En dichas situaciones, una región cerebral profunda en formato de almendra –la amígdala, responsable del procesamiento de emociones tales como el miedo o la aversión– se vuelve más activa y aumenta el nivel de funcionamiento de la corteza visual, donde se decodifican las imágenes. Es decir, no es el ovillo de hilo lo que llama le la atención a la persona con aracnofobia, sino que la persona se vuelve más atenta en busca de cualquier cosa similar a una araña. “Este efecto aparentemente deseable [de estar atento al peligro] puede en realidad transformarse en un tormento, pues ocupa buena parte del procesamiento cerebral e impide que el individuo focalice su atención en otras actividades”, explica Pessoa, jefe del Laboratorio de Cognición y Emoción de la Universidad de Indiana, Estados Unidos.
Pessoa y dos investigadores de su laboratorio, Seung-Lark Lim y Srikanth Padmala, detectaron ese papel regulador de la amígdala en experimentos realizados con 30 individuos sanos. En una serie de ensayos, le presentaron a cada participante una secuencia ultrarrápida de fotos, compuesta por tres tipos de imágenes: cuadrados negros y blancos mezclados; un rostro; y un paisaje (una casa o un edificio). Cada batería duraba dos segundos, en los cuales las imágenes aparecían en orden variable y por tan sólo 100 milisegundos. Al final de cada secuencia, el que veía la exposición debía identificar de quién era el rostro (Andy, Bill o Chad) y cuál era el tipo de edificación exhibido. Un detalle: la imagen de uno de las tres caras siempre aparecía entre 200 y 500 milisegundos antes que la foto del paisaje.
Ceguera momentánea
Pessoa y su equipo de Indiana ya sabían, con base en trabajos realizados por otros grupos, que la tendencia de los participantes de este tipo de ensayo de casi siempre identificar la primera imagen-blanco –en este caso, el rostro– y no registrar la segunda. Jane Raymond, Kimron Shapiro y Karen Arnell, investigadores canadienses que describieron este fenómeno en 1992, le dieron el nombre de attentional blink, o parpadeo atencional, una especie de desatención o ceguera momentánea: la persona ve la imagen, pero no la registra, como si hubiera parpadeado.
Los investigadores de Indiana resolvieron entonces sofisticar el ensayo, con el fin de investigar de qué manera la emoción influye en el comportamiento. En lugar de únicamente presentar la secuencia de imágenes, mientras registraban la actividad cerebral con un aparato de resonancia nuclear magnética, incluyeron una nueva fase: en una etapa inicial de sensibilización, los participantes recibían una descarga eléctrica bastante liviana, cuya intensidad era controlada por el propio voluntario, siempre que aparecía la foto de una casa o de un edificio (la segunda imagen-blanco). “Debido a que es aversiva, la descarga le añade un componente emocional al experimento”, explica Pessoa.
Los participantes que recibieron la descarga eléctrica asociada a la imagen de la casa durante la sensibilización la identificaron en un 72% de las ocasiones en que se la mostraron, al tiempo que vieron el edificio en tan sólo el 62% de los casos. Quienes sufrieron las descargas al ver el edificio pasaron a detectarlo con más frecuencia de lo que notaban la casa, de acuerdo con un artículo publicado online en septiembre en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS). Ya se sabía que las personas tienen mejor memoria y más percepción visual de imágenes que cargan algún contenido emocional. Pero todavía faltaba descubrir por qué eso sucedía.
Al seguir el funcionamiento cerebral durante los ensayos, el equipo de Pessoa verificó que el estímulo emocional aumentó el nivel de actividad de la amígdala –en especial de la amígdala derecha– y de la corteza visual. “Hubo un aumento sutil del funcionamiento de la amígdala y de la corteza visual”, explica el neurocientífico brasileño, que vive hace 10 años en Estados Unidos. “Aunque sea pequeño, este aumento fue mensurable y lo suficientemente intenso como para modificar el comportamiento.”
Los indicios de que el procesamiento de imágenes con contenido emocional pasa primero por la amígdala llevaron al grupo de Pessoa a la conclusión de que la activación más intensa de esa región cerebral en forma de almendra amplifica el funcionamiento de la corteza visual.
A su vez, la corteza visual más activa favorece la identificación de señales visuales de peligro en el ambiente. Mantenido a lo largo de la evolución de diversas especies –incluso de los seres humanos–, este circuito neuronal habría favorecido la supervivencia en situaciones adversas, comenta el investigador brasileño. Con todo, en algunos casos, este sistema que funciona como protector puede ponerse en contra de quien debería proteger. “Como la amígdala es más activa en personas con problemas de ansiedad, como la fobia a las arañas”, comenta Pessoa, “es probable que éstas identifiquen más fácilmente en el ambiente imágenes que les pasarían desapercibidas a otros”.
Artículo científico
LIM, S.L. et al. Segregating the significant from the mundane on a moment-to-moment basis via direct and indirect amygdala contributions. PNAS. En prensa.