Libres de las capas de polvo y hongos acumuladas durante décadas, 3.556 negativos fotográficos de vidrio producidos entre 1910 y 1961 ahora están a resguardo, envueltos en papel de seda blanco ordenados en cajas de cartón dentro de armarios de acero, en el recinto vidriado que desde 2021 alberga la colección fotográfica del Jardín Botánico de Río de Janeiro (JBRJ). Cada placa pesa entre 47 y 140 gramos, casi tanto como un teléfono móvil.
Una vez organizada, la rara colección de frágiles placas sirve de apoyo a la investigación académica y revela personajes que el tiempo borró, como el fotógrafo João dos Santos Barbosa (1895-?), quien produjo al menos 419 negativos de vidrio entre las décadas de 1940 y 1960. En otras instituciones, este tipo de material no siempre se conserva con tanto celo ni se encuentra a disposición para su acceso público.
Las placas de vidrio restauradas por el equipo del JBRJ tienen 2 milímetros de espesor y tres formatos distintos: 9 por 12 centímetros (cm), 13 por 18 cm o 18 por 24 cm. Con un amplio contraste entre el blanco y el negro, retratan lo que se conoce como exsicatas (muestras desecadas de partes de plantas), imágenes microscópicas de plantas, instrumental de investigación, directivos, empleados, el denominado arboreto del propio Jardín Botánico (un espacio que actualmente alberga unas 9.000 especies de plantas de todo el mundo) y expediciones científicas a la Amazonia o al centro-oeste de Brasil.
“El fotógrafo tenía que pensárselo bastante antes de oprimir el obturador, porque el material que utilizaba era importado y costoso”, comenta la curadora fotográfica Márcia Mello, coordinadora del equipo de conservación de la colección histórica del JBRJ. “Podemos percibir esa formalidad en los resultados. Las fotografías son increíblemente bellas”.
La técnica de los negativos de vidrio fue la sucesora del daguerrotipo, inventado por el escenógrafo y pintor francés Louis-Jacques Mandè Daguerre (1787-1851). Fue presentada en 1839 y consistía en una placa de cobre recubierta por una capa de plata sólida; una mezcla de mercurio y plata formaba las zonas claras y la plata, las oscuras. Los primeros negativos de vidrio datan de 1848 y empleaban albúmina, una proteína de la clara de huevo, para lograr que las sales de plata se adhirieran al vidrio. La foto requería un tiempo de exposición de 5 a 15 minutos.
En 1851, el escultor inglés Frederich Scott Archer (1813-1857) introdujo una innovación al reemplazar la albúmina por el colodión, una mezcla de nitrato de celulosa, éter y alcohol. El fotógrafo bañaba cada placa en una emulsión gelatinosa de nitrato de celulosa diluido en éter y alcohol, colocaba cada placa en la cámara dispuesta sobre un trípode y tenía que tomar la fotografía antes de que la gelatina se secara.
En 1871, el médico inglés Richard Leach Maddox (1816-1902) empezó a utilizar la gelatina, a la que se adherían las sales de plata. Al momento de utilizarla, la gelatina se hinchaba, permitía la reacción con las sales y luego recuperaba su estado inicial. Pero aún existía una limitación: el vidrio era pesado y frágil.
En 1885, para extender el uso de la fotografía, el empresario estadounidense George Eastman (1854-1932), fundador de Kodak, lanzó a la venta el rollo de película, compuesto por un papel tratado previamente con gelatina e impregnado con aceite de ricino para hacerlo transparente al revelarlo, y tres años después, una cámara fotográfica con un rollo de papel para tomar 100 fotografías. Una vez hechas las fotos, la máquina se enviaba a la fábrica y se revelaba el negativo. A continuación, las fotografías se imprimían en papel y se enviaban al fotógrafo, junto con otra cámara con su respectiva película.
Parte de los negativos del JBRJ (1.106) se encuentran disponibles en la colección digital. “Es fundamental que este tipo de material esté a disposición del público exterior. No puede permanecer oculto”, subraya Raul Ribeiro, jefe de la división de museos y colecciones del JBRJ y graduado en comunicación social, quien también gestiona el material que llega permanentemente. “Hace poco recibimos 2.000 negativos sobre la anatomía de la madera realizados por Raul Dodsworth Machado [1917-1996], uno de los pioneros de la microscopía electrónica en el JBRJ”, comenta.
Las placas de vidrio, reveladas en un laboratorio del propio JBRJ, deambularon durante décadas por distintas salas en condiciones de conservación inadecuadas. “Expuestas a altas temperaturas, la gelatina se derrite y la imagen se pierde”, comenta Ribeiro. Mientras hurgaba en la historia de la colección, supo que dos empleados del archivo, los hermanos Domício y João Carlos Vieira (de quienes no se conocen datos de nacimiento y defunción), hallaron las cajas con las placas de vidrio en la década de 1980 y, con ayuda de la dirección, recuperaron el material.
