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Yara Schaeffer Novelli

Yara Schaeffer Novelli: En el atolladero del manglar

En tránsito entre la ecología, las políticas públicas y la educación, la jubilación no es un motivo de reposo

Entrevista_243_02_YaraLÉO RAMOSLa pasión de Yara Schaeffer Novelli por los manglares lejos está de constituir un romanticismo frente a un paisaje bucólico o de animales peculiares. Su visión abarca el paisaje, la flora, la fauna, el mar, la tierra, la gente, la economía y la legislación. Para ella, a este ecosistema situado en la frontera entre el continente y el océano, que hace las veces de nido para una infinidad de organismos marinos, sólo puede ser vérselo y trabajárselo con una visión múltiple.

Esto fue lo que les enseñó a sus alumnos en el Instituto Oceanográfico de la Universidad de São Paulo (IO-USP), donde estructuró el laboratorio que lleva el nombre de Bioecología de Manglares (Bioma), el cual gestionó hasta su jubilación en 1998.

Desde entonces mantiene sus actividades de docencia y tutoría, tanto en el IO como en el Programa de Posgrado en Ciencia Ambiental, también de la USP, y en el ámbito de la entidad no gubernamental que creó para continuar su lucha. En estos tiempos en que el uso desordenado de la tierra y los cambios climáticos amenazan al territorio de los manglares, no queda tiempo para descansar.

¿Por qué eligió los manglares, a los que mucha gente describe como lodazales malolientes?
Todo empezó a causa de una visión referente a los recursos pesqueros. Es un nido, un área de refugio, protegida, llena de larvas y animales jóvenes. En medio de aquellas raíces un tanto extrañas hay jóvenes peces de valor comercial y transcurren las primeras etapas de la vida de las gambas o camarones. Estos crustáceos se reproducen en mar abierto y entran en el estuario para comer y crecer. Y están aquellos árboles rarísimos, vivíparos, de los cuales caen plantas ya brotando, listas para enterrarse en el barro. Esto me cautivó cuando ya era adulta. En el mundo de la oceanografía no se veían estas cosas, entonces me valí de la botánica: ¿cómo funcionan esos árboles? ¿Cómo se instalan en ese lugar? Y así es como se amplía el horizonte y la complejidad aumenta. Fui de atrás para delante: del producto del manglar al gran escenario.

Edad
72 años
Especialidad
Ecología de manglares
Estudios
Estudios
Carrera de grado en la Universidad de Brasil (actual UFRJ), maestría y doctorado en la Universidad de São Paulo (USP)
Institución
Instituto Oceanográfico de la USP e Instituto BiomaBrasil
Producción científica
Participó como autora o coautora en 36 artículos científicos, tres libros y 23 capítulos de libros; emitió 25 dictámenes como perita judicial; dirigió 31 maestrías y 20 doctorados

Al principio usted estudiaba la fauna del litoral, no necesariamente la de los manglares. ¿Cómo fue a parar allá dentro?
En 1976 participé en un simposio sobre oceanografía biológica en El Salvador, cuando la comunidad científica estaba alarmada con la pérdida de manglares para la cría de camarones, la camaronicultura. Yo tenía mi universo “mar, mar, mar” y entonces pensé: “Tenemos muchos manglares en Brasil, ¿en qué condiciones estarán?”. Al regresar, me planteé en qué proporción estarían comprometidos debido a esas prácticas. En el área de oceanografía no se abordaban los manglares y en la de botánica terrestre tampoco, porque uno se atolla para extraer muestras. Pensé entonces: “Tenemos manglares desde el extremo norte de Brasil hasta el sur, en Santa Catarina. ¿Cuántos años de vida tengo por delante? No voy a poder estudiar todo eso sola”.

¿Cuantos años tenía?
Tenía 33 años. Había trabajado con gusanos marinos de la familia de los equiúridos, en la región de Ilha Grande [Río de Janeiro]. Después había monitoreado la población de Anomalocardia, los berberechos brasileños, en una playa de Ubatuba, en la costa paulista. Estaba trabajando con dinámicas costeras y de repente surgió una dinámica aún más rápida. Durante los dos años en que medí la longitud, el ancho y la altura de las conchas de los berberechos de los manglares estaban terminándose y nadie los estudiaba como ecosistema.

