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João Lúcio de Azevedo

João Lúcio de Azevedo: Miedo injustificado

Eduardo CesarResulta extraño escucharlo al genetista João Lúcio de Azevedo hablar de su trabajo. Obstinado defensor de los hongos y de las bacterias de las plantas, le causa gracia la ignorancia ajena cuando las personas manifiestan temor con tal convivencia. “Tan sólo el 1% de los microorganismos causa problemas; el resto es benigno para las plantas”, aclara, siempre que surge una oportunidad. La última vez que eso sucedió fue en el auditorio de la FAPESP, donde se realizó un seminario sobre los desafíos de la agricultura tropical como parte de las actividades del Premio Fundación Bunge 2009. Azevedo ganó en la categoría Vida y Obra y Carlos Eduardo Pellegrino Cerri en la de Juventud. Ambos son de la Escuela Superior de Agricultura Luiz de Queiroz de la Universidad de São Paulo (Esalq-USP).

A los 72 años, João Lúcio de Azevedo es considerado por sus pares quizá el investigador brasileño que más entiende de genética de los microorganismos de la agricultura. Es también un profesor afecto a la tarea de formación de nuevos investigadores. Hasta septiembre, había dirigido las tesinas y tesis de 98 magísteres y 68 doctores, de Manaos, estado de Amazonas, a Caxias do Sul, en Río Grande do Sul. Una cifra sorprendente, que Azevedo justifica en forma pragmática: es en el posgrado donde se encuentra la mano de obra especializada en investigación. Por ende, es allí donde se debe cultivar y hallar a los mejores investigadores.

Azevedo siempre tuvo su base en la Esalq e hizo dos posdoctorados en el exterior. Pero frecuentó y formó núcleos de genética en las universidades de Campinas (Unicamp), Caxias do Sul (UCS), Goiás (UFG), Brasilia (UnB) y Mogi das Cruzes (UMC), y en este momento es coordinador de microbiología del Centro de Biotecnología de la Amazonia, con sede en Manaos. Fue durante casi 11 años coordinador adjunto de Agronomía y Veterinaria de la dirección científica de la FAPESP. Escribió un libro que se convirtió en referencia en el área, Genética de microorganismos (Universidad Federal de Goiás, 1998), cuya segunda edición revisada y ampliada acaba de salir publicada, y sus estudios produjeron dos patentes, una con la Fundecitrus y la otra, aún en proceso, con la Companhia Suzano de Papel e Celulose. Separado, con dos hijos y dos nietos, siempre de buen humor, João Lúcio de  Azevedo habló con Pesquisa FAPESP sobre la escasamente entendida contribución de los microorganismos a la agricultura.

Durante su presentación en el seminario realizado en la FAPESP usted comentó que las plantas son meros sustratos para que los microorganismos vivan. Esa visión es similar a la que algunos biólogos tienen del ser humano. ¿Qué fue lo que lo llevó a esa conclusión?
La observación. Los biólogos están en lo cierto. En el cuerpo del ser humano hay más microorganismos que células humanas. Y con las plantas sucede lo mismo. Las células de las plantas son mucho mayores, pero si contamos la cantidad de células de microorganismos y de células de una planta, la primera suplanta a la segunda. Son alrededor de 100 mil bacterias por gramo de planta.

¿Son bacterias que viven solamente en la propia planta?
Algunas son características de la planta, pero tienen la capacidad de vivir y reproducirse también en el suelo. Eso fue lo que descubrió el alemán De Bary en 1866. Descubrió que había bacterias en las plantas, pero fue desafortunado al decir que éstas no le hacían ni bien ni mal. Recién en la década de 1970, suizos y norteamericanos se dieron cuenta de que les hacen mucho más bien que mal a las plantas.

