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Economía

Riqueza que emana de la vida

La biodiversidad puede alimentar un nuevo ciclo de industrialización en Brasil

Un cargamento de azaí en Belém, estado de Pará: esta fruta es el producto más destacado como un ejemplo exitoso de extracción y gestión forestal

Ricardo Beliel / Brazil Photos / Lightrocket vía Getty Images

La fuente más prometedora de generación de riqueza y valor para Brasil en las próximas décadas podría hallarse justo debajo de nuestros pies y ante nuestros ojos. La biodiversidad de los seis biomas que posee el país –o siete, si tenemos en cuenta el mar–, la disponibilidad de tierras, agua e incidencia del sol y las técnicas de cultivo avanzadas en diversas producciones agrícolas constituyen la base de un tipo de actividad económica regenerativa, circular y sostenible que ha cobrado protagonismo en todo el mundo desde hace más de una década: la bioeconomía.

La transición hacia una economía sostenible le abre una oportunidad única a Brasil, país dueño de la mayor biodiversidad del planeta. Además de la selva amazónica, famosa por la abundancia de especies vegetales y animales, el Cerrado es la sabana tropical con la mayor biodiversidad del mundo y la Caatinga es la sabana esteparia más biodiversa, según el climatólogo Carlos Nobre, investigador sénior del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe) y copresidente del Panel Científico para la Amazonia, una iniciativa de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para recabar conocimiento acerca de la región. El mar, en sus 8.500 kilómetros de costa, también ofrece un potencial de explotación inmenso. Pero la coyuntura actual exige un esfuerzo con miras a adaptar los procesos económicos, y se necesita que el cambio sea rápido: ante el advenimiento de la crisis climática y el avance de la deforestación, el riesgo de perder estos recursos es real.

Existen varias definiciones para la bioeconomía. En 2009, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) publicó el documento La bioeconomía hasta 2030: diseño de una agenda de políticas, que define al término como “un mundo en el que la biotecnología representa una porción significativa de la producción económica, regida por los principios del desarrollo sostenible”. En Brasil, el entonces Ministerio de Ciencia, Tecnología, Innovación y Comunicaciones (MCTIC, actualmente MCTI), divulgó en 2019 un Plan de Acción en Ciencia, Tecnología e Innovación en Bioeconomía (Pacti Bioeconomía), en donde define a este concepto como el “conjunto de actividades económicas basadas en el uso sostenible e innovador de los recursos biológicos renovables (biomasa), en reemplazo de las materias primas fósiles para la producción de alimentos, piensos para animales, materiales, productos químicos, combustibles y energía mediante procesos biológicos, químicos, termoquímicos o físicos”.

Según el economista Edson Talamini, coordinador del Núcleo de Estudios en Bioeconomía Aplicada al Agronegocio (NEB-Agro) de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS), la bioeconomía comprende un análisis de los procesos de producción basado en un concepto de sostenibilidad más fuerte que la referencia a las emisiones de dióxido de carbono. También se tienen en cuenta la viabilidad social y económica y, sobre todo, la propia eficiencia termodinámica. “Algunos procesos pueden parecer sostenibles desde el punto de vista de los precios o de la generación de empleo, pero cuando los observamos en detalle, el gasto para generar un efecto es mayor, con consecuencias irreversibles”, dice. “La bioeconomía se ocupa de los procesos a nivel molecular y permite comparar las actividades productivas en términos de sostenibilidad”.

Westend61 / Getty Images Una vista aérea de la selva amazónica en Itaituba, estado de ParáWestend61 / Getty Images

La reindustrialización
Los investigadores brasileños que trabajan con la bioeconomía identifican en este concepto no solo una oportunidad de crecimiento económico, sino también el punto de partida de un nuevo ciclo de industrialización. El epicentro de este dinamismo provendría, probablemente, de la selva amazónica. Este bioma ofrece las condiciones como para impulsar industrias basadas en la innovación y en la sostenibilidad, según el documento Amazônia e bioeconomia, publicado recientemente por el Instituto de Ingeniería con la colaboración de científicos de Embrapa, del Inpe y de las universidades de São Paulo (USP), de Campinas (Unicamp), entre otras.

