Brasil fue el último país de Occidente en abolir la esclavitud mercantil, y la nación que más africanos expatriados recibió. Fueron 4,7 millones de personas entre 1550 y 1860, alrededor del 40% de toda diáspora africana. Luego de 130 años de la firma de la Ley Áurea, el 13 de mayo de 1888, el conocimiento científico acumulado permite entender nuevos aspectos de ese régimen que logró perpetuarse sobre todo merced al uso diseminado de la violencia. Un ejemplo de ello es el Dicionário da escravidão e a liberdade – 50 textos críticos (Companhia das Letras), publicado este mes y que reúne un conjunto de estudios de expertos nacionales y extranjeros sobre el tema. Por ejemplo, se muestra cómo pasó a entenderse a los esclavos como protagonistas de sus propias historias, capaces de organizar rebeliones y mantener familias incluso en las adversas condiciones de sus barracones, las llamadas senzalas en Brasil. En la profundización de las investigaciones académicas sobre el tema, características específicas de la esclavitud en el medio rural y en el urbano, así como las relaciones entre esclavizados negros e indígenas también salieron a la luz. Analizada como un proceso que involucró a diferentes protagonistas, desde los políticos hasta los sindicatos, especialmente a los negros y negras y libres o esclavos, la Abolición también llegó a ser vista como una medida que estableció la igualdad jurídica entre la población, pero que no se tradujo en equidad racial.
Flávio dos Santos Gomes, docente del Instituto de Historia de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) y uno de los editores del libro, junto a Lilia Moritz Schwarcz docente del Departamento de Antropología, Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de São Paulo (FFLCH-USP), explica que los últimos 20 años estuvieron signados por la profundización de los estudios sobre aspectos puntuales de la historia de África, la esclavitud, la Abolición y la Post Abolición. “Estos campos de investigación anteriormente se evaluaban de forma más amplia y panorámica, de manera tal que ocurrían generalizaciones con relación al origen de los africanos y a las especificidades de la esclavitud en el territorio brasileño”, recuerda. Otra tendencia de las investigaciones recientes, según dice, consiste en pensar la esclavitud de la perspectiva atlántica, mostrando cómo la misma permeó las relaciones sociales, económicas y políticas entre África, Europa y América.
Al recabar datos en bancos de tesis defendidas durante los últimos 50 años en Brasil y en Estados Unidos, en censos provinciales almacenados en archivos públicos y en libros parroquiales de iglesias, Herbert S. Klein, profesor emérito de historia en la Universidad Columbia, en Estados Unidos, detectó que dos tercios de los esclavos que llegaron a Brasil, durante los más de 300 años de tráfico, eran hombres adultos. El 70% de los esclavos provenía del África centro-occidental, el 18% del golfo de Benín y el 6% de Mozambique, contabiliza. “Alrededor del 80% de los esclavos de ambos sexos era económicamente activo, lo cual es una tasa de participación extraordinariamente alta”, sostiene. En Brasil, durante la vigencia de la esclavitud, la expectativa de vida de esa población era de cinco a diez años menor que la de los negros estadounidenses, por ejemplo, que vivían, en promedio, 33 años.
Aparte de identificar los perfiles de la población africana y afrodescendiente en Brasil, investigaciones recientes apuntan a entender las especificidades que la esclavitud adquirió en el territorio nacional. Schwarcz explica que, en ese sentido, cobran evidencia los análisis sobre la Amazonia, una región poco privilegiada en los estudios sobre el tema, que permiten comprender dinámicas establecidas entre indígenas y africanos en el país. El texto “Amazonia esclavista”, una coautoría entre Schwarcz y Dos Santos Gomes, que integra el diccionario, muestra que la llegada de africanos está relacionada con el establecimiento de cultivos en la región. Se convirtieron en mayoritarios a partir del siglo XVIII, a causa de los beneficios obtenidos por el tráfico, pero también porque los indígenas se resistían al trabajo forzado y lograban escapar de sus verdugos con mayor facilidad, debido al dominio del territorio. Los africanos, a su vez, llegaban debilitados y enfermos tras cruzar el Atlántico en bodegas de barcos, en viajes de unos tres meses de duración, y eran considerados “más fáciles de domesticar”. Con eso, mientras un esclavo africano costaba 20 mil reyes, el indio valía 7 mil, entre 1572 y 1574. Los niños también se vendían. “Pese a ser mayoría, los africanos no llegaron a sustituir totalmente a los indios en el trabajo forzado”, informa Schwarcz. El sistema esclavista también se valió, siempre que pudo, de la mano de obra indígena.
