El 2 de agosto del año pasado llegó a su fin la última etapa del físico Ricardo Galvão al frente del Instituto de Investigaciones Espaciales (Inpe) en la ciudad de São José dos Campos, en el interior del estado de São Paulo. Su primer paso por ese organismo ocurrió en forma rápida y discreta en 1970. En ese entonces, recientemente graduado como ingeniero en telecomunicaciones, ocupó el cargo durante alrededor de un año antes de trasladarse a la Universidad de Campinas (Unicamp). Su último paso como director de ese instituto federal, se extendió por tres años y llegó a su fin cobrando relieve en las noticias tanto en Brasil como en el exterior. Galvão avaló públicamente la corrección y la coherencia de los datos producidos por el Inpe al respecto de la deforestación de la Amazonia, una obra de gran calidad reconocida desde hace años en todo el mundo, ante las críticas infundadas formuladas por ministros del Estado y por el presidente Jair Bolsonaro. Entonces fue destituido y regresó a su labor en el Instituto de Física de la Universidad de São Paulo (IF-USP).
Casi un año después de ese incidente, Galvão, al igual que gran parte de los brasileños durante la epidemia de covid-19, se encuentra aislado, junto a su mujer, en su domicilio en la localidad de Paraibuna, en el interior paulista. Además de preparar clases, el físico se encuentra abocado a sus otras dos pasiones en su chacra: la cría de abejas y andar en bicicleta. En la entrevista que se transcribe a continuación, que concedió a través de una aplicación, el investigador habla de sus comienzos en la carrera como científico, de su especialidad, la física de plasmas (un estado de la materia similar a un gas en el que una porción de las partículas se encuentra ionizada) y recuerda su salida ruidosa del Inpe.
Especialidad
Física de plasmas
Institución
Universidad de São Paulo
Estudios
Título de grado en ingeniería de telecomunicaciones por la Universidad Federal Fluminense (1969), máster en ingeniería eléctrica por la Universidad de Campinas (1972) y doctorado en física aplicada de plasmas por el Massachusetts Institute of Technology (MIT – 1976)
Producción
219 artículos en revistas científicas y 42 capítulos de libros
El 9 de junio, el Inpe divulgó el índice de deforestación definitivo para 2019 en la Amazonia Legal. Fueron arrasados 10.100 kilómetros cuadrados (km2) de vegetación nativa, la tasa más alta registrada desde 2008. ¿Ese panorama ya se vislumbraba cuando usted dejó su cargo en el instituto?
Desgraciadamente sí, la deforestación ya daba señales de estar aumentando y ahora está bastante fuera de control. Ese aumento es muy preocupante. Este año, según los datos que proporciona el Deter [Sistema de Detección de la Deforestación en Tiempo Real], del Inpe, que emite avisos de desmontes, la tala de bosques se está registrando durante la estación lluviosa en la Amazonia, cuando normalmente la deforestación suele ser bastante menor. Por lo general, la época de desmonte más intensa comienza hacia el final de mayo y se extiende hasta octubre. La Política Nacional sobre Cambio Climático, instituida mediante una ley promulgada en 2009, estableció que en 2020 la deforestación en el país debería ser menor a 4 mil km2. No quedan dudas de que el gobierno va a incumplir esa ley. Un informe técnico reciente del Inpe muestra que, entre agosto de 2019 y mayo de este año, hemos deforestado en la Amazonia un 89% de lo que habíamos sumado en todo el año pasado. Si el descontrol prosigue, estoy convencido de que la tasa anual de deforestación va a superar los 12 mil km2. También está el problema de los incendios, que se producen principalmente después del desmonte, cuando el clima se torna más seco. La contaminación del aire se vuelve terrible y se registra un aumento importante de las enfermedades pulmonares. Si el auge de la pandemia de covid-19 se retrasa en la Amazonia, el pico de contagios por el nuevo coronavirus podría coincidir con los incendios. Esa situación podría provocar un colapso total del sistema de salud en la región norte del país.
Los datos también apuntan que la deforestación avanza sobre las unidades de conservación y los territorios indígenas.
La tala en las áreas de reservas indígenas es, en gran medida, promovida por la minería ilegal. Solo en las tierras de los yanomamis hay más de 200 mineros no autorizados. Hay gente que ingresa a esas zonas para deforestar y les contagia el coronavirus a los indígenas.
