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MEDICINA

Niños con síndrome congénito de zika manifiestan atraso en el desarrollo motor, cognitivo y del lenguaje

Los daños neurológicos que provoca el virus causante de esta enfermedad perjudican la capacidad de moverse, aprender y hablar

En 2015, cuando quedó embarazada de su segundo hijo, Inabela Souza da Silva Tavares ni siquiera pensó en pedir que su bebé naciera sano. Solamente deseaba que fuera una niña. “Mi sueño era tener otra hija”, relató a mediados de mayo en una charla por videoconferencia desde su hogar en Recife, la capital del estado brasileño de Pernambuco. Graziela nacería a finales de aquel año en forma prematura, alrededor de un mes antes de lo previsto. Una infección contraída durante el embarazo afectó la salud de la bebé, influyendo de manera drástica en la vida de su hija y de toda la familia. Una mañana, cuando transitaba el quinto mes de embarazo, Inabela se despertó con cefalea y dolores en todo el cuerpo y fue internada. En el hospital, el diagnóstico inicial de los médicos fue que estaba infectada con el virus del dengue que, de tanto en tanto, causa epidemias en el país desde la década de 1980. Sin embargo, lo más probable es que no fuera dengue, o no solo dengue. En aquel momento, ya circulaba silenciosamente en Brasil el virus del Zika, un patógeno originario de África –hasta entonces considerado inofensivo– que jamás había sido detectado en América.

Las ecografías realizadas a partir del sexto mes de gestación trajeron novedades preocupantes. En primer lugar, indicaban que Grazi, como la llamaba su madre, tenía una acumulación de líquido en las cavidades del cerebro y entre las membranas que lo protegen. Más adelante, también revelaron que su cráneo tenía un tamaño bastante menor que el esperable para su edad gestacional. Padecía microcefalia congénita, un problema que no tiene cura y que hasta la fecha no ha sido relacionado con el dengue. Estudios posteriores confirmarían que, aún en el útero, Grazi había estado expuesta al virus recientemente ingresado en el país. Por esa razón, nació con lo que luego se conocería como síndrome congénito por el virus del Zika (SCZ). Esta enfermedad es el resultado de una amplia gama de lesiones en el sistema nervioso central y puede comprometer el desarrollo y la independencia en diversos grados. Pese a sus importantes limitaciones –Grazi no camina, no habla y se alimenta por sonda– asistió al jardín de infantes, donde pudieron atenderla gracias a las adaptaciones sugeridas por la madre, y ahora cursa el primer año de la enseñanza fundamental.

Grazi no fue la única que sufrió los efectos nefastos del virus. Desde 2015, en Brasil se han confirmado oficialmente otros 1.833 casos de bebés con SCZ, siendo así uno de los países más afectados por el zika en todo el mundo: tan solo en 2016, el peor año de la epidemia, hubo más de 250.000 casos sospechosos de infección por el virus. A partir de la identificación de los primeros episodios en territorio nacional, fueron notificados al Ministerio de Salud 20.444 casos sospechosos de SCZ. De ellos, 3.017 siguen siendo objeto de investigación, según el Boletim Epidemiológico del ministerio en su edición de febrero de este año, la última que ha abordado este tema. Entre los niños que padecen el síndrome, alrededor del 90 % nació en 2015 y 2016, en el pico de la epidemia, que se apaciguó en los años siguientes. En su mayoría nacieron en los estados del nordeste del país. Los más grande están cumpliendo 7 años y, a medida que crecen, empiezan a ser evidentes algunos problemas de desarrollo que han quedado plasmados en estudios llevados a cabo por varios grupos de investigación.

