP).
2. Caracterización fenotípica, genética, inmunológica y neurobiológica del trastorno obsesivo-compulsivo y sus implicaciones para el tratamiento (2005/ 55628-8); Modalidad Proyecto Temático; Coord. Euripedes Constantino Miguel Filho/ IPq-USP; Inversión R$ 1.622.015,67 (FAPESP).
Artículos científicos
DE MATHIS, M. A. et al. Trajectory in obsessive-compulsive disorder comorbidities. European Neuropsychopharmacology. 22 ago. 2012.
HOEXTER, M.Q. et al. Gray matter volumes in obsessive-compulsive disorder before and after fluoxetine or cognitive-behavior therapy: a randomized clinical trial. Neuropsychopharmacology. v. 37(3). p. 734-45. fev. 2012.
TORRES, A.R. et al. Suicidality in obsessive-compulsive disorder: prevalence and relation to symptom dimensions and comorbid conditions. Journal of Clinical Psychiatry. v. 72 (1). jan. 2011.
ROSÁRIO-CAMPOS, M.C. et al. The dimensional Yale – Brown obsessive-compulsive scale (DY-Bocs): an instrument for assessing obsessive-compulsive symptom dimensions. Molecular Psychiatry. v. 11. p. 495–504. 2006.
MIGUEL, E.C. et al. Obsessive-compulsive disorder phenotypes: implications for genetic studies. Molecular Psychiatry. v. 10. p. 258-75. 2005.