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Dictadura

Las páginas prohibidas

La lista de libros censurados por los militares luego del Acto Institucional nº 5 revela los criterios de incautación

nelson provaziVeintiocho cajas guardadas en el Archivo Nacional de Brasilia han preservado parte de una historia que sigue teniendo páginas incompletas. Esta colección reúne la documentación de los órganos censores de la dictadura militar referente a los libros publicados durante el período posterior a la promulgación del Acto Institucional nº 5, en 1968.

Sandra Reimão, docente de la Escuela de Artes, Ciencias y Humanidades de la USP, analizó recientemente el contenido de esos archivos, y elaboró la lista hasta ahora más completa de libros sometidos a la censura durante ese lapso de tiempo. Este estudio figura en el libro Repressão e resistência – Censura a livros na ditadura militar (Edusp/ FAPESP, 2011) y permite analizar con gran precisión los criterios de los cuales se valía el gobierno militar brasileño para prohibir obras literarias publicadas en esa época, que hacía posible que quedaran bajo el manto de la preservación del orden y las buenas costumbres libros políticos tales como O mundo do socialismo, de Caio Prado Junior, y eróticos, como Tessa, a gata, de Cassandra Rios.

En la lista también se encuentran Feliz ano novo, de Rubem Fonseca; Zero, de Ignácio de Loyola Brandão; Dez historias imorais, de Aguinaldo Silva; y Carniça, de Adelaide Carraro. En el estudio de Sandra Reimão hay también una subdivisión destinada a obras teatrales publicadas en libros, donde se  hace mención a los textos Papa Highirte, de Oduvaldo Vianna, y Abajur lilás”, de Plínio Marcos.

Todos son libros oficialmente prohibidos entre los años 1970 y 1988, período que abarca desde el año del decreto ley 1.077/ 70 –que instituyó la censura previa para publicaciones literarias– hasta el año en que la Asamblea Nacional Constituyente le puso fin a la censura.

Los libros eróticos se erigían en los blancos más comunes. “De ceñirnos a la legislación, la censura siempre hizo referencia a temas contrarios a la moral y las buenas costumbres; nunca se hizo explícito que existiera una censura en lo atinente a temas políticos, a textos sobre corrupción o tortura”, comenta Marcelo Ridenti, autor del libro Em busca do povo brasileiro – Artistas da revolução, do CPC à era da TV (Record, 458 páginas).

No se trata solamente de una mascarada. “Era realmente una preocupación de los censores, y la mayoría de los libros censurados correspondía a libros eróticos. El tema es que la censura, con base en esos criterios referentes a la moral y las buenas costumbres, prohibía también obras consideradas subversivas del orden político”, concluye.

Cassandra Rios, famosa autora que dedicó su producción a prosas que no raramente contenían un sesgo homoerótico femenino, fue una de las campeonas de prohibiciones perpetradas por la dictadura. En la portada del libro Tessa, a gata, la autora echa mano incluso de la acción de la censura a su favor, con el eslogan “Un nuevo éxito de la autora más prohibida de Brasil”.

En el estudio, Sabdra, que contó con el apoyo económico de la FAPESP, verificó que 313 obras fueron prohibidas entre las 492 sometidas al análisis del Departamento de Censura de Diversiones Públicas (DCDP). Es decir, del total, 179 libros fueron autorizados luego del análisis del DCDP, un dato importante a la hora de entender que existía un sistema de criterios desarrollado por el órgano. La censura estaba a cargo de un equipo contratado mediante concurso público, y muchos de sus integrantes eran universitarios.

082-085_Censura_199La cifra que Sandra relevó no es definitiva. La lista completa de libros censurados por la dictadura difícilmente llegará a su fin, según dice la investigadora, pues antes del decreto ley 1.077 no había uniformidad en la metodología de censura. “Antes de 1970 había coacción, incautación de libros, allanamiento de librerías y detención de libreros de manera desorganizada. La censura estaba a cargo de distintos órganos del Estado. Después del AI-5, pasó a ser función del Ministerio de Justicia”, dice.

Incluso los documentos guardados en las 28 carpetas del Archivo Nacional pueden estar incompletos. “El archivo que existe corresponde a lo que se ha preservado. No sabemos qué se ha perdido de ese archivo”, explica la investigadora. Los documentos guardados en el Archivo Nacional sólo estuvieron disponibles a partir del año 2000. “Hay muchas novedades sobre el tema. Ese material aún no había sido analizado, sencillamente porque antes no contaba con una organización mínima”, dice la investigadora.

No obstante, un trabajo similar no sólo antecede a la investigación de Sandra sino que también hace las veces de punto de partida. El profesor Deonísio da Silva, doctor en letras de la USP, había apuntado 430 libros prohibidos por la censura durante la época del régimen militar en el libro Nos bastidores da censura. Entre los títulos, 92 son de autores brasileños. “Yo seguí el trabajo que Deonísio empezó”, dice Sandra. Cuando giró sus reflectores también hacia la publicación de libros, la censura ya se descargaba ampliamente y con fuerza total sobre otros campos de expresión artística, especialmente el teatro, la música y el cine. “La cantidad de libros censurados es menor que la de otros medios de diversión pública.”

