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Beatriz Barbuy

Beatriz Barbuy: En la estela de las estrellas primigenias

Léo RamosLa paulistana Beatriz Barbuy es una de las voces más influyentes de la astrofísica brasileña y una de las científicas nacionales más productivas. Al cabo de una trayectoria que sobrepasa las tres décadas, la profesora titular del Instituto de Astronomía, Geofísica y Ciencias Atmosféricas de la Universidad de São Paulo (IAG-USP) ha publicado unos 210 artículos en revistas científicas internacionales, que han sido citados en 8 mil trabajos de investigadores. Experta en la caracterización química de poblaciones estelares, en especial, de estrellas antiguas y frías, Barbuy identificó algunas de las estrellas más primitivas de la Vía Láctea, con una edad de 12.500 millones de años. Entre diciembre de 1976 y enero de 1982 residió en Francia, donde fue una de las primeras brasileñas en realizar el doctorado en astrofísica. El período en el Observatorio de París, como parte del grupo liderado por Roger Cayrel, signó definitivamente su carrera. “El doctorado era más exigente que el de acá y debíamos publicar varios artículos”, rememora la investigadora, quien desde 2006 es miembro de la Academia de Ciencias de Francia. “Tuve que aprender a trabajar”.

Exitosa y hábil, Barbuy ocupó cargos relevantes en Brasil y en el exterior. Entre 2003 y 2009 fue, por ejemplo, vicepresidenta de la Unión Astronómica Internacional (IAU, sigla en inglés) y mantuvo una participación destacada en la elección de 2009 como Año Internacional de la Astronomía. Más allá de hacer ciencia propiamente dicha, también encabezó iniciativas nacionales con el objetivo de fabricar instrumentos para consorcios de telescopios en los cuales Brasil es socio y cuenta con tiempo asignado de observación, tales como el Observatorio Austral de Investigación Astrofísica (Soar), en Chile. La astrofísica siempre sostuvo la idea de que Brasil debería ser socio en uno de los tres proyectos de grandes telescopios, con espejos de 30 a 40 metros, que se están gestando para el comienzo de la próxima década y que podrían situar a la astronomía en una nueva dimensión. En diciembre de 2010, el gobierno federal optó por convertirse en miembro del Observatorio Europeo del Sur (ESO), un consorcio de 14 países del Viejo Mundo que cuenta con observatorios en Chile, lo que incluye al mayor del mundo en radioastronomía, el recientemente inaugurado Alma (lea el reportaje Centinela de las tinieblas cósmicas). El ESO planifica construir el mayor telescopio óptico asentado en tierra firme, el European Extremely Large Telescope (E-ELT), a comienzos de los años 2020.

Especialidad:
Astrofísica estelar y extragaláctica
Estudios:
Universidad de São Paulo (Título de grado y maestría)
Universidad París VII/ Observatorio de París (Doctorado)
Observatorio Lick (Posdoctorado)
Institución:
Instituto de Astronomía, Geofísica y Ciencias Atmosféricas de la Universidad de São Paulo

En la presente entrevista, la investigadora se refiere a su trayectoria personal, sus investigaciones con estrellas y por qué está a favor del ingreso de Brasil en el ESO, cuyo acuerdo de adhesión se encuentra en el Parlamento nacional para su ratificación. “Sin el ESO no tendremos futuro, puesto que, para que una comunidad científica pueda realizar buena ciencia, hay que tener acceso a un gran número de instrumentos con buen desempeño. Los americanos no cuentan con una estructura similar”, afirma Barbuy.

¿Cómo surgió la idea de convertirse en científica?
Fue cuando tenía 16 años. Leí el libro Uno, dos, tres…Infinito, de George Gamow. Cursaba el primer año del bachillerato clásico y decidí cambiarme al científico. Ni siquiera les avisé a mis padres. Tuve que estudiar mucho para compensar por no haber hecho el primer año con esa orientación. A partir de ahí, ya no paré de trabajar. Pero había algo más. Cuando era pequeña, en mi casa de la calle Groenlandia [en el barrio Jardim Paulista, de la ciudad de São Paulo], teníamos un ciruelo. Mi rama era una de las más altas. Mis hermanos se apropiaron de las ramas más gruesas, las de abajo, y a mí me quedó aquélla de arriba. Llegaba de la escuela, trepaba allí y me quedaba mirando el cielo. No sé si eso influyó, lo cierto es que hice eso entre los 6 y 10 años. Pensaba estudiar psicología o idiomas. Leí las obras completas de Freud, que mi madre había sacado en la PUC [la Pontificia Universidad Católica] y pensé: “Si sólo estudio voy a quedar piantada”. Solamente entendí algunas partes. Pero consideré que podía estudiar psicología por otras vías. Leí bastante, incluso hoy en día leo y me intereso en el tema. Idiomas, también podría aprender por otros métodos, tal como de hecho lo hice, aunque no sea experta en ninguno.

