El rector de la Universidad de Campinas (Unicamp), Marcelo Knobel, tomó posesión en abril del cargo como presidente del Consejo de Rectores de las Universidades Estaduales Paulistas (Cruesp). Durante los próximos 12 meses coordinará el trabajo de ese organismo, que agrupa a los directivos de las universidades de São Paulo (USP), Estadual Paulista (Unesp) y de la Unicamp, así como las secretarías de Desarrollo Económico, Ciencia y Tecnología y de Educación, y busca fortalecer la interacción con las instituciones, además de proponer soluciones para los problemas relacionados con la educación superior y la investigación. Entre las tareas que lo aguardan, figuran los festejos por los 30 años de autonomía de las universidades estaduales, establecida mediante un decreto del entonces gobernador del estado, Orestes Quércia, en 1989, quien les garantizó recursos y estabilidad de gestión a las instituciones.
Knobel también será uno de los voceros de las universidades en una Comisión Parlamentaria de Investigación creada en la Legislatura paulista para analizar supuestas irregularidades en la gestión financiera de las instituciones. “Esa será una oportunidad para dar a conocer el impacto del trabajo de las universidades, que es poco conocido”, afirma. Marcelo Knobel nació en Buenos Aires hace 51 años y, siendo docente en el Instituto de Física Gleb Wataghin, asumió el cargo de rector de la Unicamp en abril de 2017. Su gestión está marcada por iniciativas con carácter innovador, tanto en el acercamiento con la sociedad como en las formas de ingreso a la universidad: por primera vez fueron admitidos sin necesidad de rendir examen de admisión estudiantes destacados en olimpíadas científicas y se organizó un examen de ingreso exclusivo para indígenas. El mes pasado, la Unicamp creó una dirección enfocada en los temas relacionados con la promoción de los derechos humanos. En la entrevista que se transcribe a continuación, el rector habla de los desafíos de su gestión al frente de la universidad y del Cruesp.
¿Cuál será el enfoque de su trabajo en el Cruesp?
El Cruesp atraviesa un momento muy bueno. Los tres rectores mantienen una relación excelente y nos hemos reunido mensualmente para discutir acerca de problemas comunes. Hay grupos que se encargan de debatir temas sobre las carreras, el posgrado, investigación y vienen trabajando con ahínco. Este año tendremos los festejos por los 30 años de la autonomía de las universidades estaduales paulistas, algo que es un hito para las tres instituciones. Ahora surge el desafío de la Comisión Parlamentaria de Investigación [CPI] creada en la Legislatura para analizar la gestión de las universidades y el traspaso de fondos. No tenemos nada que temer, y nuestra intención es valernos de esta oportunidad para mostrarles a los diputados las bondades del sistema educativo paulista de educación superior, quienes, a veces, tienen cierto desconocimiento acerca del modo de funcionamiento de las universidades. Es más, le demostraremos a la sociedad y a sus representantes la importancia de contar con universidades del calibre de las tres estaduales paulistas.
¿A qué atribuye tal desconocimiento?
No se trata de un fenómeno presente exclusivamente en São Paulo. Un estudio reciente del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Innovación y Comunicaciones midió el conocimiento al respecto de las instituciones científicas en el país. El resultado fue desastroso. Solo el 4% de la población brasileña pudo citar alguna institución que hiciera investigación en el país. Naturalmente, debemos hacer un mea culpa. Las universidades tienen un problema de comunicación y no están sabiendo transmitirle a la población y a los políticos la importancia de las actividades que desarrollan utilizando recursos de la sociedad.
¿Cuál es el saldo de los 30 años de autonomía?