La Amazonia también llama la atención porque allí es donde se encuentra el arco de la deforestación, además de padecer la degradación ambiental causada por la construcción de centrales hidroeléctricas y la explotación minera que avanza sin control, incluso sobre territorio indígena. Nobre, a quien se lo conoce por ser el autor de la tesis que plantea que, a partir un cierto grado de destrucción de la selva, la región amazónica podría sufrir un proceso de “sabanización”, al prolongarse la estación seca, estima que la carrera contrarreloj para mantener el bioma a salvo ya es acuciante. Los datos recolectados por el Inpe sugieren que en las zonas degradadas de la Amazonia, en el norte del estado de Mato Grosso y en el sur del de Pará, ya se ha perdido la capacidad de absorción de carbono y el bosque se ha convertido en emisor del principal gas causante del efecto invernadero.

Nobre es el creador del proyecto Amazonia 4.0, que sitúa al vasto bioma sudamericano en el centro de una potencial revolución bioindustrial. El científico se refiere al proyecto como la “bioeconomía de la selva en pie”, que redundaría en productos con diferentes grados de complejidad y aplicaciones tecnológicas. Mediante una combinación entre investigación biotecnológica y técnicas extractivas, gestión forestal y agricultura regenerativa, la propuesta es abrir una “tercera vía amazónica” para la ocupación de la selva. Esta vía se opone a la idea de reservar simplemente grandes áreas para su conservación, dejando que el resto sea objeto de actividades económicas insostenibles (primera vía) y al planteo que propone intensificar la explotación agropecuaria, la minería y la generación de energía en las zonas ya ocupadas (segunda vía).

Para José Vitor Bomtempo, coordinador del Grupo de Estudios en Bioeconomía de la Facultad de Química de la Universidad Federal de Río de Janeiro (GEBio-EQ/UFRJ), la posibilidad de reindustrializar el país sobre nuevas bases constituye una oportunidad única. A diferencia de los esfuerzos de modernización del siglo pasado, ya no se trata de “correr detrás” de las tecnologías y sectores existentes. Esta vez, tanto la posibilidad como el reto consisten en situar al país en la frontera tecnológica desde el principio.

En 2018, el estudio intitulado A bioeconomia brasileira em números, publicado por el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), calculó que el valor de los negocios atribuibles a la bioeconomía brasileña ascendía en el país a 285.900 millones de dólares, incluyendo las exportaciones. El estudio está firmado por Bomtempo, el ingeniero Martim Francisco de Oliveira e Silva y el ingeniero químico Felipe dos Santos Pereira, ambos del BNDES. En ese momento, el valor correspondía al 13,8 % del PIB nacional. Es un porcentaje algo inferior al calculado en 2013 para la bioeconomía practicada en la Unión Europea, que se situaba en un 14,3 %.

Eduardo Cesar Caña de azúcar cortada en pequeños trozos, antes del proceso de producción del etanolEduardo Cesar

Esto no significa que Brasil esté aprovechando todo su potencial. “Esa cifra incluye la producción y exportación de commodities agrícolas, que aportan poco valor. La mentada bioeconomía avanzada está escasamente desarrollada en el país”, dice Bomtempo. El estudio muestra que el contenido actual de la bioeconomía en la industria y los servicios suma apenas 101.400 millones de dólares, lo que corresponde al 2,6 % del valor de la producción de estos sectores en Brasil. “Lo que muestran estos datos es un punto de partida. Es el piso inicial de la bioeconomía brasileña”, añade.