En 1989, el JBRJ recibió financiación de la extinta fundación Vitae y las decenas de cajas con los negativos fueron trasladadas al Centro de Conservación y Preservación Fotográfica de la Fundación Nacional de las Artes (CCPF-Funarte). “Fue uno de los primeros proyectos de este tipo en el CCPF”, dice Sandra Baruki, miembro y posteriormente coordinadora del centro. Arquitecta graduada, ella sabía que se trataba de un material frágil: cuando era una niña, en Corumbá, Mato Grosso do Sul, había visto a su abuelo, el fotógrafo Octaviano Serra (1904-1979) hacer este tipo de fotografías.
El equipo del CCPF encontró 40 negativos pegados unos a otros y 88 de ellos rotos. “A finales de los años 1980, era poco lo que sabíamos sobre cómo limpiar, preservar y mitigar los daños de los negativos, pero estudiamos y aprendimos, con la orientación de expertos de Brasil, Portugal y Estados Unidos”, relata Baruki.
Las restricciones presupuestarias, que dificultaban la compra de películas especiales para reproducir las placas de vidrio, propiciaron una innovación: Francisco Costa, fotógrafo del CCPF, ideó un método para fotografiar las placas directamente en películas flexibles de acetato de celulosa, utilizadas en las cámaras fotográficas desde la década de 1940 hasta la proliferación de las digitales, a partir de la década de 2000. Luego, las películas eran sometidas a un proceso químico de blanqueo, similar al que se usa para la producción de diapositivas, dando como resultado negativos flexibles que se utilizan para consultas, evitando así la manipulación de los originales. La colección volvió al JBRJ en 2000 y, en 2021, fue digitalizada y guardada en armarios de acero en el pabellón recientemente renovado con la ayuda de la Fundación de Apoyo a la Investigación Científica del Estado de Río de Janeiro (Faperj).
En su maestría, concluida en 2023 en la Casa de Oswaldo Cruz de la Fundación Oswaldo Cruz (COC-Fiocruz), Ribeiro examinó los 16 negativos realizados durante la llamada Misión Belga, una expedición compuesta por biólogos belgas que arribaron a Río de Janeiro en agosto de 1922. Con la ayuda de botánicos del JBRJ, se propusieron estudiar los bosques tropicales y recoger material para las carreras en la Universidad de Bruselas. En enero de 1923, tras haber recorrido los estados de Río de Janeiro y São Paulo, el líder del grupo, el naturalista belga Jean Massart (1865-1925), partió desde Salvador [Bahía] de regreso a Europa; sus compañeros siguieron viaje hacia el norte de Brasil y, hasta mayo de aquel año, visitaron Pernambuco, Ceará, Pará y Amazonas.
“Tenemos que analizar las imágenes a la luz de otros documentos”, dice la historiadora del JBRJ Alda Heizer. Al examinar los negativos de la Misión Belga antes de que estos estuvieran ordenados, tropezó con una pista falsa: “Pensé que se trataba de una expedición al estilo de la de [el antropólogo francés, Claude] Lévi-Strauss [1908-2009], quien recorrió el sudeste y centro-oeste de Brasil entre 1935 y 1939, ya que los belgas también tomaban fotografías de la vida cotidiana de las comunidades que visitaban”, dice. Empero, después de haber leído los informes y diarios de campo, llegó a la conclusión de que algunas fotos, como la de una mujer negra delante de una vivienda, no eran fruto de una mirada antropológica, sino del interés de los expedicionarios belgas por conocer objetos y construcciones hechos con plantas.
“Las imágenes dicen mucho sobre las técnicas utilizadas en las fotografías y los valores de una época”, apunta. “En los informes y diarios de las primeras décadas del siglo XX, como los de la Misión Belga, a los jardineros y a los técnicos se los llama solamente por su nombre de pila, señal de una ciencia centrada en el científico”.
Pacientes, cerebros y escenas del crimen
Otras colecciones similares se encuentran en diferentes estados de conservación. La de la COC-Fiocruz, reunida desde 1986, consta de 7.680 placas que muestran a investigadores, laboratorios, objetos, pacientes, espacios de atención, microscopías, la construcción de la actual sede de la Fiocruz y expediciones al nordeste, norte y centro-oeste del país. Uno de los autores principales de las imágenes fue el fotógrafo Joaquim Pinto (1884-1951), quien trabajó en lo que entonces era el Instituto Oswaldo Cruz, entre 1903 y 1946.
