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historia

Los pilares de una nación

Análisis de los movimientos opositores a la emancipación replantean el proceso de formación del Estado brasileño y su relación con Hispanoamérica

Fotografía posterior a la firma, en 1903, del Tratado de Petrópolis, cuando se oficializó su anexión

Departamento del Patrimonio Histórico y Cultural de la Fundación Elias Mansour

Tema de debates académicos desde el siglo XIX, la cohesión del territorio brasileño posterior a la Independencia fue analizada durante décadas en contraposición a los procesos de la América hispana, que condujeron a la formación de 18 países. En este amplio recorrido de las investigaciones, la esclavización de los africanos, los sistemas administrativos coloniales, el proceso de formación de las respectivas identidades nacionales y la definición de los territorios sirvieron como base para poner de manifiesto las diferencias entre los destinos de las colonias. Este enfoque comenzó a cambiar a mediados del siglo XX. La tónica de los estudios actuales se ha caracterizado por matizar dichas comparaciones, poniendo en de relieve las divergencias que signaron la constitución de Brasil y los intentos de ruptura con el gobierno de Pedro I (1798-1834).

“A principios del siglo XIX, el territorio que en la actualidad denominamos Brasil estaba compuesto por varias regiones más o menos conectadas, y la administración colonial no las controlaba a todas. Al menos hasta 1825, el territorio nacional no estaba garantizado, a causa de los movimientos contrarios a la emancipación de Portugal”, argumenta la historiadora Andréa Slemian, de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp). Según la investigadora, la historiografía se ha dedicado a demostrar que la imagen de la existencia de un territorio cohesionado fue un relato construido en el período imperial, que se mantuvo durante la República y llegó hasta los días actuales. “Políticos, historiadores y literatos valoraban la perspectiva de grandeza y la unión del territorio nacional, y contraponían esta característica con la fragmentación de Hispanoamérica”, comenta la historiadora Maria Ligia Coelho Prado, de la Universidad de São Paulo (USP).

Archivo Nacional Mapa indica el actual territorio de Acre, por entonces designado como “región en litigio”.Archivo Nacional

En la misma línea, el historiador Marcelo Cheche Galves, de la Universidad del Estado de Maranhão (Uema), afirma que, sobre todo en el siglo XIX, la narrativa histórica valoraba la unidad territorial del país. Como ejemplo de esta tendencia, señala los textos del historiador, militar y diplomático brasileño Francisco Adolfo de Varnhagen (1816-1878), que destacan la visión de Brasil como “heredero de Portugal” y de la Independencia como el resultado de una “escisión en el seno de la familia portuguesa”. El diplomático, historiador y bibliófilo Manuel de Oliveira Lima (1867-1928) llegó a emplear la expresión “separación conyugal amistosa” al referirse a la Independencia de Brasil. “Estas ideas configuraron los cimientos de nuestra historiografía, lo que se vio reflejado en el desarrollo de este campo del conocimiento”, sostiene Cheche Galves.

En la década de 1970, mediante estudios como los del historiador Carlos Guilherme Mota, de la USP, esa perspectiva comenzó a modificarse. Mota se dedicó a analizar la Independencia a partir de elementos tales como las apropiaciones del ideario de la Ilustración en los proyectos emancipadores de los colonos locales, afirmando que Brasil, aún en los años 1970, era dependiente de las metrópolis europeas. La reflexión se profundizó a partir de los estudios de la historiadora Maria Odila da Silva Leite, en el decenio de 1970, y del historiador István Jancsó (1938-2010), también de la USP, a principios del siglo XXI. Ambos sostuvieron la necesidad de pensar “las independencias” de Brasil, así en plural. “En 1972, año en que se conmemoró el sesquicentenario de la emancipación, el gobierno militar [1964-1985] se apropió de la efeméride al decir que Pedro I le había dado la Independencia política a Brasil, y los militares la económica, puntualiza Cheche Galves.