Los ejemplos más conocidos de la bioeconomía brasileña son los de las grandes empresas que explotan la biodiversidad para producir bienes de consumo, combustibles y materiales biodegradables. Es el caso de Natura, en el sector de los cosméticos (lea el artículo de la página 83). El sector energético ofrece algunos de los principales casos de éxito. Raízen es una compañía que produce etanol de segunda generación en una central instalada en Piracicaba (São Paulo), al igual que Granbio, en São Miguel dos Campos (Alagoas). El etanol de segunda generación se produce a partir del bagazo de la caña de azúcar y otros residuos agrícolas.

Según Bomtempo, un obstáculo para el pleno desarrollo de la bioeconomía reside en el carácter todavía escaso de estas iniciativas. Él toma como ejemplo a las refinerías de petróleo y a los polos petroquímicos para explicar el proceso de agregado de procedimientos industriales que debería reproducirse en las llamadas biorrefinerías. Así como el sector petrolero extrae una enorme diversidad de productos de las materias primas, desde combustibles hasta principios activos de medicamentos, las biorrefinerías podrían aprovechar todos los componentes de los insumos agrícolas y extractivos (cáscara, pulpa, bagazo, paja, carozo) para generar alimentos, biocombustibles y otros biomateriales.

Bomtempo también apuesta por las biorrefinerías de segunda generación, polos en los que varias empresas operan en forma coordinada, con los residuos de una sirviendo de materia prima para otras, y las cadenas integradas en una “simbiosis industrial”. En este sentido, hay un proyecto instalado cerca de la ciudad de Reims, en Francia, llamado ARD (las siglas en francés de Investigación y Desarrollo Agroindustrial). “Allí se realizan diferentes actividades que se complementan entre sí. El residuo de una industria es un insumo para otra. Utilizan trigo, remolacha, alfalfa, productos muy diversos, para producir diferentes tipos de bienes. Se trata de un núcleo industrial armonioso, en donde los distintos espacios se complementan, e incluye una unidad de investigación”, resume.

El economista y graduado en ingeniería agronómica José Maria Ferreira Jardim da Silveira, del Instituto de Economía de la Unicamp, se refiere a esta tendencia, que considera esencial para la factibilidad de la bioeconomía, como un beneficio de la “economía de alcance”, es decir, la eficiencia productiva que resulta de una variedad de productos, y no de su volumen. Así como hoy en día algunas haciendas productoras de caña de azúcar generan energía quemando la paja y el bagazo, Da Silveira sugiere que se podría desarrollar una planta de biogás a gran escala, que también aproveche la basura de las ciudades. Posteriormente se sumarían otros procesos. “La vinaza resultante de la producción del etanol de segunda generación puede producir biogás. Asimismo, la celulosa posee compuestos que también proporcionan biocombustibles. Y así puede comenzar a desarrollarse una biorrefinería eficiente”, añade.

Por ahora, estos modelos aún son incipientes, con algunos prototipos de biorrefinerías que funcionan en los laboratorios de universidades y en startups. En la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS), en el laboratorio del Grupo de Intensificación, Modelado, Simulación, Control y Optimización de Procesos (Gimscop), dirigido por el ingeniero químico Jorge Otávio Trierweiler, los investigadores están desarrollando Unidades Modulares Automatizadas (UMA) con usinas descentralizadas y monitoreadas a distancia por una central. Trierweiler hace hincapié en tres investigaciones que se están desarrollando en estas unidades: la generación de etanol, azúcar y aguardiente a partir de la batata, la pirólisis rápida (un proceso necesario para la obtención de aceite a partir de la biomasa), y el desarrollo de microalgas para su uso en la biorremediación (limpieza) de suelos y aguas, además de la producción de biocombustibles y otros derivados. Según Trierweiler, los dos primeros procesos se encuentran en sus etapas de madurez TRL (Technological Readiness Level) 3 y 4, en una escala que comprende nueve niveles.

