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Lino Barañao

Lino Barañao: El desafío de generar conocimiento y riqueza

El ministro argentino quiere ampliar la cooperación con Brasil y dice que el ejemplo de São Paulo podría inspirar a empresas de su país a invertir más en investigación

Entrevista_Lino BaranaoLÉO RAMOSEl gobierno de Argentina creó en 2007 su Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (Mincyt) y, en el curso de los últimos ocho años, la cartera mantuvo al mismo titular: el porteño Lino Barañao, de 61 años, doctor en Química por la Universidad de Buenos Aires (UBA), experto en biotecnología animal. En su trayectoria como científico, Barañao se desempeñó como investigador visitante en el Instituto Max Planck, en Múnich, Alemania, y en la Universidad del Estado de Pensilvania, en Estados Unidos, y asumió la dirección del Laboratorio de Biología de la Reproducción y Biotecnología Animal, vinculado al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet, el principal organismo de promoción de la ciencia y la tecnología en ese país. En 2002, fue partícipe del primer equipo en América Latina que clonó un becerro, la ternera Pampa. Al año siguiente, asumió el cargo de presidente de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (Anpcyt), que se creó en los años 1990 para brindarle mayor flexibilidad a la financiación de la investigación científica, que hasta entonces se encontraba circunscrita a la estructura del Conicet. Se mantuvo al mando de la agencia hasta 2007, cuando la presidenta Cristina Kirchner lo invitó a asumir el ministerio.

Su gestión impactó en el modo de hacer ciencia en Argentina. La ampliación de la inversión en infraestructura impulsó la construcción de 190 mil metros cuadrados en laboratorios y un programa de repatriación de científicos argentinos atrajo desde el exterior a más de mil de éstos, instalándolos en centros de investigación públicos y en empresas, además de configurar una red de intercambio con más de cinco mil científicos del país radicados en otros países, transformándolos en punta de lanza de cooperaciones científicas internacionales. Las magras inversiones de las empresas argentinas en investigación y desarrollo (I&D) ‒el 76% de las actividades de I&D en el país las financia el Estado‒ continúan siendo un escollo para el desarrollo científico del país, que viene recurriendo a colaboraciones público privadas para modificar ese panorama.

Edad
61 años
Especialidad
Biología celular, fisiología de la reproducción y biotecnología animal
Estudios
Títulos de grado (1976) y doctorado (1981) en Ciencias Químicas otorgados por la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. Investigador invitado del Instituto Max Planck de Psiquiatría (1981); investigador asociado en la Universidad del Estado de Pensilvania (1982-1984)
Institución
Laboratorio de Biología de la Reproducción y Biotecnología Animal (Conicet)
Produción científica
Publicó más de 50 artículos en revistas científicas internacionales y 5 capítulos de libros. Fue director de seis tesis doctorales

Durante el mes de agosto, Barañao realizó una visita a Brasil. Estuvo en la sede de la FAPESP, mantuvo conversaciones con miras en la ampliación de las colaboraciones con investigadores paulistas e informó que dentro del cronograma está prevista la construcción, en los Andes argentinos, del radiotelescopio Llama (la sigla en inglés que denomina al proyecto del Telescopio de Gran Resolución Milimétrica Latinoamericano), una concepción que surge de un convenio en el cual los científicos paulistas se encargan de la adquisición de la antena de 12 metros, cuyo costo total, financiado por la FAPESP, es de 9,2 millones de dólares, y los argentinos se ocupan del montaje de la estructura física para albergar el equipamiento y se hacen cargo de su operación, que comenzará en 2017. El ministro también visitó el Laboratorio Nacional de Luz Sincrotrón, en Campinas, bastante utilizado por investigadores argentinos, y se reunió en Brasilia con el ministro brasileño de Ciencia, Tecnología e Innovación, Aldo Rebelo. En la capital federal brasileña, dijo que Brasil y Argentina tienen desafíos complementarios y bregó por una mayor integración entre los científicos de ambos países. El ministro se esforzó para reservar tiempo en su agenda para concederle a Pesquisa FAPESP la entrevista que sigue a continuación.

Brasil es el tercer país en cantidad de artículos científicos redactados en colaboración internacional con Argentina, atrás de Estados Unidos y España. ¿En qué campos del conocimiento la colaboración entre ambos países ha sido más productiva?
Esto ha ido cambiando a lo largo de la historia, con una preponderancia de la física y de la química hace unas décadas. Luego, con la aparición del Centro Argentino-Brasileño de Biotecnología, el Cabbio [una red binacional de grupos de investigación creada en 1987, que ha dado apoyo a más de un centenar de proyectos], se intensificó la colaboración en temas de biología y biotecnología aplicada tanto a la producción vegetal como animal. Y más recientemente se ha incrementado mucho la cooperación con ese centro brasileño-argentino en temas de salud, fundamentalmente en células madre.