Wikimedia CommonsEstatuas ecuestres de los líderes de la Independencia de la América hispana: Simón Bolívar en Caracas, Venezuela…Wikimedia Commons

El historiador de Maranhão es uno de los investigadores que se han enfocado en la pluralidad del proceso de la Independencia de Brasil. A su juicio, el proyecto de autonomía diseñado por Pedro I atendía a los intereses de provincias tales como Río de Janeiro, Minas Gerais y São Paulo, dejando en segundo plano las demandas de las otras provincias. Por esta causa es que estallaron las guerras regionales, en oposición al proyecto del entonces gobierno imperial, entre ellas las revoluciones Farroupilha (1835-1845), en la provincia de São Pedro do Rio Grande do Sul; Cabanagem (1835-1840), en la de Gran Pará, y Sabinada (1837-1838), en la de Bahía. “En la provincia de Maranhão, la población se identificaba más con Portugal que con la Corte de Río de Janeiro”, explica. “Pese a que el proyecto de la Corte fue el que se impuso, no fue el único”.

El geógrafo Manoel Fernandes de Sousa Neto, de la USP, recuerda que las provincias de Gran Pará y Maranhão existieron como un estado separado de Brasil hasta principios de la década de 1820, cuando cada región firmó el tratado para pasar a formar parte del proyecto diseñado por el gobierno de Pedro I. En tanto, Acre, región que pertenecía a Bolivia y a Perú, vivió un conflicto armado que se extendió por años y solo fue anexionada al país en 1903, tras la firma del Tratado de Petrópolis. “Hasta principios del siglo XX, Brasil fue conquistando territorios, mientras que Hispanoamérica estuvo inmersa en un proceso de disgregación territorial de los antiguos dominios españoles”, compara Cheche Galves.

A partir de las reflexiones formuladas por el geógrafo y sociólogo Antonio Carlos Robert de Moraes (1954-2015), Sousa Neto sostiene que, desde el momento de la Independencia, el país ha apostado a las llamadas “cajas de ahorro territoriales”. “Los gobernantes lucharon para incorporar regiones del norte como una forma de disponer de fondos territoriales que pudiesen explotarse económicamente a medida que la nación se formaba y demandaba recursos naturales para modernizarse”, argumenta, a la vez que sostiene que esta lógica es la misma que subyace en los desafíos actuales que implican la devastación de la selva amazónica con fines de desarrollo de actividades de minería ilegal y de cultivo de soja.

Wikimedia Commons…y José de San Martín en Buenos Aires, ArgentinaWikimedia Commons

Teniendo en cuenta las pluralidades de intereses y los conflictos entre las provincias durante el proceso de la Independencia de Brasil, hay otra cuestión central que ha impulsado la investigación científica sobre el tema: al fin de cuentas, ¿Por qué Brasil no se fragmentó? No existe un consenso en cuanto a las respuestas, resultado del análisis de diversos objetos de estudio, uno de los cuales es la esclavitud.

Con contextos históricos y motivaciones específicas, algunas rebeliones que se registraron en el territorio nacional durante el proceso de la Independencia abarcaron reivindicaciones comunes, entre ellas la búsqueda de autonomía por parte de las provincias para el pago de impuestos, la insatisfacción con los problemas económicos y con la presencia de portugueses en cargos administrativos. Asimismo, la mayoría de ellas no tenían programas antiesclavistas y, por consiguiente, no incorporaron a los esclavizados, haciendo inviable cualquier posibilidad de radicalización. “De este modo, tras la derrota de los movimientos insurgentes, las elites gobernantes de provincias como São Pedro do Rio Grande do Sul y Bahía, por ejemplo, pactaron nuevas relaciones con el gobierno imperial para que sus demandas fueran parcialmente atendidas sin afectar el orden esclavista, en ese entonces una cuestión medular para las actividades económicas del país”, propone el historiador Rafael Marquese, de la USP. Él elaboró este argumento a partir de las reflexiones de los politólogos e historiadores José Murilo de Carvalho, de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), y Luiz Felipe de Alencastro, de la Escuela de Economía de São Paulo de la Fundación Getulio Vargas (Eaesp-FGV). Según su explicación, en el siglo XVIII, la América portuguesa contaba con 18 capitanías, cuyos mercados se vinculaban a partir de las actividades mineras. “La esclavitud existía en todas las regiones con dominio blanco y colonial y estructuraba las relaciones de la sociedad. Aun cuando era un mundo plagado de tensiones, el régimen esclavista fue la amalgama que ayudó a la creación del Estado brasileño, porque uniformó el paisaje social y unió a las elites en torno a un mismo interés, que era el mantenimiento de la esclavitud”, sostiene.

