Vintoito / Wikimedia CommonsEl diplomático e historiador Alberto da Costa e Silva fue, en palabras de la historiadora Mariza de Carvalho Soares, de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp), alguien que “hizo de su pasatiempo un oficio”. En simultáneo a su carrera en Itamaraty [el Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil] que comenzó en 1957 e incluyó puestos como la embajada brasileña en Nigeria (1979-1983) y posteriormente, a la par, en Benín (1981-1983), así como en Portugal (1986-1990), Colombia (1990-1993) y Paraguay (1993-1995), Costa e Silva mantuvo un interés constante por la historia del continente africano, que se tradujo en nueve libros sobre el tema. Sin haber seguido una carrera académica, se convirtió en un referente ineludible entre historiadores y otros investigadores.
Costa e Silva, fallecido el 26 de noviembre en Río de Janeiro, a los 92 años, ganó reconocimiento por su interés pionero por el continente africano. “Occidente cerraba sus ojos con respecto a África y Brasil también. Le concedíamos mucha más importancia a nuestro pasado mítico, grecorromano. Por el contrario, Alberto Costa e Silva fue un lector de las ‘diversas Áfricas’ que confluyeron en Brasil”, resume la antropóloga e historiadora Lilia Moritz Schwarcz, de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de São Paulo (FFLCH-USP). “No estudió solamente la trata, sino también el continente antes del comercio esclavista”, prosigue Schwarcz, una de las coordinadoras del libro intitulado Três vezes Brasil: Alberto da Costa e Silva, Evaldo Cabral de Mello, José Murilo de Carvalho (Bazar do tempo, 2019).
El historiador Luiz Felipe de Alencastro, de la Escuela de Economía de la Fundación Getulio Vargas de São Paulo (EESP-FGV), señala que antes de 2003, cuando se aprobó la Ley nº 10.639, que estableció la obligatoriedad de la enseñanza de la historia africana en la enseñanza media, las universidades brasileñas le dedicaban poco espacio al tema. “Su interés por el continente africano era genuino. Fue durante mucho tiempo una voz aislada en el país”, dice Alencastro.
Una de sus obras más conocidas es A enxada e a lança: A África antes dos portugueses (Nova Fronteira, 1992) [La azada y la lanza. África antes de los portugueses], que aborda el período que abarca desde la prehistoria hasta el siglo XV. El libro fue pensado como el primer tomo de una trilogía, cuya segunda entrega, A manilha e o libambo (Nova Fronteira, 2002) [El grillete y el collar con cadena], comprende los siglos XVI al XVIII. Por este título, recibió los premios Jabuti y Sérgio Buarque de Holanda, concedidos por la Biblioteca Nacional. El tercer tomo, que se centraría en los siglos XIX y XX, un período en el que a África se la repartieron las potencias coloniales y luego atravesó guerras por la independencia, no llegó a publicarse.
Si la historiografía brasileña de la primera mitad del siglo XX dejó en un segundo plano los estrechos contactos entre África y Brasil hasta el siglo XIX, Costa e Silva fue uno de los primeros en destacar la importancia de la conexión entre ciudades como Río de Janeiro, Salvador [Bahía] y Luanda [Angola]. La expresión presente en el título de uno de sus libros resume la intensidad de esta interacción: Um rio chamado Atlântico: A África no Brasil e o Brasil na África (Nova Fronteira, 2003) [Un río llamado Atlántico. África en Brasil y Brasil en África]. “Hoy en día está muy consolidado un concepto que ya estaba presente en su obra. Es esa noción de circularidad que tuvo lugar en el Atlántico, que involucraba técnicas, saberes, filosofías, gastronomía e idiomas. Costa e Silva aportó una perspectiva pionera y tuvo una enorme influencia en este debate”, dice Schwarcz.
Alberto Costa e Silva nació en São Paulo, pero creció en Fortaleza (CE), adonde se trasladó con su familia cuando tenía dos años. Como poeta, publicó nueve libros, dos de los cuales recibieron el premio Jabuti: Ao lado de Vera (Nova Fronteira, 1997) y Poemas reunidos (Nova Fronteira, 2000). En 2000, fue elegido como miembro de la Academia Brasileña de Letras (ABL), ocupando el sillón nº 9, y presidió la institución entre 2002 y 2003. El historiador y diplomático era viudo y deja tres hijos, siete nietos y una bisnieta.
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