¿En qué momento del año pasado comenzó a percibir cierto malestar en el gobierno federal con relación al monitoreo de la deforestación en la Amazonia realizado por el Inpe?
Es importante que quede registrado el trasfondo de toda esta historia. Mi paso por la dirección del Inpe fue muy importante para mí, incluso para incrementar mi conocimiento al respecto de otras áreas de la ciencia. Esto también me sucedió cuando estuve al frente del CBPF [Centro Brasileño de Investigaciones Físicas, la institución federal que dirigió entre 2004 y 2011]. Cuando arribé al Inpe, prácticamente no sabía nada sobre el desarrollo de satélites ni estaba familiarizado con el tema de los cambios climáticos. Comencé a estudiar esas áreas, algo que me gustó mucho. El Inpe siempre desarrolló satélites para aplicaciones importantes, tales como la teledetección y el monitoreo de la deforestación. Hoy en día, la tecnología de los satélites de menor porte, de hasta 100 kilogramos, se ha abaratado mucho. Durante todo 2018 participé en un grupo de trabajo organizado por el gobierno federal para reorganizar el programa espacial brasileño. Estaba muy entusiasmado con las posibilidades y con la participación del Inpe en ese tema. Durante mi gestión, no por mérito propio, sino de los científicos que trabajan en esa área, el Inpe comenzó a articularse para monitorear la deforestación en todos los biomas brasileños, no solo en la Amazonia. Ese proyecto excepcional fue elaborado por ellos y dispuso de alrededor de 70 millones de reales provenientes del famoso Fondo Amazonia, que el actual gobierno federal tanto critica. En realidad, ya durante la campaña para las elecciones presidenciales de 2018, el entonces candidato Jair Bolsonaro comenzó a decir que él no creía en los cambios climáticos y no le concedía ningún valor a la preservación de la selva. Incluso criticó a los funcionarios del Ibama [Instituto Brasileño del Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables]. Las críticas ya me afectaron bastante.
El gobierno federal no tenía idea de lo que significaba menoscabar los datos del Inpe en el contexto internacional
¿Por qué?
Durante el gobierno de Michel Temer, estuve a cargo, junto a la entonces presidenta del Ibama, Suely Araújo, del perfeccionamiento un acuerdo de colaboración técnica entre el Inpe y el Ibama. Esa cooperación prevé el acceso automático del Ibama a los alertas diarios de desmontes proporcionados por el Deter. El sistema provee las coordenadas geográficas para que los agentes del Ibama puedan actuar en la inspección. Esos datos se mantienen en secreto por 10 días, para que quienes deforestan no adviertan que el sistema los detectó y darle tiempo al Ibama para preparar su intervención. No hay ningún mecanismo interpuesto por el Inpe para bloquear el acceso del Ibama a los datos, como afirmaba el gobierno federal. Solo que no disponen de los datos de alerta de deforestación si no accedieron previamente al Deter. Ese acuerdo se formalizó en noviembre de 2018 y, con la asunción del nuevo gobierno federal, yo esperaba que se iniciara un debate inmediato para su renovación. No traté el tema con el ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación, Marcos Pontes, sino con mi superior inmediato, quien no le dio importancia al asunto. Luego, en enero del año pasado, el ministro de Medio Ambiente, Ricardo Salles, formuló la primera crítica contundente al Deter. Dijo que el sistema no tenía datos lo suficientemente certeros como para que el Ibama tomase recaudos. Por eso querían contratar los servicios de una empresa estadounidense, Planet, que por cierto es muy buena. Salles mintió en reiteradas oportunidades en lo que respecta al Deter. Eso me exasperó.
¿Y cómo reaccionó?
