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ENTREVISTA

Vanderlei Bagnato: “No soy un cerebro fugado”

Actualmente con licencia de la USP, el físico pasa la mayor parte de su tiempo en Texas, donde está montando un laboratorio de biofotónica inspirado en el centro que coordina en el interior de São Paulo

Bagnato: “No quiero desligarme de nada en Brasil”

Léo Ramos Chaves / Revista Pesquisa FAPESP

Desde febrero de este año, Vanderlei Bagnato está de licencia de sus funciones oficiales en el Instituto de Física de São Carlos (IFSC), una de las unidades de la Universidad de São Paulo (USP) situada en su ciudad natal, en el interior paulista. A los 64 años, el físico e ingeniero de materiales aceptó una invitación de la Universidad Texas A&M para montar un laboratorio de biofotónica en su campus principal, en College Station, un municipio situado a 170 kilómetros de Austin, la capital del estado de Texas (EE. UU). La oferta surgió a raíz de la labor desarrollada en el marco de una de las líneas de estudio más destacadas del Centro de Investigaciones en Óptica y Fotónica (CePOF), coordinado por Bagnato desde finales del año 2000: el empleo de técnicas que utilizan la luz como una forma de tratamiento o control para ciertos tipos de cáncer y algunas infecciones.

Aunque su tarea como investigador se centró originalmente en estudios sobre física atómica, Bagnato promovió y puso en marcha el área de la biofotónica en el ámbito del CePOF, uno de los Centros de Investigación, Innovación y Difusión (Cepid) apoyados por la FAPESP (lea en Pesquisa FAPESP, ediciones nº 299, 289 y 235). En la siguiente entrevista, realizada durante una de sus visitas mensuales a Brasil, el físico nos cuenta por qué aceptó el desafío de pasar alrededor de dos terceras partes de su tiempo en Texas, montando un nuevo laboratorio, y el tercio restante en São Carlos, coordinando sus antiguos proyectos. “Sigo acompañando y llevando a cabo todos mis proyectos del CePOF”, dice Bagnato. “No soy parte de la fuga de cerebros. Fuga de cerebros es cuando alguien se va de Brasil porque el país no le ha brindado oportunidades. Aquí nunca me han faltado oportunidades a mí”.

¿Cómo surgió el interés de la Universidad Texas A&M por su trabajo? ¿Ha realizado muchos estudios junta a investigadores de allá?
Hasta 2018 nunca había hecho investigaciones en colaboración con ellos. Solamente conocía al físico estadounidense Marlan Scully, un profesor de esa universidad, que es una de las más grandes de Texas. Ese año la universidad me otorgó una especie de beca, un fellowship, por mis trabajos en biofotónica. Ellos conceden ese honor a los investigadores séniores con quienes desean estrechar lazos. Así fue que me convertí en Hagler Fellow, que me da derecho a una pasantía de tres a doce meses en la universidad. No es necesario que sea una estadía continua. Puede distribuirse a lo largo de algunos años.

¿Qué hace un Hagler Fellow?
Me dijeron que podía ir a la universidad cuando quisiera para dictar conferencias, impartir seminarios, conversar con docentes y alumnos y establecer colaboraciones. En total, la beca concede a los elegidos 200.000 dólares para gastos de actividades académicas durante su permanencia en Texas. Así que viajé allá en dos oportunidades, durante mis vacaciones en la USP, una en 2018 y otra en 2019. Durante esas idas y venidas, que no fueron tan seguidas, hicimos un primer trabajo. Mediante el uso de técnicas de manipulación de la luz, observamos que era posible quebrar la resistencia de una bacteria a los efectos de un antibiótico. Este trabajo lo iniciamos en el Cepid y lo concluimos allá. También dicté una conferencia sobre el tratamiento del cáncer de piel, incluso del melanoma, con terapia fotodinámica, y publicamos algunos otros estudios conjuntos.

Para entonces, ¿le habían ofrecido alguna propuesta permanente?
La última vez que estuve allí antes de la pandemia, en 2019, uno de los prorrectores de la universidad me invitó a cenar. Me dijo que querían llevarme a Texas para montar una estructura igual a la que yo tenía en Brasil, con ciencia básica de calidad razonable, con aplicaciones tecnológicas y cooperación con empresas. Le dije que esa no era una tarea para alguien como yo, que ya tenía más de 60 años y no pensaba radicarme fuera de Brasil. Ese primer sondeo quedó allí. Como me sobraba dinero de mi fellowship, ya que nunca me había quedado en Texas demasiado tiempo, decidieron prorrogarla un año más. Pero entonces sobrevino la pandemia.

