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Entrevista

Fernando Henrique Cardoso: Sin indulgencia con el desmonte

Para el ex presidente de Brasil, mientras que la sociedad siga siendo condescendiente con las acciones contra el medio ambiente, no habrá solución

El ex presidente Fernando Henrique Cardoso sigue de cerca el debate sobre el medio ambiente desde hace al menos cuatro décadas. Y desde que salió de la Presidencia de la República, divide su tiempo entre las clases y cursos especiales que dicta en universidades de Estados Unidos y las actividades de su instituto (iFHC), donde se dictan seminarios sobre temas de interés para la sociedad tales como democracia, desarrollo, instituciones políticas, medios de comunicación, federalismo y, en especial, ciencia y medio ambiente. Su vínculo con la cuestión proviene de las décadas de 1960 y 1970. Con las persecuciones políticas derivadas del golpe militar de 1964, el en ese entonces docente e investigador pasó por universidades de Chile, Francia y Estados Unidos, siempre impartiendo clases en su área de especialidad, la sociología.

En el exterior convivió con algunas de las principales figuras que tuvieron importantes participación en el debate ambientalista, mucho antes de que el mismo se volviera obligatorio, tales como Ignacy Sachs, Johan Galtung y Marc Nerfin. Era el presidente brasileño durante la reunión Río+5 y durante la conferencia de Kioto, ambas en 1997, cuando abordó las negociaciones con otros jefes de Estado, que resultaron en el famoso protocolo. El documento estipulaba fechas en las cuales los países signatarios se comprometían a reducir la emisión de gases del efecto invernadero entre 2008 y 2012.

En agosto de este año, Cardoso abrió la ceremonia de presentación del Programa FAPESP de Investigación en Cambios Climáticos Globales, el mayor y más articulado esfuerzo multidisciplinario llevado a cabo en Brasil destinado a ampliar el conocimiento relativo a la cuestión, y se refirió a cómo la sociedad progresivamente se fue dando cuenta de la importancia de preservar el medio ambiente. A pedido del director científico de la Fundación, Carlos Henrique de Brito Cruz, entregó una copia de dicho programa al ex presidente chileno Ricardo Lagos, actual asesor del secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Ban Ki-moon. En esta entrevista, el ex presidente habla de la evolución — y aceptación — de las cuestiones ambientales en Brasil y en el mundo.

¿La primera iniciativa de figuras de expresión en la sociedad para intentar cambiar algo en pro del medio ambiente fue la creación del Club de Roma, que reunió a personalidades y académicos para discutir diversos temas, con relieve para la ecología, en 1968? ¿Cómo ve usted aquella época?
Que yo me acuerde, sí. La idea del Club de Roma era el crecimiento cero. Eso creó una incompatibilidad con los países en desarrollo. Naturalmente, la izquierda brasileña se oponía. Y yo también, por supuesto. La idea en aquel tiempo era el desarrollo como algo central. El Club de Roma aspiraba al crecimiento cero porque creía que existen bienes que son limitados. Pero la sensación común era de que todo sería ilimitado — el aire y los mares estarían siempre disponibles, sin problemas. No existía una noción de límite. Uno de los primeros que tuvo esa noción fue Ignacy Sachs, docente de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de Francia. Él siempre tuvo una preocupación muy grande con la cuestión ambiental. Aunque, tal vez incluso antes, el noruego Johan Galtung ya abordase el tema. Él era profesor de Flacso [la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales], en Chile. Fui profesor allá también, en los años 1960, y lo veía entrando en aula tocando la flauta. Había sido asistente de Paul Lazarsfeld, estudioso de las ciencias sociales.

¿Lazarsfeld de dónde era?
Fue docente de Columbia, Estados Unidos. Galtung había trabajado con él allá y estaba up to date, sabía todo. Una vez participé en una reunión en Suecia, en los años 1970, y discutimos cómo se aunaba el desarrollo con la preservación del medio ambiente. El concepto de ecodesarrollo me parece que lo inventó Sachs. Después, otro amigo, Marc Nerfin, un suizo que fue el principal articulador de la Conferencia de Estocolmo, en 1972, creó la Fundación Internacional para el Desarrollo Alternativo en una ciudad ubicada al lado de Ginebra. Fui de board de esa fundación.