Redactamos una nota en conjunto con los empleados de la Coordinación de Observación de la Tierra del Inpe y la publicamos en nuestro sitio web. Ahí explicamos que no se necesita una resolución de 3 por 3 metros, como sostenía el ministro, para detectar los desmontes. La copa de un árbol de la Amazonia mide de 10 a 20 metros. En el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación [MCTI] nadie le dio importancia a nuestro razonamiento. Ahí empecé a preocuparme bastante. Después, Salles mantuvo tres reuniones en Brasilia con militares, personal del Ibama y de Planet. No se convocó a nadie del Inpe. Dos de los militares que participaron en las reuniones me informaron al respecto de lo que estaba sucediendo. Salles no sabía de qué estaba hablando. La Amazonia se extiende por un área de alrededor de 5 millones de km2. Para procesar imágenes con una resolución de 3 por 3 metros, como él quería, se necesitaría una capacidad de cálculo dos veces mayor a la de la mejor supercomputadora que poseemos, la Santos Dumont, del Laboratorio Nacional de Computación Científica [LNCC). La Coordinación de Observación de la Tierra del Inpe publicó otras notas técnicas que le envié al MCTI, pero nunca tuve respuesta. Un tiempo después, hacia el mes de marzo, hablé en Brasilia con el responsable de otra secretaría del MCTI, un científico de prestigio que no era mi superior inmediato y cuyo nombre no voy a revelar. Pude concertar una reunión con él, donde quería proponerle al gobierno federal que realizara una inspección in situ, a partir de los datos de la deforestación con los que contaba el Inpe, tal como ya se hizo anteriormente, para corroborar que nuestra información era correcta. Salí bastante satisfecho de esa entrevista.
Pero luego la situación empeoró en lugar de mejorar.
Una semana después, el secretario ejecutivo del MCTI y mi jefe inmediato me convocaron a Brasilia. Me criticaron por haber tratado el tema de la deforestación con otra secretaría y no con ellos. Dijeron que el gobierno federal era quien debía decidir si los datos de la deforestación se divulgaban o no. Les expliqué que estaban equivocados y que los datos siempre estarían disponibles. Dije que el Inpe era una institución muy respetada, que yo tenía un prestigio que sostener como científico y de ninguna desistiría de ello. Salí de esa reunión en una posición incómoda. Luego de eso los ataques empezaron a ser más directos, hacia mí y a los datos del Inpe. En simultáneo, noté que los alertas del Deter apuntaban un aumento de la deforestación en la Amazonia. Envié un informe de esa situación al jefe de gabinete del ministro Pontes, pero otra vez no tuve respuesta. Hasta que a comienzos de junio, el general Augusto Heleno [ministro en jefe del Gabinete de Seguridad Institucional] le concedió una entrevista a la cadena británica BBC, en la que declaró que los datos del Inpe sobre la deforestación estaban “manipulados”. Una hora y media después, incluso antes de que yo hubiera leído la entrevista, recibí llamados de la BBC, de colegas de la Sociedad Europea de Física y del Met Office [el servicio nacional de meteorología británico]. Todos querían saber qué estaba pasando con los datos del Inpe. El gobierno federal no tenía la menor idea de lo que significaba menoscabar los datos del Inpe en el contexto internacional.
¿Cree que el gobierno no era consciente del impacto negativo que esas críticas acarrearían a la imagen del país?
Exactamente. En el exterior, la respetabilidad del Inpe está plenamente consolidada. Desgraciadamente, el gobierno, y particularmente el ministro Salles, no poseen conocimiento del medio científico. Pero no me esperaba que el ministro Marcos Pontes no reaccionara ante esos ataques. Para acceder a él, tenía que comunicarme con un superior, que siempre me bloqueaba el acceso. Pontes es un militar y la relación con él era muy diferente de la usual en un ministerio civil. Entonces le escribí una carta directa al ministro, explicándole detalladamente que esa disputa entre el Inpe y el Ministerio de Medio Ambiente (MMA) no podía continuar. Eso sería muy perjudicial para el país. Le propuse que se contactara con el ministro Salles y con la ministra de Agricultura, Tereza Cristina Correa. Me puse a disposición para viajar a Brasilia para que discutamos personalmente todos los datos del Inpe. Si quisieran, podríamos desarrollar herramientas computacionales para contar con un mejor acceso a los datos. Me pareció que era importantísimo enfriar completamente ese estado de confrontación. Le envié esa misiva al ministro Pontes, al secretario ejecutivo del MCTI y a mi jefe inmediato. Una vez más, nadie me respondió. Eso quedó documentado en el Sistema Electrónico de Información, el SEI, del gobierno federal, que es de acceso libre.
Defendí el trabajo del Inpe. Sabía que me echarían, pero fue una estrategia acertada
¿Dónde estaba cuando el presidente Bolsonaro afirmó, el 19 de julio, que los datos del Inpe eran falsos y que usted estaba al servicio de alguna organización no gubernamental (ONG)?