Un artículo publicado en marzo de este año en la revista Frontiers in Genetics incluye una síntesis actualizada de la evolución de la salud de estos niños durante sus primeros años de vida. Bajo la dirección de la médica y genetista Lavinia Schüler-Faccini, de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS), unos 30 investigadores de seis estados brasileños analizaron la información registrada en algo más de 160 artículos científicos publicados hasta mediados de 2021 sobre las manifestaciones clínicas y los problemas de desarrollo más frecuentes que presentan los niños con el síndrome, además de los posibles mecanismos de acción del virus. “El SCZ abarca una amplia gama de discapacidades sensoriales y motoras con múltiples efectos sociales y en la salud”, dicen los autores.

El síndrome se caracteriza por la aparición simultánea de algunas de estas seis particularidades asociadas a la acción del virus: tamaño de la cabeza inferior al esperable para la edad (microcefalia); calcificaciones en el sistema nervioso central; disminución del volumen cerebral; agrandamiento de las cavidades cerebrales (ventrículos) que contienen líquido cefalorraquídeo; lesiones oculares o en las estructuras cerebrales vinculadas con la visión, y artrogriposis, una forma grave de malformación de las articulaciones.

Rodrigo Cunha

Un porcentaje bastante alto (de un 70 % a un 88 %) de los niños con SCZ nace con microcefalia, generalmente más grave que la causada por la infección durante el embarazo por otros cinco patógenos, que conforman un acrónimo conocido por los pediatras y neurólogos como SToRCH: la bacteria de la sífilis, el protozoario de la toxoplasmosis, el virus de la rubéola, el citomegalovirus y el virus del herpes. Además de la reducción de la circunferencia de la cabeza, los bebés con SCZ suelen exhibir una disminución del volumen de la parte superior del cráneo, que hace que el rostro parezca desproporcionadamente grande, y un exceso de pliegues en el cuero cabelludo. Este cuadro generó las imágenes impactantes que llamaron la atención cuando comenzaron a difundirse en los medios de comunicación durante la epidemia.

Todos estos daños se deben a la predilección del virus por infectar y reproducirse en las células del sistema nervioso. A mediados de 2016, los equipos coordinados por los neurocientíficos Jean Pierre Peron y Patrícia Beltrão Braga, en la Universidad de São Paulo (USP), y Stevens Rehen y Patricia Garcez, en la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) y en el Instituto D’Or de Pesquisa e Ensino (Idor), comprobaron que el virus invade y daña preferentemente los progenitores neurales: las células madre precursoras de los diversos tipos de células cerebrales, abundantes en el inicio del desarrollo fetal. Con la infección de los progenitores neurales, el virus del Zika asume el mando celular e inicia la producción de nuevas copias. Este proceso induce la muerte de los progenitores de dos maneras: por apoptosis (muerte programada), en la cual la célula se marchita ante las señales que indican que no podrá recuperar su funcionamiento normal; y por autofagia, cuando las bolsas que contienen ácidos y enzimas se rompen y digieren el contenido celular (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 244).

En la infección por el virus del Zika, la apoptosis viene precedida de desórdenes que también les impiden a los progenitores neuronales multiplicarse y originar neuronas, las células responsables del procesado y almacenamiento de información, lo que hace que el cerebro quede más pequeño y con menor cantidad de sus pliegues característicos. Pero recientemente, el grupo de Rehen y el neurocientífico André Quincozes Santos, de la UFRGS, constataron que la infección provocada por el virus del Zika también desencadena una inflamación tóxica para otras células del cerebro.

Las alteraciones características del síndrome elevan bastante –hasta 14 veces– el riesgo de muerte, según revela un artículo publicado en febrero de este año en la revista médica New England Journal of Medicine. Los estudios previos apuntaban que alrededor de un 10 % de los niños con SCZ fallecían en sus primeros años de vida. Sin embargo, no se sabía cuánto mayor era el riesgo en los niños con SCZ en comparación con los que no tenían este problema. Tampoco se conocía cuál era la influencia de factores importantes para la supervivencia infantil, como la duración del embarazo y el peso al nacer, sobre las probabilidades de muerte. La epidemióloga Enny Paixão Cruz, docente de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, en el Reino Unido, e investigadora de la Fiocruz en Bahía, colaboró para poder esclarecer estos temas al analizar las defunciones registradas entre los 11.481.215 bebés nacidos en Brasil entre el 1º de enero de 2015 y el 31 de diciembre de 2018.