Léo Ramos Chaves Análisis de la paja de la caña de azúcar en el laboratorio de biología molecular de GranbioLéo Ramos Chaves

Investigación avanzada
La bioeconomía requiere algo más que biodiversidad y disponibilidad de recursos. Se trata de una actividad intensiva en conocimientos. Que necesita tanto de la ciencia más avanzada, para investigar nuevos productos y mejorar los existentes, como de los saberes tradicionales, atesorados por las comunidades recolectoras que han gestionado la selva y otros biomas durante generaciones.

En cuanto a la investigación avanzada, hay tres programas de la FAPESP vinculados a la bioeconomía, aunque son anteriores al uso de este término en Brasil, sostiene el físico Carlos Henrique de Brito Cruz, vicepresidente sénior de Redes de Investigación de la editorial académica Elsevier y director científico de la Fundación entre 2005 y 2020. El Programa de Investigación en Caracterización, Conservación, Restauración y Uso Sostenible de la Biodiversidad (Biota), lanzado en 1999, tiene como objetivo catalogar y caracterizar la biodiversidad brasileña. El Programa de Investigaciones en Bioenergía (Bioen) estudia desde 2009 fuentes de energía tales como el bioetanol, el biodiésel y el biogás, mientras que el Programa FAPESP de Investigaciones sobre los Cambios Climáticos Globales (PFPMCG), puesto en marcha ese mismo año, tiene como objetivo proponer medidas y tecnologías tendientes a mitigar las consecuencias del cambio climático.

“Incluso antes de que el mundo hablara de bioeconomía, los científicos trajeron este tema a la FAPESP, llamando la atención a respecto de la importancia de la bioenergía, la biodiversidad y el cambio climático”, dice De Brito Cruz, uno de los participantes en el estudio Amazônia e bioeconomia. “Son ejemplos de cómo la ciencia muestra un camino para un país, porque el rol del científico es ver más allá, estudiando lo que está por venir y conectándolo con los problemas actuales”.

“En un principio, el Bioen se centró en explorar el potencial de la caña de azúcar, pero ya con una fuerte preocupación por la expansión de las fuentes de biomasa, muy abundantes en Brasil”, recuerda la bioquímica Glaucia Souza, docente en el Instituto de Química de la USP e integrante de la coordinación del programa. “Sabíamos que sería un tema crucial para el futuro, aquí y en el resto del mundo, con la posibilidad de explotar otros biomateriales, incluso sustituyendo al cemento, a partir de la lignina”.

Para el físico Paulo Artaxo, docente en el Instituto de Física de la USP e integrante de la coordinación del Programa de Investigaciones sobre Cambios Climáticos, uno de los motivos de su creación fue la constatación de que “ningún segmento de la economía se librará de los impactos del cambio climático”. Tendremos que cambiar nuestro sistema socioeconómico, porque el actual no es sostenible ni siquiera a corto plazo en un planeta con recursos naturales finitos”.

“La pregunta es: ¿cómo será la transición hacia un sistema económico más sostenible, que utilice los recursos naturales del planeta en forma más inteligente y eficiente y que reduzca las desigualdades sociales? Estos son los interrogantes clave, que la ciencia debe responder. Si la respuesta no tiene una base científica sólida, nuestra sociedad estará siempre a merced de los intereses económicos”, expresa.

Pedro Moraes / Getty Images El Cerrado, la sabana tropical más biodiversa del mundoPedro Moraes / Getty Images

Según De Brito Cruz, la adopción de las tecnologías y los conocimientos desarrollados en las universidades y laboratorios brasileños ofrece la oportunidad de reflexionar sobre las relaciones entre el sector privado y el Estado. A su juicio, este último debe intervenir allí donde las empresas no invierten, ya sea por exceso de riesgo, o bien por escasez de rentabilidad. La inversión estatal debe complementar e inducir, pero no sustituir la inversión privada en I&D.