¿Y sus padres qué hacían?
Eran profesores de filosofía, ambos. Mi padre en la USP y mi madre en la PUC. Tuvieron gran influencia en mi formación. Nunca imaginé hacer otra cosa que no fuese seguir una carrera intelectual. Veía a mi padre trabajando toda la noche, mi madre daba clases. Además, mi hermano mayor, que cursaba el bachillerato científico, era mucho más entusiasta que mis compañeras del clásico. Eso también me marcó. Y me gustaba la matemática. Entonces reparé que estaba perdiendo el tiempo en el clásico.

¿Ni bien leyó el libro pensó en ser astrofísica?
El libro hablaba de islas en el Universo, de un telescopio no sé en dónde que distribuía el tiempo. Le pregunté a alguien cómo podía ser astrofísica y me dijeron que tenía que estudiar física. Ingresé en la USP, siempre con esa meta.

¿Había pocas mujeres en su división?
No eran tan pocas. El problema es que había una dictadura. Cuando ingresé, Mário Schenberg fue detenido. Un profesor que iba a dictar clases fue detenido. Otro colega desapareció; eso pasaba. Eso deslució el impacto de la carrera. Los baños no tenían cerradura. Eso sucedió entre 1969 y 1972, cuando el régimen se endureció en serio. Trabajé un tiempo en computación, pero después regresé a lo que yo quería. Estaba el IAG, que todavía funcionaba en Água Funda, y ahí había un grupo de astronomía. En el último año de Física fui ahí a conversar, pero la astronomía recién arrancaba. Hice la maestría en la USP, pero las cosas mejoraron cuando me fui a hacer el doctorado en el Observatorio de París, en 1976. Mi carrera recién comenzaba y fue importante haberme ido a Francia. Fui con una beca del CNPq [el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico] y también conté con una beca otorgada por el consulado de Francia. Aunque pequeñas, entre ambas me posibilitaron estudiar.

¿Su apellido Barbuy es de origen francés?
Lo es, pero mi bisabuelo vino desde Italia a Brasil. En Italia escriben Barbuy con I en lugar de con Y. En principio, los Barbuy viajaron a Italia con Napoleón, pero nadie lo sabe con certeza. Mi hermana, que trabaja en el Museo Paulista, halló un documento de 1758, de un Barbuy con diéresis en la Y, en el norte de Francia. Se trataba de un cura católico.

¿En el Observatorio de París trabajó con Roger Cayrel?
Los contactos los estableció Licio da Silva, del Observatorio Nacional, con Roger y Giusa Cayrel, quienes viajaban para Hawái, donde trabajarían en la construcción del telescopio Canadá-Francia-Hawái. Monique Spite, que estaba regresando de una extensa permanencia en Chile, aceptó ser mi tutora. Todo el grupo es excepcional, tanto es así que aún se encuentran produciendo.

¿Qué tema abordaba su investigación?
Yo quería trabajar en la evolución química y realizar observaciones. Permanecí cinco años en Francia. El doctorado era más exigente que acá y requería la publicación de varios artículos. Fue algo muy bueno porque era un grupo en que había varias personalidades. Spite era muy práctica. Todo lo que era complicado ella lo reducía a una única instrucción y Roger Cayrel tenía un nivel increíble: tardé como 10 años para lograr comprender de qué hablaba. Era un grupo con bastante gente involucrada, trabajando en la observación de las estrellas. Tuve que aprender a trabajar. Acá un alumno a veces ni aparece todos los días. Allá todo el mundo trabaja todos los días no sé cuántas horas y uno se da cuenta de que eligió una de las profesiones más serias. La astrofísica es interesante. Está la teoría ‒hay que leer bastante‒, pero también están los datos. Cuando uno se cansa de la teoría, trabaja con los datos. Esa diversidad de aspectos ayuda a trabajar varias horas.