¿Son bacterias que viven solamente en la propia planta?
Sí. Fue durante la segunda mitad del siglo XIX cuando surgieron los primeros trabajos con microorganismos endofíticos –”endo” de dentro y “fítico” de planta–, que son los hongos y las bacterias que actúan dentro de las plantas. El descubrimiento de finales de los años 1970 mostró que esos microorganismos son sumamente importantes. Hacen la solubilización de fosfatos: la planta necesita fosfatos y ellos extraen estas sustancias del suelo y alimentan a los vegetales. A su vez, las plantas proveen el sustrato para que los microorganismos crezcan. Muchos de éstos fijan el nitrógeno atmosférico, otros elaboran antibióticos que matan microorganismos patogénicos, y están los que producen toxinas para matar insectos invasores. Algunos matan animales herbívoros, como carneros y vacas. Es lo que llamamos equivocadamente planta venenosa. No es nada venenosa. Lo que mata es el hongo que ella carga, y no la propia planta.

¿No es una sustancia de la propia planta lo que mata?
En la mayoría de los casos, no. Claro que existen plantas venenosas. Pero muchas de esas plantas de pasto, que el ganado come y muere, cargan un hongo que es el verdadero causante de la muerte. Éste vive dentro de las plantas y las protege. Para las plantas es excelente… Y hay los que las protegen contra la sequía, por ejemplo.

 ¿Cómo puede proteger a la planta contra la sequía una bacteria?
Es un tipo de microorganismo que sale de las raíces y va más lejos, donde logra absorber humedad y llevarla hasta la planta. Es a lo que le decimos protección contra estrés hídrico. Hay otro tipo que produce antibióticos para matar patógenos de vegetales. Algunos de estos antibióticos podrían emplearse también para la especie humana.

¿Entonces existe efectivamente un buen potencial de esos microorganismos en lo que hace a la salud humana?
Sí, es enorme. Es común escuchar que algunas plantas son medicinales. Muchas lo son, pero otras no lo son. Puede suceder que un microorganismo que vive dentro de una planta produzca una sustancia curativa. También es cómico oír que una misma planta puede ser buena en Manaos y mala en Recife. La planta es la misma. Puede ser que una tenga un microorganismo y la otra no.

Déme un ejemplo de un microorganismo de planta transformado en medicamento.
Uno de ellos es el taxol, empleado para tratar el cáncer de mama y de útero. Es producido por el hongo Taxomyces andreanae, que vive en varias plantas, y que fue descubierto en Estados Unidos. Fue interesante porque estaban destruyendo todas las plantas que producen taxol, y que tardan para crecer. Pero entonces agarraron ese hongo, hicieron la fermentación y lograron producir más taxol que la planta. Desde el punto de vista biotecnológico fue un gran avance. Eso sucedió de 1980 en adelante.

Pero los trabajos de Johanna Döbereiner con bacterias fijadoras de nitrógeno son de los años 1970, antes de ese período.
Sí, de hecho lo son. La profesora Johanna trabajó en Embrapa, en la misma línea de investigación con microorganismos de plantas. En aquel tiempo, aunque eran endofíticos, se los denominaba fijadores de nitrógeno atmosférico, que podían producir o no nódulos en plantas, a los que se denominaba diazotróficos. En esta área ella fue pionera. Y descubrió eso en el trópico, pese a ser checa, residente en Brasil.

¿Es cierto que las bacterias fijadoras de nitrógeno fueron una de las razones del éxito de la agricultura en el Cerrado brasileño?
Ésa fue una de las razones. Pero sin lugar a dudas, el uso de las bacterias tuvo un papel importante.

art3956img21EDUARDO CESAR¿Cómo es la historia del crecimiento de eucaliptos estimulado por microorganismos?
En el seminario en la FAPESP mostré un pequeño eucalipto, sin la bacteria endofítica, y el eucalipto grande, con la endofítica.  Companhia Suzano está usando bacterias, entre ellas la Stenotrophomonas multifolia, para inocular plantines de eucalipto para que crezcan más. Ése es otro ejemplo de cómo los microorganismos ayudan a las plantas. No obstante, se dejamos un plantín sin microorganismos en el suelo, éstos entrarán después, porque la planta se defiende y busca aquello que es mejor para ella. Es una técnica interesante durante los primeros 30 días de vida de la planta. Ese trabajo estuvo a cargo de mi grupo y hay una patente en trámite.

