La conquista de derechos por parte de las personas transgénero empieza a reverberar en las universidades brasileñas. Algunas de éstas están creando políticas de inclusión, acogida y permanencia de alumnos e investigadores cuya identidad de género se opone a la de su sexo biológico, siguiendo el ejemplo de lo que ocurre en distintas instituciones del mundo. El caso más reciente es el de la Universidade Estadual Paulista (Unesp), que en 2017 aseguró a docentes, personal técnico y administrativo y alumnos transgénero, incluso visitantes y participantes en eventos, el derecho de uso de su nombre social en registros laborales y académicos y en eventos públicos y oficiales. En el caso de documentos para uso externo, tales como expedientes académicos, actas de graduación, diplomas y declaraciones, el nombre social precederá al nombre civil, que aparecerá entre paréntesis.
La decisión de la Unesp se suma a otras iniciativas recientes, tales como la de la Universidad Federal de Bahía (UFBA) y la Universidad de Piauí (UESPI), que en 2014 aprobaron resoluciones que permiten el uso de su nombre social a estudiantes cuyo registro civil no refleje el género con el que se identifican. Más recientemente, este derecho les fue garantizado a alumnos de la educación básica. En enero, el Ministerio de Educación (MEC) homologó una norma que autoriza a estudiantes transgénero a efectuar su inscripción y registro utilizando sus nombres sociales –si son menores de edad, la solicitud deben efectuarla los responsables. Desde 2011, el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq) de Brasil permite que travestis y transexuales usen sus nombres sociales en el currículum Lattes. Hace algunos años, la FAPESP afrontó con un caso de un exbecario que, tras cambiar de sexo, pidió judicialmente el cambio de nombre en las bases de datos de la Fundación. En febrero, el Consejo Técnico Administrativo de la FAPESP aprobó un dictamen que normaliza la adopción del nombre social en sus registros académicos.
El uso del nombre social es una reivindicación antigua de travestis y transexuales, que lo consideran esencial para el reconocimiento de su identidad. En la Unesp, una de las participantes en la comisión responsable de la resolución aprobada por el Consejo Universitario fue una investigadora transgénero, la física Daniela Mourão, docente de la Facultad de Ingeniería, en su campus de Guaratinguetá. Según ella, la norma será aplicada en cambios de nombres masculinos a femeninos o viceversa y no se extiende a los apellidos. “Queremos evitar que se la emplee en chistes, novatadas o protestas ideológicas”, afirma.
De acuerdo con Mourão, uno de los principales desafíos para la inclusión de los transgénero en la educación superior es su aceptación por parte de los compañeros y profesores. Por eso, la Unesp también creó otras políticas de estímulo a la acogida, como el proyecto “Educar para la diversidad”, lanzado a principios de año. “La iniciativa prevé la implicación de todos los sectores de Unesp y la realización de charlas y debates para la promoción del respeto y de la institucionalización del combate a la violencia contra minorías en la institución”, explica la física.
Daniela Mourão usó, hasta hace dos años, su nombre masculino, que no le gusta mencionar, pero dice que siempre se percibió como mujer. En 2016, inició el proceso de cambio de género. “Por no entender y pensar que era una aberración, siempre lo mantuve todo escondido”, comenta. “Con el tiempo, el miedo se sumó a la vergüenza y a la idea de ser portadora de una enfermedad que nos arruinaría la vida a mí y a mi familia”, comenta. Todavía con la identidad masculina, Daniela se graduó en física, obtuvo su maestría y su doctorado, este último en ingeniería y tecnología espaciales en el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe, por sus siglas en portugués). Trabajó dos años como profesor visitante en el Instituto de Física de la Universidad de Brasilia (UnB) antes de ingresar a la Unesp en 2009 como profesor asistente.
Los problemas relacionados con su transexualidad se intensificaron en 2014. En ese entonces desarrolló una depresión, lo que la apartó de las actividades profesionales. Con ayuda psicológica, se decidió por el cambio. Volvió al trabajo a finales de 2016, ya con la identidad femenina. “Para mi sorpresa, no hubo reacciones negativas o prejuiciosas, lo que me alentó a seguir adelante”, comenta. Ella inició el proceso de alteración institucional del nombre tras conversar con el jefe de su departamento y con la prorrectora de Grado. De esas charlas surgió la idea de formar una comisión que más tarde establecería las nuevas normas de la Unesp. Desde la aprobación de la resolución hubo varias solicitudes por parte de los estudiantes.
Situaciones como ésta todavía no son muy comunes en Brasil. “Los ambientes educativos en buena medida no están preparados para vérselas con las distintas formas de expresión que la sexualidad puede asumir”, afirma Keila Simpson, presidenta de la Asociación Nacional de Travestis y Transexuales (Antra), quien articula casi 200 instituciones brasileñas con acciones orientadas a la promoción de la ciudadanía de esa población. Según Simpson, se estima que el 80% de los travestis y transexuales que abandonan la educación secundaria en el mundo están en Brasil. “La dificultad de entrar a la universidad es el fin de un recorrido de exclusión que sufre esa población durante toda su trayectoria escolar”, dice.
Resulta difícil evaluar el contingente de transgéneros que logran ingresar a la educación superior, pues la mayoría no se matriculan usando su nombre social. Ése fue el caso de Amara Moreira, quien se define como travesti y en febrero se convirtió en la primera persona en obtener el título de doctora en la Universidad de Campinas (Unicamp) usando su nombre social. “Empecé mi transición a los 29 años, durante el primer año del doctorado en crítica literaria”, dice ella, cuya tesis, intitulada “La indeterminación de sentidos en Ulysses de James Joyce”, contó con la dirección de Suzi Frankl Sperber, docente del Instituto de Estudios de Lenguaje (IEL). “Tenemos que repensar el modelo de universidad que estamos construyendo, si se trata de un modelo que acoge a todo tipo de personas o si lo hace únicamente con aquéllas que se adecuan a los estándares de género considerados legítimos por la sociedad”.