Wikimedia CommonsRetrato del general mexicano Agustín de Iturbide, quien combatió los levantamientos por la Independencia y, posteriormente, impulsó un acuerdo para que México lograse su IndependenciaWikimedia Commons

En cambio, en Hispanoamérica confluyeron varias situaciones diferentes, explica Prado. En México, Argentina y Uruguay, los africanos esclavizados eran menos numerosos, mientras que en Colombia, Venezuela, Haití y Cuba, la población subyugada era mayor. “En el caso excepcional de las colonias francesas de Saint Domingue, futuro Haití, luego de la abolición de la esclavitud por la Revolución Francesa [1789-1799], los esclavizados fueron los líderes y protagonistas de la conquista de la Independencia, llegando incluso a expulsar a los blancos de su territorio”, describe la historiadora. “Cuba, por su parte, siguió siendo una colonia española por más tiempo, independizándose recién en 1898, porque las elites dominantes temían que se produjera una rebelión como la ocurrida en Haití, por lo que unieron fuerzas con la potencia colonial para asegurar el mantenimiento del orden esclavista”, dice.

A pesar de que se busca matizar el antagonismo en los análisis de los procesos de autonomía de las naciones latinoamericanas y de Brasil, luego de la invasión de la península ibérica por las tropas del emperador francés Napoleón Bonaparte (1769-1821), en 1807, los reinados de España y Portugal tomaron caminos diferentes. El rey João VI de Portugal (1767-1826) decidió abandonar Portugal y establecerse en Brasil, mientras que Fernando VII de España (1784-1833) cayó prisionero en Francia y vio como el hermano del emperador francés, José I (1768-1844), era colocado en el trono español. “Tras el encarcelamiento del rey español, sobrevino un movimiento de resistencia interna contra el monarca francés. En la América hispana, cundieron fuertes turbulencias políticas que cuestionaban la lealtad al nuevo gobierno metropolitano”, informa Prado.

Library of the CongressRebeldes haitianos ahorcan a un terrateniente durante la Revolución Haitiana (1791-1804)Library of the Congress

En el caso brasileño, la historiadora considera que el traslado de la Corte a Río de Janeiro colaboró para el mantenimiento de la idea de cohesión territorial. “Este aspecto se acentuó cuando más tarde, el propio hijo de João VI lideró el proceso de la Independencia”, añade. En el marco de una investigación realizada en las actas de los concejos municipales y en periódicos de diferentes provincias como parte del estudio financiado por la FAPESP, el historiador Jean Marcel Carvalho França, de la Universidade Estadual Paulista (Unesp), en su campus de la localidad de Franca, comprobó que Pedro I era reconocido como un líder, y reunía apoyo popular incluso en las pequeñas comunidades rurales. Uno de los resultados de ese estudio, concluido en 2021, fue la creación de un banco de datos abierta a los investigadores. “A pesar de los movimientos rebeldes, en general, la figura del príncipe suscitaba un ambiente de euforia que colaboró con el proceso de consolidación del territorio nacional”, analiza Carvalho França, citando, por ejemplo, los textos publicados en el periódico O Espelho, que circuló en Río de Janeiro entre 1821 y 1823.

