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COVID-19

Tras las huellas de la desinformación

Un estudio realizado por la Fundación Getulio Vargas (FGV) determinó que los usuarios alineados con la derecha conservadora fueron los más involucrados en la difusión de noticias falsas e información imprecisa en Twitter

Alexandre Affonso

Las personas alineadas con la derecha conservadora fueron las más comprometidas en la propagación de noticias falsas e información imprecisa sobre el covid-19 en Twitter, según un estudio realizado en el apogeo de la pandemia por investigadores de la Fundación Getulio Vargas (FGV), de Río de Janeiro. Para ello, evaluaron 3,3 millones de publicaciones en esa red social entre enero y mayo de 2021. Con base en el análisis de los enlaces y quienes los compartieron, identificaron cuatro conjuntos de perfiles (véase el gráfico de la página 25). Uno de los agrupamientos, integrado por políticos, blogueros y activistas de la derecha socialmente conservadora –equivalente al 21,5 % de la muestra–, acaparó casi la mitad de las interacciones escrutadas. En la mayoría de los casos, impulsaban el uso de medicamentos que no tienen efecto contra el nuevo coronavirus (Sars-CoV-2).

Las publicaciones realizadas por los usuarios de ese grupo fueron las que más comentarios generaron y las más compartidas. También circularon durante más tiempo en la red social, aludiendo casi siempre a información producida por sitios web de apariencia periodística, pero con contenidos sesgados en procura de adjudicarles alguna base científica a sus afirmaciones y posicionamientos. “Esas publicaciones incluían enlaces a páginas web anónimas dedicadas a difundir información falsa o distorsionada a propósito, en un intento por legitimar la eficacia de los medicamentos que integran lo que se acordó llamar tratamiento precoz”, explica el sociólogo Victor Piaia, de la Dirección de Análisis de Políticas Públicas (Dapp) de la FGV, uno de los autores del estudio. Este trabajo se desarrolló en el marco del proyecto Democracia Digital: Digitalización y Esfera Pública en Brasil, que cuenta con el apoyo de la embajada de Alemania en Brasilia y del Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania.

Esos enlaces suelen hacer pie en titulares exagerados. El que circuló por más tiempo en la red social durante ese período era un vínculo al sitio web ivmmeta.com, que en marzo divulgó un estudio “demostrando” la eficacia contra el nuevo coronavirus del antiparasitario ivermectina. La información se propagó velozmente por la red social, generando alta interacción entre los usuarios, lo que llamó la atención de las agencias de verificación de hechos. Una de ellas constató que el referido estudio en realidad era una síntesis de los resultados de otras investigaciones realizadas por el propio sitio web. El trabajo presentaba diversas fallas metodológicas –agrupaba estudios no comparables, muchos publicados en formato de preprint, sin revisión por pares– e ignoraba los resultados de otros trabajos sólidos que no habían detectado efectos significativos en el uso del fármaco contra el nuevo coronavirus. “La cuenta responsable de la publicación del contenido fue suspendida, pero el enlace al sitio web se siguió compartiendo y circuló en la red durante 159 días”, dice Piaia.

Otro hipervínculo de amplia difusión entre los perfiles de ese conjunto remite a un estudio publicado en 2005 en la revista Virology Journal. De acuerdo con el titular que lo acompañaba, ese trabajo comprobaría la eficacia del antipalúdico hidroxicloroquina en el tratamiento del covid-19. No obstante, el equipo de verificación de la agencia de noticias Reuters comprobó que el experimento había sido realizado en animales, no en humanos, y que estaba centrado en el Sars-CoV, el causante del Síndrome Respiratorio Agudo Grave (Sars, por sus siglas en inglés), una enfermedad diferente al covid-19, que es causado por el Sars-CoV-2. Piaia aclara que los usuarios de ese grupo, más que otros, tienen dificultades para entender cómo funciona la ciencia. “Al mismo tiempo”, dice, “puede verse que estos usuarios valoran la credibilidad de la ciencia y recurren a ella para intentar fundamentar sus posturas y legitimar sus opiniones”. A menudo, las publicaciones en la red también recurren a declaraciones de “expertos” internacionales para dar sustento a la eficacia de los remedios, como si el hecho de ser del exterior garantizara una mayor confiabilidad.

Para Raquel Recuero, investigadora del Laboratorio de Investigación en Medios de Comunicación, Discurso y Análisis de las Redes de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (Midiars-UFRGS), los resultados del estudio de la FGV refuerzan las conclusiones de otras investigaciones, según las cuales, ciertas estrategias discursivas específicas, como la autoridad científica, están siendo utilizadas ampliamente en las redes sociales para intentar legitimar la propagación de información falsa. “Esta es una estrategia habitual y muy utilizada durante la pandemia como forma de contrarrestar a los científicos con argumentos pseudocientíficos, casi siempre alegando otra interpretación”, dice. Estos trabajos incluso han constatado que el usuario que difunde desinformación tiende a involucrarse más, compartiendo y comentando esos contenidos con mucha mayor frecuencia. “El análisis de estos estudios indica que la probabilidad de que un enlace defendiendo el uso de la hidroxicloroquina contra el covid-19 sea compartido en Twitter es casi tres veces mayor que el de un vínculo con algún contenido que cuestione esa premisa”.