Para combatir la violencia contra estudiantes lesbianas, gais, bisexuales y transgénero (LGBT), en 2015 la Universidad Federal de Pernambuco (UFPE) creó una dirección dedicada a la elaboración de políticas de acogida y permanencia de esa población. “La primera medida que tomamos fue la aprobación de una resolución que asegura el uso del nombre social a travestis y transexuales, incluso en los casos de estudiantes con menos de 18 años, y el uso de baños a partir de la identificación de género adoptada por cada uno”, destaca la profesora Luciana Vieira, directora de políticas LGBT de la UFPE. Otra medida fue la concesión de becas a alumnos LGBT para que trabajen en campañas de concientización de no docentes y alumnos de la universidad o en la “Zona multicolor”, un programa de temática LGBT desarrollado en asociación con el Núcleo de Televisión y Radio de la institución. En el Hospital de Clínicas de esa universidad también se creó un espacio de apoyo para transgéneros que pretenden iniciar el proceso de cambio de identidad, con seguimiento de endocrinólogos, psicólogos, fonoaudiólogos y cirujanos.
La experiencia del exterior
Estudiantes de grado transgénero enfrentan un ambiente especialmente adverso en ciertas áreas del conocimiento, según un estudio con 4 mil universitarios de 78 instituciones de educación superior de Estados Unidos publicado en marzo en la revista Scientific Reports. A partir de informaciones de una encuesta nacional realizada con estudiantes LGBT en su primero y en su último año en la universidad, los investigadores verificaron que resultan un 8% más propensos a abandonar el área conocida como Stem (ciencia, tecnología, ingeniería y matemática) que sus compañeros heterosexuales, posiblemente por sentirse excluidos. Datos de 2016 de la American Physical Society indicaban que, también en Estados Unidos, uno de cada cinco físicos LGBT enfrenta exclusión y acoso en el trabajo. Los transgénero eran los más afectados.
La principal implicación académica de este fenómeno, según los autores del informe, es la exclusión de estudiantes e investigadores calificados. Esos trabajos también apuntan que los investigadores LGBT todavía conviven con comentarios homofóbicos, exclusión, estereotipos y expectativas de incapacidad dentro de la academia, aunque otro artículo, publicado en 2015 en la revista Journal of Homosexuality, ha sugerido que los científicos estadounidenses LGBT se sentían más aceptados en su ambiente de trabajo que profesionales de otras áreas. El estudio también constató que los entrevistados que trabajaban en áreas con presencia mayor de mujeres, como las ciencias sociales, se sentían más integrados al ambiente académico que sus pares que actuaban en áreas predominantemente masculinas, como las ingenierías.
Muchas instituciones estadounidenses han invertido en políticas de inclusión específicas para ese grupo. Existen allí rankings de las universidades que ofrecen baños unisex en la mayoría de los edificios del campus, alojamientos apropiados, derecho al uso del nombre social y cobertura de gastos médicos referentes el proceso de cambio de género. Una de las destacadas es la Universidad de Indiana, reconocida por ofrecer acompañamiento psicológico a estudiantes transgénero o en proceso de cambio de género, orientándolos en la búsqueda de terapias. La institución también es sede del Instituto Kinsey, que desde 1947 promueve investigaciones sobre sexualidad, género y reproducción humana. En otro frente, la ONG Campus Pride elaboró una lista con 1.036 universidades de Estados Unidos que adoptaron políticas de promoción de un ambiente académico más seguro para los estudiantes LGBT.
El cambio de nombre
Preocupada por la inclusión de los transgénero en el ambiente científico, la National Science Foundation (NSF), que es la principal agencia de fomento a la investigación básica de Estados Unidos, organizó en 2015 una conferencia con la científica de la computación Lynn Conway, una de las principales activistas transexuales de aquel país. Lynn trabajó en IBM en la década de 1960 y fue despedida en 1968, al revelar que haría la transición de género. Como mujer, recomenzó la carrera actuando como programadora en Xerox, en 1973, donde desarrolló el VLSI, un sistema que alberga millones de componentes electrónicos en pequeños chips. En 1989, se convirtió en profesora en la Universidad de Michigan y fue elegida para la Academia Nacional de Ingeniería de Estados Unidos por sus contribuciones relacionadas al VLSI. Otro caso conocido en aquel país es el de Joan Roughgarden, docente de la Universidad de Stanford, California y una de las más influyentes ecólogas del mundo. Roughgarden nació Jonathan y se decidió por el cambio de género en 1998. Lo de adoptar un nombre con la misma letra inicial de la identidad anterior es frecuente entre investigadores e investigadoras transgénero y procura evitar confusiones relacionadas con la autoría de la producción científica previa a la transición.
“Es imperativo pensar políticas públicas que apunten a corregir las desigualdades referentes a esa población”, afirma la psicóloga Cássia Virgínia Bastos Maciel, prorrectora de Acciones Afirmativas y Asistencia Estudiantil de la UFBA. Ella explica que la inclusión de personas transgénero amplía la diversidad en el ambiente académico y la posibilidad de producir conocimiento a partir de perspectivas y vivencias diferentes. “También puede ayudar la creación de estrategias y políticas públicas que mejoren las condiciones de vida de la población LGBT.” Según Bastos Maciel, la inserción de este grupo en la universidad también es importante para ampliar la producción académica sobre transgéneros, lo cual, por su parte, puede redundar en la elaboración de políticas destinadas a esa población.
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