En el transcurso de esos tres años, el país registró el nacimiento de 3.308 niños con SCZ y 11.477.907 sin ese trastorno; el número de casos del síndrome evaluados y confirmados por el ministerio es menor. En el mismo período, fallecieron 398 (el 12 %) del primer grupo y 120.609 (el 1 %) del segundo. Hasta el tercer año de vida, la tasa de mortalidad de los niños con SCZ fue de 52,6 muertes por cada grupo de mil niños por año y 5,6 muertos por cada grupo de mil niños al año entre los que no padecían el síndrome. La diferencia fue aún mayor (14,3 veces) entre los bebés que nacieron después de 37 semanas de gestación o con un peso superior a 2,5 kilogramos (12,9 veces). “El riesgo se mantuvo alto durante los tres primeros años de vida, que fue el período evaluado”, dice Paixão Cruz.

Los daños en su mayor parte obedecen a la predilección del virus por infectar y reproducirse en las células del sistema nervioso

En el primer año de vida, la causa principal de muerte entre los bebés con SCZ fueron las malformaciones congénitas, especialmente la microcefalia. A partir del segundo año, aumenta la frecuencia de las muertes por enfermedades del sistema nervioso central (parálisis) y del sistema circulatorio (arritmias e insuficiencia cardíaca). “Ahora estamos evaluando las causas minuciosamente. Conocerlas puede permitirnos mejorar el manejo clínico de estos niños”, relata la investigadora.

De un 80 % al 100 % de los bebés con SCZ que llegan a cumplir el primer año de vida presenta formas graves de parálisis cerebral, indican los estudios incluidos en el artículo de revisión de Frontiers in Genetics. Esta condición, resultado de lesiones en el cerebro y en otros órganos del sistema nervioso central, provoca rigidez muscular, y dificulta el control de la postura corporal y la coordinación de los movimientos. También puede afectar el habla y la deglución. Estos niños rara vez son capaces de movilizarse por su cuenta. Casi siempre necesitan ser transportados en sillas de ruedas y, en los casos menos severos, logran desplazarse con la ayuda de andadores especiales.

Al menos seis de cada diez de ellos desarrollan epilepsia, generalmente difícil de controlar, requiriendo el uso de dos, tres o más fármacos para dominar las crisis convulsivas. Un porcentaje similar presenta rigidez muscular y movimientos exacerbados, además de conservar lo que se denominan reflejos primitivos, un conjunto de movimientos involuntarios –por ejemplo, los de succionar, cerrar los dedos alrededor de un objeto apoyado en la mano o girar la cabeza como respuesta al contacto en el rostro– que, por lo general, desaparecen después de los seis meses de edad. Muchos no muestran ningún progreso en las evaluaciones realizadas durante el segundo o el tercer año de vida.

En un estudio coordinado por el epidemiólogo Antônio Augusto Moura da Silva, de la Universidad Federal de Maranhão (UFMA), la fisioterapeuta Eliana Morioka Takahasi analizó la motricidad gruesa de 100 niños y niñas con SCZ atendidos en el Centro de Referencia en Neurodesarrollo, Asistencia y Rehabilitación Infantil (Ninar), en São Luís, la capital del estado de Maranhão. Para ello, aplicó una batería de pruebas que evalúan la capacidad de sentarse, rodar, ponerse de pie, gatear, caminar, correr y saltar. Se trata de actividades que implican la movilización de grandes grupos musculares y que la mayoría de los niños sin SCZ ni parálisis cerebral suelen dominar hacia el segundo año de vida.