Alexandre Affonso

La resiliencia en la defensa de la hidroxicloroquina y la ivermectina es una característica brasileña. En otros países, estos fármacos han dejado de tener interés desde que se demostró su ineficacia; en estos casos, la desinformación en las redes sociales recayó principalmente sobre los supuestos riesgos de las vacunas. En Portugal, el portal web del proyecto SciMed – Ciência Baseada na Evidência, ha destacado por denunciar y combatir la desinformación propagada por profesionales de la salud vinculados a las terapias alternativas. Un grupo denominado Médicos por la Verdad sostenía, por ejemplo, que las pruebas para detectar el covid-19 no eran confiables y que la epidemia estaba sobredimensionada. Se trata, en su mayoría, de personas vinculadas con la pseudociencia”, dijo el médico João Júlio Cerqueira, creador de ese portal, en una entrevista concedida al sitio web Polígrafo. El Colegio Médico de Portugal ha abierto expedientes disciplinarios contra algunos de esos profesionales.

Una de las características más peculiares de la dinámica de publicación y replicación en Twitter, según el estudio de la FGV, es el hecho de limitarse a públicos específicos. Este carácter endógeno puede vislumbrarse en la comunidad que defendió la eficacia del tratamiento precoz, aunque también es manifiesto en el agrupamiento de los usuarios ubicados a la izquierda del espectro, compuesto por políticos, celebridades y activistas sociales opositores al gobierno federal brasileño. “El problema reside en que los enlaces de los medios de prensa tradicionales y de las agencias de verificación solo logran penetrar en aquellos grupos en donde la desinformación circula cuando el contenido divulgado está en sintonía con las opiniones e ideologías de sus usuarios”, dice Felipe Soares, investigador del Midiars-UFRGS. “En la mayoría de los casos, los enlaces producidos en cada burbuja, sean de derecha o de izquierda, suelen circular tan solo entre los usuarios miembros”. Este fenómeno, según él, se debe a que varios grupos perciben a la pandemia, tanto en Brasil como en otros países, como un tema político-ideológico y no como una cuestión de salud pública. “El debate al respecto de las estrategias de tratamiento y las disposiciones para contener al virus está polarizado y, por ello, a menudo se lo confunde con una cuestión de filiación política partidaria”, subraya Soares.

La discusión sobre la desinformación en las redes sociales adquiere aristas más complejas a medida que se van estudiando sus repercusiones. Uno de los puntos más problemáticos es el que se refiere a la frontera entre lo que es información falsa e información imprecisa. Hay casos en que una noticia tiene un trasfondo real, pero al difundirla se la saca de contexto o va acompañada de interpretaciones extremas. “Muchos usuarios no perciben esas diferencias”, dice Piaia. “A menudo, la gente comparte las publicaciones simplemente porque estas refuerzan su punto de vista”. Y también hay individuos que propagan desinformación para obtener ventajas económicas, influencia y prestigio. Se ha dado el caso de influentes digitales que compartieron información falsa para ganar dinero. Según informó la organización periodística brasileña Agência Pública en el mes de marzo, el Ministerio de Salud y la Secretaría de Comunicación abonaron más de 1,3 millones de reales a personalidades de internet para que divulguen campañas sobre el covid-19 en sus redes sociales; y 23.000 reales fueron para aquellos que hablaban sobre “tratamiento precoz”.

Incluso para los investigadores se hace realmente difícil identificar quiénes son los que propagan noticias falsas o sus motivaciones. Esto se debe a que las herramientas que utilizan para recabar los datos de sus muestras están automatizadas y se basan en la identificación de palabras claves. Los límites entre los perfiles de las personas reales y aquellos controlados a distancia –los perfiles robots–, también son difusos: según Piaia, hoy en día existen en las redes sociales muchos perfiles reales que se comportan como robots y robots que cada vez se asemejan más a los usuarios reales. “Las metodologías de detección requieren un perfeccionamiento constante”, dice. “Pero puede comprobarse que mucha de la desinformación circulante en las redes sociales surge de los núcleos conformados por los perfiles más radicales, para luego repercutir en los perfiles de gente común, que a menudo no son radicales, pero perciben algún sentido en esos contenidos y los comparten”.

Otro de los retos pasa por entender los motivos por los cuales la derecha conservadora es casi siempre el motor de propagación de la desinformación y la razón de que las noticias falsas tengan un mayor arraigo entre los individuos alineados a ese espectro político. Para algunos expertos, parte de la respuesta se encontraría en una sospecha genérica que tienen estos individuos en relación con las fuentes sólidas de información, tales como la prensa y los científicos.