¿Ésa es una de sus áreas de interés, cierto?
Sí, yo trabajo también con células madre.

En la FAPESP Week Buenos Aires, realizada en abril pasado, hubo mesas redondas sobre temas de investigación de interés de ambos países, tales como energía, alimentos funcionales, nanociencias e información cuántica. ¿Usted destacaría algún área en especial?
Hay una nueva iniciativa relacionada con estudios de física cuántica y átomos fríos. Es algo bastante original y que va a permitir incorporar ciencia de punta a la cooperación.

¿El ministerio tiene interés en expandir las colaboraciones con científicos del estado de São Paulo? ¿En qué áreas?
Más que pensar en un área específica, nos interesa asimilar las buenas prácticas de un sector privado innovador. Vemos como un valor diferencial del estado de São Paulo la participación del sector privado en la investigación. Nuestro gran desafío es acoplar conocimiento a la generación de riqueza. Entonces nos interesaría avanzar en proyectos que tengan alguna una posible aplicación en el corto y mediano plazo para tener casos de éxito que permitan de alguna forma mostrarle al empresariado argentino que la inversión en investigación y desarrollo es rentable. En São Paulo existe esa impronta cualitativa, por un proceso de selección natural. No es que el empresariado argentino sea intrínsecamente menos proclive a la innovación, pero, a causa de los años de economía liberal, con un mercado abierto, se castigó a aquellos empresarios que invirtieron en investigación y trataron de competir sanamente mediante la incorporación de conocimiento. Ellos se están recuperando lentamente. Pero la comparación con casos de éxito sirve de mucho, y sobre todo con un referente que está tan cerca como es São Paulo. No tiene mucho sentido comparar con Irlanda o con los países nórdicos, porque siempre hay factores culturales que los hacen muy diferentes. En tanto, las diferencias culturales entre Brasil y Argentina no son tan grandes.

En Argentina el 73% de las inversiones en I&D todavía depende del sector público.  ¿Qué estrategias implementa el país para ampliar la participación de las empresas en esas inversiones?
En São Paulo es el 61% de la inversión en I&D, un porcentaje muy alto. Esta proporción es producto de la matriz productiva. En Argentina los sectores extractivos, incluyendo también en ellos a la agricultura, la minería, la producción de productos no elaborados, tienen todavía un peso importante en la economía. Esas empresas no invierten en I&D, porque sus procesos ya están establecidos o porque son filiales de compañías extranjeras que aplican tecnología ya desarrollada. El sector de la agricultura, no obstante, en la última década, comenzó a invertir, hay una asociación de productores, llamada Bioceres, que creo un centro de investigación en un campus universitario. Es el primer caso de un sector privado que comprendió la importancia de la competitividad de la biotecnología y quiere desarrollar tecnología propia. Pero obviamente, cuando uno mide el impacto, todavía no es detectable. Otro sector que tiene un impacto creciente es el sector de software, un sector de servicios. Argentina ya exporta más software que carne. Esto es un dato, aunque el software no es tan rico… Si se analiza individualmente, las empresas de software invierten una proporción de sus ganancias tan elevada como una empresa americana, porque es inherente a una empresa de software ser competitiva y mejorar continuamente sus procesos. El sector de software está creciendo poco a poco. Todavía no tenemos empresas que facturen 500 ó 1.000 millones de dólares. Entonces sí el porcentaje de investigación sería más detectable. Pero yo confío en que en la medida en que logremos una diversificación de la matriz productiva hacia empresas con mayor conocimiento agregado, vamos a tener una mayor proporción de inversión del sector privado.

La inversión del gobierno argentino en investigación científica ha crecido en los últimos años en áreas tales como biotecnología, nanotecnología, agroindustria, salud e informática, que fomentan a su vez inversiones de riesgo en innovación dentro de instituciones públicas, con el objetivo de transferirlas cuando estén maduras al sector privado. ¿Ese modelo ha funcionado?
Lo que hicimos es crear un fondo que financia primero por sectores previamente individualizados: biotecnología, nanotecnología, medio ambiente y otros. Además solamente financia consorcios público privados. O sea que tienen que venir en forma conjunta: el investigador con la idea novedosa y el empresario dispuesto a comprometerse a la inversión necesaria para llevar eso al mercado en caso de que supere la prueba de éxito.