La investigadora recuerda que hasta hace poco, los estudios historiográficos indicaban un mero proceso de sustitución: la esclavitud indígena habría sido reemplazada por la africana y, tras la Abolición, los puestos de trabajo antes destinados a los negros habrían sido ocupados por los inmigrantes europeos. “Estudios recientes demuestran que esas poblaciones convivieron en los mismos espacios de trabajo”, afirma la estudiosa. Y explica que indígenas y africanos trabajaron juntos en las capitanías de Pernambuco y Bahía, con el desarrollo del cultivo de la caña de azúcar a partir de 1550. “Una de las principales peculiaridades de la esclavitud en Brasil fue su propagación por todo el territorio nacional, a diferencia de lo que ocurrió en otras áreas coloniales de Américas, donde fue escasa o inexistente en algunas partes. “Según Schwarcz, en el siglo XVIII, los descubrimientos de minas de oro llevaron a una carrera a la región central de Brasil, mientras que, a partir del siglo XIX, la economía exportadora cafetera movilizó la creación de senzalas en las haciendas del sudeste, dando marco a diferentes formas de distribución de la población esclavizada.
Los múltiples protagonistas
Las investigaciones recientes sobre la Abolición evidencian que la extinción oficial del trabajo esclavo en Brasil se dio mediante el esfuerzo de varios protagonistas, incluyendo a liderazgos políticos, asociaciones comerciales y a los propios africanos y afrodescendientes. El inicio del debate sobre la emancipación de los esclavos es antiguo, con la presión por el fin de la trata que comenzó ya en la época de la llegada de la Corte del rey João en 1807. A partir de 1870, el debate adquiere mayores proporciones, y se crean grupos y movimientos abolicionistas en distintas regiones de Brasil. “Las ideas abolicionistas circulaban por los países esclavistas por medio de marineros y viajeros, y los esclavizados se inflamaban con las noticias referentes a la independencia de Haití”, ejemplifica Schwarcz.
Angela Alonso, docente del Departamento de Sociología de la FFLCH-USP y presidenta del Centro Brasileiro de Análise e Planejamento (Cebrap), explica que las primeras interpretaciones sobre el fin de la esclavitud fueron escritas por abolicionistas simpáticos a la Corona imperial, que adjudicaban una importancia excesiva al papel de la princesa Isabel (1846-1921) en ese proceso. Con ello, pasó a verse a la princesa como la protagonista de la iniciativa, cuando, en realidad, diferentes sectores de la sociedad estaban movilizados a favor de la causa al menos desde 1868. “A partir de ese año y hasta 1888, detecté la existencia de más de 200 asociaciones abolicionistas activas en Brasil, lo cual revela el trabajo de distintos grupos comprometidos en la campaña”, aclara Alonso, quien realizó investigaciones en diarios de la época.
La investigadora pone de relieve la trayectoria de los líderes abolicionistas que actuaron en diferentes frentes: Luis Gama (1830-1882) en el poder judicial, José do Patrocinio (1854-1905) en el espacio público, Joaquim Nabuco (1849-1910) en el Parlamento, y André Rebouças (1838 -1898), quien actuó en varias áreas. Una de las tácticas empleadas, sobre todo a partir de 1883, ya había sido utilizada por líderes de otros países para liberar esclavos. Según Alonso, en Estados Unidos grupos de activistas abolicionistas organizaban robos de esclavos para llevarlos a regiones en las que no había esclavitud, o incluso a Canadá. “En Brasil, no había territorio libre de esclavitud, de manera que ellos se esforzaron por crearlos”, cuenta. Así, invirtieron en campañas de liberación en provincias menores, donde había pocos esclavos y autoridades simpáticas al abolicionismo y en las cuales las fuerzas de represión del gobierno imperial tenían dificultades para llegar. Éste fue el caso de Ceará. La campaña comprendía la captación de recursos para la compra de la libertad y el convencimiento de los amos para que les dieran la manumisión a sus esclavos. Después de la liberación de esclavos en diferentes municipios, en 1884 el presidente de la provincia, en alianza con los abolicionistas, declaró el fin de la esclavitud en aquel territorio. Este acontecimiento llevó a Patrocínio y a Nabuco a organizar celebraciones en Francia y en el Reino Unido, reforzando así la presión internacional para que el gobierno brasileño elaborara un plan de extinción del régimen esclavista. Más tarde, la misma táctica fue adoptada para liberar la provincia de Amazonas.