¿Se suspendió todo?
Sí. Durante todo 2020 no se hizo nada. En 2021 recibí una llamada de un jefe del Departamento de Ingeniería Biomédica de la universidad, donde estoy trabajando ahora, preguntándome si me gustaría colaborar más estrechamente con ellos. Le dije que tenía el sueño de ser IP [investigador principal] en un proyecto del programa Global Health de los Institutos Nacionales de Salud [NIH], que estudia las enfermedades infecciosas no transmisibles que asolan el planeta. Ya estaba participando en el programa, pero no como IP, porque no trabajaba en Estados Unidos. Mi anhelo era, y aún es, traer el Global Health a América Latina, donde podemos probar nuevas tecnologías y, al mismo tiempo ayudar a la gente.

¿Ahí entonces hicieron un nuevo intento?
Esta vez me ofrecieron un paquete de financiación para investigación y otros beneficios. Eran muchos millones de dólares para montar un laboratorio de biofotónica, con derecho a contratar dos jóvenes profesores y media docena de becarios posdoctorales y alumnos de posgrado. El monto anual ofrecido para montar el laboratorio equivale aproximadamente a lo que se invierte en la totalidad de la extensión de un Cepid. También me ofrecieron una mensualidad para gastos interesante e incluso me dijeron que, si así lo deseaba, no necesitaba dejar de lado mis investigaciones y proyectos en Brasil. Podría venir a Brasil cuando quisiera y proseguir mis investigaciones aquí. Esa parte de la propuesta me sedujo. No quiero desligarme de nada de lo que hago en Brasil, especialmente de mis proyectos a largo plazo. Entonces me di cuenta de que la propuesta era seria y les solicité un tiempo para pensarla.

Los proyectos están alineados. En Texas, estoy llevando a cabo algunos experimentos que complementan nuestros estudios de aquí y viceversa

¿Por qué cree que lo prefirieron a usted antes que a un estadounidense o un europeo para montar el laboratorio?
Los estadounidenses son ambiciosos. Les gusta llevar a investigadores séniores para poner en marcha una nueva área, para que trabajen a la par con jóvenes. Debe haber muchos europeos prestigiosos, incluso mejores que yo. Pero en la universidad ya tienen muchos europeos. Hace 20 años, iniciamos modestamente nuestras investigaciones en biofotónica, pero hemos crecido. Una búsqueda actual en internet muestra que nuestro grupo es uno de los que más invierten y publican sobre terapia fotodinámica y cáncer de piel. La Universidad Texas A&M, como su nombre lo indica, tiene una tradición muy fuerte en el área agropecuaria [la A del nombre] y en mecánica [la M]. En mecánica, siempre han sobresalido en el segmento aeroespacial. En Estados Unidos hay buenos investigadores en biofotónica en otros lugares. Pero en Texas aún es un área que necesita crecer. La universidad pretende contar con un área de biofotónica similar a la que hemos desarrollado en São Carlos. Nadie me ha pedido nada diferente. Pretenden que implementemos allí el modelo que adoptamos en el Cepid. Es mi oportunidad de crear una especie de filial de nuestro centro en EE. UU.

¿Ha dejado o va a dejar formalmente su puesto en la USP?
Trabajo en la USP desde 1981, cuando comencé con la instalación del primer laboratorio de átomos ultrafríos fuera de Estados Unidos y Europa y a construir el primer reloj atómico del hemisferio sur. Cuando pensé en aceptar la invitación de Texas fui a hablar con la dirección de la USP. Les dije que no quería jubilarme. Como tenía derecho a solicitar aproximadamente dos años de licencia de premio, estoy fuera de la universidad desde febrero de 2023, cuando partí hacia Texas. No es fácil. Vivo en un pequeño departamento alquilado, algunas veces también me acompaña a Estados Unidos mi esposa, y tengo a mis hijos y nietos en Brasil. Pero he suscrito un acuerdo formal con los estadounidenses, que me garantiza que todos los meses puedo pasar de una semana a diez días en Brasil. Mantengo a los alumnos que dirijo en Brasil, con los que tengo encuentros semanales, ya sea en forma online o bien, cuando estoy aquí, de manera presencial. Cuando expire el período de mi licencia tendré que tomar una decisión. Pero de una u otra forma no voy a abandonar la USP. Mi estadía en Estados Unidos es para hacer aún más viables mis actividades en la USP. No aportaría gran cosa a ello si decidiera jubilarme.