Al momento de la primera evaluación, las edades de los niños oscilaban entre un año y ocho meses y dos años y medio, y el 90 % presentaba el grado más severo de limitación. Había que llevarlos en brazos o transportarlos en silla de ruedas y mostraban dificultades para mantenerse erguidos o con la cabeza firme, según los resultados publicados en octubre de 2020 en la revista Neuropediatrics. Cuarenta y seis de ellos fueron sometidos a una segunda evaluación entre seis y ocho meses después, cuando ya casi tenían tres años. Ninguno mostró mejoras en su cuadro. Para los investigadores, la mayoría se hallaban cerca de alcanzar su límite de desarrollo motor, muy inferior al de los niños sin el síndrome.

Rodrigo Cunha

El estado de Pernambuco, el primero donde se observó un aumento en los casos de microcefalia en 2015, fue uno de los más afectados por las dos olas de la epidemia. Allí se confirmaron 332 casos de SCZ en 2015 y 64 en 2016, según un estudio publicado en 2018 en la revista Epidemiologia e Serviços de Saúde por el epidemiólogo Giovanny Araújo de França, de la Secretaría de Vigilancia de la Salud del ministerio. En Recife, los equipos de fonoaudiología, terapia ocupacional y psicología del Instituto de Medicina Integral Professor Fernando Figueira (Imip), una entidad filantrópica del área de la salud, realizaron un seguimiento de unos 40 niños con SCZ nacidos en aquel período hasta el comienzo de la pandemia de covid-19. Presentaban cuadros de diversa gravedad, pero, de todos modos, lograron mejoras limitadas.

“Los dos primeros años son una ventana de oportunidad para el desarrollo motor. Son el lapso en que la respuesta es más rápida. Después, los niños alcanzan un límite”, comenta la fisioterapeuta Marcela de Oliveira Lima, coordinadora de rehabilitación del Imip. Cuando crecen con dificultades motrices, pueden presentar limitaciones para jugar y explorar el ambiente y tener un retraso intelectual. “Hay que asistir a las madres permanentemente para que aprendan a lidiar con los niños en el hogar y los estimulen de la manera más adecuada”, explica. Por esta razón, el grupo del Imip elaboró una guia con recomendaciones que se distribuye a los padres de los niños con SCZ.

En Paraíba, otro estado con una cifra importante de niños con SCZ, el grupo de la enfermera Altamira Reichert, de la Universidad Federal de Paraíba (UFPB), organizó talleres y guías de primeros auxilios para enseñarles a las madres de los niños atendidos en la institución a lidiar con dos problemas frecuentes en el síndrome: las convulsiones y los atragantamientos. Luego de brindarles esa capacitación, diez de las madres fueron evaluadas en un estudio cualitativo, para identificar el impacto en su vida y en la de los niños. Los resultados, presentados en 2021 en la revista Applied Nursing Research, indican que el entrenamiento les proporcionó a las madres autonomía y seguridad para actuar en situaciones de asfixia o crisis convulsivas y resolver el problema. Antes, ellas adoptaban medidas ineficaces o perjudiciales. “Hemos notado que, incluso cuando no poseen un buen nivel educativo, si han sido bien orientadas, las madres pueden cuidar a los niños en forma adecuada en esas situaciones”, relata Reichert.

Además del retraso acentuado de su desarrollo motor, los niños con el síndrome tienen problemas cognitivos y de lenguaje. En Bahía, otro de los estados con un alto número de casos de infección con el virus del Zika durante la epidemia, la pediatra Alessandra Carvalho, de la Rede Sarah de Hospitais de Rehabilitação, en Salvador, examinó a 82 niños que rondaban el año de edad con parálisis cerebral asociada a SCZ llevando a cabo una serie de pruebas. De acuerdo con los resultados publicados en 2019 en la revista Brain & Development, todos ellos registraron un rendimiento extremadamente bajo en las tres áreas (cognición, lenguaje y motricidad).