¿Podremos llegar a un punto en que, utilizando únicamente microorganismos, será posible eliminar la gran cantidad de aditivos químicos usados en el suelo?
Es probable que no. Es algo difícil, porque la agricultura es muy artificial. La Selva Amazónica, por ejemplo, no tiene muchas plagas. Existe un equilibrio natural en aquel ambiente. Ahora bien, si plantamos centenares de hectáreas solamente con naranjos, en algún momento surgirá un desequilibrio. Aparecerán microorganismos e insectos que antes no causaban problemas. Fue lo que sucedió con la Xylella fastidiosa. Yo no creo que esa bacteria haya sido introducida en nuestros naranjales accidentalmente. Probablemente ya existía por acá, pero en razón del desequilibrio natural provocado por una cantidad inmensa de un mismo cultivo, empezó a propagarse y causó la plaga del “amarelinho”.

¿Es posible estimar la cantidad de especies de microorganismos?
Se estima que en el mundo existen un millón y medio de especies de hongos y 100 mil especies de bacterias. De ese total, conocemos entre 70 mil y 80 mil hongos y 5 mil bacterias.

Parece poco…
La estimación se hizo en Inglaterra y no es precisa. Yo también creo debe haber que más, pero las cifras que tenemos son ésas. Uno de los criterios que empleó el investigador es que hay más de 300 mil especies de plantas conocidas. Cada vez que trabajamos con una especie conocida aparecen otros cuatro o cinco microorganismos nuevos. Si multiplicamos 300 mil por 5 da un millón y medio de hongos.

¿Cuál es la estimación de cantidad hongos para la Amazonia?
En Brasil tenemos más o menos 60 mil especies de plantas, la mayoría en la Amazonia. Multiplique 60 mil por 5, dará unas 300 mil especies de hongos. Hay muchos por descubrir. Lo cómico es que siempre que la gente se refiere a los hongos es negativamente. Pues bien, el 99% de esos 300 mil sirve para cosas buenas y sólo un 1% provoca algún tipo de problema.

En la edición de agosto entrevistamos al virólogo Edison Durigon, de la USP, que tiene un proyecto de captura de aves migratorias en la Amazonia destinado a monitorear la entrada de virus extraños en Brasil. Nos dijo que es esencial contar con una excelente infraestructura de seguridad para no ser contaminados con un virus peligroso en el medio del monte y diseminarlo sin querer en un gran centro. ¿Cómo es esto con las bacterias y los hongos de plantas?
Es lo mismo. Probablemente fue eso lo que sucedió con el hongo de la escoba de bruja, que ataca al cacao. Puede haber llegado proveniente de la Amazonia o de África. Algunos sostienen que habría surgido después de un congreso en Bahía, que reunió a investigadores y cultivadores de cacao de todo el mundo. Alguien lo habría llevado – a lo mejor inadvertidamente, a lo mejor a propósito– y habría contaminado las plantaciones bahianas.

Su tesis doctoral fue sobre la bacteria Xanthomonas campestris. ¿Por qué fue la es elegida?
Luego de graduarme en la Esalq me presentaron a un profesor venido de Estados Unidos, que ya murió, Milislav Demerec, que conocía bien la genética de las bacterias y que me sugirió que trabajara con una que causase una enfermedad en plantas. La Xanthomonas campestris causa enfermedades en el col, en el repollo, en la mostaza, etc. Yo quería estudiar la Xanthomonas citri, que causa el cancro cítrico. Pero me aconsejaron que no lo hiciera porque en aquella época, en 1960, había barreras en las carreteras y el cancro cítrico aparecía en la región de Botucatú, por ejemplo. Cuando se transitaba viniendo de Botucatú y de ciudades aledañas, el coche era parado en una barrera. Abrían el maletero y de haber naranjas había que tirarlas para evitar la contaminación con el cancro cítrico en el área de Limeira, que era una región cítrica sumamente importante, pero libre en ese entonces de la enfermedad. Resolví estudiar la X. campestris pues si la enfermedad apareciese en Limeira, iban a decir que había sido yoca que la había traído.