A juicio de Alonso, otro hecho relevante ocurrió después de una fuga masiva de esclavos de Itu a Santos, en el litoral de São Paulo, en 1887. Accionado por el gobierno imperial, el Ejército promovió una masacre de los fugitivos en la travesía de Serra do Mar. Este hecho tuvo repercusión negativa en todo Brasil y agravó la crisis existente entre el gobierno y el Ejército que, en la ocasión, reclamaba aumento de los sueldos de la tropa. A partir de entonces, los militares declararon que no iban a reprimir más rebeliones o capturar esclavos fugitivos, quitándole así al Imperio los medios de los cuales disponía para sostener la esclavitud.
Como parte de la campaña abolicionista, los líderes exigían no sólo la promulgación de una ley tendiente a extinguir el régimen de trabajo forzado en todo el país, sino también el pago de un salario mínimo a los salidos de la esclavitud y la donación de tierras cercanas a los ferrocarriles sin que hubiera la necesidad de expropiación de las propiedades de los amos. En tanto, las clases señoriales reclamaban una indemnización por la pérdida de los esclavos. “En 1888, la Ley Áurea descartó ambas posibilidades y lo que ocurrió fue un empate político”, analiza Alonso, recordando que el Imperio no se comprometió a fiscalizar el cumplimiento de la ley, ni tampoco a establecer políticas públicas de inserción de antiguos esclavos al mercado de trabajo.
Wlamyra Albuquerque, docente de historia en la Universidad Federal de Bahía (UFBA), por su parte, constató en sus investigaciones que las revueltas esclavas se produjeron desde los inicios de la adopción del régimen en Brasil. Las rebeliones que se hicieron célebres, como la Revuelta de los Malés en 1835, en Bahía, y la Revuelta de Manuel Congo en 1838, en Vassouras, Río de Janeiro, repercutieron en todo el país, evidenciando la posibilidad de insurgencia en diferentes regiones. “Estas revueltas ayudaron a crear las bases del movimiento abolicionista”, afirma la historiadora. Poco a poco, la causa se expandió y pasó a involucrar a grupos sociales tales como zapateros, panaderos y periodistas, que crearon sociedades comprometidas en reunir el importe necesario como para comprar la libertad de cautivos. La posibilidad de comprar la manumisión de esclavizados −ya sea por ellos mismos o por terceros− se amplió tras la promulgación de la Ley del Vientre Libre, en 1871. “La Abolición fue un movimiento gestado no sólo en las altas esferas políticas e institucionales. Varios actores participaron en el proceso”, destaca la investigadora.
Entre los años 1960 y 1970, la llamada Escuela Sociológica de São Paulo trabajaba con la idea de que los esclavos eran incapaces de interferir en sus trayectorias. Además de ellos, pensadores conectados con la corriente teórica marxista ortodoxa insistían en que el esclavo no tenía conciencia de clase, algo intrínseco al trabajador libre y asalariado. Esta concepción cambió. “Hay hoy en día una corriente historiográfica consistente que trabaja con la idea de que los esclavos no sufrían de anomia”, dice Marcelo Mac Cord, docente de la Facultad de Educación de la Universidad Federal Fluminense (UFF). El investigador explica que esta vertiente de estudios tuvo en teóricos ingleses como Edward Palmer Thompson (1924-1993) su punto de inflexión, en la medida en que se empezó a ver a los esclavos como sujetos históricos.
Tal visión, en la interpretación de Albuquerque, relativiza la mirada de vertiente historiográfica que imperó hasta mediados de la década de 1980 y que atribuía a la presión inglesa un papel preponderante en el proceso de extinción de la esclavitud. Como resultado de la Abolición en diferentes regiones de América, a lo largo del siglo XIX la presión internacional creció para que Brasil hiciera lo mismo. Después de firmar, con el Reino Unido, tratados que daban fundamento legal a la represión de la trata y para la emancipación de africanos encontrados a bordo de buques negreros, el país promulgó, en 1831, una ley prohibiendo el tráfico atlántico de esclavizados. Beatriz Gallotti Mamigonian, docente del Departamento de Historia de la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC), comenta que la aplicación de la ley de 1831 fue desigual y no resistió a los intereses de tratantes y hacendados. “Así las cosas, aun teniendo derecho al estatuto de africanos libres y, por ende, a la libertad, alrededor de 800 mil personas fueron importadas entre 1830 y 1856 y mantenidas como esclavas”, afirma. De acuerdo con la investigadora, los 11 mil capturados y emancipados quedaron bajo la tutela del gobierno imperial, actuando en fábricas, obras públicas y hospitales. “Y trabajaban sin sueldos, a cambio de comida y ropa, como los esclavos”, explica Gallotti Mamigonian.