Pero el gobierno invierte en la innovación de riesgo, ¿cierto?
Invierte en la etapa de riesgo, la primera parte, fundamentalmente del sector público, y el sector privado luego acompaña. Por ejemplo, para el desarrollo de anticuerpos monoclonales, hemos concedido subsidios por un valor de siete millones de dólares. Ninguna empresa farmacéutica en Argentina puede invertir eso a riesgo, es algo que es novedoso. Una empresa construyó una planta que costó 25 millones de dólares, pero sobre la base de que el producto había pasado por pruebas y estaba listo para su comercialización. Y a este esquema de consorcio público privado lo hemos generalizado. Tenemos más de 30 ya en funcionamiento con desarrollos concretos. Creemos que es una manera bastante efectiva para acoplar estos dos mundos que son distintos. El problema central es que los mecanismos de recompensa del sector privado y del sector público son diferentes. El sector privado tiene como recompensa la rentabilidad, porque de eso vive, y en el sector público el investigador tiene como recompensa el reconocimiento de sus pares, a través de publicaciones, de cuánto lo citen.

¿Cómo compatibilizar ambos sistemas de recompensa?
Es muy difícil compatibilizarlos, a menos que uno los fuerce con un estímulo grande como es un financiamiento que el investigador no conseguiría para su investigación propia a la manera tradicional. Entonces, al participar en estos consorcios, los investigadores pueden comprarse equipos más grandes, pueden tener más becarios, y esto generalmente no deteriora su capacidad de publicación, porque muchas veces terminan publicando cosas que han desarrollado para el consorcio como un aporte al conocimiento general. Se puede incentivar el acoplamiento a instrumentos como la Ley de Software, que ha incrementado la inversión de empresas del sector, sobre todo haciendo I&D, porque para poder contar con el beneficio fiscal tiene que hacer I&D e invertir. Entonces eso ha sido beneficioso. Las empresas tienen un incentivo concreto para derivar parte de sus ganancias hacia la investigación, porque se las compensa por otra vía. Así que es una combinación de instrumentos de promoción y de instrumentos fiscales, lo que creo que finalmente es la herramienta más adecuada.

La antena de 12 metros del Llama, que se instalará en 2016, es similar a la del Apex (arriba), en Chile

ESO/ B. TafreshiLa antena de 12 metros del Llama, que se instalará en 2016, es similar a la del Apex (arriba), en ChileESO/ B. Tafreshi

¿Cuáles son las perspectivas de colaboración entre el Conicet y la FAPESP para la construcción del telescopio Llama? ¿Qué se puede esperar de ese proyecto conjunto en términos de resultados científicos? Aparte de sumar recursos, ¿qué se aspira a lograr con la elaboración de proyectos conjuntos?
El proyecto Llama está en marcha, se está cumpliendo el cronograma exactamente de acuerdo a lo previsto. Ahora está en la etapa de ingeniería, de diseño de las bases para la antena, la parte logística; pero, tanto el Conicet como nuestro ministerio y el gobierno provincial de Salta están aportando los recursos de acuerdo con lo previsto, con lo cual creemos que va a estar en funcionamiento en la fecha pensada originariamente. Este tipo de experimentos tienen como dos vertientes de resultados. Unos son los resultados científicos: cómo analizar fuentes de energía del espacio estelar, conocer los orígenes del universo y ver cómo va evolucionando.  Eso tiene que ver con satisfacer la curiosidad, que creo que compartimos todos, de saber un poco de dónde venimos, qué pasa con el Universo. Pero lo que se ha visto es que en la práctica, para lograr resultados científicos hay que desarrollar tecnologías que sirven para otras cosas. Entonces, la ingeniería progresa, las comunicaciones, porque hay que hacer detectores, construir instrumentos mucha precisión. Tal es el caso, por ejemplo, de la “máquina de Dios” [el Gran Colisionador de Hadrones, el LHC, por sus siglas en inglés], del Cern [La Organización Europea para la Investigación Nuclear], con sede en Ginebra, que ha dado resultados que se aplican al diagnóstico médico. Entonces, yo creo que el Llama va aportar al conocimiento universal, va a permitir desarrollar y mejorar tecnologías; y sobre todo, va a ser un símbolo muy fuerte de la cooperación entre Brasil y Argentina en un proyecto que aporta a la ciencia global. Desde el punto de vista político, que retroalimenta la inversión en ciencia, es una señal muy clara. Y en otro orden de cosas, el gobierno provincial de Salta lo apoya porque va a ser un motivo de atracción turística, al juntar gastronomía y astronomía.