Las universidades estaduales paulistas han crecido y se ubican entre las mejores instituciones de Latinoamérica. La cantidad de publicaciones se incrementó en forma exponencial, así como también creció la cantidad de alumnos. Hace 30 años, la Unicamp tenía alrededor del 50% de su cuerpo docente con doctorado. Se elaboró un programa para mejorar la calidad y hoy en día, el 99% de nuestros profesores son doctores. Conseguimos formar a una mayor cantidad de personas y hemos producido más investigación incluso reduciendo los cuadros. Pudimos hacer planificación y pensar en cómo crecer. Desde el punto de vista de la formación de recursos humanos, de la investigación, de la extensión a la comunidad, de la asistencia en hospitales universitarios, las universidades estaduales progresaron en todos los sectores y eso fue posible principalmente gracias a la autonomía. En la Unicamp, por ejemplo, contamos con un complejo integrado por cinco hospitales que atienden a más de 6 millones de personas en la Región Metropolitana de Campinas. La autonomía generó un proceso de aprendizaje constante, con aciertos y también con errores.
¿Qué tipo de errores?
En épocas recientes, se creyó que la economía y la recaudación de impuestos seguirían creciendo a ritmo acelerado, algo que finalmente no ocurrió. Desde mi perspectiva y la de mis colegas del Cruesp, hubo decisiones que pusieron en riesgo las finanzas de las universidades y el resultado fue el surgimiento de una crisis compleja, que tuvimos que resolver. La USP creó un programa de retiros voluntarios de gran alcance. En la Unicamp, hicimos un esfuerzo para reducir los sueldos, reorganizar procesos y mejorar la gestión. Y lo propio ocurrió con la Unesp. Incluso en tiempos de crisis, la autonomía demostró que es posible superar momentos difíciles a partir de un debate interno, planificación y transparencia al respecto de lo que sucede aquí dentro.
Usted manifestó recientemente que las universidades están en peligro. ¿Por qué?
Porque hay amenazas a la autonomía, a la libertad de cátedra y al modelo de universidad pública consolidado en el país. Eso muchas veces se basa en la falta de comprensión del funcionamiento de la universidad. Estamos viviendo un momento de polarización extrema y muchas de las decisiones se centran en cuestiones ideológicas. Como universidades públicas, debemos acercarnos a la sociedad y mostrarle el impacto que genera nuestro trabajo. Sin universidad pública, Brasil no tiene futuro.
La Unicamp compareció ante el Supremo Tribunal Federal para defender la libre manifestación de ideas en el ámbito académico, en un movimiento relacionado con las intervenciones policiales en distintos campus durante la campaña electoral. ¿Por qué?
Hay dos principios fundamentales que rigen a las universidades. El primero es la autonomía y el segundo es la libertad académica. Esos principios son inamovibles. El docente, el investigador, el no docente, el alumno, todos ellos deben tener libertad para expresar sus ideas. Está claro que siempre tiene que primar el respeto por las ideas de los otros, así como la integridad física y la libertad de desplazamientos. El debate debe ser académico, basado en hechos científicamente comprobados y/ o en datos sólidos, en forma ética, franca y cordial.
Las universidades públicas fueron acusadas de tener un sesgo ideológico. ¿Faltó o falta tolerancia dentro de la universidad?
Eso debería ser algo sagrado en la universidad, aunque desgraciadamente no funcione tan así ni siquiera en el ámbito de nuestras propias familias. ¿Cuánta gente pasó por primera vez una Navidad lejos de sus familiares por diferencias políticas? Somos el reflejo de la sociedad. Pero este debe ser un sitio donde se privilegie el respeto a la diversidad de ideas, a la opinión del otro, a las maneras institucionalizadas para la toma de decisiones en organismos colegiados.
¿El cobro de cuotas mensuales sería una solución para financiar a las universidades?
No, aunque reconozco que se trata de un tema polémico. Desde mi punto de vista, el cobro de una mensualidad es una solución falsa. No es así que la universidad va a resolver sus problemas de financiación, como tampoco el gobierno. Eso puede verse en el caso del Massachusetts Institute of Technology, el MIT, una universidad de referencia en cuanto a investigación. Es una institución privada, donde tan solo el 10% de los costos está cubierto por las matrículas. El resto es aportado por proyectos del gobierno y por un fondo patrimonial muy fuerte, que se mantiene gracias a la tradición filantrópica vigente en Estados Unidos. No hay milagro. La investigación de calidad es cara, compleja y necesita de los recursos públicos.