¿En esa época usted estaba en Francia?
No, estaba en Brasil. Ya habíamos erigido el Cebrap [el Centro Brasileño de Análisis y Planificación], pero no teníamos medios de supervivencia. Por eso pasaba un tiempo estudiando en Francia. Fui profesor regular al final de los años 1960 allá, y después dicté cursos en la Escuela de Altos Estudios. En los años 1970 yo iba y volvía. A mediados de la década de 1970 fui docente en Cambridge y pasé una temporada en Princeton, Estados Unidos. A veces iba a Suecia.

¿Su acercamiento  al tema surgió en esos encuentros?
Fue producto del influjo de esas personas. Me acuerdo de una reunión en  Canadá, donde existe una fundación parecida a la FAPESP. Hubo allá un encuentro sobre la cuestión del desarrollo y el medio ambiente cuya estrella fue Sachs. Él ejerció una gran influencia sobre mucha gente de acá de Brasil. Sachs es polonés y vivió muchos años en Brasil, tiene una casa acá y una en Francia. Trabajó con Michal Kalecki, gran economista polonés, uno de esos renovadores importantes.

¿El concepto de desarrollo sostenible empezó a nacer en el marco de esas discusiones?
La expresión, naturalmente, vino después, es más reciente. Pero la preocupación con el desarrollo respetador del medio ambiente surgió a decir verdad luego de la Conferencia de Estocolmo. El punto de viraje fue Estocolmo y posteriormente la Conferencia de Río, en 1992. Fue en Río que se dio realmente espacio para una manifestación mayor por parte de los gobiernos.

Esas megaconferencias que vinieron después se convirtieron en una cosa medio…
¡… fantasmagórica!

Sí. ¿No le parecen a usted una gigantesca herramienta de marketing con poca eficacia? ¿O al menos de una eficacia sumamente lenta?
La máquina gubernamental es muy lenta, siempre.

¿En todos lados?
En todos lados. Y la intergubernamental es peor todavía. En el fondo, todos esos temas de actualización, de pensamiento político, social y económico estuvieron enlazados a esas conferencias. Por ejemplo, la ONU hizo la conferencia sobre racismo en Durban, en África. No salió nada, por decirlo de alguna manera, pero se planteó el tema. Se hicieron conferencias sobre la mujer. Y sobre el hábitat, sobre las ciudades. Se creó un secretariado. Es decir, aunque sea difícil traducir eso en políticas públicas, porque depende de los gobiernos de cada país, se crea un ambiente intelectual que permite un cierto contagio de ideas. Y en ese sentido considero que es positivo. Una de esas iniciativas de la ONU dio resultados prácticos. La hizo Amartya Sen, un economista indio, Premio Nobel de 1998, casado con Emma Rothschild, que fue muy amiga de Ruth [Ruth Cardoso, la mujer de Cardoso, fallecida en junio de este año]. Amartya y Mahbub ul Haq, un paquistaní que fue presidente del Banco Central de Pakistán en los años 1970, crearon el Índice de Desarrollo Humano, el IDH.