¿Su objetivo era encontrar un antibiótico para el cancro cítrico?
Tenía relación con eso. Sucede que si se trata la semilla con estreptomicina o kanamicina se puede reducir la incidencia de la enfermedad, pero aparecen formas resistentes. Ése es el peligro del uso del antibiótico en la agricultura, como así también en medicina. Fue durante ese período cuando aparecieron muchos organismos resistentes. En el Ceasa [un importante centro de abastecimiento del estado de São Paulo], por ejemplo, agarraban las zanahorias y las ponían en un tambor lleno de espectromicina para evitar la pudrición de la raíz. El problema es que quedaba lleno de antibiótico que la gente consumía junto con las zanahorias. Era una locura. Fue más bien pensando en eso que comencé a trabajar con la resistencia a antibióticos.

¿Cuando decidió hacer su doctorado ya estaba decidido seguir la carrera científica?
Sí. El profesor Friedrich Gustav Brieger, el catedrático que me influyó, decía que nadie trabajaba con microorganismos en Brasil. Brieger era alemán. Vino en la época en que la USP importaba académicos para ayudar a erigir la universidad y acá fue uno de los pioneros de los estudios genéticos. En Alemania fue alumno de Carl Erich Correns, quien redescubrió las leyes de Mendel. Brieger me dijo, “usted debe estudiar genética de microorganismos, porque ya hay gente que estudia la genética de la drosófila, de los seres humanos, de las plantas, de animales grandes…”. La generación de un microorganismo tarda 20 ó 30 minutos. La genética estudia la transmisión de padre a hijo. Hacer esto en la especie humana demanda 20 años. En el microorganismo requiere 20 minutos. También me orientó a hacer genética de bacterias, pero no en el área de salud. Brieger me advirtió, “Uste está en una escuela de agronomía, entonces estudie un patógeno de plantas”. Evidentemente, tenía toda la razón.

EDUARDO CESAR¿Por qué eligió Inglaterra para especializarse?
Yo me recibí en 1959, terminé el doctorado en 1962 y en 1964 fui a hacer una pasantía en el exterior. Brieger me sugirió ir a Inglaterra en vez de Estados Unidos. En Estados Unidos ellos eran muy buenos en genética de bacterias y yo formaría parte de un equipo donde cada uno haría un pedacito y sería dependiente de ellos cuando volviera a Brasil. En Inglaterra yo trabajaría con hongos, algo que en Estados Unidos ellos no eran tan buenos, y de modo más independiente. Fui a la Universidad de Sheffield y estudié un hongo llamado Aspergillus nidulans. Tuve la suerte de conocer al profesor italiano Guido Pontecorvo. Él tenía un asistente excelente, el profesor Joseph Alan Roper. La gente del consejo británico, que me había dado la beca de estudios, me sugirió que trabajara con Roper, que era más joven y muy activo en investigación, y además había sido contratado recientemente como jefe del Departamento de Genética de Sheffield. Pontecorvo ya estaba en la fase de dedicarse solamente a las conferencias. El modelo de estudio, el Aspergillus, fue una buena elección. Ese hongo no sirve para uso en biotecnología, pero es bueno para estudiar genética porque no provoca enfermedades y es fácil hacerlo crecer. Existen otros Aspergillus: el A. niger sirve para hacer ácido cítrico y tiene interés biotecnológico. En tanto, el A. parasiticus y el A. flavus producen toxinas y son peligrosos.

