En la mañana del 3 de septiembre, el día siguiente al incendio en el Museo Nacional, una imagen que expresaba al mismo tiempo desolación y esperanza ganó los medios de comunicación. El meteorito Bendegó, el más grande que se haya rescatado hasta ahora en Brasil, que permanecía instalado inmediatamente después de la entrada principal del museo, en el primer piso, despuntaba entre los escombros. Se lo veía polvoriento, pero en buen estado general, como era de esperarse para una roca de 5,3 toneladas, compuesta básicamente por hierro y níquel, que fue hallada en el interior de Bahía a finales del siglo XVIII. Una vez controlado el incendio, el resiliente Bendegó fue hallado en su lugar sobre el mármol claro que le sirve de apoyo y que contiene la información básica sobre el meteorito para la lectura de los visitantes. “Hasta los decires en el mármol con su historia se preservaron”, comenta la astrónoma Maria Elizabeth Zucolotto, curadora del sector de meteoritos del museo.
Esta colección de aproximadamente 400 fragmentos de cuerpos celestes que cayeron en la tierra formaba una de las 10 albergadas dentro del Departamento de Geología y Paleontología (DGP) del Museo Nacional, que cuenta con 13 docentes. Sumando el material de esas colecciones, que incluyen rocas, minerales, sedimentos y fósiles de animales y plantas, bajo la custodia del DGP había un total de alrededor de 70 mil muestras. “Todo ese patrimonio estaba en el edificio que se incendió”, explica el paleontólogo Sandro Scheffler, jefe del departamento. “La mayoría de esas piezas permanecían guardadas y unas pocas estaban en exposición en el museo”. Aún durante la mañana del lunes posterior al incendio, cuando el acceso al edificio en ruinas no había sido totalmente prohibido aún, Zucolotto logró entrar a una sala situada no muy lejos del vestíbulo principal en donde estaba y aún está el meteorito Bendegó, y recuperó los más de 30 meteoritos de pequeño porte y los dos de más de 100 kilos que estaban en exposición. “Algunos se partieron y están un poco deteriorados, pero salvé prácticamente todo ese material”, afirma la astrónoma.
Con todo, ella no tuvo acceso a su despacho, ubicado en el fondo del primer piso del museo, donde se encontraba el grueso de la colección. La pieza más valiosa es un raro fragmento de 70 gramos de un meteorito denominado Angra dos Reis, cuya caída en 1869 se observó en una playa de la homónima ciudad del estado de Río de Janeiro. El meteorito Angra dos Reis es la primera muestra encontrada en la Tierra de un grupo de meteoritos formado hace alrededor de 4.500 millones de años, cuando surgió el sistema solar. Por su causa, los objetos de este grupo recibieron el nombre de angritos. Tan solo 28 meteoritos de este tipo han sido oficialmente reconocidos en el mundo.
Cuando las excavaciones de rescate en los destrozos del museo empiecen, será posible conocer el fin de la historia de ese antiguo fragmento del Universo. Para Zucolotto, es probable que el Angra dos Reis haya soportado el calor del incendio y los derrumbes de su despacho (estaba protegido en un armario). Pero el tiempo obra en contra de su recuperación. Por su naturaleza rocosa, puede que se lo confunda con los escombros y que se pierda para siempre en medio de las piedras y del escombro del edificio. Por ahora, se da por perdida la mayor parte del colección geológico y paleontológico del museo, o severamente averiada. Pero los investigadores no se muestran totalmente pesimistas. Alrededor de una tercera parte de la colección Werner, de minerales raros que llegaron a Brasil en 1808 con la familia real portuguesa en fuga fueron retirados de los escombros del museo. Aproximadamente 60 piezas de la colección, la primera que ingresó en el patrimonio del Museo Nacional, se encontraban en exposición en el Palacio de São Cristóvão. “En las áreas que no fueron arrasadas por el fuego y hubo solamente desmoronamientos, recuperaremos algo, pero no sé cuánto”, afirma el paleontólogo Alexander Kellner, actual director del museo. “Ese es el mejor de los escenarios.”
Ciento cincuenta holotipos
Andando por el edificio incendiado enseguida después del desastre, Kellner vio (pero no pudo rescatarlos) fragmentos de fósiles, incluso de pterosaurios. Esos réptiles alados, que constituyen su principal objeto de estudio, fueron los primeros vertebrados que volaron. Fueron contemporáneos de los dinosaurios y vivieron hace entre 230 millones y 66 millones de años. En los museos de historia natural, los fósiles y las reconstituciones de dinosaurios suelen ser las piezas más buscadas por los visitantes. En el Palacio de São Cristóvão, representaciones y vestigios de los peculiares pterosaurios del período Cretácico (hace entre 145 y 66 millones de años) oriundos de la cuenca de Araripe, en el nordeste Brasil, disputaban espacio con los dinosaurios. Algunos poseían crestas vistosas, como el pequeño Tapejara wellnhoferi, que pesaba 2 kilos y probablemente era frugívoro, y el más aventajado Anhanguera blittersdorffi, cuya envergadura de las alas llegaba a los 6 metros. Este último tenía una cresta doble en la parte superior y en la anterior de la cabeza, y dientes afilados; y habría sido un predador terrible en su época.