¿Usted no ganó un premio de la ONU debido a ese índice?
Sí, en 2002. Fui el primero que ganó el premio de desarrollo humano porque Brasil produjo mejoras en los años 1990 en esas áreas. Si no existiera el IDH, no tendríamos la posibilidad de medir el avance más allá del PIB. Es un índice sencillo que mide el aumento de ingresos per cápita, el grado de alfabetización y la esperanza de vida. Fue lo que permitió la difusión de la práctica de evaluación. Acá en Brasil lo adaptamos para la Fundación João Pinheiro, de Minas Gerais, que hizo el IDH municipio por municipio. Eso tuvo su origen en ese tipo de debate que parece que no va terminar en nada. Hubo una reunión en África en la cual Nelson Mandela y yo participamos, ligada al medio ambiente, y allí planteamos — José Goldemberg sugirió la idea y yo la hice mía — una meta de que todos los países tengan al menos un 10% de energía limpia producida. Bueno, no se ha logrado exactamente eso, pero se ha avanzado. En la preservación de selvas, Brasil ha avanzado bastante. En la práctica derriban el monte, invaden, pero ha aumentado mucho el área de selva preservada. En el fondo, eso es consecuencia de esas conferencias. Pero, en efecto, las acciones son siempre mucho más lentas que lo que a uno le gustaría.

Usted se oponía a las quemas, pero se sigue quemando. ¿Por qué es tan difícil que se respete la voluntad del presidente?
Porque a decir verdad se debe pasar por canales más burocráticos que políticos para llegar allá. Para quedarnos en el ejemplo de las quemas. Soy muy amigo de Fábio Feldman [ambientalista, ex diputado federal]. Nosotros creamos un consejo sobre calentamiento global. Fue el primer país que hizo eso en mi tiempo.

¿Durante el primero o el segundo mandato?
En el segundo. Yo era el presidente y Fábio el secretario ejecutivo del consejo. Realizamos algunas reuniones para esclarecer a los ministros, secretarios, gobernadores, etc. sobre la cuestión. Y Fábio, sobre las quemas, me volvía loco. Siempre me iba a ver para reclamar: ?Están quemando más que lo que dicen…?.  Logramos construir en aquella oportunidad un satélite con China que fue el primero que hizo fotos sobre la Amazonía varias veces. Eso fue durante el primer mandato. En ese entonces ya se lograba saber qué se estaba quemando. Ahora bien, eso no hace sino aumentar la angustia, pues uno sabe lo que están quemando y no tiene medios para detenerlo. Aquella región es inmensa, los intereses locales son sumamente fuertes, no hay un patrullaje efectivo… Hoy en día al menos ha cambiado bastante la mentalidad de los gobernadores de la región.

¿En qué estados la preservación es mayor en la región amazónica?
Amazonas y Amapá son preservados. En el sur de Acre no. La selva es atacada por el sur porque la población presiona. Existen presiones sumamente fuertes. Primeramente por parte de los madereros, que compran a los indios para talar y vender la madera. Después también es la presión de las gobernaciones locales, que sacan ventajas con la exportación de madera. Y existe también la presión de los pequeños agricultores, en la medida en que se produce un desplazamiento poblacional. Estaba leyendo en los periódicos recientemente que es el Incra [nota del traductor: el Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria] el que hace los asentamientos por allá. En la época de los militares, solamente las grandes empresas, las multinacionales, entraban con peso y desmontaban la selva. Y el gobierno incentivaba la tala.

Para avanzar país adentro.
Ellos querían plantaciones y campos en la Amazonía. Yo tengo un libro sobre la región en aquella época, Amazônia: expansão do capitalismo [Brasiliense/ Cebrap], de 1977. Fui allá con Juarez Brandão Lopes, un docente de la USP, para hacer un estudio ocupacional en la Amazonía. El libro no fue escrito con él, sino con Geraldo Müller, que era mi asesor, y con la ayuda de Tetê [Teresa Marta], la hermana de Marta Suplicy. Severo Gomes [empresario, ex senador y ex ministro, fallecido en 1992] era mi amigo y tenía una hacienda en el sur de Pará. Cuando fuimos, me extrañó porque nos pidieron documentos, justificativos, y había soldados. Severo nos recibió y a la noche vinieron a cenar con nosotros el obispo de la región, que se llamaba Cardoso, un dominicano de Minas Gerais, y una hermana superiora de un convento que había allá. De noche, al conversar con ellos, descubrimos que había una guerrilla en el país. Y nosotros no lo sabíamos.

