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Entrevista

Mercedes Bustamante: Antes que el agua se acabe

La bióloga de la Universidad de Brasilia advierte que la deforestación del Cerrado también perjudica a otras regiones

Diego Bresani

El cambio climático está modificando el clima en el Cerrado −la sabana tropical brasileña− y volviéndolo más cálido y seco. Como consecuencia de ello, el volumen de los ríos y reservorios de agua subterráneos está disminuyendo e incluso los años más lluviosos no proporcionan agua suficiente como para compensar la que no ha cayó o se evaporó en los años de sequía intensa. Si el Cerrado se seca, también se quedarán sin agua otras regiones, pues los ríos que nacen en los pastizales y bosques del centro-oeste de Brasil abastecen a ocho de las doce cuencas hidrográficas del país.

Al enumerar estos problemas, la bióloga Mercedes Maria da Cunha Bustamante, docente de la Universidad de Brasilia (UnB) y estudiosa de la vegetación autóctona de la región central de Brasil, reclama una mayor intervención del poder público y de los propietarios de las tierras para frenar el desmonte y los incendios inducidos. Como integrante de área de trabajo de mitigación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), también advierte que el país está tardando en implementar medidas capaces de morigerar los impactos del aumento de la temperatura y la intensificación de las lluvias previstos para las próximas décadas.

Nacida en la ciudad de Santiago, en Chile, Da Cunha Bustamante llegó a Río de Janeiro con su familia cuando tenía siete años. Divorciada y con dos hijas –una recién graduada como arquitecta y otra que cursa la carrera de historia en la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ)–, conversó con Pesquisa FAPESP a principios de diciembre a través de una plataforma de video. En enero, sus sugerencias para mejorar la protección ambiental fueron avaladas por las disposiciones anunciadas por los nuevos equipos del gobierno federal, tales como la reactivación del Fondo Amazonia, con financiación internacional para acciones contra la deforestación, y el restablecimiento del poder de los inspectores ambientales para aplicarles multas a los propietarios rurales que violan los límites de la ley. También a principios de enero, Da Cunha Bustamante aceptó la invitación para presidir la Coordinación de Perfeccionamiento del Personal de Nivel Superior (Capes) donde en 2016 se desempeñó como directora de Programas y Becas.

Edad 59 años
Especialidad
Ecología
Institución
Universidad de Brasilia (UnB)
Estudios
Título de grado en biología por la Universidad del Estado de Río de Janeiro (1984), maestría en ciencias agrarias en la Universidad Federal de Viçosa, Minas Gerais (1988) y doctorado en geobotánica en la Universidad de Tréveris, Alemania (1993)
Producción
Autora de 135 artículos científicos y coautora de 2 libros

¿Cuál es su análisis de la participación de Brasil en la 27ª Conferencia de la Organización de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP-27), celebrada en noviembre en Egipto?
Fue muy diferente, porque el país tuvo representación en tres frentes: el oficial, que tal vez haya sido el de menor visibilidad, el de la sociedad civil, muy organizada desde 2019 como respuesta a la disminución de la participación impulsada por el gobierno federal, y el del Consorcio de Gobernadores de la Amazonia, un grupo que entendió la importancia de lo que se discute en la COP para la región y organizó su propio espacio, que también cumplió un papel relevante. Los tres frentes de representación evidencian la desconexión entre el gobierno federal anterior, los estados y la sociedad civil. El gobierno electo [que asumió en enero] fue recibido en la COP con grandes expectativas de que Brasil vuelva a las negociaciones sobre el clima con el liderazgo que supo tener en el pasado, con capacidad para sellar acuerdos con diferentes países. Esta participación representa una muestra del modo en que se está configurando el debate sobre el clima en el mundo, porque ha dejado de ser solo un asunto gubernamental y ahora implica también la participación de la sociedad civil y del sector privado. La etapa en la que el diálogo entre estos grupos se quebró fue muy perjudicial, porque no hay manera de resolver esto sin una concertación entre todos. Lo natural habría sido que hubiera voces en el gobierno federal para liderar este proceso, pero como no las hubo, y a la naturaleza no le agrada el vacío, otros ocuparon ese espacio.