Ambas especies de pterosaurios y el dinosaurio Maxakalisaurus topai, un herbívoro que vivió hace 80 millones de años en lo que actualmente es la región conocida como Triângulo Mineiro, en Minas Gerais, forman parte de los aproximadamente 150 holotipos de especies típicas de paleovertebrados que estaban depositados en la colección del Museo Nacional. Este material constituye la primera descripción en la literatura científica de ciertas formas de animales y presenta la información taxonómica básica que las caracterizan. Cuando un paleontólogo descubre una especie que juzga que es nueva, por ejemplo, es necesario compararla con la información suministrada por los holotipos de especies evolutivamente cercanas. De este modo, es posible establecer semejanzas y diferencias entre ambas muestras. “Siempre es posible reemplazar el holotipo original por otra muestra de la misma especie y crear un neotipo [que se convierte así en el nuevo material de referencia con respecto a aquella forma de vida]”, comenta el paleontólogo Sérgio Alex Azevedo, coordinador del Laboratorio de Procesamiento de Imágenes Digitales (Lapid) del Museo Nacional. “Pero hacer eso para centenas de especies es algo mucho más difícil”. En algunos casos en que existe solamente una muestra conocida de una determinada especie, no es posible cubrir esa laguna taxonómica con un neotipo.
Fósiles repatriados
Junto con Argentina, Brasil posee algunos de los fósiles más antiguos de dinosaurios del mundo, con edades entre 230 y 220 millones de años. Ningún holotipo de esas especies primordiales formaba parte de la colección del Palacio de São Cristóvão. En Brasil, rocas del Triásico, el período geológico en el que aparecieron los primeros dinosaurios, solo existen en el territorio de Rio Grande do Sul. Por eso los vestigios de las primeras formas de dinosaurios, como Saturnalia tupiniquim, Unaysaurus tolentinoi y Guaibasaurus candelariensis, tienden a almacenarse en museos y colecciones paleontológicas de instituciones de ese estado sureño: en las universidades federales de Rio Grande do Sul (UFRGS) y de Santa Maria (UFSM), en la Pontificia Universidad Católica (PUC-RS) y en la Fundación Zoobotánica de Rio Grande do Sul. “El Museo Nacional es rico en material de paleovertebrados del período Cretácico”, explica el paleontólogo Max Langer, de la Universidad de São Paulo (USP), en su campus de la localidad de Ribeirão Preto. “Pero el material fósil de Brasil en general se encuentra actualmente atomizado en diversas instituciones del país.”
Algunos fósiles originales e importantes, sobre todo aquellos encontrados hace varias décadas por investigadores extranjeros o ligados a universidades de fuera del país, enriquecen las colecciones de museos del exterior. Un caso clásico es la especie tipo de Staurikosaurus pricei, el primer dinosaurio descubierto en Brasil, más precisamente en la ciudad sureña de Santa Maria. Hallado en la década de 1930 y descrito en 1970, los vestigios de S. pricei, que vivió hace alrededor de 225 millones de años, se encuentran almacenados en un museo de la Universidad Harvard, en Estados Unidos.
Un material importante que puede haberse perdido en el incendio es la llamada colección Caster, un conjunto de fósiles del Devónico (hace entre 416 millones y 359 millones de años) de invertebrados marinos, tales como caracoles, estrellas de mar, moluscos y corales, que fueron recolectados por el paleontólogo estadounidense Kenneth Edward Caster en cuencas sedimentarias brasileñas durante la década de 1940. En ese período geológico, casi la mitad de lo que es actualmente el territorio nacional se encontraba bajo las aguas. La colección, cuyo peso llegaba a una tonelada, estaba guardada en la Universidad de Cincinnati, en Estados Unidos, y había sido enviada de vuelta al país en 2016. “Ese fue el mayor proceso de repatriación de material fósil hacia Brasil”, afirma Sandro Scheffler.
También es incierto el destino del primer vestigio paleontológico de un vegetal descrito en Brasil. Se trata de un corte del tronco de un helecho arbóreo de la especie Psaronius brasiliensis, que brotó en tierras actualmente brasileñas hace alrededor de 270 millones de años. Este espécimen fue estudiado en Francia en el siglo XIX y era una de las atracciones de la exposición de 160 piezas sobre paleobotánica que permaneció cinco años en cartelera en el Museo Nacional, y que fue desmontada una semana antes del incendio. “Como habíamos terminado de desmontar la exposición, los fósiles estaban almacenados en armarios de acero”, comenta Luciana Witovisk, curadora del sector de paleobotánica, que alberga alrededor de 5 mil muestras de vegetales fosilizados. “El calor debe haber afectado a los fósiles, pero esperamos que los armarios puedan haber disminuido los daños.”
Republicar