“Había un laboratorio y una sólida inversión en la producción fotográfica, considerada un servicio auxiliar del quehacer científico”, dice la historiadora Aline Lopes de Lacerda, del Departamento de Archivo y Documentación de la COC-Fiocruz. La colección está digitalizada, lo que facilita investigaciones como la del museólogo Lucas Cuba Martins. En su maestría, concluida en 2023, examinó 529 imágenes de piezas anatómicas producidas entre 1900 y 1960, cuando el instituto dejó de utilizar negativos de vidrio y los sustituyó por películas flexibles y de rollo.
En el Museo de Salud Pública Emílio Ribas (Musper), vinculado al Instituto Butantan de São Paulo, las 1.100 láminas de vidrio producidas entre 1922 y 1958 muestran fotos de pacientes en tratamiento aquejados de lepra o enfermedades mentales, microscopías, consultorios médicos y laboratorios. En 2014, cuando conoció la colección que iba a empezar a cuidar, la socióloga y analista de documentación Maria Assad se sorprendió con las imágenes de muestras histológicas de cerebros y escenas del crimen que, como descubriría más tarde, estaban relacionadas con los servicios de psiquiatría y salud mental en la primera mitad del siglo XX en São Paulo.
“Las colecciones fotográficas solo empezaron a ser vistas como documentos a partir de los años 1990, ya que antes no tenían el mismo peso que los documentos textuales, aunque sean importantes para comprobar las inversiones en edificios y equipamiento y para el seguimiento de los casos clínicos”, dice Assad, basándose en su investigación de maestría sobre el tratamiento de las imágenes de la salud pública, concluida en 2019 en la Universidad de São Paulo (USP).
Como la colección del Musper aún no ha concluido el proceso de tratamiento, las consultas solo pueden hacerse personalmente, con el acompañamiento de un especialista del equipo del museo. Los casi 7.000 negativos de vidrio del Instituto Biológico producidos entre las décadas de 1920 y 1940 por Alberto Federman (1887-1958) tampoco han sido digitalizados; los 2.400 del antiguo Instituto de Botánica (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 187), asimilado por el Instituto de Investigaciones Ambientales (IPA), también de São Paulo, se encuentran digitalizados, pero no están disponibles en forma online. Por su parte, el sitio web del Museo do Ipiranga, de la USP, ofrece acceso a 2.855 negativos producidos entre las décadas de 1890 y 1940, que incluyen registros de obras pictóricas, muebles y documentos, de los comienzos del museo, del pintor Benedito Calixto (1853-1927), del inventor Alberto Santos Dumont (1873-1932) y de la construcción del ferrocarril Madeira-Mamoré.
Las colecciones ya organizadas y los trabajos académicos realizados también en Maceió (Alagoas) y Porto Alegre (Rio Grande do Sul), evidencian los progresos obtenidos. El reconocimiento a los profesionales que se han especializado en la preservación de los negativos de vidrio queda manifiesto a través los pedidos para evaluar o recuperar colecciones poco cuidadas durante décadas en instituciones de Río de Janeiro y otros estados de Brasil. Pero quienes lidian con este tipo de material padecen la misma agonía: “Hasta que no establecimos una normativa y dispusimos de espacios para la conservación, mucho material se ha perdido o arruinado”, comenta Lacerda.
El Museo Paraense Emílio Goeldi, en Belém [Pará], conserva 1.421 negativos de vidrio producidos desde 1894 y restaurados con ayuda de la Caixa Económica Federal y la Funarte entre 2006 y 2010. “Debía haber más de 5.000. La mayoría se perdieron, por el descuido de algunas generaciones”, lamenta el historiador de la ciencia Nelson Sanjad, curador de las colecciones documentales históricas del museo. Por suerte, añade, el botánico suizo Jacques Huber (1867-1914), conservaba copias en papel de las fotos que tomó cuando trabajó en el Goeldi, entre 1895 y 1914.
En 2013 y 2014, con el apoyo de la familia Huber y de la Coordinación de Perfeccionamiento del Personal de Nivel Superior (Capes), Sanjad visitó el Archivo Estatal del Cantón de Basilea, en Suiza, donde fueron enviadas las fotografías, digitalizó unas 1.000 imágenes y las trajo de vuelta. En abril, el museo de la Universidad Federal de Pará (UFPA) inauguró una muestra con las fotos de Huber, que ya habían sido expuestas en la ciudad de São Paulo en 2022 y 2023.
Artículos científicos
HEIZER, A. Notícias sobre uma expedição: Jean Massart e a missão biológica belga ao Brasil, 1922-1923. História, Ciências, Saúde – Manguinhos. v. 15, n. 3, p. 849-64. jul.-sep. 2008.