¿Cómo pueden racionalizarse los gastos?
Según lo que establece la Constitución, las universidades deben dedicarse a la enseñanza, la investigación y la extensión. Hay que repensar el modelo. Lo que debería hacerse, según mi enfoque, es una diversificación. Deberíamos tener algunas universidades públicas de investigación y una cantidad mayor de universidades públicas esencialmente educativas, que son más baratas y aun así pueden brindar una educación de altísima calidad. Podríamos disponer de diferentes modalidades, tal como existen en Estados Unidos, por ejemplo, los community colleges y los liberal arts colleges, aparte de las carreras de tecnólogos y otras modalidades profesionales, para que los estudiantes pudiesen optar por diferentes caminos y carreras, con movilidad entre ellas.
¿Los fondos patrimoniales son una opción?
Las leyes son muy recientes y uno de los puntos principales, que introducía la posibilidad de exención fiscal para los donantes de fondos patrimoniales, lamentablemente fue vetado por el presidente de la República. Pero aún hay margen para trabajar. La idea consiste en crear fondos que permitan realizar proyectos que de otra manera no pueden llevarse a cabo, como son las grandes obras. O que les permitan a las universidades equilibrarse en los momentos de tempestades financieras.
La Unicamp mantiene buenas relaciones con el sector productivo. ¿Los convenios con empresas pueden colaborar en su financiación?
La Unicamp cuenta con un inventario de más de mil patentes de las cuales el 14% aproximadamente están licenciadas. Esa cifra generalmente varía de un 3% a un 5% en otras universidades. El licenciamiento de tecnologías es importante, pero para que constituya una fuente extra de recursos debe tener una dimensión mucho mayor o algún producto espectacular en términos de lucro. Ese es un camino a seguir, pero no deben apostarse todas las fichas a esa estrategia. El objetivo de la transferencia de tecnología no es hacer caja, sino fomentar el espíritu emprendedor en docentes y alumnos, generar conocimientos que beneficien a toda la humanidad. Si la universidad obtiene por ello algo de dinero, tanto mejor.
La Unicamp también es una referencia en cuanto a la creación de startups. ¿Cuál es el impacto de las mismas en el ambiente de la universidad?
Son alrededor de 700 empresas, que sumadas facturan anualmente casi 6 mil millones de reales. También apelamos a estos datos para mostrarle a la sociedad que la inversión en la universidad pública aporta resultados concretos. El presupuesto de esas empresas suma más del doble de lo que recibe la universidad por año. El impacto va mucho más allá de eso. Las startups mantienen vínculos con la universidad y eso genera una retroalimentación muy positiva. Eso se traduce en que los estudiantes sean contratados por ellas o les despiertan la ambición y el tesón para crear sus propias empresas.
¿Le concierne a la universidad involucrarse, tal como lo hizo la Unicamp, en la asistencia por el desastre de Brumadinho o la masacre en la escuela de Suzano?
La universidad tiene un compromiso con la sociedad, que puede tener distintas aristas. La principal consiste en mostrar de qué manera los recursos invertidos revierten en la propia sociedad. Otra arista involucra esas acciones específicas, dado que contamos con expertos en prácticamente todas las áreas del conocimiento y del saber. Algunos científicos tienen la capacidad y la voluntad de ir a las comunidades, interactuar directamente con el público. Otros pueden involucrarse en la difusión de la ciencia. Cada uno brinda su aporte. Esa directriz no busca solamente brindar una respuesta ante las catástrofes, sino actuar en la prevención y capacitación.
La Unicamp introdujo otras formas de ingreso más allá del examen de admisión tradicional. ¿Qué es lo que cambia a partir de esas iniciativas?