¿Cómo es eso?
La idea es acoplar la astronomía al desarrollo local a través de la gastronomía. Sucede que estos emprendimientos atraen a aficionados a la astronomía que quieren tener algún telescopio y un lugar donde alojarse a la noche y comer bien. Entonces, es una manera, Chile ya lo ha hecho, de promover el turismo. Un turismo selectivo, que no sólo viene a hacer una observación particular, sino también para conocer el entorno, porque obviamente de día no se pueden ver las estrellas, así que se puede que recorrer, se puede comprar… Creemos que va a ser un corredor turístico, una iniciativa interesante, porque también es una manera de trasmitir la cultura de la región.

De acuerdo con palabras suyas, en 2007, el ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva se creó entonces para poner la ciencia y la tecnología al servicio del desarrollo económico argentino. ¿El énfasis en la transferencia de conocimiento a la sociedad es una forma de legitimar la inversión en ciencia?
Sí. Luego de ocho años de esta política, tenemos algunos resultados concretos. Mencionaba anteriormente la producción de anticuerpos monoclonales en el país. Próximamente los vamos a exportar a países en desarrollo a través de un programa de la Organización Mundial de la Salud (OMS). O sea que no sólo vamos a abastecer a nuestro mercado sino que  también vamos a ser proveedores globales de esta tecnología. El desarrollo de variedades vegetales resistentes a la sequía, que también tiene un impacto estimado en 20 mil millones de dólares anuales, si realmente se mejora la producción a nivel mundial, sobre todo si se tienen en cuenta las consecuencias del cambio climático, con grandes oscilaciones en el régimen de lluvias. En el campo de la salud, el desarrollo de nuevas terapias para el cáncer; el aporte a la industria satelital con el desarrollo de nanosatélites por parte de una empresa privada; tenemos una cantidad de ejemplos que muestran que se necesita un tiempo no menor a cinco o seis años para ver un resultado. Ahora estamos empezando a cosechar los frutos de esto.

Usted suele utilizar el verbo “pasteurizar” en referencia a la estrategia del ministerio para la ciencia argentina. ¿Puede explicar este concepto?
El concepto de “pasteurización” tiene que ver con el libro de [Donald] Stokes, El cuadrante de Pasteur. Él recomienda para Estados Unidos, y nosotros creemos que vale también para los países en desarrollo, hacer ciencia básica inspirada en el uso. Esto permite superar la contradicción entre ciencia básica y ciencia aplicada. Podemos contribuir al conocimiento original resolviendo problemas. Entonces un poco la idea es resolver los problemas usando la mayor cantidad de imaginación posible.

Usted presidió la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (ANPCyT), creada en 1996 para dotar de mayor flexibilidad a la financiación. Se decía que la estructura del Conicet se había vuelto demasiado grande como para encargarse también de las estrategias. ¿Qué análisis hace actualmente del rol de esa agencia?
Hemos separado el diseño de políticas, el financiamiento y la ejecución. Las políticas están a cargo del ministerio, el financiamiento a cargo de esta agencia que está descentralizada dentro del ministerio y cuenta con mecanismos de evaluación, tanto para el sector privado como para el sector público, y le compete al Conicet el rol de ejecutor, y también tiene algún tipo de financiamiento para proyectos específicos. Esta división de roles ha sido altamente eficaz, porque permite una evaluación objetiva de los proyectos más allá del currículum de los investigadores. Digamos que son criterios complementarios.  La existencia de estas dos ventanillas también es útil, porque hay proyectos que a veces no tienen una aplicación concreta ahora pero la van a tener a futuro y son financiados por la otra ventanilla.

¿Cuál es el balance del programa Raíces, que desde el año 2008 ha repatriado a más de mil científicos argentinos radicados en el exterior? ¿Dónde están trabajando?
El programa Raíces también ha sido muy eficaz, no sólo en la repatriación de investigadores, y tenemos ya 1.160 radicados y trabajando en Argentina, tanto en el sector público como en el sector privado, sino que además hemos establecido vinculaciones muy activas con argentinos residentes en el exterior. Eso transcurre a través del sistema de becas, que les permite venir a Argentina a trabajar, y la organización de workshops, la interacción con empresas. Hemos recuperado y no sólo físicamente a los investigadores, sino también en lo que hace al vínculo con casi cinco mil investigadores argentinos que trabajan en distintas instituciones en el exterior, con lo cual estamos recuperando con creces el capital humano que hemos invertido afuera.

‒ ¿Argentina sigue padeciendo la fuga de cerebros?
No tenemos más fuga. Lo que hacemos con los becarios es que los mandamos por tiempos cortos a lugares concretos cuando ya tienen un contrato en el país. O sea que nos aseguramos que se formen pero que vuelvan al país.

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