La propia prensa puede ser utilizada para propagar desinformación cuando los títulos de los artículos están mal redactados

La estudiante de doctorado Dayane Machado, del departamento de Política Científica y Tecnológica de la Universidad de Campinas (Unicamp), dice que las campañas de manipulación mediática suelen ser organizadas por grupos pequeños, que producen materiales con un objetivo específico e intentan captar la atención de celebridades y políticos para poder ampliar su alcance. Una de las formas de llamar la atención de esos perfiles con muchos seguidores consiste en darle un cariz científico a la desinformación, de manera tal que quienes no son versados en el tema lo crean y propaguen este material como si fuese legítimo”, explica la investigadora.

Una de las dificultades para contener la difusión de la desinformación en las redes sociales radica en lograr que los contenidos de calidad amplíen su alcance, penetrando en burbujas predominantemente alimentadas por noticias falsas. El problema, según explica Machado, es que los actores que tienen a su cargo la producción de este tipo de contenidos –periodistas, científicos, educadores, etc.– se manejan con otro ritmo de trabajo y en un entorno donde lo habitual es el análisis criterioso de los datos, mientras que la usina de noticias falsas, al no estar comprometida con la verdad, produce su material con mayor velocidad y dinamismo. Un estudio publicado en 2018 en la revista Science por investigadores del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), en Estados Unidos, refuerza esta idea. Los científicos analizaron 126.000 noticias, verdaderas y apócrifas, compartidas por unos 3 millones de personas en Twitter entre 2006 y 2017. Y comprobaron que las noticias falsas se producen con mayor rapidez y, por eso, siempre parecen ser nuevas; y los usuarios de esta red social son más proclives a compartir información novedosa. “Las noticias engañosas llegan más lejos y más rápido que aquellas que han sido chequeadas, y el compromiso con ellas fue mayor cuando se trataba de temas políticos”, escribieron los investigadores.

La propia prensa profesional podría llegar a ser utilizada para propagar desinformación cuando los títulos de los reportajes están mal redactados y dan margen a diferentes interpretaciones, según un estudio publicado en marzo en la revista M/C Journal. El análisis de 20 direcciones de correo electrónico de los artículos periodísticos brasileños más compartidos al respecto de la pandemia en 1.632 grupos de Facebook en 2020, reveló que en el 43,8 % de ellos los usuarios solo se interesaron por los textos cuyos títulos podrían apuntalar algún tipo de información distorsionada. Incluso en estos grupos, el 86,2 % de los mensajes escritos por los usuarios sobre estos artículos reproducían algún tipo de desinformación, minimizando la gravedad de la pandemia, las medidas de contención y las vacunas.

Educación contra las fake news
La educación en los medios de comunicación puede erigirse como una herramienta en la lucha contra la desinformación. En ella, el público conoce el proceso de producción de una noticia, ve cómo se concreta la elección de las fuentes de información y cómo funcionan los medios. “Con el aumento de la circulación de noticias falsas, el debate sobre la importancia de la educación mediática se ha acentuado”, analiza el periodista Ivan Paganotti, coordinador del grupo de investigación Chequeo, Educación, Comunicación, Algoritmos y Regulación, de la Universidad Metodista de São Paulo. “Cuanto más sepa la gente cómo funcionan los medios de comunicación, más podrá consumir las noticias con una mirada crítica”.

Paganotti es docente de actualidades en un colegio de São Paulo. Con sus alumnos, debate sobre la importancia de seleccionar fuentes de información verificables, invitándolos a reflexionar sobre las noticias y a buscar información en más de un vehículo, con perspectivas complementarias. “Siempre les digo que se pregunten cómo ha llegado a ellos el contenido, qué fuente fue la que originó la información, si tiene credibilidad, si suele publicar notas cuando se equivoca. La información tiene espacio para las contradicciones: si una persona fue denunciada, por ejemplo, ¿se le escuchó? ¿La fecha de publicación es reciente? Estos elementos ayudan a advertir si el contenido es fiable”, explica.

En 2018, Paganotti y sus colegas de investigación crearon, con la ayuda de Facebook, el curso online gratuito Vaza, Falsiane [Lárgate, Falsiane]. Además de explicar las trampas de la desinformación, en 2021 el curso incluyó un módulo especial sobre información falsa y pandemia. La experiencia del proyecto fue descrita en un artículo publicado en 2021 en la revista Intexto, de la UFRGS. Con perfiles en las principales redes sociales, el curso publica entradas con alertas y consejos humorísticos. “No podemos combatir la desinformación solo en nuestra página web: tenemos que ir a la guerra en el territorio donde circula”, dice.

Artículo científico
VOSOUGHI S., ROY D. & ARAL S. The spread of true and false news online. Science. mar. 2018.

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