El día siguiente
Pese a reconocer que la Ley Áurea estableció la igualdad jurídica entre negros y blancos, Albuquerque, de la UFBA, afirma que la norma legal no implicó la defensa de la igualdad racial. “Muchos abolicionistas blancos querían deshacerse de la presencia de los negros en la sociedad brasileña y, en ese sentido, algunos proyectos parlamentarios preveían la deportación de antiguos esclavos para la formación de colonias en África. En la actualidad, uno de los principales retos de la historiografía consiste en entender por qué la igualdad jurídica no se tradujo en igualdad racial “, destaca la investigadora. Después de la extinción oficial de la esclavitud, se arraigó aún más la jerarquización racial. “En el paso del siglo XIX al XX, las ideas eugenistas ganaron espacio en las facultades de derecho y medicina. Los negros eran vistos como incapaces biológicamente de alcanzar un nivel de desarrollo intelectual “, comenta.
Para Dos Santos Gomes, de la UFRJ, el determinismo racial habría motivado a las autoridades brasileñas a invertir en proyectos de blanqueamiento de la población. Para ello, el país creó políticas estimulando la llegada de trabajadores europeos, una estrategia que difiere de aquélla observada en regiones del Caribe, como Cuba, por ejemplo. Allí, la prioridad era atraer inmigración asiática apta para actuar en la producción de azúcar. “En el relato histórico, se justificó que la llegada de europeos para las labranzas y fábricas brasileñas, entre finales del siglo XIX y el comienzo del XX, se dio porque estaban más calificados que los salidos de la esclavitud”, recuerda Dos Santos Gomes. Sin embargo, muchas familias de inmigrantes llegaban con los mismos niveles de capacitación de los antiguos esclavizados, añade. Robio Souza, docente de historia de la Universidad del Estado de Bahía (Uneb), explica que, pese a los intentos de sustituir a la fuerza de trabajo de antiguos esclavos por inmigrantes europeos, los negros no desaparecieron del mercado y disputaban espacio con los recién llegados tanto en los cultivos como en las fábricas. “Pero había una jerarquía que llevaba a los inmigrantes blancos a los mejores puestos”, dice, recordando que no existía una legislación que regulase la jornada diaria de trabajo ni la remuneración, cosa que sólo sucedería en la década de 1930, con el gobierno de Getúlio Vargas (1882 -1954).
Los investigadores procuran comprender por qué la Abolición no se tradujo en una equidad racial
Una de las posibilidades para los salidos del cautiverio fue servir a las Fuerzas Armadas, según los estudios de Álvaro Pereira do Nascimento, docente de historia de la Universidad Federal Rural de Río de Janeiro (UFRRJ), en su campus de la localidad de Nova Iguaçu. Según el investigador, desde mediados del siglo XIX, los esclavos huidos y liberados se alistaban para actuar en el Ejército o en la Marina, y eso siguió siendo una posibilidad una vez decretada la Abolición. En las Fuerzas Armadas recibían un sueldo, un uniforme y tenían donde dormir, pero seguían siendo víctimas de las prácticas violentas que caracterizaron a todo el régimen esclavista en Brasil. “En 1910, el 90% de los marineros brasileños correspondía a negros”, destaca. Pereira do Nascimento efectuó esta constatación con base en investigaciones realizadas en informes del Ejército y de la Marina, almacenados en el Archivo Nacional, en la Biblioteca Nacional y en el Archivo de la Marina.
Las investigaciones Post Abolición, un área del conocimiento que pasó a atraer la atención de investigadores brasileños con mayor intensidad a partir de la década de 1980, constituyen un campo fértil que profundizarse, según Pereira do Nascimento”. Estos análisis nos permitirán, por ejemplo, comprender mejor los mecanismos por los cuales las desigualdades raciales aún persisten en Brasil “, afirma.
Libro
SCHWARCZ, L. M. e GOMES, F. dos S. Dicionário da escravidão e liberdade – 50 textos críticos. São Paulo: Companhia das Letras, 2018.