¿Qué opina del anuncio del nuevo gobierno de acabar con el desmonte?
Es bueno porque el mundo sabe qué esperar de Brasil. En diciembre, la Unión Europea aprobó un marco regulatorio para rastrear y vetar los productos asociados a la deforestación, tanto los bienes primarios, como son la madera, la soja, el cacao y la carne, como sus derivados, como chocolates, muebles y cueros. Hay que ver cómo se aplicarán las regulaciones, cómo reaccionará el sector privado y cómo hará la comunidad europea para fiscalizarlo, pero es un indicio de que el desmonte está siendo considerado más seriamente en la agenda del comercio internacional. Aquellos que no lo hayan previsto de antemano, ahora tendrán que evaluar cómo darán cumplimiento a los requerimientos de trazabilidad y transparencia. Los países consumidores están asumiendo sus responsabilidades y reparando que su huella ambiental también incluye a los países de origen de los productos que consumen. La deforestación es un problema multifactorial, que no podrá resolverlo una persona en poco tiempo, pero pueden implementarse diversas acciones. Una de ellas consiste en señalar que partir de ahora, la fiscalización será real y se hará cumplir la ley.

¿Por qué es importante señalarlo?
El cambio discursivo de por sí es importante, porque de algún modo inhibirá a quienes pretendían hacer cosas ilegales. Para empezar, basta con decir que se va a aplicar la ley, no hay que cambiar nada. Queda claro que no será suficiente. El gobierno debe intervenir en varios frentes. También podría rastrear de dónde procede y adónde va a parar el dinero, porque muchas de estas actividades están vinculadas a redes delictivas organizadas. El sistema financiero puede ayudar a descubrir quiénes lo financian y quiénes se benefician con el desmonte. Otro flanco en el cual podría actuar el gobierno son las tierras fiscales ociosas. Sería importante asignárselas a comunidades o declararlas como reservas naturales, para evitar apropiaciones. También es necesario desbloquear los procesos de demarcación de los territorios indígenas, algunos frenados desde hace décadas, y reestructurar los organismos de inspección y control. El Ibama [Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables] ha sido muy desacreditado en los últimos años. Hay mucho por hacer, o rehacer.

Los productores rurales rara vez se dan cuenta de que la recarga de los reservorios subterráneos determina el caudal de los ríos

¿Cuál es su expectativa para los próximos años en el área ambiental?
Trabajé en el gobierno en dos oportunidades. De 2011 a 2013, como coordinadora general de gestión de ecosistemas y directora de políticas y programas temáticos del MCTI [Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación], y en 2016, como directora de Programas y Becas de la Capes. En ambas ocasiones me topé con personal público muy capacitado. La coyuntura ambiental que habrá que enfrentar en los próximos años es mucho más compleja de lo que era hace diez o veinte años. El mundo es más complicado y el país está más dividido. Será una carrera de obstáculos, pero corremos con cierta ventaja en función de la experiencia acumulada.

En los debates, la preocupación por el desmonte tiene que ver principalmente con la Amazonia. ¿Cuál es la situación del Cerrado?
Gran parte del desmonte actual se está produciendo en el Cerrado, debido a la soja y la ganadería. La situación es muy preocupante porque ya se ha perdido la mitad de la cubierta vegetal nativa del Cerrado. Hoy en día, es muy difícil crear áreas protegidas en esta región, porque el porcentaje de tierras fiscales es mucho menor que en la Amazonia. Como la mayor parte de la tierra es privada, tenemos que incentivar a los propietarios rurales y al sector privado para que protejan a este bioma, algo en lo que hemos tenido muchas fallas. Aún se considera prioritario abrir más espacio para la agricultura y la ganadería. Sin embargo, de seguir avanzando en este sentido, esto se volverá en contra de la propia agricultura, porque el Cerrado ya es más cálido y seco a causa de los cambios en el uso del suelo, y esto se profundizará con el cambio climático. El último informe del IPCC indica que la temperatura en esta región del centro de Brasil ha aumentado más que el promedio mundial y seguirá elevándose. Un informe de la Organización Meteorológica Mundial [OMM], publicado en noviembre de 2022, comparó las precipitaciones de 2021 con la media histórica de la región y reveló que la situación en el centro-sur de Brasil es crítica. El índice pluvial se encuentra muy por debajo del promedio en toda el área, corroborando otros estudios regionales que indican que las transformaciones a gran escala del Cerrado están haciendo que el clima sea más cálido y seco, a la vez que disminuye el caudal de los grandes ríos.