En un estudio más reciente, los psicólogos Anne Wheeler y Donald Bailey Jr., ambos del Instituto de Investigación Research Triangle International, de Estados Unidos, utilizaron los mismos test para comprobar el desempeño de 121 niños y niñas con SCZ algo mayores, con edades promediando los dos años y medio. Esos niños eran atendidos en la fundación Altino Ventura, una organización benéfica de Recife que desde 2015 ha atendido a 344 niños con el síndrome. Actualmente, 148 de ellos –entre los cuales se encuentra Grazi– continúan recibiendo atención médica y tratamientos de fonoaudiología, fisioterapia, terapia ocupacional y psicología.

Rodrigo Cunha

Una vez más, se demostró que el desempeño de los infantes estaba bastante comprometido. A los dos años y medio, en su mayoría mostraban habilidades comparables a las de los bebés de dos o tres meses de vida, informaron los investigadores en un artículo publicado en mayo de 2020 en la revista JAMA Network Open.

En el aspecto cognitivo, tres de cada cuatro reaccionaban a los sonidos y reconocían a su cuidador (casi siempre sus madres), pero solo un 20 % se mostraron capaces de reconocer y explorar objetos y un porcentaje aún menor (el 10 %) mostró habilidades para resolver un problema (encontrar algo que se había caído). Aproximadamente la mitad podían seguir un objeto con la vista o moviendo la cabeza e incluso asirlo si se lo colocaba en sus manos. Sin embargo, solamente un 8 % eran capaces de agarrar los objetos por su cuenta. En gran proporción (el 61 %) mantenían el control del cuello y de la cabeza cuando se los llevaba en brazos, pero solamente dos niños caminaban por sí solos, y otros dos gateaban.

Obtuvieron un mejor desempeño cuando se evaluó su lenguaje receptivo, prueba en la que su rendimiento se equiparaba al de los niños de algo más de un año y medio. Casi todos reaccionaban a los sonidos del ambiente y una tercera parte demostraron que podían identificar su nombre, pero solamente uno reconocía los objetos a partir de las palabras que los denominaban. Dos de los niños consiguieron expresarse empleando palabras y otros nueve balbuceaban o imitaban sonidos.

En Bahía, el grupo coordinado por el epidemiólogo Albert Ko, de la Escuela Yale de Salud Pública, en Estados Unidos, e investigador visitante en el Instituto Gonçalo Muniz, de la Fiocruz, realiza un seguimiento a 400 niños que estuvieron expuestos al virus del Zika durante el embarazo, 42 de los cuales desarrollaron SCZ. En un análisis reciente de los que presentaban un cuadro grave, publicado en la revista PLOS ONE en 2021, él y sus colaboradores constataron que casi todos presentaban un retraso importante en su desarrollo cognitivo, motor y del lenguaje. No obstante, los patrones de desarrollo evidenciados fueron bastante heterogéneos. “La comprensión de estos resultados sigue erigiéndose como un reto”, dijo Ko.

El cuidado de los niños con Síndrome Congénito por el virus del Zika es una tarea compleja. Necesitan atención médica frecuente, además de sesiones de fisioterapia, fonoaudiología, terapia ocupacional y estimulación extra en el hogar para tratar de compensar el retraso en su desarrollo. Se trata de una rutina dura para la familia, especialmente para las madres, que casi siempre son quienes asumen el rol de cuidarlos permanentemente. “La madre empieza a vivir las 24 horas del día para el niño, y esto puede generar desgaste con su cónyuge y afectar la relación con el resto de los hijos”, dice la oftalmóloga pediátrica Liana Ventura, coautora del estudio publicado en JAMA Network Open y presidenta del directorio de la fundación Altino Ventura.

A los dos años y medio, muchos de los niños con síndrome congénito por el virus del zika muestran habilidades comparables a las de los bebes de unos pocos meses

Junto con la también oftalmóloga Camila Ventura, coordinadora de investigación científica de la fundación, Ventura y sus colaboradores llevan publicados 70 artículos científicos en donde describen los daños que el zika causa a los ojos y a las estructuras cerebrales responsables de la vista. La mayoría de los niños con SCZ exhiben déficit visual moderado o grave debido a lesiones en el cerebro. La mitad de los que padecen microcefalia también tienen lesiones en los ojos.