¿Incluso con todas las articulaciones que usted tenía con la izquierda, no sabía de la Guerrilla de Araguaia?
No, nadie lo sabía en Brasil. Eso fue en 1975. Y Severo, Juarez y yo habíamos andado por toda aquella región… Después, cuando volví, había soldados heridos en el avión. Pero esa historia es tan sólo un detalle. Fui allá a hacer la investigación. Llamábamos a la gente de la zona para conversar. Era la penetración del capitalismo allá. Había un “gato” — tal como eran conocidos los reclutadores de mano de obra — que creyó que yo quería comprar tierras. Me dijo: “No se preocupe, compre tierra porque acá nosotros nos encargamos de todo. Existe un sistema que es así: la gente tala y se queda 15 días allá. Luego vuelven a las ciudades, pasan tres o cuatro días y regresan al monte. No pueden llevar armas, ni mujeres, no pueden emborracharse. De hacer una de esas cosas, les damos una inyección de alcohol y nunca más lo hacen”. Se refería a los peones reclutados principalmente en el estado de Maranhão. Fui a un pueblito llamado Redenção. Actualmente tiene, yo qué sé, 100 mil habitantes, es una ciudad. Había prostíbulos y farmacias para atraer a la gente. Ésa era la idea de la época.

¿Todo con incentivo fiscal?
Lógicamente. Estaba la hacienda de Volkswagen y otras de otras multinacionales. Y por supuesto que aquello se iba a convertir en desierto. Talaban los árboles, había pisoteo del ganado, así es como se convierte en nada. Ese tipo de acción estatal que favorecía el desmonte ha acabado. Ahora bien, la capacidad indefectible de controlar el desmonte es aún es pequeña. ¿Cómo se mide? Vía satélite. Tenemos el Inpe [el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales, por sus siglas en portugués], que lleva a cabo ese trabajo. Después también están los que analizan los datos. Siempre había una discrepancia al respecto de las cifras verdaderas y las cifras oficiales. Una vez fui a cenar a las casa de Ronaldo Sardenberg, mi último ministro de Ciencia y Tecnología. Cené allá con Fábio, con una chica amiga de él, que sabía todo sobre la Amazonía, y con el responsable del trabajo de satélite y de los análisis, para ver si lográbamos llegar a las cifras correctas de quemas y del desmonte. Es muy difícil. Aun siendo presidente, aun anhelándolo, no existe un instrumental seguro. Y de nada sirve que el gobierno sea quien solucione todo; debe ser la sociedad. Mientras que la sociedad sea indulgente con esas cuestiones, no habrá solución. Hoy en día vemos que el desmonte sigue avanzando. Mi postura es favorable al desmonte cero. Pero siempre existen iniciativas interesantes. Hicimos dos reuniones en la Fundación Getúlio Vargas en São Paulo, y quedé impresionado positivamente con el esfuerzo de empresarios brasileños del cemento y la de siderurgia. Todos están tratando de controlar la emisión de CO2. Nuestra responsabilidad en la cuestión del calentamiento global la constituyen las quemas. La otra está constituida por los excrementos de los animales, del ganado, que también produce gas metano. Pero el grueso no es industrial. El problema es la quema de bosques. Nada lo justifica.

¿Aquel capitalismo de la época que usted escribió Amazônia, comparando con el de hoy, era mucho más salvaje, no es cierto?
Pienso que sí.

¿Cómo controlar ese proceso?
Capitalismo más avanzado hay de sobra. Pero, ahora mismo, estamos asistiendo a esa quema de todas las bolsas de valores… El capitalismo siempre tuvo un componente de irracionalidad, es cierto. Pero no esa irracionalidad de la cual hablamos antes. Aquella es la salvaje. A propósito, como la que existe en China actualmente. Si la sociedad no tiene conciencia, no presiona y no tiene gobierno, las fuentes de interés privado lo destruyen todo. Debe existir un instrumento de contrapeso y de regulación. Lo peor es cuando el Estado tiene incentivos contra la naturaleza, como era en el tiempo de los militares. No había conciencia; ahora sí que la hay. En el estado de Amazonas hubo un gobernador, Gilberto Mestrinho, que tenía horror a la cuestión de la preservación de la naturaleza. Yo lo conocí en el Senado. Él creía en la fuerza del progreso sin límites. Actualmente ha cambiado de actitud.