¿Luego de ese período en Inglaterra regresó a la Esalq?
Volví en 1970 y las primeras tesis que dirigí en esa época fueron todas con el A. nidulans. Tenía incluso cierta aplicación en algunos casos porque tiene un ciclo, llamado parasexual. Esto sucede con hongos empleados en la industria. Puede aplicárselo en la producción de antibióticos, ácido cítrico y otros. Como estaba volcándome al área, colaboré un tiempo con la empresa Fermenta, que era de la familia Matarazzo, en Santa Rosa de Viterbo [São Paulo]. La central Amália, también de los Matarazzo, producía acido cítrico –que no tiene nada a ver con citrus– y nos llamaron para resolver un problema. Ese ácido era exportado y sirve para hacer caramelos, y se usa en medicamentos y refrescos. Estudié la situación junto con gente del posgrado, y acabaron descubriendo que la parasexualidad del hongo estaba alterando la producción. Uno de esos posgraduandos logró estabilizar los hongos y resolvió la cuestión.

Usted ya ha dicho que, dependiendo de las bacterias que actúan con la Xylella fastidiosa, ésta puede atenuarse o activarse más. ¿Cómo fue ese descubrimiento?
Una de las hipótesis indica que las bacterias de los géneros Methylobacterium y la Curtobacterium, que conviven con la Xylella en la planta, producen cada una algo que la Xylella aprovecha o se torna prejudicial a ella. Descubrimos eso a partir de 2001, después del secuenciamiento, que se hizo entre 1997 a 2000. Hice una parte del Steering Committee de la Xylella, si bien que no fui uno de los autores del secuenciamiento del genoma. Era ése comité que recibía los proyectos para dar los dictámenes. El secuenciamiento fue muy bueno porque le suministró una vidriera internacional a Brasil. Pero además del secuenciamiento, necesitábamos hacer algo para combatir a la Xylella. Por eso se hizo el genoma funcional de la bacteria, en 2000, también financiado por la FAPESP. Y en 2001 se descubrieron esas otras dos bacterias que interactúan con la Xylella.

¿Qué las lleva a actuar de manera distinta?
La mejor hipótesis indica que es cuestión de sideróforos, metabolitos de microorganismos que captan hierro y lo transfieren a otras células. Hay células que requieren hierro y su extracción del ambiente deja a la Xylella en dificultades para crecer, como en el caso de la Curtobacterium. Si en cambio, liberan hierro, como la Methylobacterium,  mejoran. Pero eso aún no ha sido comprobado. Actualmente hay un grupo de la Universidad de Mogi das Cruzes, el de Wellington Luis Araujo, que estudia esa parte.

¿Esa hipótesis entonces no ayudó a resolver el problema de la plaga amarilla, provocada por la Xylella?
No. Creo que ayudó más bien a hacer plantines apropiados, exentos de cualquier conexión con el insecto. El insecto es el que lleva la Xylella. Y carga junto con él esas bacterias buenas y malas. Mi opinión es que la Xylella ya existía en Brasil. Pero sucedió algo que provocó un desequilibrio ambiental. Puede haber sido el clima, las formas de cultivo y, posiblemente, la enorme densidad de naranjales. Eso debe haber favorecido el crecimiento de la Xylella, que ya existía en Estados Unidos, si bien que allá ataca a las uvas y no las naranjas.

¿Usted es de aquellos investigadores que hacen la autocrítica sobre las expectativas con relación a la llamada revolución genómica?
Es una herramienta importante. Pero estamos actualmente igual que antes: la vacuna eficaz contra la malaria y otras enfermedades de la gente y de las plantas no ha salido. No es así que vamos a resolver estas enfermedades a corto y mediano plazo.

¿Pero usted tenía esa esperanza en la época más efervescente de la genómica?
No, no la tenía. Todo me parecía una exageración muy grande. La biología molecular es más bien una herramienta de trabajo y no una solución. Por supuesto que, si puedo, no dejaré de mapear genomas, porque siempre hay informaciones que ayudan. Cuando se secuenció el genoma de la Xylella, verificamos que tenía los genes de una goma similar a la goma xantana, que son los mismos hallados en la Xanthomonas campestris, que se emplea en pozos de petróleo y para espesar alimentos tales como helados y mermeladas. Cuando hallaron esos genes en la Xylella, pensé que la goma podría ser destruida si pusiésemos un plásmido en una bacteria endofítica con un gen de enzima que destruyese la goma de la Xylella. La Xylella vive en los vasos conductores de la savia, dentro de la planta. Es como si fuéramos a desobstruir esos vasos poniendo allí otra bacteria que destruye la goma. La idea es buena, ¿no es cierto?