¿Usted se mantuvo en contacto con los científicos que conoció en América Central?
Ellos ya estaban trabajando en el estudio de los manglares con una metodología claramente establecida: Gilberto Cintrón, Samuel Snedaker y Ariel Lugo, entre otros. Y yo debería aprender muchas cosas por mi cuenta; entonces me di cuenta de que era mejor tener avalistas fuertes. Y ellos vinieron a dictar cursos, a ayudar a montar los lugares de trabajo. Empezamos a ver qué había que adaptar acá en Brasil, porque los manglares no son iguales a los del Caribe. Nuestras amplitudes de marea son mucho mayores, por ejemplo.

¿Para ellos también había novedades?
Sí, hubo una verdadera simbiosis. Cuando empecé había un hermoso trabajo de la Feema [la Fundación Estadual de Ingeniería de Medio Ambiente], de Río de Janeiro. Norma Crud Maciel estudiaba los manglares de la bahía de Guanabara, un trabajo hermosísimo de 1979. Ella se asoció enseguida con nosotros, porque no tenía tanto espacio para la investigación académica en un organismo de la administración pública. Fue un comienzo que rindió mucho, incluso porque tenemos un laboratorio en Cananeia, en el litoral sur de São Paulo, con una estación meteorológica modelo y una serie de datos privilegiada. El manglar es esa mezcla de compartimentos: una puede trabajar allí como arquitecta, como médica, como ingeniera, como botánica, como geóloga o como oceanógrafa.

A los tres años ...

Archivo personal A los tres años …Archivo personal

Usted se graduó en historia natural. ¿Esa formación le ayudó a integrar esos compartimentos?
Me ayudó mucho. Tanto el haberme graduado en Historia Natural como mi posgrado en Oceanografía sin límites, no sólo biológica. Para leer el manglar hay que estar abierto. No es sólo botánica, ni sólo dinámica sedimentaria ni tampoco solamente zoología. Es un poco más.

Usted también trabajó con análisis de impacto ambiental. ¿Se hablaba de eso en esa  época?
No. Era visible que alguna cosa estaba interfiriendo en el sistema, como cuando terminé mi doctorado en Saco da Ribeira, en el litoral norte paulista. La carretera Río-Santos se encontraba en construcción y al mismo tiempo estaban empezando a hacer el primer embarcadero en Saco da Ribeira. En esa época dirigí a mi primera maestranda, Sonia Lopes, en la actualidad docente del Instituto de Biociencias, quien fue a trabajar con las alteraciones de la fauna de bivalvos en esa playa. El área ya estaba alterándose por la instalación de postes con productos químicos para proteger la madera contra la putrefacción, debido a la alteración de la granulometría de la playa, y comenzaron a aparecer especies oportunistas. Observamos la dinámica del ambiente respondiendo a esas alteraciones. Cuando empecé a trabajar con manglares, la ley brasileña había consolidado una política nacional de medio ambiente, la ley 6.938/ 81.  Sucedía todo casi al mismo tiempo.

Aparte de todos los aspectos presentes en el manglar, está ése también: es preciso conocer legislación.
Exactamente. Es una carrera contra el tiempo. Corriendo y contando con la colaboración de investigadores y posgraduandos del Instituto Oceanográfico. Yo ponía los artículos nuevos en una mesa en el laboratorio. Cada uno agarraba un libro o un artículo para leer y se lo presentaba a los otros; había que multiplicar los esfuerzos para intentar ajustar el paso. Todo pasaba muy rápido en ese nuevo campo de la dinámica del uso de la zona costera. En sólo cinco años se abre una carretera, se construye un muelle, se procesa un dragado, ocurren derramamientos de petróleo.

¿Cuándo se convirtió en perita en análisis de impacto ambiental?
Fui la perita en daño ambiental de la primera acción civil pública impulsada en Brasil. Fue cuando se rompió un oleoducto de Petrobras cerca del río Iriri, canal de Bertioga, en el litoral de São Paulo. La ley es de 1981 y la reglamentación de la ley es de 1983. El 14 de octubre de 1983 se produjo ese incidente y fui nombrada perita judicial por un juez de la jurisdicción de Santos.

¿Cómo era el trabajo?
En primer lugar había que descubrir qué medir para monitorear un impacto de petróleo sin nunca haber trabajado en ello. Mi experiencia era con manglares hermosos, limpios, de Cananeia o de otras áreas de Brasil. Repentinamente, me encontraba en un manglar lleno de petróleo. El sedimento empapado de crudo llegó a un metro de altura los troncos de los árboles. Seguimos haciendo hasta los días actuales el monitoreo del área más impactada, un bosque enteramente muerto. Son más de 30 años y aún hay petróleo enterrado. Cuando extraemos muestras de sedimento a unos 80 centímetros, sacamos los testigos y aún salen bolitas de petróleo. El manglar de allí nunca volvió a su estado normal, los árboles que nacieron eran de otra especie, crecieron poco y están muriéndose.