¿Ha cambiado?
Sí, ha cambiado. Amazonino Mendes, otro gobernador de aquel estado, también ha cambiado. El actual gobernador, Eduardo Braga, es una persona extremadamente preocupada con la cuestión. Por lo menos de palabra, no sé qué está haciendo. Yo le presenté a Al Gore cuando estuvo acá. João Alberto Capiberibe, de Amapá, también es una persona preocupada. Hoy en día el Estado tiene mucho más conciencia acerca de la necesidad de hacerles un contrapeso a las fuerzas más salvajes.

Las cuestiones intergubernamentales parecen ser una dificultad extra, como usted ya lo ha dicho. La Reunión de Bali de 2007 demostró que el reto actual consiste en intentar aunar los intereses de los países pobres con los de los ricos.
No existe una solución fácil. Pero la delegación de Brasil allá, hasta donde yo sé, arribó a una solución razonable en lo que hace a la discusión inherente a la preservación de las selvas. Creo que nosotros deberíamos insistir mucho en el valor de los bosques en pie e incluso de los bosques plantados. Eso nunca se tuvo en cuenta al principio, cuando discutimos el Protocolo de Kioto. Creo que Kioto se ha vuelto insuficiente. La idea del protocolo era la de la responsabilidad compartida y desigual. Por eso se llegó a un arreglo que sostiene: los países desarrollados pueden seguir contaminando, de pagar por la no contaminación de los otros. Eso es un tanto arcaico, pensar que podemos aceptar que nadie tiene el derecho de contaminar sin intentar compensarlo. Recuerdo siempre de [Mihail] Gorbatchev, porque quedé muy impresionado con su postura en los años 1980.

¿Cuál era?
Él era líder de un Estado comunista, una potencia mundial basada en la producción atómica. Y decía, “Vean, no se puede seguir así”. Creo que eso es, teóricamente, sumamente interesante. En la teoría marxista no se puede hablar de Humanidad sin una mistificación: todo indica que solamente habrá Humanidad el día en que haya una clase universal. Cuando los trabajadores dominen el mundo, todos serán iguales. Entonces sí tendremos Humanidad. Pero, fuera de ello, existen las clases sociales. La Humanidad es una mistificación y lo que existe en concreto son clases que se oponen. Esas ideas son de [Karl] Marx. O, sobre todo, de los discípulos de Marx — Marx era siempre más inteligente que sus discípulos. Gorbatchev dijo lo contrario: “No se puede seguir así. El terror atómico no resuelve, el tener la bomba atómica lastima no solamente al otro, sino también a la atmósfera, y viene hasta mí también. Debemos pensar que es un proceso que afecta a la Humanidad”. Creo que eso, al final de los años 1980, fue un cambio impresionante. Es muy interesante esa evolución, porque en la tradición del pensamiento de la izquierda eso no existe. La noción del progreso viene del siglo XVIII. Es la creencia en que el progreso es indefinido y no hay que pensar en los límites que impone la naturaleza. El hombre siempre descubriría una tecnología nueva que resolvería todo. Es una confianza ciega en el progreso tecnológico. Vino Gorbatchev y dijo: “Miren, piensen bien, cuidado que ese progreso puede destruir”. Por eso, debemos tener otros valores, incluso al respecto del medio ambiente.

