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ESPECIAL BIOTA EDUCACIÓN VI

Al filo de la navaja

Pese a estar degradados, los fragmentos remanentes de bosque atlántico albergan una gran diversidad de especies endémicas

Aspecto de la vegetación del manglar en el núcleo Picinguaba, en Ubatuba, São Paulo

André Freitas/ UnicampAspecto de la vegetación del manglar en el núcleo Picinguaba, en Ubatuba, São PauloAndré Freitas/ Unicamp

El bosque atlántico ha sido el escenario de los principales ciclos económicos brasileños durante los últimos 500 años. A partir de la colonización portuguesa, la región soportó largos períodos de explotación intensiva y descontrolada enfocada en la extracción o en la producción agrícola para la exportación. Ésos son los casos del palo brasil (Caesalpinia echinata) y de la caña de azúcar, cuya explotación contribuyó a la ocupación de la llamada Zona da Mata en el nordeste del país. En el transcurso de los siglos, tal uso sorteó los ciclos del oro y del café, la expansión urbana sobre la selva a partir de la década de 1920 y, más recientemente, la tala ilegal, la caza y captura de animales y la extracción de plantas como por ejemplo el palmito dulce (Euterpe edulis), fuente de alimento de varias especies de aves. Todos estos procesos transformaron el paisaje del ecosistema. Pero quienes asistieron a las disertaciones del Ciclo de Conferencias Biota-FAPESP Educación realizadas el 22 de agosto pudieron comprobar que, pese a la degradación, lo que queda del bosque atlántico aún cobija una gran diversidad de especies de plantas y animales.

“Hay unas 5 mil variedades de plantas que se encuentran solamente en el bosque atlántico, entre las cuales las bromelias, las orquídeas y las palmeras son las más abundantes”, dijo el botánico Carlos Alfredo Joly, del Instituto de Biología de la Universidad de Campinas (Unicamp) y coordinador del Programa Biota-FAPESP, dirigiéndose a un auditorio abarrotado de estudiantes y docentes universitarios y de la enseñanza media de São Paulo. Según Joly, en la época en que arribaron los portugueses el bosque atlántico era la segunda mayor selva tropical de América del Sur; ocupaba algo más de 1,3 millones de kilómetros cuadrados (km2), el 15% del territorio nacional, a lo largo de la costa brasileña y el interior de los estados de Minas Gerais, São Paulo y Paraná, cubriendo áreas donde actualmente se delimitan 17 estados. Pero hoy subsiste tan sólo un 7% (95 mil km2) de su cobertura original, con los índices de desmonte más elevados en los estados del nordeste, donde el total de áreas remanentes no supera el 2%. Por otra parte, debido a su dimensión territorial, el dominio atlántico reúne diferentes tipos de ambientes, constituidos por vegetaciones de dunas, restingas y manglares, además de bosques de araucarias y selvas húmedas con porte más denso, conocidas como bosques de ladera. Eso sin contar pequeños enclaves cercanos a otros ecosistemas, tales como las pasturas de pampas y las planicies del pantanal (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 207).

De izquierda a derecha: Flávio Ponzoni, André Freitas y Carlos Alfredo Joly

Eduardo CesarDe izquierda a derecha: Flávio Ponzoni, André Freitas y Carlos Alfredo JolyEduardo Cesar

Entre las especies que componen esos ambientes, aquéllas que forman parte de las vegetaciones de dunas y manglares son las que afrontan condiciones ambientales más adversas, lo que en parte se debe a la gran salinidad e inestabilidad del suelo en que crecen. “Son pocas las especies que sobreviven en este tipo de ambiente”, dijo Joly. “Las áreas de mangle, por ejemplo, son inundadas por el agua del mar, con altos índices de salinidad. De ese modo, esas especies de plantas desarrollaron mecanismos adaptativos específicos para sobrevivir en tales condiciones”. Según él, los manglares de todo el mundo se caracterizan por exhibir tan sólo tres géneros arbóreos: Rhizophora, Avicennia y Laguncularia. Ese ambiente hostil para los árboles es una incubadora para cientos de especies de peces y crustáceos, por eso, su degradación genera una pérdida de 1.600 millones de dólares anuales, según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.