Según Prado, de la USP, otro aspecto que define el destino de Hispanoamérica tiene que ver con el hecho de que España mantuvo, durante la colonización, un sistema administrativo diferente al del modelo portugués. La región estaba organizada en cuatro virreinatos: el del Perú, cuya sede estaba en Lima; el de Nueva España, en Ciudad de México; el de Nueva Granada, en Bogotá, y el del Río de la Plata, en Buenos Aires. Además, existían cuatro capitanías generales: de Venezuela, Chile, Cuba y Guatemala. “Estos elementos de la división administrativa dependían de un poder mayor, la Corona española”, dice.

Por su parte, la historiadora Gabriela Pellegrino Soares, de la USP, aclara que inicialmente los virreinatos fueron leales al rey de España, que estaba preso, pero poco a poco esa postura fue cediendo espacio a los proyectos de autonomía y a la ruptura con el poder colonial. “Con ello, las distintas regiones comenzaron a organizar ejércitos revolucionarios para romper con España. En 1814, Napoleón fue derrotado y el rey Fernando VII fue repuesto como monarca del Imperio. Entonces España envió un gran ejército para reprimir los movimientos disidentes en curso”, explica la historiadora. Como los grupos rebeldes eran numerosos y el Ejército del país disponía de un contingente limitado de soldados, España movilizó primero sus tropas para combatir los movimientos de insurrección en el virreinato de Nueva Granada, donde el grupo insurgente estaba comandado por el general y líder revolucionario Simón Bolívar (1783-1830). “Hispanoamérica estuvo signada por conflictos armados que atravesaron el continente entre 1810 y 1825”, recalca Prado.

New York Public LibraryRetrato de François-Dominique Toussaint L’Ouverture (1743-1803), líder de la Revolución HaitianaNew York Public Library

La historiadora puntualiza que el último bastión de la Corona española fue el virreinato del Perú, correspondiente al actual territorio de Perú y Bolivia, donde el virrey pudo resistir el asedio de los revolucionarios hasta el arribo del general José de San Martín (1778-1850) y sus tropas. San Martín participó del proceso de la Independencia de Argentina, consolidado en 1816, y luego cruzó los Andes con 5.000 soldados hasta llegar finalmente a la región. Perú obtuvo su Independencia en 1821 y Bolivia, en 1825. “Mientras que Bolívar es reconocido como héroe de la Independencia en Venezuela, Colombia, Ecuador y Bolivia, San Martín desempeña el mismo papel en Argentina y en Perú, y prestó su apoyo para la liberación de Chile”, señala.

Las poblaciones indígenas, según Soares, reaccionaron de maneras diferentes ante las campañas por la Independencia. En la región andina, desde Colombia hasta Chile, los nativos eran campesinos conversos al cristianismo y mantenían estrechas relaciones con el poder colonial. “A principios del siglo XIX, los mapuches que habitaban en la zona actual del centro y sur de Chile eran contrarios a los proyectos de emancipación, porque habían suscrito tratados de paz con España que podrían verse amenazados tras el cambio de gobierno”, relata. Por otra parte, cuando Argentina se emancipó, el nuevo gobierno tradujo y proclamó la novedad en diversas lenguas indígenas. “Se les comunicó oficialmente a esas poblaciones que había un nuevo régimen”, comenta, recordando que miembros de los ejércitos revolucionarios conocían los idiomas de los pueblos originarios y los empleaban como forma de involucrarlos en las luchas por la emancipación.

En México, le cupo a un representante de la Iglesia Católica, el párroco Miguel Hidalgo y Costilla (1753-1811) encabezar, a partir de 1810, el primer movimiento revolucionario que abogaba por el fin de las relaciones coloniales, exhortando a los indígenas a levantarse contra los españoles. “El sacerdote enarbolaba estandartes con imágenes de la Virgen de Guadalupe, de facciones indígenas”, detalla Soares. El movimiento insurrecto fue violentamente reprimido e Hidalgo, aun con el apoyo de un gran ejército popular, no pudo escapar al fusilamiento. “Los movimientos rebeldes se sucedieron en el país hasta 1821, cuando el general Agustín de Iturbide (1783-1824), quien anteriormente había combatido los levantamientos por la Independencia, impulsó un acuerdo entre las elites para que México se independizara de la Corona española”, dice Prado.