Paulo Camuri, economista sénior del World Resources Institute de Brasil (WRI Brasil), considera que la intervención orientadora del sector público es indispensable, aunque el país atraviese una coyuntura de restricciones fiscales. “El gobierno imparte las directrices de la política, con los planes que hay que implementar. Instituciones como el BNDES, por ejemplo, pueden invertir parte de lo que se necesita. Luego intervienen los capitales privados que aportan una porción mayor de recursos. Las empresas buscan proyectos que permitan una economía sostenible, pero no siempre saben dónde. El gobierno puede reducir esa incertidumbre”, argumenta.

En el estudio intitulado “Una nueva economía para una nueva era”, publicado el año pasado, los investigadores del WRI Brasil identificaron los beneficios y potencialidades de la descarbonización de la economía brasileña. La bioeconomía es un componente importante de la propuesta del WRI. “El capital natural, bien gestionado, marcará la diferencia en el nuevo modelo de crecimiento del país, con mayor inclusión social. No es necesario elegir entre crecer más, con más inclusión social, y ser más sostenible a nivel medioambiental. La descarbonización conduce a un mayor crecimiento y a una mayor inclusión social que si seguimos haciendo lo mismo que se ha hecho hasta ahora”, dice Camuri.

En el ámbito rural, un ejemplo de cómo el sector público puede orientar la actividad del sector privado es el Plan Sectorial de Mitigación y Adaptación a los Cambios Climáticos para la Consolidación de una Economía de Bajas Emisiones de Carbono en la Agricultura (Plan ABC), señala Camuri. Este plan, lanzado en 2010 por el Ministerio de Agricultura, tiene una nueva versión a partir de abril de este año, el ABC+. “El plan facilita el acceso a diversas tecnologías que reducen las emisiones, como la integración entre cultivos, ganadería y bosques”, dice. Los mayores obstáculos para su puesta en marcha, explica el economista, han sido la asistencia técnica insuficiente y la falta de recursos. La política federal de financiación de la producción agrícola (el plan Safra), movilizó 236.000 millones de reales en 2020, un tercio de lo que se necesita para la producción agropecuaria en Brasil. El plan ABC representa poco más del 1 % de ese monto: 2.500 millones de reales en 2020. Para Camuri, la transición hacia la bioeconomía pasa por reforzar el Plan ABC+, “con miras a convertirlo prácticamente en todo el plan Safra”. Esa sería una señal importante para el sector privado”.

El producto que más se destaca como un ejemplo exitoso de extracción y gestión forestal es el azaí. En la Amazonia, este fruto de la palma mueve 3.000 millones de reales al año, con un impacto económico local de 144 millones de reales en la extracción y 146 millones de reales en el cultivo, según el último balance social publicado por la estatal Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa), en 2019. Originalmente consumido con harina y pescado, este producto ganó nuevas formulaciones en otras regiones de Brasil y en la última década comenzó a exportarse. Si se suman el azaí (Euterpe oleracea) y otros productos, tales como el babasú (Attalea speciosa), la castaña de monte (Bertholletia excelsa) y el cumarú (Dipteryx odorata), la región norte de Brasil se destaca por su producción forestal no maderera, que llega al 45 % de la producción nacional, totalizando más de 700 millones de reales al año. En segundo lugar figura la región sur, con el 29 % de la producción extractiva, es decir, 445 millones de reales anuales.

En total, la extracción no maderera mueve 1.600 millones de reales al año en el país, según datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE). La ingeniera agrónoma Sandra Regina Afonso, investigadora del Servicio Forestal Brasileño y docente de la Universidad de Brasilia (UnB), objeta que estos datos no son exactos y, sin duda, subestiman el valor generado por estas actividades. En el caso de productos como el pequi o nuez souari (Caryocar brasiliense), cosechado en el norte del estado de Minas Gerais y en el centro-oeste y el nordeste del país, hasta 2014 solo se contabilizaba el pequi utilizado para la producción de aceite, pero no la fruta destinada a la alimentación. En el caso del babasú, cultivado en el nordeste y en el norte, solo se incluye en el cálculo la semilla, pero no los productos derivados del fruto completo.