¿De qué trató su primer artículo?
Era sobre una vieja estrella del halo de la Vía Láctea, la HD 76932. Determiné su abundancia en elementos pesados y su temperatura mediante espectroscopía estelar. En mi área, los elementos denominados pesados son aquéllos más pesados que el hierro, tales como el cerio y el neodimio. Lo interesante de contar con un artículo publicado es que uno aprende a escribir. Se publicó en la revista europea Astronomy and Astrophysics, que actualmente se edita en conjunto con Brasil, Chile y Argentina.

Usted sigue esa misma línea de investigación hasta ahora.
Así es. Adquirí una expertise y considero necesario poseerla para ser un buen investigador. Hay gente que no la tiene, logra unas imágenes y cree poder abarcar todo. Se necesitan algunos años para adquirir capacidad. Como trabajé junto a un muy buen grupo, ésa es la fuerza de mi investigación.

¿Cómo concibió la idea de estudiar la evolución de las estrellas de la Vía Láctea?
Creo que fue durante la maestría que me interesé por esa parte de la evolución química. En cuanto al tema de las estrellas frías con poca masa, fue idea de Cayrel, el padre del grupo. Martin Schwarzschild, quien era muy conocido en esa área de la evolución estelar, se hallaba en París durante los años 1950 y le dijo a Cayrel que si quería estudiar la formación y la evolución de la galaxia, debía estudiar las estrellas con menor masa. Ese pálpito hizo la diferencia. Esas estrellas son muy viejas, se formaron cuando surgió la galaxia. Por consiguiente, cuando las observamos, estamos viendo el comienzo de la galaxia. Las estrellas con masa mayor explotan enseguida. Las que observamos ahora son jóvenes. En las de baja masa existe lo que había cuando se formó la galaxia. En general, los elementos químicos que se encuentran en la superficie de esas estrellas reflejan el material original de la galaxia, tal como su baja concentración de hierro. Las estrellas muy pobres en metales constituyen la primera generación de estrellas con baja masa. Pero no constituyen la primera generación de estrellas de la galaxia. La primera generación era muy masiva. ¿Por qué las primeras estrellas poseían altas masas? Porque no había metales que las enfriaran. Es posible que las primeras fueran todas de alta masa. El enfriamiento es importante para que surja la condensación y las nubes de gas puedan ir fragmentándose. Así, las nubes menores originan estrellas menores.

¿Qué es una estrella fría?
Las estrellas frías tienen una temperatura inferior a los 7 mil grados Kelvin, que son la mayoría.

¿Qué ocurre en esas estrellas más frías?
Están convirtiendo hidrógeno en helio en su núcleo si son enanas o en sus capas exteriores. Uno de los aportes más conocidos de Schenberg habla de las estrellas enanas, tales como el Sol. Cuando haya quemado el 10% de su hidrógeno en helio, el Sol se expandirá hasta convertirse en una estrella gigante.

¿En general, qué edad tienen esas estrellas?
Las estrellas viejas con baja masa del halo galáctico tienen más o menos 13 mil millones de años. Uno de los objetivos consiste en descubrir cuáles son las primeras estrellas de alta masa con la ayuda de los telescopios terrestres gigantes que se están proyectando y con el futuro telescopio espacial James Webb.

¿Siempre trabajó con estrellas de la Vía Láctea?
También trabajé con estrellas de galaxias cercanas, las del denominado grupo local, tal como las Nubes de Magallanes. Las estrellas de galaxias más distantes son muy débiles, no sirve observarlas. Tal vez pueda hacerse con un conglomerado de estrellas, que puede observarse desde muy lejos dado su alto brillo. Pero mediante la espectroscopía de alta resolución aún no sirve. Una de las ideas es hacerlo con los telescopios gigantes. También poseo algunos artículos sobre poblaciones estelares en galaxias elípticas, que se estudian utilizando su luz integral. Encaminé a tres alumnos en esa línea de investigación.

¿Dónde se encuentran exactamente las estrellas de la galaxia que usted estudia?
En primera instancia estudié las estrellas del halo [la región esférica que rodea la galaxia, que tiene gas enrarecido y estrellas muy antiguas], más fáciles de divisar. En los años 1980 comenzó el debate al respecto de cuál era la primera generación de estrellas, que serían más pobres en metales, pero con el paso de los años, me fui concentrando en el centro de la galaxia. Ahora ése es mi interés principal. Actualmente se discute si las estrellas se habrían formado inicialmente en el centro de la galaxia, donde ese proceso habría sido más intenso. Las más antiguas deben hallarse allí en el centro. Así que, en los últimos años, me aboqué mayormente al bulbo de la galaxia, aunque también proseguí con los estudios sobre el halo galáctico.