En un trabajo conjunto con el grupo de la oftalmóloga Andrea Zin, del Instituto Fernandes Figueira (IFF), el centro de referencia en salud maternoinfantil de la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz) de Río de Janeiro, el equipo coordinado por la psicóloga Dora Fix Ventura, de la Universidad de São Paulo (USP), identificó una proporción aún mayor de alteraciones oculares. De los 44 niños atendidos en el IFF, 29 presentaban lesiones en las estructuras internas de los ojos y 24 tenían una agudeza visual tan baja que cumplían con los criterios establecidos para definir la ceguera legal.

Las zonas geográficas más afectadas por el virus y con mayor cantidad de casos de SCZ son aquellas que presentan la mayor disparidad social, los niveles de pobreza más altos y menores recursos sanitarios especializados, generalmente concentrados en las metrópolis. A pesar de ello, el sistema público de salud cubre gran parte de las necesidades de estos niños, aunque también una proporción importante queda a cargo de las instituciones filantrópicas. De cualquier manera, el cuidado de los niños afectados por el síndrome supone un alto impacto económico para sus familias.

La economista Márcia Pinto, investigadora del IFF, realizó una encuesta con 95 cuidadores de niños con la forma grave del SCZ. Ocho de cada diez pertenecían a las clases económicas C, D y E. Para cuidar de sus hijos, el 54 % habían tenido que dejar de trabajar (otro 27 % ya estaban desempleados antes de que se presentara el problema de salud) La mitad de ellos gastaba el 40 % de los ingresos familiares para el cuidado del niño con SCZ. Uno de los factores de mayor peso eran los gastos de desplazamiento: la mayoría de esos niños eran atendidos en tres unidades sanitarias diferentes, según consta en el trabajo, publicado en el mes de noviembre pasado en la revista Cadernos de Saúde Pública. A partir de 2019, la legislación federal garantiza una pensión vitalicia por la suma de un salario mínimo mensual –que actualmente es de 1.212 reales– para el niño con SCZ. “Este beneficio no cubre sus gastos, que a menudo incluyen una alimentación especial, pañales y medicamentos que no siempre se encuentran disponibles en el sistema público. Y todavía hay que ocuparse del resto de la familia”, dice el economista. “Esas familias necesitan un mecanismo de asistencia social y económica”.

En varios de los estados brasileños, las mujeres como Inabela se organizan en grupos de madres en las redes sociales para intercambiar experiencias acerca de cómo cuidar a estos niños y exigir el acceso a los tratamientos y otros derechos para sus hijos. “Estas madres no cejan en su empeño por conseguir la atención y los medicamentos que sus niños necesitan”, relata la pediatra Maria Elisabeth Moreira, coordinadora de un equipo en el IFF que ha atendido a más de 500 niños con SCZ y actualmente monitorea a 146. “Son verdaderas luchadoras”.

El misterio de la concentración en el nordeste
La epidemia de infecciones causadas por el virus del Zika afectó a Brasil de manera bastante heterogénea en 2015 y 2016. La región del nordeste del país, en donde vive menos de la tercera parte de la población, concentró de un 50 % a un 84 % de los casos sospechosos de síndrome congénito por el virus del Zika (SCZ). Algunos estudios ensayaron seis hipótesis factibles, pero no se ha arribado a un consenso en cuanto a cuál sería la más probable ni la aportación de cada una de ellas.

“Es muy probable que el problema se deba a la interacción de ciertos factores genéticos y ambientales”, estima el neurocientífico Stevens Rehen, de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) y del Instituto D’Or de Pesquisa e Ensino (Idor).