Heckepics / Getty Images La riqueza de la Caatinga, considerada como la sabana esteparia con mayor biodiversidad del planetaHeckepics / Getty Images

Afonso compiló el libro intitulado Bioeconomia da floresta: A conjuntura da produção florestal não madeireira no Brasil [La bioeconomía de la selva. La situación de la producción forestal no maderera en Brasil], publicado por el Servicio Forestal Brasileño. La publicación contiene información sobre los principales productos no madereros y aborda políticas y programas que tratan el tema, tales como el Plan Nacional de Promoción de las Cadenas de Productos de la Sociobiodiversidad, de 2009, y el Programa Bioeconomía Brasil Sociobiodiversidad, de 2019. “Hoy en día, la extracción de productos forestales no madereros está relacionada con el manejo de la selva. El uso de los productos está ligado a la cultura de la gente”, comenta. “La palabra sociobiodiversidad expresa esta nueva comprensión. Cuando la palabra ‘bioeconomía’ entra en escena, se le suma el tema de la tecnología y la innovación. Los productos de la selva empiezan a adquirir valor agregado y calidad, para poder comercializárselos a mayor escala”.

Los retos
Los investigadores advierten que no será sencillo promover el desarrollo y la reindustrialización a través de la bioeconomía en Brasil. Esta iniciativa requerirá la convergencia de un Estado comprometido, del sector empresarial privado y de las instituciones científicas. “La bioeconomía es una bandera, un principio de acción que genera políticas públicas e incentivos para los actores privados”, sintetiza Silveira, de la Unicamp. Para ejemplificarlo, el economista señala la importancia de adaptar la normativa legal al avance de las tecnologías. A través de la regulación, se alcanza el nivel de estandarización necesario para el desarrollo de mercados. El ejemplo de Silveira alude al biogás, que en su modalidad más sencilla se obtiene a partir de residuos vegetales y animales, y sirve únicamente para quemárselo. “Con la evolución de la tecnología, surgió el biometano que puede insuflarse en las redes de gas natural, que abastecen a las ciudades, por ejemplo. Para esto, fue necesaria una normativa y una estandarización, que posibilitó escalar su producción”, dice.

Para Souza, de la USP, uno de los obstáculos principales para el avance de la bioeconomía es la falta de “un esquema claro, transparente, estable y previsible de políticas públicas a escala global”, que armonice las normas y las leyes, proporcionando la seguridad necesaria para que las empresas inviertan. “Si una gran compañía naviera quisiera adoptar un biocombustible, por ejemplo, ¿cómo podríamos garantizar que habrá un mercado capaz de proveérselo a una escala suficiente?”. Souza también considera que es necesaria una evolución en materia de mecanismos de certificación y rastreo de los productos, para evitar que la bandera de la sostenibilidad se utilice a la ligera para comercializar productos contaminantes.

A lo largo de las últimas décadas, las leyes vigentes han sido un gran obstáculo para el desarrollo del sector en Brasil, según el biólogo Carlos Alfredo Joly, docente del Instituto de Biología de la Unicamp y miembro del comité de coordinación del programa Biota FAPESP. “Desde sus inicios, este programa contempla una dimensión importante de bioprospección [búsqueda e identificación de moléculas y procesos metabólicos de plantas, animales y microorganismos con potencial utilidad económica] con utilidades económicas directas. Pero las medidas provisionales que regularon la materia [2.052/2000 y 2.186-16/2001] generaron incertidumbre jurídica y ahuyentaron al sector productivo. Manteníamos contactos con la industria farmacéutica y la de cosméticos, pero esa regulación les asestó un golpe casi mortal”, lamenta. “Eso cambió al promulgarse la Ley de Biodiversidad [13.123/2015] y el Decreto que la reguló [8.772/2016]”. Empero, si bien disminuyeron, las dificultades persisten, comenta el biólogo, aludiendo a la lentitud para la puesta en marcha del Sistema Nacional de Gestión del Patrimonio Genético y del Conocimiento Tradicional Asociado (SisGen).