¿Por qué se interesó específicamente en ese tema?
Siempre me interesó la evolución química de nuestra galaxia. Es un campo donde se mezclan la física atómica y la química, y en el cual deben conocerse las características de una transición atómica o molecular. Mi especialidad son las líneas moleculares, un campo en el que poca gente trabaja. Hay que saber sobre nucleosíntesis estelar [el proceso de generación de nuevos núcleos atómicos a partir de núcleos preexistentes], cómo se forman los elementos, su evolución química, la formación de las estrellas. En síntesis, comprende diversos aspectos.

¿Qué observa en nuestra galaxia en términos de evolución química?
El bulbo de nuestra galaxia es muy parecido al bulbo de otras galaxias espirales y elípticas. Presenta siempre líneas marcadas, de magnesio y hierro, en diferentes proporciones. O sea que sus poblaciones estelares son similares.

¿Eso no era de esperarse?
Sí, lo era. Es algo muy uniforme. Probablemente el proceso de formación de las galaxias fue bastante similar. Hay diferencias en la proporción de elementos químicos. Puede haber más elementos alfa [cuyos isótopos más abundantes son múltiplos de cuatro, la masa del núcleo del helio], tales como oxígeno 16 y calcio 20. Los elementos alfa indican si existió o no un enriquecimiento rápido con estrellas masivas. Eso es lo que yo hago. Busco esos elementos, evidencias de que las supernovas enriquecieron al gas con el cual se formó una estrella. Mi doctorado se concentró en determinar cuál fue la primera generación de estrellas, aquellas primeras supernovas. En eso consiste la búsqueda de los orígenes. Por eso es interesante.

Usted es coautora de un estudio que, en 2001, ubicó a la que se consideró entonces la estrella más antigua, la CS 31082-001. ¿En qué consistió ese trabajo?
Fue la primera vez que se detectó uranio en una estrella fuera del sistema solar. Se trata de un elemento químico pesado y radioactivo. Su decaimiento suministra la edad de la estrella en forma directa, no se necesita nada más. El trabajo salió en la revista Nature. Según un primer cálculo, la estrella contaba con 14 mil millones de años. Luego, un grupo de Suecia midió las transiciones atómicas del uranio y recalculamos su edad en 12.500 millones de años, con un margen de error de más o menos 2 mil millones de años.

¿Esa estrella pertenece a la generación primigenia?
Tal vez. En algunas de esas estrellas pobres en metales existen evidencias de que su contenido es el resultado de una única supernova. Pertenecería, por lo tanto, a una segunda generación. En un trabajo conjunto con Cristina Chiappini [astrofísica brasileña del Leibniz-Institut für Astrophysik Potsdam], que se publicó en 2011 en Nature, mostramos que las abundancias en metales de un conglomerado estelar en el bulbo de la galaxia NGC 6522 podría ser el resultado de supernovas de alta rotación y alta masa.

¿Qué es una supernova de alta rotación?
Son estrellas que rotan a una velocidad de 400 kilómetros por segundo. Las estrellas calientes, en general, son de alta rotación. Pero nadie había efectuado nunca el cálculo de la nucleosíntesis para esas estrellas y el grupo europeo lo hizo. Ahora arribaron al punto de formular pronósticos. Se trata de un trabajo conjunto entre ese grupo de teóricos, Chiappini, quien elabora los modelos de evolución química, y yo, que soy la observadora.