Los remanentes del bosque atlántico son importantes para la formación de ríos y cascadas, cuyas aguas abastecen a 125 millones de personas que actualmente habitan en el dominio atlántico. “Se trata de un servicio ambiental con suma relevancia para los seres humanos”, dijo Joly. La densidad demográfica en esas áreas ha aumentado en forma acelerada durante los últimos años, suscitando un nuevo problema, en este caso de índole pública. Sucede que, más allá de ser ácido, arenoso y muy pobre en nutrientes, el suelo del bosque atlántico es plano y bastante inestable. Precisamente debido a esta característica, agravada por la ocupación de las vertientes y faldas de las sierras, ocurren episodios de aludes o deslizamientos de tierra, tales como los que arrasaron la región serrana de Río de Janeiro en 2011, donde perecieron más de 900 personas.

056-060_Biota_211SOS Mata Atlántica/ InpeEl alto grado de endemismo verificado entre las especies vegetales también se extiende a la fauna del bosque atlántico. De acuerdo con el biólogo André Freitas, también del Instituto de Biología de la Unicamp, el 45% de las especies de mariposas presentes en el bosque atlántico es exclusivo de ese ecosistema. Freitas explica que el origen de tal diversidad biológica comenzó hace miles de años, a partir de rutas migratorias bastante disímiles. “Se observa una nítida división norte-sur con respecto al origen de esta diversidad”, dijo. “Desde la mitad norte del estado de Espírito Santo hasta los confines del bosque atlántico en el nordeste, la fauna está llena de elementos amazónicos. Hacia el sur, esos elementos se encuentran mayormente asociados con las especies que habitan en la cordillera de los Andes”. Esta división surgió durante el período Mioceno, hace 23 millones de años, cuando la placa tectónica de Nazca, en el Pacífico, chocó con la de América del Sur, motivando el surgimiento de los Andes, una cadena montañosa de alrededor de 3.500 metros de altura promedio que se extiende desde Chile hasta Venezuela.

Un pasado dividido
El surgimiento de ese enorme paredón modificó completamente la biogeografía de la región. Hasta entonces, los ríos que actualmente integran la cuenca amazónica fluían hacia el océano Pacífico. Pero las montañas interrumpieron su flujo y modelaron la cuenca actual, con las aguas escurriendo hacia el océano Atlántico. Mientras tanto, periódicas variaciones del clima suscitaron corredores naturales, con bosques fríos y húmedos, que permitieron la migración de las especies andinas hacia el bosque atlántico. “Una vez allí, esas especies comenzaron a diversificarse”, dijo Freitas. Un ejemplo lo constituye la hormiga Leptanilloides atlantica, una especie recientemente descrita que habita en Serra do Mar, puesto que las hormigas de ese género sólo eran conocidas en la región de los Andes y en América Central. También aparece la mariposa Hyalenna pascua, que constituye la única representante en el bosque atlántico de un género andino. “Esos especímenes provienen de la alta montaña, donde el clima es frío. Por eso no colonizaron el sector norte de la selva atlántica”.

Las que ocuparon la parte norte del bosque atlántico fueron las especies amazónicas, cuando la selva del nordeste se unió con la vegetación amazónica de las Guayanas y de Pará, cerca de la isla de Marajó, además de las regiones que atraviesan los ríos Xingu, Tocantins y Araguaia (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 210). Uno de los resultados de esa unión es la tangara lomiopalina (Tangara velia cyanomelaena), un ave presente en el bosque atlántico que tiene como pariente más cercano a la amazónica Tangara velia iridina, más allá de diversas especies de mariposas, coleópteros, lagartos y anfibios.

Las variaciones climáticas del pasado también cumplieron un rol importante en ese devenir, ya que motivaron que la selva aumente y disminuya su tamaño en determinadas épocas. Se sabe que la continuidad del bosque atlántico depende de ciertas condiciones climáticas y del suelo. “Pero en el pasado, cuando el clima era más frío y buena parte de la selva estaba más seca, es posible que se haya circunscrito a pocas áreas, donde los requisitos mínimos necesarios para su mantenimiento permanecían intactos”, dijo Freitas. Esas selvas quedaron entonces aisladas, lo que favoreció ese proceso de diferenciación regional entre especies de un mismo género. A esas regiones se las conoce como centros de endemismo. En el bosque atlántico existen tres centros importantes: en los estados de Pernambuco, Bahía y Río de Janeiro. Además hay otros dos centros secundarios: uno en el estado de Santa Catarina y otro en el centro del país conocido con el nombre de Araguaia. “Para varios grupos de animales típicos de las selvas húmedas, la diferenciación entre las poblaciones de los centros de endemismo del ecosistema atlántico es bastante evidente, lo cual confirma un proceso histórico de diferenciación regional en el pasado”.