Las alteraciones en el ADN podrían desempeñar algún papel para la aparición del síndrome. Los niños con SCZ exhiben variaciones genéticas que hacen que las células progenitoras neurales, responsables de generar los distintos tipos de células cerebrales, sean más susceptibles a la acción del virus. El grupo de la genetista Mayana Zatz, de la Universidad de São Paulo (USP), extrajo células de la piel de gemelos en los que uno de los hermanos presentaba el síndrome y el otro no, y las estimuló para que se convirtieran en células madre progenitoras neurales. En los niños con SCZ, estas células se infectaban con mayor facilidad y tenían un menor desarrollo. Según el estudio, publicado en 2018 en la revista científica Nature Communications, esa propensión era determinada por un conjunto de genes.

La deficiencia de proteínas en la dieta también pudo haber contribuido. En la UFRJ, el equipo de la neurocientífica Patricia Garcez sometió a hembras de ratón preñadas a una dieta reducida en proteínas y las infectó con el virus. Esta combinación provocó alteraciones en la placenta y perjudicó el desarrollo del feto, disminuyendo la formación de células del sistema nervioso central. Tal como quedó demostrado en los datos presentados en 2020 en la revista Science Advances, esas crías tenían cerebros más pequeños.

También en la UFRJ, Rehen y sus colaboradores demostraron que la exposición a la saxitoxina, una sustancia producida por cianobacterias y que se encuentra en una concentración mayor en los reservorios de agua del nordeste, duplicó la muerte de progenitoras neurales en minicerebros humanos infectados con el virus del Zika. El suministro de la toxina a las hembras de ratón preñadas e infectadas con el virus dio lugar al nacimiento de crías con anomalías cerebrales. Este estudio salió publicado en 2020 en la revista PLOS Neglected Tropical Diseases.

El epidemiólogo Albert Ko, de la Escuela Yale de Salud Pública y de la Fiocruz de Bahía, investiga otro efecto ambiental: la presencia en las regiones pobres del nordeste brasileño de una mayor cantidad de mosquitos infectados con el virus, lo que aumentaría las probabilidades de transmisión a las mujeres embarazadas. ¿El motivo de esta sospecha? En un estudio publicado en 2019 en la revista Science, su equipo comprobó que el 73 % de los habitantes de una zona carenciada de la ciudad de Salvador (Bahía) se habían contagiado en un lapso de tiempo muy breve. “Las áreas con alta infestación presentaron una mayor transmisión”, dice.

También existe la posibilidad, controvertida en este caso, de que la infección previa con el virus del dengue, frecuente en el nordeste, acentúe los daños causados por el virus del Zika. Los anticuerpos producidos contra el dengue generarían una inmunidad parcial contra el zika. En lugar proporcionar protección, esta inmunidad fallida facilitaría la invasión de las células por el virus y también su multiplicación, agravando la infección, tal como pudieron observar en 2019 el grupo de Ko y el de Michel Nussenzveig, de la Universidad Rockefeller, en Estados Unidos.

Por su parte, el virólogo Maurício Nogueira, de la Faculdade de Medicina de São José do Rio Preto (Famerp), y sus colaboradores, compararon el efecto de la infección con el virus del Zika entre las mujeres embarazadas de dos ciudades: Río de Janeiro, con mayor abundancia de mosquitos y casos de SCZ, y Manaos, donde este problema fue más raro. El estudio publicado en 2021 en la revista Viruses reveló que el porcentaje de casos del síndrome fue mayor entre las madres infectadas durante el primer trimestre de embarazo.

Artículos científicos
SCHULER-FACCINI, L. et al. Neurodevelopment in children exposed to Zika in utero: Clinical and molecular aspects. Frontiers in Genetics. 8 mar. 2022.
TAKAHASI, E. M. et al. Gross motor function in children with congenital Zika syndrome. Neuropediatrics. 27 oct. 2020.
DIAS, T. K. C. et al. First aid intervention with mothers/caregivers of children affected by the Zika virus in Brazil. Applied Nursing Research. feb. 2021.

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