¿Cuáles son sus trabajos con mayor impacto?
Uno de los artículos con mayor impacto fue uno de 1988. Mi tesis doctoral trataba sobre la presencia de carbono, nitrógeno y oxígeno en las estrellas frías. Solicité un tiempo en el ESO y conté con siete noches excelentes de observación. Demostré que en las estrellas del halo [de la Vía Láctea] hay un exceso de oxígeno. Eso era una constante. ¿Y qué significa eso? Significa que el halo se enriqueció rápidamente por efecto de supernovas tipo II. El oxígeno sólo se produce en las estrellas masivas, que se convertirán en supernovas tipo II. Fue la primera evidencia concreta del exceso de elementos alfa en el halo galáctico. Lo mismo sucede en los núcleos de las galaxias, en sus bulbos. Ése fue el trabajo que me hizo conocida. En 1992 se publicó un trabajo sobre la frecuencia de altas concentraciones de magnesio en las galaxias. Luego de eso, muchas de las cosas que hice siguieron esa línea. Otro trabajo importante fue acerca de la trama de los espectros estelares. Para calcularlos se incluyen las líneas atómicas y moleculares. Trabajé durante 20 años en ese tema junto a mis alumnos. El espectro de un conglomerado de estrellas puede utilizarse, por ejemplo, para calcular la población de estrellas en una galaxia. Una galaxia posee todo tipo de estrellas. Por eso, se necesita calcular una suma estimada de acuerdo con el brillo de esas estrellas. Calculamos los espectros de estrellas con diferentes valores de gravedad, metalicidad y temperatura, desde gigantes hasta enanas. Entonces, en una tesis doctoral, una alumna, Paula Coelho, compiló todo eso y publicamos un artículo elaborado en forma conjunta con otros tres ex alumnos que habían trabajado en ello. Ese trabajo también ha sido muy citado. Creo que, actualmente, soy la astrofísica más citada de Brasil, con cifras muy similares a las que ostenta Eduardo Bica [de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul] y Luiz Alberto Nicolaci da Costa [del Observatorio Nacional]. Hay 8.500 citas en la base Nasa/ ADS y 7.500 en el ISI.

¿Cuál es su línea de investigación más reciente?
Son los conglomerados pobres en metales en el bulbo de la Vía Láctea, que serían los más antiguos de la galaxia. Uno de ellos posee dos poblaciones distintas de estrellas. Ese es un tema que trata la literatura actual. Siempre se creyó que los conglomerados estaban formados por una única población.

Volviendo a su trayectoria personal, ¿por qué regresó a Brasil?
Regresé, primero, porque había firmado un acuerdo con el CNPq comprometiéndome a trabajar aquí el doble del tiempo que pasaría fuera. Viví cinco años en Francia. Entonces debía pasar 10 años aquí. No me gusta asumir un compromiso y no cumplirlo. Ésa fue la razón más fuerte. En segundo lugar, retorné porque uno siempre será extranjero en el exterior. Pasé los primeros tres años en París deseando volver. Recién comenzó a agradarme un poco en los dos últimos años. Siempre quise volver. Creo que los brasileños, sienten más que la gente de otras nacionalidades ese deseo de volver. Y, finalmente, también influyó el tema del clima y de la familia, por supuesto.

¿Con qué se topó a su regreso a Brasil?
Cuando volví, ¿qué tenía? Un escritorio, que por cierto, era éste mismo, sólo que estaba en el antiguo domicilio del IAG. Sólo poseía eso. No tenía computadora, no tenía nada. Peor aún, regía aquella ley de los años 1980 que no permitía adquirir una computadora. Esa ley postergó aún hasta ahora, a algunas áreas de la ingeniería. Fue lo peor que le sucedió a Brasil. Incluso ahora no contamos con una computadora propia [nacional]. En los años 1980, viajaba cada año a Francia y allá me quedaba por meses calculando, porque aquí en el Centro de Computación Electrónica [CCE] de la USP no había un plotter [un tipo de impresora de alta definición, que se usa para elaborar gráficos vectoriales]. El plotter estaba descompuesto durante 11 meses al año. Yo trabajaba con espectros, necesitaba observar el espectro. Comencé a solicitar tiempo en el ESO y también en telescopios de Hawái y los obtenía. En aquella época resultaba más sencillo obtener tiempo, pero debía quedarme allá para analizar, reducir los datos. Acá no tenía nada. Permanecía varios meses en el exterior. Normalmente era el Observatorio de París el que costeaba mi viaje. Le debo mucho a Francia. Aquí raramente conseguí algo. Siempre rechazaban mis pedidos. Consideraban que viajaba demasiado al exterior, que no era necesario. No entendían que yo tenía que realizar cálculos. Permanecía 12 horas en la computadora para calcular, en París. Por eso los años 1980 fueron terribles, retrasaron mucho mi carrera. Trabajaba como una condenada. Llegué a ir al CCE tres veces por día. Y miren que trabajaba allá en Água Funda. Tenía una energía tremenda, iba y volvía. Perdía tiempo. Si me hubiera quedado en Europa habría sido mejor. En los años 1990 peleamos para contar con un buen ordenador y la FAPESP financió un Vax. Entonces la situación cambió. Pero eso recién ocurrió ocho años después de mi regreso.