¿Cómo impactan estos fenómenos?
El impacto no será meramente regional, porque los ríos que nacen allí abastecen a ocho de las doce cuencas hidrográficas de Brasil, además del acuífero Guaraní, que provee agua al centro-oeste, al sudeste y al sur del país. Si el Cerrado se seca, también se acabará el agua en otras regiones. El IPCC ha denominado a este proceso como sequía agrícola y ecológica, cuando el promedio anual de humedad total del perfil del suelo cae por debajo de un determinado umbral en comparación con el período base que va de 1850 a 1900. Al secarse los estratos superiores, llega menos agua a los reservorios subterráneos. Si en algunos años la sequía se acentúa, no bastará con un año muy lluvioso para que se recarguen los depósitos subterráneos, y el déficit aumentará.

¿Los productores rurales ya han notado que el agua está disminuyendo?
Así es, pero su mirada siempre es acotada. Dicen: “este año fue bueno, el otro, regular”, sin una perspectiva a largo plazo. Están preocupados por asegurarse la cosecha del año siguiente. No advierten que las lluvias de un año no fueron suficientes para recuperar lo que no llovió en años anteriores, porque el reabastecimiento de los reservorios subterráneos es un proceso lento. Los productores rurales raramente se dan cuenta de que es la recarga de esos depósitos lo que determina el caudal de los ríos, que generalmente se encuentran fuera de su propiedad o región. El patrón general de escasez hídrica solo se vislumbra cuando se toman en cuenta los datos regionales y períodos más amplios, como los del informe de la OMM, que compararon el volumen de precipitaciones actuales con el promedio histórico de las últimas tres décadas. Se trata de un aviso importante: menos recarga de agua en el suelo significa menos agua superficial. Necesitamos readecuar el uso del agua y del riego.

Archivo PersonalBustamante (a la izq.) durante un trabajo de campo en un área del Cerrado en el Distrito FederalArchivo Personal

Un estudio suyo publicado en septiembre de 2022 en la revista Global Change Biology reveló que la temperatura promedio en el Cerrado está aumentando y el movimiento del agua en la atmósfera disminuyendo.
En ese artículo hemos trazado un cuadro general del Cerrado por primera vez. En el bioma hay regiones en las que la temperatura ha aumentado más que el promedio. Algunas se calentarán aún más. Es el caso de la zona conocida como Matopiba [acrónimo de un área que abarca parte de los estados de Maranhão, Tocantins, Piauí y Bahía], hacia donde está extendiéndose la frontera agrícola del Cerrado, principalmente a partir de los cultivos de soja y maíz. Es por ello que ese debate de la Unión Europea en cuanto a la trazabilidad de los productos es tan importante para el Cerrado: Matopiba, por sí solo, concentra el 63 % de la deforestación del Cerrado en los últimos años. Es una situación insostenible a largo plazo.

¿Hay posibilidades de recuperar la capacidad de recarga de los ríos del Cerrado o nos acercamos a un punto sin retorno?
Es difícil saberlo. El Cerrado es un sistema complejo y heterogéneo, conformado por un mosaico de fisonomías de pradera, arbustivas y boscosas. Son 19 ecorregiones diferentes, si tenemos en cuenta las variaciones subregionales. También es un bioma extenso. En el Cerrado típico, con pastizales abiertos, resulta más difícil identificar si la reducción de la cantidad de árboles es producto de un fenómeno natural o de la degradación, algo más fácilmente detectable en la zona del llamado cerradão, compuesta por bosques más densos. Si observamos el conjunto de las áreas degradadas en el Cerrado en las últimas décadas, notaremos que el uso mayoritario de la tierra sigue siendo de pasturas, y estas en una parte significativa son actualmente de baja productividad. Estás áreas de pasturas degradadas podrían funcionar como reserva de tierras agrícolas, o bien, en el caso de tratarse de áreas importantes, para la recarga de agua y la recuperación del Cerrado autóctono. El mapeo de este bioma indica claramente que no habrá un modelo de recuperación único, debido a la diversidad del ambiente y a la situación en cada área. Tenemos que elaborar una planificación más adecuada para la ocupación y la preservación del Cerrado.