La idea es convocar a los mejores estudiantes de todo el país y atraer algo que es fundamental para la universidad, que son las nuevas culturas, otras maneras de pensar y de ver el mundo. La diversidad de saberes oxigena a una universidad de excelencia. La sociedad que nos financia necesita verse reflejada aquí dentro. La Unicamp se asomó a este tema al comienzo de los años 2000, cuando se creó el Paais [Programa de Acción Afirmativa e Inclusión Social] que resultó innovador, pero solo avanzó hasta cierto punto. Se trata de un programa de bonus en las notas del examen de ingreso que se estancó en una cota del 30% de ingresantes provenientes de escuelas públicas, lo cual significaba de un 18% a un 20% de negros, pardos e indígenas. Se probó con aumentar el bonus, con lo que se amplió el promedio de alumnos de escuelas públicas, pero en las carreras con alta demanda eso generó una gran distorsión. Los alumnos de las escuelas privadas prácticamente no lograban ingresar. Llegamos a la conclusión de que era necesario buscar nuevas alternativas.
¿Y cómo se arribó a esa nueva combinación de formas de ingreso?
En 2016 hubo una huelga debido a una demanda estudiantil por el tema de los cupos etnorraciales. Decidimos enfrentar el tema ampliando la participación de negros, pardos e indígenas en la universidad, aumentando la inclusión social y manteniendo la excelencia. Antes de eso se creó el ProFis, un programa muy innovador en lo concerniente a la aceptación de jóvenes de escuelas públicas en la universidad sin necesidad de rendir examen de admisión. Ahora, en 2019, adoptamos un proyecto de cupos etnorraciales, que es diferente al de las universidades federales, pues no necesariamente son solo para los alumnos de las escuelas públicas. Además, se instituyó el examen de admisión indígena. Realizamos exámenes en varios lugares del país y hoy en día tenemos 23 etnias diferentes entre nuestros 70 alumnos aborígenes. Se abrió la posibilidad de ingreso para aquellos alumnos ganadores de alguna medalla olímpica científica. También creamos la cátedra Sérgio Vieira de Melo, que les permite a refugiados tramitar el ingreso a la universidad sin tener que rendir el examen de ingreso.
¿La captación de alumnos con perfil heterogéneo requiere de esfuerzos para que ellos resuelvan sus deficiencias educativas?
Ese es todo un reto. Las carencias en cuanto a la enseñanza fundamental son un problema serio. La universidad necesita estar al lado de los ingresantes, verificar sus dificultades y, eventualmente, repensar currículos para adaptarse a esta realidad que, al fin y al cabo, es la realidad que vivimos.
¿No existe el riesgo de que esos alumnos no logren mantenerse en carrera?
Más allá de las eventuales dificultades académicas, también nos enfrentamos a otros retos, principalmente en cuanto al tema económico. Hemos invertido mucho en programas de sostén, incluyendo becas de ayuda social, residencia, transporte y alimentos. Hemos emprendido acciones para comprender la deserción en nuestras carreras y reducirla al máximo. Naturalmente, al ampliar el perfil de los estudiantes de la universidad, estos desafíos se tornan más complejos, pero es vital que podamos enfrentarlos para lograr una universidad cada vez mejor.
¿Eso puede repercutir negativamente en lo que tiene que ver con la excelencia?
Nuestra meta consiste en atraer jóvenes talentosos que no podrían ingresar a la universidad siguiendo los caminos tradicionales. Tenemos alrededor de 600 mil jóvenes que egresan cada año de la enseñanza media pública en el estado de São Paulo. Las tres universidades estaduales paulistas en conjunto ofrecen aproximadamente 12 mil vacantes. El embudo es demasiado estrecho y muchos buenos alumnos quedan fuera. La idea es aprovechar mejor esos talentos. Queremos que las oportunidades marquen la diferencia en la vida de esos jóvenes y en la de todo el país.