¿Fue ese historial como perita en impacto ambiental el que la llevó a trabajar en la Secretaría de Medio Ambiente de São Paulo en la década de 1990?
Yo mantenía contacto con el Ministerio Público de São Paulo desde 1983, cuando Édis Milaré, uno de los fiscales que había suscrito el petitorio de acción civil en el caso de la rotura del oleoducto, se convirtió en secretario de Medio Ambiente. Milaré cumplió con una representatividad de género en las coordinaciones, al elegir a dos mujeres y dos varones. Yo tenía a mi cargo tres institutos de investigación [el Botánico, el Forestal y el Geológico], el área de informática y la biblioteca. Era un desafío: no se coordina un grupo de instituciones centenarias de cualquier manera. Es necesario entender el ritmo de las investigaciones y de los investigadores y mejorar, de ser posible. La biblioteca de la secretaría quedaba en el 11º piso. Logré que la pasaran a la planta baja y la cantidad de visitantes aumentó rápidamente. Una biblioteca debe ser algo llamativo, y en la planta baja había una sala vidriada con un jardín hermoso afuera. Durante el tiempo que permanecí en la secretaría, mi currículo académico no aumentó una línea, aunque salía casa a las seis y media de la mañana y volvía a las diez y media de la noche.

¿Los problemas eran muy distintos a los que usted conocía?
Sí. Yo conocía bien el litoral. No tenía conocimiento acerca de las Unidades de Producción y de Conservación del interior del estado. Los límites entre los productores ‒lo agrosilvopastoril‒ son muy complicados. Alguien pone un cercado y dice que es un área protegida, pero no lo es, porque al vecino no se lo indemnizó. Un puma se come una gallina de alguien, y éste entonces mata al puma. Empecé a viajar y me advirtieron que estaba muy ausente, entonces aclaré que nuestros problemas estaban fuera de la capital. Cuando pasó el primer año, las cosas empezaron a repetirse, ya no era una novedad. Entonces la cosa era el persistir, cuánto tiempo lograría seguir. Llegué al final del mandato.

...y en 2013, en el manglar del río Iriri, tres décadas después del derramamiento de petróleo

Archivo personal …y en 2013, en el manglar del río Iriri, tres décadas después del derramamiento de petróleoArchivo personal

Su laboratorio trabajó con la valoración económica del manglar. ¿Era un abordaje nuevo?
Era uno de los puntos de las acciones civiles. Una de las preguntas se refería al valor del daño ambiental. Me orientaron a que dijera que los daños eran de inestimable valor y que serían objeto de un futuro arbitraje. Después de escribir eso muchas veces, empecé a pensar que necesitaba prepararme para cuando llegase ese futuro. En esa época, dos Monicas estaban en el laboratorio Bioma: Tognella y Grasso, que tenían un instinto más economicista. Primero tuvieron becas de perfeccionamiento y fueron a la Facultad de Economía y Administración [FEA-USP] a cursar la asignatura básica de la carrera para microeconomía. En esa época, cada investigador que se dedicaba a la valoración económica usaba un método distinto. En la maestría, cada Monica adoptó un conjunto de métodos. Una fue a trabajar a Cananeia y otra a Bertioga: un manglar virgen y otro sumamente comprometido. En los primeros resultados, el manglar de Bertioga, bastante alterado, valía mucho más que el de Cananeia. Descubrimos que eso ocurría porque en esa situación existe un sustituto para calcular un valor monetario. Cuando el manglar está alterado, se empieza a pagar por los servicios ecosistémicos que hasta ese momento eran gratuitos. Descubrí que era ése el enigma: los números sólo aparecen cuando los servicios dejan de existir.