¿Qué se necesitaría para realizar esa planificación?
Hace falta voluntad política y una articulación con el sector privado. Resulta sencillo ubicar en el mapa las áreas degradadas que podrían utilizarse para restaurar el Cerrado y aquellas que permitirían expandir la producción sojera sin tener que deforestar. Pero esto hay que consensuarlo con los propietarios, porque esas tierras tienen dueños. La responsabilidad para una apertura en este sentido le concierne al sector público. Es más difícil convencer a esos propietarios cuando el sector financiero les otorga préstamos para deforestar y sembrar en estas áreas. La participación de la comunidad científica que trabaja con el Cerrado será fundamental para guiar este proceso. Hoy en día disponemos del conocimiento suficiente como para poder empezar a hacer una buena planificación, pero debe haber una señal de que el trabajo contará con el apoyo del gobierno y la colaboración del sector privado. De momento, esto es lo que hace falta.

Otro estudio suyo, también publicado el año pasado, en el Journal of Applied Ecology, mostró que para la restauración se necesitarían 16 millones de hectáreas de tierras aptas para la agricultura. ¿Cuál sería la solución?
Son intereses superpuestos. Tendremos que debatir junto con todos los interesados cuánto queremos expandir la agricultura en Brasil en detrimento de otras funciones del uso del suelo. La forma en que se utiliza el suelo afecta la conservación del agua y de la biodiversidad, la regulación del clima, la producción de alimentos y de energía y los territorios pertenecientes a los pueblos indígenas y a las comunidades tradicionales. El propio mantenimiento de la diversidad social de Brasil está sujeto al uso de la tierra. La planificación territorial no puede estar dominada por una perspectiva única. Le cabe al poder público arbitrar y conciliar las diferentes demandas. No es algo sencillo. En Brasil, todavía queda superficie suficiente para la expansión de la agricultura en los próximos años sin tener que deforestar nada más, sino sacando provecho de las tierras degradadas. Lo digo basándome en los mapeos que han llevado a cabo mi grupo y otros equipos de investigación: podemos mantener e incluso expandir la agricultura brasileña sin desforestar.

El incendio que se inicia en zonas que se están despejando de vegetación puede llegar fácilmente a las áreas nativas y protegidas

¿Se refiere solamente al Cerrado?
No, a todos los biomas brasileños. Sin deforestar el Cerrado, ni la Amazonia ni ningún otro bioma. Si se aumenta la productividad, puede reducirse el ritmo de expansión de la frontera agrícola, aunque en el Cerrado, ambos procesos ocurren simultáneamente. Los productores deberían cesar con el desmonte a partir de cierto límite y diversificar la producción. El Código Forestal establece que en la Amazonia, las propiedades deben preservar la vegetación nativa en el 80 % de su área a título de reserva legal. Este porcentaje se ha fijado en un 35 % en la zona de transición entre el Cerrado y la selva amazónica y en un 20 % para el resto del Cerrado y los demás biomas. Es lo mínimo que debe preservarse obligatoriamente según la ley. Al autorizar los desmontes, la agencia ambiental debería evaluar las condiciones de la cuenca hidrográfica en la que se encuentra la propiedad y autorizar la supresión de la vegetación teniendo en cuenta una perspectiva regional, es decir, pudiendo definir un porcentaje de preservación superior al límite mínimo fijado por ley. En los casos en que solamente fuera posible mantener el 20 % del área como reserva legal, el ente ambiental podría avalar una planificación del diseño de las áreas protegidas en las propiedades para poder conectar los bloques de vegetación nativa de los distintos predios privados con miras a conformar corredores ecológicos, que pueden tener un impacto ambiental mayor que las pequeñas áreas aisladas. No es posible seguir con el desmonte a una tasa del 80 %. Allá en Matopiba, por ejemplo, tenemos que considerar si es necesario ampliar la protección en las propiedades rurales, ya que estamos hablando de los últimos grandes remanentes del Cerrado. Le corresponde al organismo de protección del medio ambiente demostrar que cualquier incremento del área de vegetación autóctona preservada puede generar un impacto positivo para los cultivos agrícolas, como el mantenimiento de las poblaciones de insectos polinizadores y el control de las plagas. Hay que tener todo esto en cuenta y convencer a los productores del beneficio que representa la conservación de la flora nativa. Me preocupa escuchar que algunos dicen que si conservan el ambiente pierden dinero. Los que piensan así están haciendo mal las cuentas, porque todos ganan con la conservación.