Eduardo Cesar El desarrollo de la bioeconomía amazónica implica la instalación de “laboratorios creativos” para producir derivados del cacao, por ejemploEduardo Cesar

Para Nobre, el desarrollo de la bioeconomía amazónica pasa por la instalación de “laboratorios creativos” en la región, en conjunto con el ecosistema de universidades y centros de investigación actualmente infrautilizados. El proyecto Amazonia 4.0 cuenta con instalaciones experimentales en el municipio de São José dos Campos, estado de São Paulo, y está buscando financiación para operar en la propia Amazonia. Estos laboratorios ya están produciendo derivados del cacao (Theobroma cacao) y del cupuazú (Theobroma grandiflorum) (chocolate y cupulate, respectivamente), además de aceites gourmet a partir de frutos de plantas, tales como la castaña de monte, el tucumã (astrocaryum aculeatum), el bacurí (Platonia insignis) y el patabá (Oenocarpus bataua).

Pese a la existencia del Pacti Bioeconomia, Talamini, de la UFRGS lamenta que los planes de políticas públicas sean modestos. “Para el potencial que posee, Brasil se está despertando tarde para la bioeconomía. Existen iniciativas interesantes, en Embrapa, en las universidades, en empresas, pero no hay una coordinación central”, advierte. “Como es un país con una base agrícola fuerte, se habla de aprovechar los residuos, de generar energía, pero no mucho más allá que esto. La producción de conocimiento está escasamente explotada”, enumera Talamini, quien propone una comparación: en Europa, las investigaciones están enfocadas en las distintas maneras de aprovechar la biomasa. En Estados Unidos, el énfasis recae sobre la biotecnología. “En Brasil se podría invertir en ambos frentes, porque el país posee agua, luz y tierras para producir biomasa. Existe acá una biodiversidad asombrosa. Y se cuenta con científicos para desarrollar tecnologías que puedan transformar la biodiversidad en valor”, sostiene.

A su vez, Bomtempo pone de relieve las iniciativas recientes del proyecto Oportunidades y Desafíos de la Bioeconomía (ODBio), derivadas del Pacti y conducidas por el Centro de Gestión y Estudios Estratégicos (CGEE) del Ministerio. Según el profesor de la UFRJ, el ODBio es un esfuerzo tendiente a acelerar los progresos en el sector.

Para Talamini, la pandemia le abrió los ojos al mundo acerca de la necesidad de una recuperación económica ecológica, algo que plantea una oportunidad enorme para Brasil. Sin embargo, el potencial de la bioeconomía dependerá de las decisiones que tome el país. “En el pasado, elegimos ser exportadores de materias primas. Temo que ocurra lo mismo con la bioeconomía. Si nos centramos solo en los insumos, vamos a exportar biodiversidad e importaremos productos de alto valor agregado. Es necesario recordar los procesos. Esto implica integración, fomento y promoción del conocimiento”, dice.

En la piel y en el pelo
Una empresa brasileña pionera en cosmética natural invierte en bioingredientes

P. S. Sena / Wikimedia Commons Tucumã: frutos comestibles y semillas que pueden utilizarse en productos hidratantes y antiarrugasP. S. Sena / Wikimedia Commons

El caso más renombrado de una iniciativa empresarial exitosa que utiliza insumos provenientes de la sociobiodiversidad en productos que exporta al mundo es el de Natura, una compañía brasileña del segmento de cosmético fundada en 1969. “Se trata de un caso interesante, pues, de hecho, los cosméticos constituyen un sector en el que Brasil tiene gran potencial para avanzar en productos de base biológica”, dice el economista e ingeniero químico José Vitor Bomtempo, coordinador del Grupo de Estudios en Bioeconomía de la Escuela de Química de la Universidad Federal de Río de Janeiro (GEBio-EQ/UFRJ). De acuerdo con la consultora Euromonitor, el segmento de higiene personal, perfumería y cosméticos facturó el año pasado 122.400 millones en Brasil, con un crecimiento de un 4,7 % en comparación con 2019, mientras que el PIB del país se contrajo en un 4,1 %.