¿Y cómo se hace para ponerle una etiqueta con el precio al manglar?
No estoy de acuerdo con ponerle precio. Una cosa es ponerle precio, otra es la valoración. El precio es una parte muy pequeña del valor. Es mucho más correcto transformar la pena en acciones que el contaminador o el degradador deben cumplir. Cuanto más rápido sea el proceso que los condene a cumplir, menos pagarán. Es un proceso educativo: el contaminador aprende que, en caso de dilatar la tarea de recomposición, le costará más caro. En 2011, el Ministerio Público del Estado de São Paulo creó un grupo de trabajo destinado a asignarles valor a los daños ambientales. Yo era la coordinadora académica de ese equipo mixto, entre el Ministerio Público y la academia, que durante más de dos años trabajó toda una diversidad de impactos ambientales y produjo guías de cómo responder. Después buscamos ecuaciones para representarlos. El manglar, por ejemplo, tarda una determinada cantidad de años para funcionar como un ecosistema. No basta con plantar. Antes de los 20 ó 30 años, los árboles no constituyen un ecosistema. Lo propio sucede con el Bosque Atlántico o con el Cerrado.

En el caso del manglar resulta fácil imaginar que los recursos pesqueros tienen un precio.
Es más que eso: tienen un valor. De los bosques tropicales, el manglar es el más eficiente en la fijación de carbono. Esto tiene una gran importancia. Júntese a eso el lugar de descanso para las aves migratorias, el área de nidos de especies comerciales de peces, crustáceos y moluscos, la función cultural de sincretismo religioso, de actividades artesanales de la gente de la costa, los caiçaras. Aquel escenario verde medio extraño es para ellos una garantía de vida. Yo no puedo ponerle precio a esos servicios. Tuve muchas dificultades con ese tema dentro del Ministerio Público, hasta que un día me armé de coraje con uno de los fiscales y le pedí permiso para hacer un ejercicio rápido. Le dije: “Estamos hablando de precio y de valor. Mire usted, que es un fiscal del estado de São Paulo. Como ser humano, su cuerpo está hecho de un 70% de agua. ¿Cuánto cuesta el agua? Usted tiene carbonato de calcio, proteínas (podemos ver cuánto cuestan los huevos), tiene algunos nutrientes, todo eso tiene un precio de mercado. Puedo depositar ese precio que determinamos y entonces puedo matarlo. Ahora bien, ¿cuál es el valor? ¿Usted estudió en cuántas escuelas? Contó con atención médica desde chico. Fue a la facultad de Derecho, hizo toda la evolución en su trayectoria: abogado, fiscal… todo eso es su valor, que no está en su precio”. Creo que logré demostrarle que el precio no representa nada.

En 1966, con la bióloga Junia Quitete, en un curso en el Buque Oceanográfico Almirante Saldanha, de la Marina Brasileña

archivo personal En 1966, con la bióloga Junia Quitete, en un curso en el Buque Oceanográfico Almirante Saldanha, de la Marina Brasileñaarchivo personal

Y a lo largo de esa trayectoria usted afrontó pujas importantes, como la del cultivo de camarones en áreas de manglares, que fue lo que la llevó a esa área. ¿Cuáles son las mayores amenazas a los manglares?
En la actualidad yo creo que el mayor daño es social. Ya hemos perdido manglares y en los últimos años estamos perdiendo gente; eso es lo que me preocupa. Los pescadores no pueden llegar más al estuario para pescar porque hay una valla electrificada y pueden ser asesinados por matones a sueldo. Es un problema social y de salud. Los pescadores que van trabajar en la despesca [que es cuando se juntan los ejemplares adultos en los estanques] de la camaronicultura ganan como los braceros de la caña de azúcar, sin garantías laborales. Tienes que vérselas con el metabisulfito que se utiliza para que los camarones no se oscurezcan. Y trabajan sin máscaras ni guantes. Y se va a los pulmones: esa sustancia mata. Un biólogo puede trabajar en varias haciendas, y el veterinario también, por eso se genera muy poco empleo y menos ingresos aún. Renato de Almeida, quien en esa época era posgraduando del Bioma, trabajó con el Índice de Desarrollo Humano [IDH] entre 1990 y 2000 en los municipios principalmente del estado de Ceará, con muchas propiedades de camaronicultura. El IDH no mejoró nada en ese período. El dinero que sale de la producción de camarones en aquel municipio no se invierte en allí, se invierte en otros mercados.

Y en términos de daños a los manglares, imagino que hay dos partes: el retiro de árboles para poner los estanques de cría y los contaminantes químicos.
Exactamente. Y en cinco años, a lo sumo en siete años, aquella área ya no sirve y entonces avanzan hacia otro manglar. En las propiedades abandonadas, cuando se rompen los muros de la camaronicultura, nace el mangle otra vez.