¿Ha hablado de estos temas con los políticos del gobierno federal en Brasilia?
En efecto, siempre que puedo lo hago, principalmente en las audiencias públicas. Pero he notado que el espacio para un debate calificado sobre los grandes problemas que aquejan al país se ha perdido. Muchas de las votaciones importantes en el Congreso se han hecho entre gallos  y medianoche, pese a que muchos sectores de la sociedad no estaban de acuerdo con las decisiones. En los últimos años, el empobrecimiento del debate sobre el país que queremos también es resultado del negacionismo, de la desinformación, de los intentos de desacreditar a los investigadores científicos y a las instituciones científicas. Un político no tiene por qué ser también un científico, pero como representa a la sociedad brasileña, se espera que sea capaz de distinguir entre lo que es ciencia y aquello que no lo es. En ciertos debates en los que he participado he oído decir: “Pero los países europeos le están exigiendo a Brasil algo que no han hecho, porque ellos talaron sus bosques”. Este argumento no tiene sentido, porque ellos lo hicieron hace 200 años y ahora están invirtiendo en la recuperación de los bosques. El mundo ha cambiado. No podemos seguir guiándonos por las ideas del siglo XIX. La idea de que Brasil es el país de la abundancia, de las riquezas infinitas y que posee agua para regalar y vender nos ha hecho ya bastante daño. Ha sido un aliciente para la explotación intensiva de los recursos naturales, sin pensar en límites ni en las consecuencias de nuestras acciones. Debemos centrarnos en lo que ocurrirá en las próximas décadas, cuando el impacto del cambio climático será crucial para el desarrollo de los países.

Usted forma parte del grupo de trabajo de mitigación del IPCC. ¿En Brasil estamos preparados para afrontar los impactos del cambio climático?
Podríamos haber hecho mucho más para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, ya que nuestras emisiones de CO2, el dióxido de carbono, han aumentado en todos los sectores, no solo en el del uso del suelo y en la agricultura, a causa del desmonte. También estamos atrasados en lo concerniente a la adaptación. Tenemos que pensar que las acciones de adaptación tienen un límite. A algunos se los denomina límites duros, como la capacidad humana de tolerar el aumento de la temperatura o la elevación del nivel del mar. Y están los límites suaves, que pueden resolverse eliminando barreras, promoviendo políticas y mejorando las condiciones de vida. No hemos tenido en cuenta ni a unos ni a otros.

¿En qué investigaciones está trabajando?
Uno de los proyectos, que estamos llevando a cabo junto con colegas de la Universidad Federal de Minas Gerais, analiza el origen y el impacto de los incendios en el Cerrado [lea el artículo en portugués “Incêndios forestais intensos enfraquecem a vegetação nativa”, en el sitio web de Pesquisa FAPESP]. El fuego depende del material combustible, de un clima propicio y de los factores de ignición. Antaño, los incendios se producían a finales de la estación seca y principios de la temporada de lluvias, cuando los rayos son más frecuentes. En la actualidad, el desmonte se ha convertido en la causa principal del fuego en el Cerrado. Lo peor es que el incendio que comienza en zonas que se están despejando de vegetación puede llegar fácilmente a las áreas nativas y protegidas. Debemos controlar tanto las quemas autorizadas como las ilegales. El clima de los próximos años, cada vez más cálido y seco, será más proclive a que se produzcan incendios. En otro proyecto, estamos monitoreando la invasión de los humedales del Distrito Federal por especies arbustivas. Esto nos permite observar los cambios en el régimen hídrico de estas áreas, de importancia para la reposición del agua.