La principal marca de la empresa vinculada a la sociobiodiversidad es la línea Ekos, lanzada en 2000, con productos para el cuidado del cuerpo y el cabello que emplean ingredientes naturales. Estos materiales están sustituyendo a los sintéticos, en un proceso al cual se lo ha denominado “vegetalización de los ingredientes”. Según un estudio de la consultora Grand View Research, el mercado global de cosméticos naturales llegará a movilizar 48.000 millones de dólares en 2025.

El enfoque de Natura en la región amazónica data de este período, que culminó en 2011 con la creación del Programa Amazonia, gracias al cual la empresa afirma haber conseguido preservar un territorio de 2 millones de hectáreas en el bioma, contabilizando las áreas de abastecimiento de las comunidades con las cuales mantiene colaboraciones y la superficie sumada de tres unidades de conservación, las reservas de Desarrollo Sostenible Uacari (estado de Amazonas) y Rio Iratapuru (en Amapá) y la reserva extractiva de Médio Juruá (en Amazonas).

El programa pone en acción diversos aparatados que los investigadores asocian con la bioeconomía, con relieve para la inversión en investigación de punta y los convenios con productores locales y cooperativas agroextractivas. El emblema principal de la inversión en investigación científica es el complejo industrial Ecoparque, instalado en el municipio paraense de Benavides, en un predio de 172 hectáreas. Además de fabricar jabón en barra, este centro estudia el desarrollo de nuevas cadenas productivas a partir de especies vegetales que aún no han sido aprovechadas. Otras empresas también se han instalado en dicho lugar para desarrollar investigaciones, como la alemana Symrise.

El complejo está vinculado al Núcleo de Innovación Natura en la Amazonia (Nina), que colabora con entidades tales como la Universidad Federal de Amazonas (Ufam), el Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonia (Inpa), la Fundación de Apoyo a la Investigación Científica del Estado de Amazonas (Fapeam) y la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa).

En 2020, Natura declaró un volumen de negocios vinculados a la sociobiodiversidad del orden de los 2.140 millones de reales. Según informa la empresa, sus productos emplearon 38 bioingredientes, con un 17,8 % de los insumos oriundos de la Amazonia, obtenidos mediante acuerdos con comunidades proveedoras que suman 7.039 familias. El primer contrato se firmó con la Cooperativa Mixta de Productores y Extractores del Río Iratapuru (Comaru), del municipio de Laranjal do Jari, en el estado de Amapá. La cooperativa gestiona la producción de castaña de monte y de la resina del árbol llamado localmente breu branco (Protium heptaphyllum), que la empresa utiliza en su línea Ekos. En todo el país, la compañía mantiene colaboraciones con 40 comunidades en cadenas productivas de sociobiodiversidad, que involucran a 8.300 familias.

El año pasado, Natura anunció el lanzamiento de la iniciativa “Nós da Floresta” junto a la organización Rede Jirau Agroecologia y las organizaciones no gubernamentales Saúde e Alegria y Conexões Sustentáveis (Conexsus), que busca consolidar el ecosistema de innovación y emprendimientos en la región. La propuesta señala tres retos que deben superarse para promover el avance de la bioeconomía: fomentar la creación de empresas locales, solucionar los problemas de las cadenas productivas e incrementar la facturación de las organizaciones comunitarias.

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