¿Y se puede combatir eso?
Enfermedades tales como las virosis del camarón cultivado dificultan la venta al mercado externo. Desde el comienzo se trabaja con un camarón nativo de Ecuador, el Litopenaus vannamei. Es una especie exótica, lo que está prohibido, pero los traen en aviones especiales cargados con larvas, o se los produce en laboratorios acá en Brasil. Hongos y virus dejan al sistema menos complejo, más vulnerable, y se empieza a perder biodiversidad.

¿Y el mercado empieza a rechazarlos?
Con la mancha blanca, causada por un hongo, es necesario densificar menos las larvas en los estanques. También hay que despescar antes, porque se llega a un punto en que los camarones comen mucho y no aumentan proporcionalmente de peso, debido a esta enfermedad. Entonces se venden camarones menores y el mercado internacional no los acepta, y esa producción a menor escala queda en el mercado interno. Estuve en un criadero en el estado Piauí y vi que en el canal de entrada del agua hay una diversidad riquísima de formas de vida de estuario. Macroalgas, ofiuroideos, hasta hipocampos, es algo hermoso. En el canal de salida al estuario no hay nada.

¿Cómo afecta al manglar la nueva ley forestal?
Yo me inscribí para ser expositora en la audiencia pública del día 18 de abril en el Supremo Tribunal Federal, pero no me habilitaron. Fueron 22 expositores, con un peso muy grande para los defensores de la ley. Del área de manglares de la Amazonia Legal, Amapá y Pará, el 10% se encuentra disponible para la camaronicultura. De Maranhão hacia el sur, esa proporción se eleva al 35%. La nueva ley forestal concedió una extensión del manglar, el apicum pantanoso, antes considerado de preservación permanente. Lo que yo habría cuestionado en las Acciones Directas de Inconstitucionalidad es que ellos dicen que el manglar urbano, cuando no tiene más función ecológica, puede ser colonizado. ¿Pero qué es función ecológica? Si el manglar está allí, tiene una función ecológica. Era eso lo que yo quería explicar.

En un curso de buceo, durante su estudios de grado en Historia Natural en la Universidad de Brasil, en Río de Janeiro

archivo personal En un curso de buceo, durante su estudios de grado en Historia Natural en la Universidad de Brasil, en Río de Janeiroarchivo personal

¿En el resto del mundo el panorama de los manglares es distinto?
Es un ecosistema típico de regiones tropicales y subtropicales. En el mundo, equivale a litorales con alta densidad poblacional. Son zonas costeras, también altamente valoradas porque son lugares de puertos y resorts. En el Sudeste Asiático instalaron muchas haciendas de cultivo de camarón en cautiverio. En China, en Vietnam, en Malasia y en  Indonesia el perjuicio social es impresionante. Cuando empiezan a propagarse las virosis en esos crustáceos, los daños son muy grandes. Pero en esos países el ingreso es muy bajo, las pérdidas no llegan a marcar diferencias en la economía mundial. El litoral de América Central está arrasado por la camaronicultura, pero están también el narcotráfico y la guerrilla, que comprometen mucho más a la sociedad y al medio ambiente que acá en Brasil. Varios pescadores han perdido la vida como resultado de esos conflictos.

¿Cómo fue la formación de la carrera de posgrado en ciencias ambientales acá en la USP?
En 1990, el profesor José Goldemberg, como rector, sintió la necesidad de implementar ese tipo de posgrado interdisciplinario y le solicitó al en ese entonces prorrector de Posgrado –el profesor Ubríaco Lopes, de la Facultad de Medicina– que formase ese grupo. Éste llamó a docentes de diversas áreas, que formularon un proyecto y lo elevaron al Consejo Universitario. A finales de 1991 comenzó la primera cohorte. Es un programa sumamente interesante, que hasta hace unos años dependía directamente de la Prorrectoría de Posgrado. Pero la rectora Suely Vilela exigió que todas las carreras de posgrado estuviesen albergadas en unidades. Con la presencia del propio profesor Goldemberg en el Instituto de Electrotécnica y Energía [IEE], fuimos bien recibidos. El IEE mantuvo la sigla, pero pasó a llamarse Instituto de Energía y Ambiente.