Participaba como jurado en un tribunal de doctorado en la Universidad Federal Fluminense [UFF], en Niterói. Solo me enteré de la entrevista a la noche, cuando fui a casa de mi hermano, en esa misma ciudad, y leí la noticia. Debo decir que me sentí muy mal. Por suerte me acompañaban mi esposa y un colega. A esa altura, los periodistas ya me estaban llamando y la primera comunicación que recibí fue la de un periódico de Portugal. En principio, opté por no responder. Quería ver la propia entrevista. A veces, lo que se escribe en un periódico no es exactamente lo que se dijo. Pero cuando pude ver la entrevista, realmente quedé estupefacto. El presidente no solo dijo que los datos eran falsos, sino que era muy probable que yo estuviera al servicio de alguna ONG, en contra de los intereses de Brasil. Era un ataque muy serio. Para un científico, decirle que sus datos son mentirosos puede acarrearle el fin de su carrera. Y los datos no eran míos, sino de mis colegas del Inpe. Si un administrador público tiene dudas al respecto del comportamiento de un subordinado, su obligación inmediata es abrir un expediente de investigación. Si no lo hace incurre en prevaricato. Si el presidente albergaba esas dudas, ¿por qué no abrió una investigación en mi contra? Dice cosas sin pensar.
Usted parece ser alguien calmo y equilibrado ¿Cómo formuló su dura respuesta a las críticas del presidente?
Pensaba que el ministro Pontes se contactaría conmigo para discutir la situación. Aguardé hasta el mediodía del día siguiente y reflexioné un poco sobre lo que había oído. Como desde el ministerio no hubo ningún contacto, comencé a responderles a los periodistas. Algunas personas incluso me aconsejaron que iniciara una demanda contra el presidente, pero comprendí que eso no era solamente un cuestionamiento a los datos del Inpe. También era un ataque planificado y violento a la ciencia. Resolví que tenía dos opciones: no hacía nada y le escribía al ministro Pontes para darle una explicación al presidente, o reaccionaba. Pero si hacía esto último, la respuesta debía ser contundente para que impactara en los medios y, en cierto modo, proteger al Inpe. Por eso dije que el presidente había adoptado una actitud pusilánime, cobarde, al formular una acusación pública sobre un tema del cual no estaba calificado para opinar. Creo que él esperaba que yo renunciara, pero dejé claro que no lo haría. Dije que sus críticas eran como una broma de un muchachito de 14 años, no de un presidente de la República, y que no mantenía ninguna relación con ninguna ONG. Defendí el trabajo del Inpe. Sabía que me echarían. Pero fue una estrategia acertada. El Inpe quedó tan expuesto en los medios de comunicación que quedó en una posición casi inexpugnable.
¿Cuál fue su reacción cuando supo que la revista Nature lo eligió como uno de los 10 científicos más destacados de 2019?
A mediados del mes de noviembre me encontraba en Nueva York para participar en una conferencia en la Universidad Columbia con expertos extranjeros sobre temáticas brasileñas. Un fotógrafo de la revista Nature se había contactado conmigo y yo pensé que él quería conversar acerca de la deforestación en Brasil. Cuando nos encontramos, me preguntó si estaba de acuerdo en ser nominado como una de las personalidades del año por la revista. Me comentó que el negacionismo y las críticas a la ciencia ya han ocurrido en varios países y que mi respuesta ante esos ataques había sido la más contundente.
Quisiera que nos hable del comienzo de su carrera. ¿Qué lo impulsó a estudiar ingeniería en telecomunicaciones?
Mi padre trabajó como ingeniero en varias empresas. Nací en Itajubá, en el estado de Minas Gerais, pero nunca viví ahí. Viví en Campinas y luego en São Paulo, donde estudié en el colegio Caetano de Campos. Cuando tenía 11 años, mi familia se mudó a Río de Janeiro. Mi padre trabajó en Shell y después en Petrobras. Vivíamos en Niterói. Yo quería quedarme en la ciudad y rendí el examen de ingreso a ingeniería en la Universidad Federal Fluminense (UFF). Me gustaban las telecomunicaciones. Una de las pocas cosas buenas que hizo el régimen militar fue estimular ese campo. Crearon Telebras y Embratel. Pensaba que era un área en la que no me faltaría empleo, aunque lo que me encantaba era la física. La situación económica de la familia no era buena. Tenía un hermano que estaba muy enfermo. Mientras estudiaba en la facultad, daba clases en un cursillo de ingreso por las noches.