Así parece…
Pero no sirvió de nada.

¿Por qué?
Porque lo principal de esa historia es el biofilm, que son células de bacterias adherentes, dentro del vaso. Hoy en día se sabe que la cuestión principal es que la bacteria productora de goma se adhiere al vaso de la planta. Se pega y no sale. Hace varios años intentamos llevar adelante esa estrategia y no pasó nada. La planta está muy bien. Con todo eso se descubrió que el genoma de la Xylella tiene realmente ese gen, pero no es el principal causante de la enfermedad –el principal se relaciona con los genes que elaboran biofilmes. Como se ve, surgen ventajas al conocer el genoma de la bacteria. No se puede decir que la genómica no sirvió para nada.

¿Cómo es la otra enfermedad que usted estudió, la mancha negra de los cítricos?
Ésa no es muy grave. Es más una cuestión visual. Cuando compramos naranjas, no nos gusta si tiene manchitas negras. Siempre preferimos naranjas lindas. En Europa directamente son desechadas en el acto cuando tienen manchas negras.

¿Pero causa una enfermedad?
No. Es decir, de existir en cantidad puede causarla, pero es una enfermedad que principalmente impide la exportación. Cuando mandábamos las frutas in natura a Holanda, por ejemplo, muchas veces llegaba el barco lleno y ellos lo rechazaban diciendo que tenía el hongo Guignardia citricarpa, que causa la mancha negra. Como en Europa no existe ese microorganismo, ellos impiden la entrada. Fuimos a analizar y vimos que no tenían hongos. Sucede que el fruto normal con alguna manchita es una cosa y el fruto que tiene el patógeno es otra. Visualmente es igual. Cuando llegaba a Europa y hacían el test, decían que tenía G. citricarpa y lo mandaban de vuelta porque el test de ellos era impreciso.

¿Cómo hacían el test?
Con el microscopio. Creamos un test molecular más preciso para hacer la diferenciación. Mi grupo hizo el desarrollo, la Fundecitrus pagó la patente y así se hizo el kit.

¿Y lo vendieron?
Cuando era necesario, la Fundecitrus lo hacía. El principal mentor fue Walter Maccheroni Jr., que ahora está en Canavialis, una empresa que compró Monsanto. Pero perdió el interés porque Fundecitros se dio cuenta de que el objetivo era bloquear la entrada de naranjas brasileñas de cualquier manera para favorecer a España, que es el gran productor de Europa. Ya que la mancha negra no era motivo para evitar la entrada a Europa, ellos encontraron un fungicida que era utilizado en Brasil y prohibido allá. Lo que querían era impedir la entrada de naranjas. Y lo lograron.

¿Usted ya estado en muchos lugares, pero sigue estando vinculado a la Esalq?
Me han llamado de varios lugares. En 1974, por ejemplo, fui a la Unicamp cuando Zeferino Vaz invitó al profesor Brieger a armar un grupo de genética. Y de vez en cuando se llevaba profesores de la Esalq. Estuve cuatro años allá, prestado. En 1978 volví a Piracicaba y en 1980 fui a a la Universidad de Brasilia, también prestado, para armar el núcleo de genética. Un poco antes hice un posdoctorado en Nottingham, Inglaterra, entre 1979 y 1980, Y después otro en Manchester, entre 1987 y 1989, sobre biología molecular, porque yo no era fuerte en el área. En 1990 volví y fui a la dirección de la Esalq, de 1991 y 1994.

¿Cuándo se jubiló?
En 1995. A partir de entonces estuve más libre, pues no tenía más que preocuparme con la administración. Y así fue como desarrollé más lo relativo a investigación. En ese período trabajé con la Xylella.