Fuera de la universidad, usted siempre se dedicó a la extensión, con educación ambiental. ¿Cuáles fueron las mejores experiencias?
Fueron las de participar en el Encuentro Nacional de Educación Ambiental en Áreas de Manglares [Eneaam] desde su creación en 1993. Las reuniones son siempre en áreas de manglares. Ya hubo encuentros en varios estados del país, siempre en municipios donde hay gente que vive asociada a los manglares. Es muy interesante el tipo de trabajo que se puede hacer con los pescadores, las marisqueras, los escritores de cordel, los indígenas… El primer paso consiste en rescatar la experiencia de todos. He dictado minicursos en los cuales no es necesario tener formación académica. Dependiendo de dónde se los dicta, el público es completamente distinto. En Bragança, en el estado de Pará, hay un público diferente al de Espírito Santo. En el sudeste los manglares se ven como hediondos y podridos, y en el extremo norte es la riqueza de ellos. Existe todo un sincretismo religioso entre los habitantes de los manglares, “los obreros de la marea”, es hermoso.

En los últimos años usted fundó una ONG, el Instituto BiomaBrasil [IBB]. ¿Qué hacen allí?
El IBB fue un anhelo de mis exalumnos. Como yo me había jubilado y el IO decidió que no continuaría las investigaciones con manglares, necesitaríamos hallar una manera de mantener esa identidad. Entonces combinamos que yo participaría con mi nombre y mi currículo. Pero ellos hacen el trabajo: Clemente Coelho Junior, docente de la Universidad Federal de Pernambuco, Renato de Almeida, de la Universidad Federal de Recôncavo de Bahía, Ricardo Menghini, que está en el Ministerio Público del Estado de São Paulo, Marília Lignon, de la Universidade Estadual Paulista en la localidad Registro, y mi hija Claudia, que se encarga de la parte multimedia y de marketing. No tenemos empleados: mantener una ONG correcta sale muy caro. El IBB está absolutamente en orden legalmente y tiene proyectos con la Fundación Grupo Boticario y con SOS Mata Atlântica. Los recursos económicos van íntegramente a actividades de campo, con educación e investigación. Nosotros no tenemos remuneración. Actuamos en el área de gestión y conservación de zonas costeras tropicales con énfasis en los manglares, usando el nombre que ya era del laboratorio. Trabajamos con gente y con proyectos en áreas costeras tales como recolección de residuos y mejora de la calidad de vida. El buque insignia ha sido la guía Maravilhosos manguezais do Brasil. Es una guía del Mangrove Action Project [MAP], un proyecto internacional, que ha sido traducida y aplicada en otros países. Acá resolvimos hacer la adecuación de esa filosofía a la realidad brasileña. Porque nuestra realidad es distinta a la del Caribe, a la de América Central. Entonces se lo reescribió: son 40 actividades prácticas, siempre con un texto introductorio y con conceptos. Dictamos cursos de capacitación utilizando ese material, con dos días y medio de actividades teórico-prácticas con docentes de la red pública estadual y municipal de escuelas de áreas con manglares. También montamos una red en la cual los docentes que participan después pueden seguir intercambiando experiencias. Ha sido todo un éxito.

Al mismo tiempo usted participa en un proyecto grande que es el de la bahía de Araçá, financiado por la FAPESP. ¿Cómo anda eso?
Terminará el año que viene, obtuvimos un año de prorrogación. Estamos escribiendo los artículos y yo estoy plantando mangle en las piedras que rodean el relleno del puerto. Estamos librando una batalla porque el puerto quería rellenar el área de la bahía de Araçá. Como hubo protestas vehementes, el puerto propuso entonces hacer una losa de un metro de altura. Pero acaba de salir la sentencia judicial que confirma las dos cautelares. Es decir: mantuvo las cautelares que revocaron la autorización concedida por el Ibama. El órgano ambiental concedió un permiso para construir la losa porque la bahía de Araçá estaría muerta, pero se comprobó la vitalidad del ambiente. Nuestro proyecto es científico, no de consultoría sobre el puerto, pero en carácter de investigadores individuales nos unimos al Centro de Biología Marina de la USP [Cebimar] para preparar los documentos que fundamentan la defensa del Ministerio Público Federal y del Estadual. Hace pocos meses, Ricardo Lewandowski, presidente del Supremo Tribunal Federal, decidió la no construcción de la losa.

Mientras tanto, usted planta mangle.
Eso mismo. Medimos todos los árboles. Son 400 y tantos árboles vivos. Uno que planté está yendo adelante. La idea es que sea un emblema: no pretendo instalar un manglar, es paisajismo. Pero ayuda a recuperar la autoestima de los pescadores. Una amiga me preguntó por qué voy a plantar mangle allí, con el puerto atrás. Y yo le contesté: “¿Te acuerdas de aquel muchacho chino de la Plaza de la Paz Celestial, parado delante de la columna de tanques? Yo soy así”.

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