Un caso bastante conocido, y que demuestra la existencia de esos centros de endemismo, es el de los tamarinos leones (Leontopithecus). Existen cuatro especies en el bosque atlántico, una en cada uno de esos centros; todos con patrones de color de pelaje diferentes. “La gran diversificación y el alto grado de endemismo de la fauna del bosque atlántico pueden explicarse debido a la ocurrencia de diferentes procesos actuando en conjunto”. De este modo, concluyó Freitas, la gran diversidad biológica observada a lo largo de ese ambiente se debe a la interacción entre las tolerancias ambientales de los distintos grupos de animales, a la heterogeneidad de sus hábitats, tales como selvas, restingas y planicies, y a los procesos históricos, lo que comprende a las variaciones climáticas.

Tamarino león dorado

André Freitas/ UnicampTamarino león doradoAndré Freitas/ Unicamp

¿Qué puede preservarse?
Si bien el bosque atlántico se encuentra bastante degradado, alberga muchas especies endémicas, por eso es que se lo incluyó en el mapa de los hotspots de biodiversidad mundial: áreas que han perdido al menos un 70% de su cobertura vegetal original, pero que, en conjunto, cobijan más del 60% de todas las especies terrestres del planeta. En la actualidad, esas regiones ocupan un 2% de la superficie terrestre, y en ellas habitan más de 1.100 millones de personas. Muchas de las actividades económicas que se desarrollan en ellas dependen de los productos provenientes de ecosistemas sanos, a partir de la explotación de plantas y animales silvestres. Joly opina que esos factores convierten al bosque atlántico en un área prioritaria para la conservación.

Pero no es eso lo que ha sucedido. En el mes de junio, SOS Mata Atlântica y el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe) divulgaron la versión más reciente del Atlas de remanescentes florestais da Mata Atlântica. Según dicha publicación, luego de tres años de mengua, la tala en el bosque atlántico volvió a crecer entre 2011 y 2012, alcanzando el mayor valor desde 2008. A juicio del investigador del Inpe Flávio Jorge Ponzoni, uno de los disertantes invitados, el incremento en 2012 estuvo encabezado por el estado de Minas Gerais, responsable de la mitad del desmonte durante ese período. Ponzoni participó en la elaboración del Atlas y explicó que el monitoreo incluye zonas de hasta 3 hectáreas, algo comparable a tres campos de fútbol. “Todo se hace a partir de la interpretación visual de las imágenes generadas vía satélite. Se trata de un análisis subjetivo. De este modo, para asegurarnos de que las informaciones sean comparables, nosotros actualizamos anualmente el banco de datos”. Fue la cuarta vez consecutiva que Minas Gerais encabezó el ranking de desmontes. Esto condujo a SOS Mata Atlántica a radicar una denuncia ante el Ministerio Público de Minas Gerais, que respondió consecuentemente. “Nos asombró la agilidad con la que se movilizaron las autoridades”, comentó Ponzoni.

Efectos globales
De no se preservarse el bosque atlántico, puede suscitarse otro problema: se sabe que el desmonte contribuye para el calentamiento global. Sucede que si las temperaturas siguen aumentando, la tendencia marca que la selva emitirá hacia la atmósfera una mayor cantidad de dióxido de carbono (CO2) que la que emitía antes. “Cuando comparamos al bosque atlántico con la selva amazónica, comprobamos que existe una diferencia gigantesca en cuanto a la cantidad de CO2 acumulado tanto en los troncos como en las ramas de los árboles o en el suelo”, informó Joly. Lo propio sucede en cuanto a la cantidad de nitrógeno (N) contenido en el suelo, cuya liberación se incrementará con el calentamiento.

El escenario no parece ser alentador. Para 2100, un 30% del área actualmente ocupada por 60 especies de árboles en el bosque atlántico se perderá. “Se trata de una proyección basada en pronósticos optimistas emanada del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, sigla en inglés), en tanto y en cuanto todos cumplan con los compromisos firmados en el Protocolo de Kioto y la temperatura mundial no suba más de 2 grados durante este siglo”, advirtió Joly. En la peor de las hipótesis, que contempla que la temperatura suba hasta 4 grados, se estima que perderemos un 65% de esa misma área.

El Ciclo de Conferencias Biota-FAPESP Educación es una iniciativa del Programa Biota-FAPESP en asociación con la revista Pesquisa FAPESP y abocada a la discusión de los retos relacionados con la conservación de los principales ecosistemas brasileños. Las conferencias seguirán hasta noviembre y presentarán el conocimiento generado por investigadores de todo Brasil, en busca de contribuir a una mejora de la educación científica y ambiental de docentes y alumnos de enseñanza media del país.

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