Pese a todas esas dificultades, a partir de los años 1990 su carrera ya estaba bien encaminada. En 1992, por ejemplo, usted era presidente de la Sociedad Astronómica Brasileña (SAB).
Es cierto. A pesar de las dificultades, logré mostrar mi trabajo. El hecho de ser mujer no me detuvo. Siempre debatí sobre este asunto [el de la discriminación de las mujeres] con Mayana Zatz [genetista del Instituto de Biociencias de la USP] y con Belita Koiller [física de la Universidad Federal de Río de Janeiro, UFRJ] en un grupo de discusión sobre el tema en la Academia Brasileña de Ciencias [ABC]. En Brasil, si uno trabaja y produce, nadie comenta nada. Si hacemos el doble de lo que hacen otros, ¿por qué dirían algo?

¿No está eso de que una mujer debe hacer más que un hombre para ser reconocida como investigadora?
Claro. Creo que hay que hacer más por ser mujer. Existe algo de machismo. Pero si uno hace más, está todo resuelto. Brasil no es muy rígido en cuanto a eso. Pero si se hace un poco menos… Si se es seria y se trabaja, nadie te molesta.

¿Sufrió alguna discriminación por ser extranjera y mujer en Francia?
No había ninguna diferencia, era todavía más igual que aquí. Por un lado, tuve suerte al haber ido a Francia. En los países anglosajones, en Estados Unidos, no es así. Francia, en particular, siente gran simpatía por Brasil, y todo eso cuenta. Por otro lado, viajé a París cuando en Brasil había una dictadura y no fui tan bien tratada. Al arribar a Francia me dijeron: “Oí decir que en Brasil hay 36 generales”. Allá, 36 es lo que nosotros decimos un millón, quiere decir ‘muchos’. Y respondí: “¿Solamente 36?”. Eso de relacionar a Brasil tan sólo con Pelé, el café y el samba me exasperaba. Pero ahora, gracias a Fernando Henrique Cardoso y a Lula da Silva, el respeto por Brasil ha cambiado completamente. Pensándolo bien, creo que fui un poco maltratada, claro. Todo el mundo lo fue. No se puede comparar con los últimos 20 años, cuando las cosas han mejorado.

¿Cómo es que llegó a ser vicepresidente de la IAU, entre 2003 y 2009?
Ya había sido presidente de la Comisión 29, sobre Espectros Estelares, y de la División 4, sobre Estrellas. En vista de ello, fue algo natural. De todas formas es un reconocimiento, pues ningún brasileño había ocupado esos cargos. También está el hecho de que ser brasileña y mujer ayuda. Eso otorga visibilidad. Entonces, a nivel internacional, en lugar de ser una traba, ayuda. Tuve gran participación en lo más relevante que la IAU ha producido, el Año Internacional de la Astronomía, en 2009. Brasil, además, tuvo una participación importante. ¿Y saben por qué? Porque los países grandes no quieren saber nada del año de esto o de aquello. Antes fue también el Año Internacional de la Física, y fueron unos pocos países, incluyendo a Brasil y Portugal, quienes realizaron la solicitud oficial a favor de tal iniciativa. Brasil es uno de los siete países que abogaron por el Año Internacional de la Astronomía. El apoyo de la gente del Ministerio de Relaciones Exteriores fue clave. Otros países no votan porque no desean distracciones con el año de eso y lo otro. Pero este tipo de iniciativas es importante. Viajé a eventos en el exterior, hice todo lo que pude, lo divulgamos bien y resultó bastante importante. También podría destacar la Asamblea General de la IAU, que también se llevó a cabo en 2009, en Río de Janeiro, como otra iniciativa en la cual tuve participación.

¿Cuál es el punto más importante en su carrera?
Creo que fue haber ingresado en la Academia de Ciencias de Francia. Viajé durante 30 años a Francia, trabajando duro, alojándome en hoteles sin estrellas. En diciembre de 1976 comencé el doctorado allá y en diciembre de 2006 me aceptaron en la academia. Fue un reconocimiento muy importante. Sólo hay 150 miembros extranjeros en ella, varios de ellos Premio Nobel. Parece que mi votación fue excelente.