Theubet de Beauchamp / Wikimedia CommonsIturbide recebe las llaves de la Ciudad de México, tras declararse la IndependenciaTheubet de Beauchamp / Wikimedia Commons

En el caso de Brasil, Sousa Neto, de la USP, evalúa que la garantía brindada por el Estado a las elites, que podían apropiarse de las tierras, poseer latifundios y contar con la mano de obra de los esclavizados posibilitó la cohesión del país. “Hoy en día, hemos conformado un Estado territorial, pero ¿hemos constituido una nación?, se pregunta el geógrafo. Sousa Neto subraya que Brasil no solo se inventó simbólicamente, sino también materialmente, a través de procesos militares, políticos y económicos. “El Estado brasileño, constituido a lo largo del siglo XIX, apeló al mito geográfico de su inviolabilidad territorial para mantener, en torno a la figura del emperador, un fuerte acento en la centralización política, expresada de manera ejemplar en las acciones militares que sofocaron las revueltas regionales ocurridas durante el siglo XIX”, apunta el geógrafo. De acuerdo con su interpretación, somos una sociedad que tiene a la cohesión de su territorio como un elemento central de su identidad, un relato erigido en contraposición con la América hispana, vista como tierra de caudillos, guerras civiles, regresión económica y anarquía, mientras que Brasil sería el país de la unidad, el orden y la civilización. “La bandera brasileña lleva incluso el azul como símbolo de la nobleza y el amarillo representando el oro, mientras que el verde hace referencia a la familia real de Bragança, en una iconografía diferente a la del conjunto de las banderas de los países hispanos, que aluden a los movimientos de liberación y a los procesos revolucionarios”, compara el geógrafo.

Prado recuerda que, en Venezuela, por ejemplo, la identidad nacional se plasmó alrededor de la figura de Bolívar. Según ella, en Colombia, pese a que la sociedad reconoce el importante papel desempeñado por Bolívar en su historia, el abogado, militar y político Francisco José de Paula Santander (1792-1840) se convirtió en una figura de referencia para los futuros políticos liberales. “La denominación de América Latina se creó en el siglo XIX y, a partir de finales de ese siglo, se fue construyendo una identidad latinoamericana, en oposición a los angloamericanos de Estados Unidos”, concluye la investigadora.

Proyecto
Escritos sobre los nuevos mundos: una historia de la construcción de los valores morales en lengua portuguesa (nº 13/14786-6); Modalidad Proyecto Temático; Investigador responsable Jean Marcel Carvalho França (Unesp); Inversión R$ 958.320,68

Libros
Varios autores. Coleção memória atlântica. Grupo de investigación de los escritos sobre los nuevos mundos. São Paulo: FAPESP, Fundación Editora Unesp y Academia Portuguesa de Historia.
NETO, M. F. S. Um geógrafo do poder no Império do Brasil. Río de Janeiro: editorial Consequência, 2018.

Capítulo de libro
PRADO, M. L. C. Identidades latinoamericanas (1870-1930). En: MORA, E. A. y CARBÓ, E. P. (comp.). Historia general de América Latina: Los proyectos nacionales latinoamericanos: sus instrumentos y articulación, 1870-1930. 1ª ed. en París: Ediciones Unesco / Editorial Trotta, 2009.

Artículos científicos
NETO, M. F. S. A ciência geográfica e a construção do Brasil. Terra Livre. n. 15. p. 9-20. 2000.
MARQUESE, R. The other side of the antislavery republics: The empire of Brazil and the making of the second slavery. 7th Annual International Conference Antislavery Republics: The Politics of Abolition in the Spanish Atlantic. Gilder Lehrman Center for the Study of Slavery, Resistance, and Abolition. Yale University. 2015.

Dosier
As independências latino-americanas. Revista USP. v. 1, n. 130. 2021.

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