Usted migró hacia la física en el doctorado, luego de haber realizado una maestría en ingeniería. ¿Por qué cambió de área?
Poco a poco migré hacia la física. Fui muy influenciado por un gran físico alemán, Bernhard Gross [1905-2002], que vino a trabajar a Brasil. Al comienzo del tercer año en la facultad, estaba meditando dejar la ingeniería y pasarme a la física. Gross enseñaba mediciones eléctricas en la UFF. Pero impartía sus clases prácticas en el Instituto Nacional de Tecnología, en Río de Janeiro. Terminé llevándome bien con él y le comenté que pensaba cambiar de ingeniería a física. Él me aconsejó que terminara ingeniería y me pasara a la física en el posgrado. Y eso fue lo que hice, si bien también cursé una maestría también en ingeniería. Mi primer empleo fue precisamente en el Inpe.
¿Cuándo lo contrataron?
En 1970. Pasé un año en el Inpe. Pero mi director de maestría, el indio Darhambir Rai, fue contratado como docente de la carrera de ingeniería eléctrica de la Unicamp, una universidad nueva, y yo lo seguí. Aunque estaba en ingeniería eléctrica, cursé posgrados en física. En 1972, mi tesina de maestría, sobre la polarización de las ondas cortas en la ionósfera, fue la primera de ingeniería eléctrica en la Unicamp. Luego me fui al MIT [Massachusetts Institute of Technology] para hacer el doctorado, en este caso más cercano a la física. En Estados Unidos, principalmente en el MIT, varias de las áreas de la física cursan en otros departamentos. Por ejemplo, el estudio de la física del estado sólido se hace fundamentalmente en ingeniería eléctrica. Estudié física haciendo mi doctorado en ingeniería nuclear, porque estaba más interesado en la fusión nuclear. Luego del doctorado, que concluí en 1976, regresé al Departamento de Ingeniería Eléctrica de la Unicamp. Allí permanecí durante un año y medio y después me trasladé al Instituto de Física Gleb Wataghin de la misma universidad.
¿Por qué se interesó en la fusión nuclear, específicamente por la física de plasmas?
En ese entonces había un gran debate sobre la importancia de la energía nuclear y el problema de los reactores nucleares. Incluso antes de la crisis del petróleo de 1973, la preocupación era la búsqueda de nuevas fuentes de energía. Ya se mencionaba que el petróleo un día se acabaría y, en el futuro, la disponibilidad de combustibles fósiles sería muy pequeña. Por todo eso, me interesaba el campo de la fusión nuclear. Permanecí en la Unicamp hasta 1982. Luego me fui a trabajar con fusión nuclear en el Instituto de Estudios Avanzados del Centro Técnico Aeroespacial [CTA], en São José dos Campos. También comencé a colaborar a tiempo parcial con el profesor Ivan Nascimento, del IF-USP, en la construcción de una máquina denominada Tokamak, una cámara de confinamiento magnético de plasma a altas temperaturas. Mi perspectiva era muy cercana a la de él. No bastaba con hacer física en Brasil. Era importante que desarrolláramos nuestros propios dispositivos. En 1983, concursé para una libre docencia en la USP. Hasta 1991viví en São José y siempre fui a la USP. A partir de ese año, participé en un concurso para profesor titular y comencé a trabajar en dedicación exclusiva en la USP. Mantuve mi residencia en São José y me instalé otro departamento en São Paulo. Pasaba toda la semana en la universidad y los fines de semana, me iba a São José dos Campos.
El área de la fusión nuclear no suele ser noticia en los medios de comunicación. En 1989, hubo esa disputa increíble, que nunca pudo reproducirse, de dos científicos de la Universidad de Utah, en Estados Unidos, que manifestaron haber obtenido la denominada fusión en frío, a temperatura ambiente. ¿Está de acuerdo con esta impresión?