La financiación del Cepid finaliza en 2024. ¿No teme que su alejamiento, aunque no sea del todo, pueda comprometer el futuro del centro?
He aceptado la invitación de Texas porque ello representa una oportunidad en varios frentes, tanto para mí como para aquellos que trabajan conmigo. Estoy envejeciendo y es importante allanarles el camino y brindarles oportunidades a las personas que dirijo en São Carlos. Nuestro grupo cuenta con ocho docentes. Ellos necesitan poner a prueba su liderazgo en los proyectos. También sueño con que el laboratorio de Texas que estoy montando ayude a promover la internacionalización de nuestro centro, como así también de la USP. Estaría complacido de poder generar un nexo con la Universidad de Texas para que podamos ser protagonistas de los grandes proyectos estadounidenses. En un pasado reciente, para Brasil fue importante enviar estudiantes a hacer pasantías e investigaciones de posgrado en Estados Unidos y Europa con el objetivo de aprender sobre nuevas áreas de la ciencia que aún no existían aquí. El intercambio de estudiantes siempre es importante. Empero, a mi juicio, hoy en día una universidad como la USP no va a internacionalizarse de esa forma. Tendrá relevancia internacional cuando algunos de sus líderes científicos sean partícipes de grandes emprendimientos en el exterior. Eso es lo que quiero hacer. Quiero que mi equipo tome parte para poder traer algunos de esos emprendimientos a Brasil.

¿Qué será del Cepid cuando el año que viene la financiación de la FAPESP llegue a su fin?
Eso me preocupa. Tendré que hallar la manera de conseguir más financiación externa. La mitad de los recursos actuales con que cuenta el CePOF provienen de colaboraciones con empresas, que son posibles porque somos una unidad de Embrapii [la Empresa Brasileña de Investigación e Innovación Industrial]. La otra mitad procede sobre todo de la FAPESP y, en menor escala, de proyectos federales, como el de los Institutos Nacionales de Ciencia y Tecnología [INCT]. Esta financiación pública llegará a su fin. Pero no puedo dejar que esta estructura se vacíe. La USP está construyendo un edificio de 7.000 metros cuadrados, que será el más grande del campus de São Carlos y cobijará al CePOF. Ya está casi listo y quedará inaugurado el año que viene. En el área de la biofotónica, estamos promoviendo la puesta en marcha de una carrera de ingeniería biomédica en la USP, que podría estar gestionada por más de una unidad. Esperamos poder compensar, en parte, nuestra conclusión del programa Cepid con la obtención de proyectos temáticos.

¿Cuáles serán las dimensiones del laboratorio de biofotónica de Texas?
Serán más modestas. Habrá dos docentes contratados, quizá una media docena de pasantes posdoctorales y una docena de estudiantes de posgrado. En el CePOF contamos con unas 130 personas en total y 26 laboratorios. Aproximadamente un 60 % de este personal trabaja en el campo de la biofotónica, alrededor de un 30 % hace investigación con átomos ultrafríos y un 10 % se desempeña en plasmónica y otras áreas. Hay ocho profesores además de mí, unos 70 alumnos de posgrado, alrededor de 15 posdoctores, 30 ingenieros que trabajan en proyectos de Embrapii en colaboración con empresas y el personal de apoyo técnico y administrativo, que suma otras 10 personas. Cada año, los investigadores del CePOF publican un promedio de 120 artículos científicos y hemos presentado las solicitudes de 7 patentes. Desde la inauguración del centro hemos impulsado 30 startups. El laboratorio de biofotónica en Texas nunca superará la estructura que tenemos aquí. Pero colaborará con nosotros.

¿De qué manera?
Los proyectos de allí están alineados con los nuestros. En Texas ya estoy haciendo algunos experimentos que complementan nuestros estudios locales y viceversa. Estamos utilizando el llamado modelo Sinclair, que utiliza cerdos, que tienen capas de piel similares a las humanas, para estudiar el melanoma. Tengo dos nuevos proyectos en proceso de aprobación en Estados Unidos, uno en el marco del Global Health y otro con la Fuerza Aérea. En Houston (Texas), está el principal centro de tratamiento y estudio del cáncer de Estados Unidos, el MD Anderson. Ellos colaboran conmigo en este proyecto en Texas y hemos pensado en llevar médicos de Brasil, que están en los proyectos del CePOF, para realizar pasantías allí.

¿Su partida a Texas no constituye una fuga de cerebro?
La fuga de cerebros se produce cuando hay que gente que se va de Brasil porque el país no le ofrece oportunidades. A mí nunca me han faltado oportunidades acá. Mi situación es al revés. Quiero crear un laboratorio que ayude a atraer más gente a Brasil y brinde condiciones de trabajar. Hay que disponer de una buena situación para mantener a los cerebros aquí. Pretendo construir un puente sólido con Estados Unidos, llegar a entender el mercado científico de allá, cómo trabajan conjuntamente la investigación académica y las empresas, y estimular la cultura de la ciencia. Necesitamos dar a conocer el potencial de la ciencia brasileña. Me he propuesto convertirme en una especie de embajador científico de Brasil, mucho más que un mero visitante. Espero poder quedarme siempre en la USP, no me veo fuera de ella. He formado a más de 130 alumnos de posgrado y pretendo seguir haciéndolo.

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