Tenemos que formar mejores alumnas para que coordinen grandes proyectos. Tenemos que enseñarles mucho más que biología

¿Cuándo visitó el Cerrado por primera vez?
Tan pronto como me mudé a Brasilia, en 1993, cuando aún era profesora visitante en la UnB. Fui con un grupo de botánicos en un ómnibus de la universidad a un congreso en Corumbá, en el estado de Mato Grosso. Acababa de regresar a Brasil tras haber pasado cinco años en Alemania, y aún estaba adaptándome. Ese viaje atravesando el Cerrado hasta el Pantanal fue una puerta de regreso a Brasil. Pero mi introducción al bioma ocurrió cuando estudiaba biología en Río de Janeiro, a principios de la década de 1980, cuando asistí a una presentación de una botánica en el Museo Nacional. Ella mostró diapositivas de las flores del Cerrado y yo quedé atraída por aquella belleza. Hasta entonces solamente conocía las restingas, los manglares, el Bosque Atlántico y algo de la Amazonia.

¿Qué tal fue su doctorado en Alemania?
Me fui allá gracias a un programa de colaboración entre el Daad [el Servicio Alemán de Intercambio Académico] y la Capes. La Capes me facilitó los pasajes y el Daad pagaba las cuotas, no fallaron nunca. Era maravilloso pedir reactivos y que llegaran al día siguiente; tras haber hecho la maestría en Brasil y, a veces, tener que comprarlos con dinero propio porque aquí no llegaban nunca. Recuerdo la primera reunión con mi directora de tesis, cuando ya tenía los primeros resultados de mi investigación. Llegué con todo medio desordenado, ella miró toda la mescolanza de papeles sobre la mesa y me dijo: “Regresa la semana que viene con todo esto organizado, por favor”. En dos minutos me despachó. Aquello fue una lección: nunca más debía ir sin prepararme a una reunión o a una presentación, porque la otra persona me está dedicando su tiempo. Cuando regresé a Brasil, sentí esto muchas veces. La gente llegaba con retraso, no respetaban el tiempo del otro. Hoy en día trato de trabajar con las dos culturas. No les exijo a mis alumnos que acuerden una cita con mi secretaria, porque no tengo, y procuro ser flexible en las conversaciones, pero les recomiendo: “Traten de estar siempre bien preparados para todo”. A mis alumnas les digo que por ser mujeres, se nos exige más y nuestro desempeño debe ser superior al de los demás. Pese a los avances, todavía se nos evalúa con criterios más estrictos que a los varones.

Usted era una defensora del espacio de las mujeres en el ámbito académico mucho antes que el tema adquiriera relevancia. ¿Por qué?
Porque vengo de una familia matriarcal. En la familia de mi madre, que era de Minas Gerais, todas las mujeres estudiaron y se graduaron en carreras universitarias, incluso mis tías abuelas. Cuando se tienen ejemplos para seguir eso cuenta bastante. Nací en Santiago, la capital de Chile, porque mi padre trabajaba en la Cepal [la Comisión Económica para América Latina y el Caribe], pero cuando tenía siete años vinimos con mi familia a Río de Janeiro. Llegamos en plena Copa Mundial de Fútbol de 1970. Me gradué en Río y realicé la maestría en Viçosa [Minas Gerais]. En las universidades, Brasil cuenta con una ventaja en comparación con otros países: la isonomía salarial. Todos comienzan con el mismo sueldo. Las diferencias aparecen después, en el reparto de recursos de investigación, en las becas, que aún presentan sesgos, hay muchas más para los varones que para las mujeres. Enseguida me di cuenta de que era necesario delimitar los espacios en el ambiente académico y decir: “Miren, aquí estamos en pie de igualdad, no siempre de condiciones, pero sí del derecho a voz”, procurando mantener un diálogo respetuoso. Me había esforzado tanto para llegar hasta allí que no podía callarme.

¿Cómo se manifestaba la discriminación?
En las reuniones colegiadas había exclusión participativa. Una estaba ahí pero su opinión no era tan tenida en cuenta como la de los demás. Se trata de un problema más asociado a mi generación. He notado que hay una nueva generación de jóvenes de ambos sexos más esclarecida, capaz de reconocer la discriminación y posicionarse al respecto. Poco a poco, vamos superando barreras. En mi área, la ecología, tuve alumnas que hacían el trabajo de campo de cinco muchachos. Quisiera ver a más mujeres en instancias superiores y en organismos internacionales. También tenemos que formar mejor a las alumnas para que sean coordinadoras de redes de investigación, de grandes proyectos, para que puedan tener acceso a recursos y participar en plataformas internacionales. Tenemos que enseñarles mucho más que biología.

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