Un grupo internacional liderado por expertos en psicología social publicó un estudio en la revista PNAS, de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, en donde abordan los perjuicios de impedir la difusión de ideas académicas controvertidas o potencialmente peligrosas, pero basadas en evidencias y que han sido obtenidas con rigurosidad metodológica. Los autores definen a este tipo de situaciones como “censura científica”. En algunos casos, las restricciones podrían justificarse. Un ejemplo es el bloqueo de aquellos resultados de investigaciones que puedan representar una amenaza concreta a la vida o a la sociedad, tales como los datos que faciliten la manipulación de patógenos letales o que ilustren el proceso de fabricación de armas nucleares, por citar dos escenarios extremos.
Pero no es este el caso que preocupa a los autores del estudio, vinculados a universidades de Estados Unidos, Canadá, Italia y Australia, quienes plantean una percepción creciente entre la comunidad científica y el público en general de un tipo de censura más sutil y encubierta. El problema sería palpable en la dificultad para publicar artículos fundamentados que proponen ideas excéntricas o contrarias al consenso; o en lo oportuno de etiquetar a un estudio como “pseudociencia” antes de cumplimentar el ritual de refutarlo con pruebas, o incluso en las recomendaciones de mentores y jefes de departamento a los jóvenes investigadores acerca de los riesgos de publicar trabajos que aborden temas políticamente sensibles o que puedan herir la susceptibilidad de grupos vulnerables, en un tipo de censura que los autores califican como “benevolente”, porque apunta a proteger la carrera de los colegas.
“Nuestro análisis indica que quienes ejercen la censura científica a menudo son científicos motivado por la autoprotección, la benevolencia para con sus colegas y la preocupación por el bienestar de los grupos sociales humanos”, se expresa en el estudio, publicado en la sección Perspectivas de PNAS, dedicada a la discusión de problemas críticos de la ciencia. El grupo responsable del estudio es coordinado por la psicóloga social Cory Clark, de la Universidad de Pensilvania, directora del Adversarial Collaboration Project (algo así como proyecto colaborativo de lo contradictorio), que propugna el diálogo y la cooperación entre científicos con perspectivas teóricas e ideológicas contrapuestas con miras a producir resultados de investigación más certeros y libres de sesgos o ambigüedades. Uno de los ejes del grupo es estudiar y refrenar lo que se conoce como prejuicio de confirmación, la tendencia a considerar válidas las afirmaciones con las que se está de acuerdo, sin corroborarlas con la misma rigurosidad aplica a las hipótesis discrepantes.
Incluso la retractación de artículos, uno de los mecanismos principales de autocorrección de la ciencia, puede dar lugar a la percepción de un cercenamiento de ideas, según los autores. A modo de ejemplo, se citó un artículo publicado en 2020 en la revista Nature Communications, según el cual, las estudiantes e investigadoras tendrían un mejor rendimiento académico bajo la dirección o supervisión de mentores masculinos. El estudio, firmado por autores de la Universidad de Nueva York, campus de Abu Dabi, en los Emiratos Árabes Unidos, fue muy criticado por su presunto sesgo sexista y finalmente la revista lo anuló aduciendo problemas metodológicos.
Según la nota de retractación, las conclusiones se basaban en el análisis de pares de autores de artículos científicos ‒uno sénior y uno júnior ‒ y no podría extrapolarse el desempeño de los coautores a la relación entre los mentores y sus alumnos. Los responsables del artículo aceptaron la retractación y pidieron disculpas, aunque reafirmaron la solidez de sus análisis para las coautorías: “Muchas mujeres han sido sumamente influyentes en nuestras propias carreras y expresamos nuestra firme solidaridad y apoyo a las innumerables mujeres que han motorizado los avances científicos”.
Un editorial publicado por Nature Communications a propósito del caso, reafirmó el compromiso de la revista con el equilibrio de género en la ciencia y anunció una revisión de las políticas de publicación cuando los manuscritos aborden temas sensibles. “Reconocemos que es esencial asegurarse de que tales estudios sean considerados a partir de múltiples perspectivas, incluyendo las de los grupos preocupados por los resultados. Creemos que esto nos ayudará a garantizar que el proceso de revisión tenga en cuenta la dimensión de los daños potenciales y que las afirmaciones se moderen, en vista de sus limitaciones, cuando las conclusiones tengan posibles implicaciones políticas”. Para los autores del ensayo, este cambio introduce en las políticas de la revista herramientas discrecionales que van más allá de las necesarias para preservar la ética en las investigaciones: “Se refieren a posibles daños no especificados que podrían derivar de la divulgación de los resultados. Los editores están concediéndose a sí mismos un amplio margen de maniobra para censurar investigaciones de calidad que ofenden su sensibilidad moral”.
Es cierto que los resultados de investigación polémicos pueden desencadenar reacciones de grupos minoritarios o vulnerables generando situaciones embarazosas para los editores, pero la noción de que estarían dejando de publicarse resultados sólidos no ha podido constatarse, y los propios psicólogos sociales reconocen la escasez de estudios sobre el tema y la necesidad de producir conocimientos al respecto. Existen ejemplos recientes que muestran que es posible divulgar resultados controvertidos en forma rigurosa y sin herir susceptibilidades. En 2019, un estudio amplio sobre la influencia de los genes en el comportamiento homosexual humano, salió publicado en la revista Science y apuntó la existencia de miles de variantes genéticas comunes en los individuos que se relacionan con personas de su mismo sexo (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 284). La difusión de los resultados se hizo cuidadosamente, para evitar interpretaciones erróneas. El comunicado de prensa del artículo incluyó una serie de advertencias acerca de las limitaciones de la investigación y los autores trabajaron en conjunto con expertos en comunicación científica y grupos de apoyo a los gais, lesbianas, bisexuales y transexuales para debatir estrategias con la mira puesta en la presentación de los hallazgos.
Las preocupaciones de los expertos en psicología social pueden sonar exageradas, pero sus recomendaciones para combatir la percepción de censura encubierta son más fáciles de aceptar: la fórmula consiste en radicalizar la transparencia en los procesos científicos. Una de las propuestas consiste en hacer que el proceso de revisión por pares sea lo más abierto posible, garantizando a los autores de los artículos rechazados explicaciones precisas sobre los motivos del rechazo, quienes en caso de sentirse discriminados o que sus ideas han sido objeto de restricción, tendrían una herramienta fidedigna para defender sus puntos de vista. Vale lo propio para la retractación de artículos. Cuanto más detallada sea la argumentación de los motivos para invalidar un artículo, menos margen habrá para una percepción de injusticia. Otra sugerencia consiste en crear sistemas de auditoría en las revistas para revisar sus procesos de evaluación de artículos y comprobar que estén libres de sesgos. También se recomienda a las revistas crear espacios para que los autores de los manuscritos evalúen el trabajo de los editores y revisores, permitiéndoles informar cualquier preocupación que tenga que ver con actos de censura.
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