¿Gorbatchev tenía conciencia de ese concepto?
Estuve con él muchas veces. Tiene una relativa conciencia de ello. Pero es difícil saberlo, porque él no habla en inglés, solamente en ruso. Es muy locuaz, muy simpático. Y tiene una hermosa hija, que traduce bien, además de su traductor oficial. Pero aun así es complicado interactuar con él. A lo mejor él no tiene tanta conciencia acerca de la importancia, por decirlo de alguna manera, conceptual de lo que él dijo e hizo. Y no es una persona de razonamiento tan abstracto. Sé que hizo ese cambio de concepto. Hoy en día asistimos a una vuelta del tema de la ética en la ciencia — la ciencia se ha vuelto menos soberbia. ¿Resolverá todos los problemas del mundo? No los resolverá.

Recientemente asistimos a grandes debates sobre los transgénicos y las células madre embrionarias.
Fue bueno, ¿no es cierto? Por supuesto que hay que hacer investigaciones, pero también existen límites. Así es con la cuestión del desarrollo, del medio ambiente. Creo que ha habido un avance en la conciencia social. Veo que la juventud tiene mucha sensibilidad ambiental. Brasil siempre ha tenido, al menos retóricamente, posturas avanzadas en materia de medio ambiente. Últimamente eso se ha visto algo reducido. De nuevo hemos vuelto a un momento tipo “lo que vale es crecer”. Hubo una cierta dejadez en lo que hace a la preocupación ambiental en razón de la ambición de crecimiento.

Usted siempre ha sido crítico de la matriz nuclear. ¿No sería una buena solución en la actualidad?
El problema es qué hacer con los residuos atómicos. Pero, ante las circunstancias actuales, debemos repensar. Quedé sumamente impresionado con una conversación que tuve con unas personas de Alcoa. Están inyectando gases en los agujeros donde antes había petróleo. En lugar de arrojarlos al espacio, los mandan debajo de la tierra. Algo así tendrán que inventar para la cuestión de los detritos nucleares. Francia tiene más del 60% de la matriz energética en energía atómica. Alemania y España pueden darse el lujo de no querer tenerla porque importan energía desde Francia. Entonces les es fácil.

Entrevistamos al profesor José Goldemberg hace algunos meses y él criticó la postura actual de la diplomacia brasileña. Dijo que Brasil está haciéndole el juego a China y podría tener una postura mucho más activa. ¿Cómo ve eso usted?
Estoy de acuerdo. Efectivamente, la postura diplomática brasileña ha sido muy marcada, comprensiblemente, por los años del boom económico de los años 1970, que fue una visión del Brasil potente. En la cuestión del medio ambiente yo mismo forcé bastante la discusión a favor del Protocolo de Kioto. Conversé con Bill Clinton — él me llamó más de una vez para negociar —, con Sardenberg — cuando él estaba en Holanda negociando las cuestiones — y con nuestra diplomacia… Bien, la diplomacia obedece más o menos a la política, cuando le es conveniente. Como ahora, en el caso de Lula. Él tiene menos preocupaciones ambientales y más con el crecimiento y la diplomacia ha vuelto un poco a su actitud originaria de lucha de los pobres contra los ricos. Ellos no son tercermundistas, estoy exagerando, pero, en cierto sentido, tienen algo de eso. China es el Tercer Mundo, Estados Unidos y Europa son el Primer Mundo; entonces estamos con China, no estamos con el Primer Mundo. Ahora bien, creo que eso es una simplificación. Y ellos también lo creen así. Por ejemplo, el embajador que siempre actuó en el área, Everton Vieira Vargas, es muy bueno. Hay varios así en Itamaraty. Pero hay otros que piensan distinto. Si China prefiere el mundo del lado de acá, entonces se alían a China. Creo que no tenemos que tener relaciones incondicionales con nadie. Debemos ver nuestro interés y el interés de la Humanidad con relación a los réditos. China va a tener que tomar medidas, porque sabe que no puede seguir de la manera que está. Brasil se apartó un poco de ellos en Bali, pero debe separarse más, porque no tenemos que pagar por sus errores. China resolvió crecer y tiene un problema, yo creo: mil millones de personas precisan comer. Pero ahora que ya están comiendo, presten más atención al modo de hacer las cosas. Y Brasil no es China. Nosotros tendríamos que entender esos procesos. De cualquier manera, hemos avanzado razonablemente en esas materias.