¿Pero siguió dirigiendo tesis, no es cierto? Usted fue responsable por la formación de 98 magísteres y 68 doctores…
La única manera de hacer un buen trabajo es tener mano de obra especializada. Y esa mano de obra son los alumnos de posgrado. El tema es agarrar siempre a los mejores. Formé gente en Piracicaba, Campinas, Brasilia, Mogi das Cruzes, Caxias do Sul, adonde iba siempre una vez por mes, durante cinco días, en 1996. Incluso en Recife, donde nunca estuve vinculado a la universidad, di clases en el posgrado, al menos una vez por año, Y siempre venía algún estudiante a trabajar comigo en Piracicaba y después se volvía allá. Esas cifras no me causan ningún asombro. Es agarrar y hacer las cuentas: estoy dirigiendo desde comienzos de los años 1960, son casi 50 años. El promedio da más o menos tres por año. No es tanto…

¿Todavía tiene alumnos?
Tengo 12. La mayoría de Manaos, donde no hay directores de tesis en varias áreas.

¿Por qué se fue trabajar en Manaos?
En 2002 se creó el Centro de Biotecnología de la Amazonia, el CBA, dentro del Programa Brasileño de Ecología Molecular para Uso Sostenible de la Biodiversidad de la Amazonia, vinculado al gobierno federal. Pero hubo muchos problemas desde ese entonces y el lugar quedó medio que acéfalo. Hasta que empezaron a llamar investigadores, en general jubilados, dado que no podían contratar. Y esos investigadores deberían llevar a otros, mayormente gente en comienzo de carrera de investigador. Invitaron a gente de la USP, del Instituto Butantan, de la Universidad Federal de São Paulo… Fui en 2005.

¿A cuál ministerio está vinculado el centro?
Son varios ministerios, entre ellos el de Desarrollo de la Industria y de Comercio Exterior, el de Ciencia y Tecnología y el de Medio Ambiente. Pero la Suframa [la Superintendencia de Desarrollo de la Zona Franca de Manaos] contribuye más económicamente. También hay un problema de gestión muy serio con el gobierno federal. Es decir, hicimos nuestra parte en lo que fue posible. Son ocho coordinaciones. Yo hago solamente microbiología.

¿Los alumnos son todos de Manaos?
De allá y de otros estados. Pero no hay nadie contratado. Son todos becarios. Los jóvenes van allá entusiasmados, pero después de uno o dos años consiguen un empleo estable y se van.

¿Cómo ve a la Amazonia en el área de microbiología?
Estamos trabajando con hongos y bacterias de muchas plantas que se guardan en un banco de germoplasma microbiano. Hacemos una bioprospección de lo que puede colectarse. ¿Cuál es buen fijador de nitrógeno? ¿Cuál es bueno para solubilizar fosfato? ¿Hay algo que sirva para matar insectos o para curar enfermedades de plantas? ¿Hay alguno que produzca antibióticos o antitumorales? Es más o menos eso lo que nosotros hacemos.

¿Y han descubierto algo prometedor?
Hay una sustancia que parece actuar bien contra el bacilo de la tuberculosis, por ejemplo. Hemos encontrado algunas plantas que dicen que son medicinales contra varias enfermedades, incluso tuberculosis, y las hemos analizado. Y hemos constatado que realmente algunos microorganismos presentes en dichas plantas logran atacar a las micobacterias.

¿Existen posibilidades de que esos estudios resulten en innovación?
El objetivo del CBA es la prestación de servicios y la innovación tecnológica. Descubrir sustancias con buen potencial y entregarlas para que una empresa las desarrolle. La investigación pura se hace en el Inpa [el Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonia, por su sigla en portugués], que tiene muchos años de tradición en investigación. La formación de recursos humanos se hace en la Universidad Federal de Amazonas, que tiene posgrado.

¿Usted mantiene su laboratorio en la Esalq?
Todavía trabajo allá, aunque ya me jubilé. Le pusieron mi nombre al laboratorio como homenaje. Pero es medio extraño porque quienes no me conocen piensan que estoy muerto.

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