Marcelo Ridenti confirma que la literatura se vio “relativamente” menos afectada por la censura que otros campos de expresión vecinos. “La producción audiovisual tenía más potencia de difusión masiva. El cine y la televisión, por supuesto, eran los que estaban más en la mira”, explica el investigador. Las editoriales nacionales, prosigue, no se vieron obligadas a someter sus publicaciones a la censura previa, tal como sí sucedía con productoras de películas y de programas de televisión. Para poner en funcionamiento su sistema de vigilancia también sobre la producción literaria nacional, los censores contaban con una ayuda fundamental: las denuncias, realizadas a menudo por ciudadanos comunes.

Por haber estado menos en la mira, la literatura pudo ejercerse con un poco más de libertad. “Sirvió como válvula de escape”, dice Ridenti. “Calabar, de Chico Buarque, fue prohibida en teatro, pero salió en forma de libro”, ejemplifica el investigador. “Con la literatura se podía respirar un poco más.”

De acuerdo con el estudio de Zuenir Ventura, presentado en el libro 1968 – O ano que não terminou, durante los 10 años de vigencia del AI-5 (1968-1978) se censuraron alrededor de 500 filmes, 450 obras de teatro, 200 libros, decenas de programas de radio, 100 revistas, más de 500 letras de música y una docena de capítulos de sinopsis de novelas.

Buena parte de las denuncias reunidas entre los dictámenes emitidos por los órganos censores –varios publicados en las últimas páginas del libro de Sandra con buena legibilidad, gracias al proyecto gráfico de Carla Fernanda Fontana– recrimina contenidos considerados eróticos o pornográficos: “El libro Dias de Clichy, de Henry Miiler [sic], es un verdadero atentado al pudor y, sin embargo, se encontraba a disposición de cualquier adolescente en la Biblioteca Municipal de esta localidad”, dice una carta de Usana Minette, de Lençóis Paulista, que data de septiembre de 1974, dirigida al ministro de Justicia, Armando Ribeiro Falcão. El libro “… recibió el apoyo del señor alcalde y presidente de la biblioteca y sólo fue sacado de circulación al cabo de mucha insistencia”, sigue la carta de denuncia.

Escrito a máquina, este ejemplar data precisamente del período de mayor actuación de los órganos censores. A decir verdad, fue en 1975 cuando se detectó el mayor número de prohibiciones de libros nacionales. De acuerdo con la investigación de Sandra Reimão, 109 libros entre los 132 analizados por la Justicia fueron censurados en 1975.

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En 1976 se prohibieron 61 libros. Entre ellos aparece Feliz Ano Novo, de Rubem Fonseca, una de las obras más estudiadas por los investigadores de la censura de libros durante el lapso de la dictadura. Resumidamente, el libro cuenta la historia de tres personajes que, durante los festejos de Año Nuevo, asaltan una mansión, matan a tres personas, violan a una y, al final, brindan al año que comienza.

En el dictamen firmado por Raymundo F. de Mesquista con las palabras “No autorizado” en mayúscula rellenando el espacio de “Calificación etaria”, la censura es justificada así: “El presente libro […] retrata, casi en su totalidad, a unos personajes portadores de complejos, vicios y taras, con el objetivo de enfocar la faz obscura de la sociedad en la práctica de la delincuencia, el soborno, el latrocinio violento y el homicidio, sin ninguna referencia a sanciones…”. Más adelante, el documento consigna que en las páginas 31, 139 y 141 se efectúan “rápidas y desmerecedoras alusiones a los responsables del destino de Brasil y al trabajo censorio”.

A partir de 1976, la cantidad de libros censurados empieza a caer paulatinamente (vea el cuadro de la página 84). Una de las hipótesis para esa disminución –de la cantidad de obras censuradas también en otras áreas de las artes– es la muerte del periodista Vladimir Herzog, como consecuencia de la tortura que le infligieron los militares, en 1975.

A partir de entonces se acentúa la exigencia de la sociedad en pro de la redemocratización y también por el fin de la censura. “Ése es uno de los factores”, dice Flamarion Maués Pelúcio Silva, doctorando en historia social y magíster en historia económica por la USP, que estudia las editoriales de oposición a la dictadura en Brasil. A comienzos de los años 1970 se registró la mayor cantidad de muertes y desapariciones de figuras políticas que se oponían al régimen “mediante la militancia, armada o no”. Y la muerte de Herzog en ese contexto, recuerda Flamarion, hace que el país “conozca de manera más amplia” la situación política agravada por la represión, lo que provoca una reacción inmediata.

Para el investigador, el estudio de Sandra, al ceñirse al universo de libros prohibidos por una censura oficial y documentada, muestra “de manera coherente” cuáles eran los fundamentos de la persecución contra obras literarias. “Son trabajos censurados partiendo de un punto de vista formal, con dictámenes. Los documentos contienen justificaciones; es un material valioso”, evalúa.

A propósito: al final de su libro, Sandra hace alusión también a la resistencia de editores y escritores ante las exigencias de la censura institucionalizada. Érico Verissimo y Jorge Amado, con sus manifestaciones públicas en repudio al régimen militar, tuvieron relevancia dentro de ese movimiento, protagonizado también “por una legión de anónimos”, culmina la investigadora.

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