¿Usted sigue siendo un crítico del derroche de energía?
Considero que es fundamental no derrochar. Podemos ganar mucho más.

¿Es un trauma de la época del “apagón”?
No, no es trauma, claro que no. Es ver lo que sucedió y cómo fue posible manejarlo. Ganamos en capacidad y aprendimos a ahorrar energía. Los niveles de consumo sólo recientemente volvieron a ser como que eran antes. Hay mucho por hacer, falta mucho.

Usted entregó la copia del Programa FAPESP de Investigaciones sobre Cambios Climáticos Globales al ex presidente chileno Ricardo Lagos. ¿Cuál fue el objetivo?
Lagos es asesor del secretario general de la ONU para el medio ambiente. Yo era presidente del Club de Madrid, una asociación de antiguos presidentes fundada por Gorbatchev, y Clinton era el presidente honorario. Hicimos un encuentro importante sobre cómo compatibilizar el combate contra el terrorismo manteniendo las reglas democráticas. Cuando Ricardo dejó el gobierno de Chile, le transferí dos funciones que eran mías: la presidencia del Club de Madrid y el cargo de chairman de la Inter-american Dialogue, de Estados Unidos. A su vez, él hizo una reunión sobre medio ambiente. Le di el programa de la FAPESP para que lo elevara a la ONU y al propio Club de Madrid.

¿Se puede esperar alguna receptividad de esas instituciones?
Receptividad sí, dinero no. Es más para dar a conocer el programa. Nosotros tenemos recursos en Brasil. Por eso el problema radica en interesar a las personas, mostrarles lo que se puede hacer.

¿Cómo queda la cuestión ambiental ante la gran crisis económica actual?
La crisis tendrá un efecto positivo en el medio ambiente, pues disminuirá el crecimiento y la polución. Pero no necesariamente derivará en una búsqueda mayor por entender la naturaleza del problema. La crisis disminuirá la proporción del drama. Se gastará menos, se consumirá menos petróleo… En Estados Unidos ha habido un avance grande, también en el nivel de la conciencia social. En California y en otros estados y ciudades, por ejemplo. Brasil funciona un poco de esa manera también. Nosotros no somos un país centralizado. Tenemos estados y municipios, una sociedad más activa, como en Estados Unidos. El gobierno federal de allá no tiene el poder de frenar al gobernador de California. Creo que Brasil está en condiciones de hacer lo mismo. Quedé muy bien impresionado con una reunión del WRI [World Resources Institute], instituto del cual formo parte junto a Al Gore. Hubo un relato sobre lo que estaba sucediendo con las empresas estadounidenses. Son mucho más avanzadas que el gobierno norteamericano. Y algunas de las nuestras también. Hable con la gente de Votorantim y a va a ver. Ellos están planteando cambiar el tipo de alto horno para poder reducir la emisión de gases de efecto invernadero.

¿A usted le piden que aborde el tema en su instituto? El sitio web del iFHC muestra varios seminarios sobre la cuestión.
Mucha gente me lo pide. Al principio era difícil. Fui presidente de la República y soy presidente de honor del PSDB [nota del traductor: el Partido Socialdemócrata de Brasil]. Por eso creían que el instituto iba a ser una mascarada de un político. Pero no lo es. Aún hoy en día tengo dificultades con eso. No estoy enterado sobre el día a día de la política, pero no me creen. Creen que es una mascarada, que estoy maniobrando — bueno, de vez en cuando sí. Pero no tengo más paciencia ni interés personal para ese tipo de cosas. Acá en el instituto procuramos debatir con la sociedad. Y de ser posible, con los partidos también. En nuestros seminarios hacemos un cierto esfuerzo para atraer gente de la universidad, de las empresas, periodistas y políticos. Lo difícil es encontrar políticos que tengan interés en los temas.

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