Para ser honesto, la física de plasmas no es un área en la frontera de la ciencia, como es el caso de la física de altas energías. Ya no hay algo que sea fundamental descubrir en este campo, que ya está bastante desarrollado. Pero los plasmas son sistemas altamente complejos. En la física existen dos grandes vertientes. La que denominamos reduccionista, que es la de Einstein, relacionada principalmente con la física de altas energías. Esta línea busca leyes fundamentales, que expliquen todos los procesos naturales, combinando diversas teorías. Se trata de un área espectacular, incitante, que tiene mucho valor para la ciencia. Pero también existe la física de los sistemas complejos, en la cual está incluida la física de plasmas y también los estudios de los cambios climáticos, por ejemplo. Esta física utiliza ecuaciones básicas, conocidas, pero sus sistemas son tan complejos que resulta muy difícil pronosticar su evolución. Una mínima alteración en las condiciones iniciales puede conducir al sistema a resultados muy distintos. En la década de 1960 había muchas esperanzas depositadas en que la fusión produciría buenos resultados y se convirtiera en una fuente viable y segura para la producción de energía. Pero eso nunca ocurrió. Los físicos del área siempre decían que había que esperar otros 30 años. Eso derivó incluso en bromas al respecto y despertó muchas críticas. Pero lo cierto es que la evolución de la investigación de la fusión nuclear clásica, por medio del confinamiento magnético de plasma a altísimas temperaturas, progresó sustancialmente. Entre el inicio y el final de la década de 1990, la Universidad de Princeton, en Estados Unidos, obtuvo la fusión nuclear controlada en una máquina llamada TFTR, y el laboratorio europeo JET, en el Reino Unido y en el cual trabajé, hizo lo propio. Lo que aún no hemos logrado es producir, mediante el proceso de fusión, más energía de la que gastamos para mantener en funcionamiento esos reactores de plasma.
¿Por qué no ha podido superarse esa barrera?
Para que ocurran las reacciones de fusión y el plasma produzca energía, es necesario alcanzar una temperatura superior a los 110 millones de grados Celsius en el interior de los reactores. Pero cuando se superan los 2 mil grados, la materia se ioniza y pierde mucha energía por radiación. Para explicarlo recurro a la siguiente analogía: es como prender una hoguera con leña húmeda o verde. Finalmente se prende, pero se necesita poner tanto fuego para que la temperatura sea tan alta y el agua se evapore que el esfuerzo no compensa. En la fusión, se consume mucha más energía de la que se produce. No obstante, para períodos breves, esa limitación ya pudo superarse en el exterior.
¿Cuán breves?
Centenas de milisegundos, de hecho, demasiado breves. Pero un reactor de plasma debe funcionar en forma casi ininterrumpida. Vuelvo a apelar a una analogía para explicar cómo la ciencia piensa sortear esa limitación. Para evitar la pérdida de energía, deberíamos encender una inmensa fogata con madera húmeda. Entonces, dirigiríamos la llama hacia el centro de la hoguera de manera tal que la temperatura en esa zona llegara a niveles muy elevados antes de que el fuego se apague. Por eso el Iter, que es el mayor proyecto de un reactor del tipo Tokamak, que se está construyendo en el sur de Francia, será enorme y costará unos 20 mil millones de euros [el Iter se propone demostrar la factibilidad económico-científica de la producción de energía a partir de la fusión nuclear]. Cuando el ministro de Ciencia y Tecnología era Sergio Rezende nos invitaron a participar en el Iter, pero el costo era muy alto. Ahora los estadounidenses creen que podrían obtener la fusión con máquinas de menor porte y más baratas, pero eso aún no se ha demostrado.
¿Cuál fue su mayor contribución para Brasil en el campo de la física nuclear?
Creo que fue, junto con Ivan Nascimento, haber construido en 1981, en la USP, el primer Tokamak de América Latina, el TBR-1, que funcionó hasta 1995. Fue de gran importancia para capacitar gente y con nuestro trabajo llamamos un poco la atención a nivel internacional. Como nuestra máquina era pequeña, siempre buscábamos nichos de investigación en los cuales podíamos producir algo interesante incluso para los laboratorios más avanzados. Esa estrategia dio cierto resultado y, en 1984, gané el premio Manuel Sandoval Vallarta, que concede el Instituto Internacional de Física Teórica (ICTP), de Italia. Lamentablemente, por falta de apoyo a los grandes proyectos, la física de plasma ha perdido recientemente científicos calificados que se han marchado al exterior.