¿La elección para la academia fue un reconocimiento inesperado?
No me lo imaginaba. Resolvieron todo sin hablar conmigo. Es la mayor homenaje que me han brindado. En 2008 recibí el Premio Trieste, de la Academia de Ciencias del Mundo en Desarrollo [TWAS], que también fue sumamente importante. Obtuve también el Premio L’Oréal-Unesco para Mujeres en la Ciencia en 2009. Este último en cierta forma modificó mi estatus, por la gran promoción mediática. Por ejemplo, durante el mes pasado había carteles a lo largo de la avenida Champs Elysées con fotografías de las galardonadas durante los 15 años de trayectoria del premio, las cinco brasileñas inclusive.

En el Instituto del Milenio, el objetivo era comenzar a desarrollar en el país el know-how para la fabricación de instrumental para telescopios internacionales, en los cuales Brasil es uno de los socios. ¿Cómo evalúa esa experiencia?
Queríamos elaborar instrumental para los telescopios Soar y Gemini [ambos instalados en Chile, y en los cuales Brasil dispone de tiempo de observación]. En última instancia, quien fabrica un instrumento es quien lo conoce mejor y puede sacarle mejor provecho. Si uno desea observar algo, es mejor construir un instrumento para esa finalidad. Eso es lo que se hace allí. El Instituto del Milenio tenía como meta pasar de una situación incipiente en términos de instrumentación hacia una situación con infraestructura y conocimiento para hacerlo. Sólo que dio un trabajo terrible construir el espectrógrafo Sifs en conjunto con la gente del LNA [el Laboratorio Nacional de Astrofísica]. Lentamente, estamos aprendiendo.

¿Cuáles son las dificultades de ese proceso?
Ni siquiera sabemos negociar con las empresas. Hubo una compañía que quería que duplicáramos el pago y quería bloquear el proceso de construcción de un instrumento. Ellos hacen lo que quieren. Pensamos que todo el mundo es científico y está interesado en la investigación, pero las cosas no son así. Se necesita trabajar de otra forma. ¿Qué es lo que queremos? Innovación. La astronomía desarrolla tecnología de punta. El Sifs generó dos patentes de nuevos materiales, que ahora se están utilizando para otro instrumento. El Sifs requiere de fibra óptica que no puede tener juego. Deben mantenerse firmes en su sitio. Todos fijan la fibra con un material duro. Pero Antônio César de Oliveira, que estudió en Sao Carlos, inventó un material, una aleación flexible, que resulta fácil de perforar y con gran precisión. Ésa es una de las patentes. El Sifs, por lo tanto, permitió que nos transformemos en expertos en fibra óptica.

¿Cuáles son los otros dos instrumentos que se están desarrollando?
El espectrógrafo de alta resolución Steles, del Soar, que es desarrollado por Bruno Castilho, y estará listo para fin de año. Y además el BTFi [un generador de imágenes ajustable del Soar]. Los tres instrumentos cuentan con financiación de la FAPESP. Esa ayuda es importante.

¿Cómo surgió el acercamiento del ESO con Brasil?
Muchos brasileños observaron en el ESO toda su vida. Entre 2006 y 2011 elaboramos, por ejemplo, 77 artículos con el Gemini, 25 con el Soar y más de 200 con el ESO, donde encontramos todo en cuanto a tipos de instrumentos de observación. Pero el acercamiento ocurrió así: dentro del INCT-A [el Instituto Nacional de Ciencia y Tecnología en Astrofísica], se propuso que formáramos parte de uno de los grandes telescopios en proyecto. Nos contactamos con los tres proyectos, el GMT [Giant Magellan Telescope], el TMT [Thirty Meter Telescope] y el del ESO. El TMT exigía 100 millones de dólares para incorporar a Brasil. El GMT dijo que no iba a comprometerse a utilizar nuestra industria, lo cual para nosotros era un punto importante, entonces lo desechamos. El ESO solicitó el doble que los otros proyectos para aceptarnos como miembro. En la Comisión Especial de Astronomía (CEA), creada por el MCT, pensamos que con el GMT y el TMT, la comunidad debería aguardar 10 años hasta que los telescopios estuvieran listos y recién después se podría comenzar a producir. El ingreso en el ESO permitiría hacer todo inmediatamente, puesto que ellos ya disponían de sus telescopios.

¿El proceso de adhesión al ESO fue debatido entre los astrofísicos?
Así es. El 29 de marzo de 2010 convoqué a todos los principales investigadores de Brasil y asistieron 80 personas. En esa reunión, la gran mayoría votó a favor de ingresar al ESO. Luego, por intermedio de la CEA, la Sociedad Astronómica Brasileña consultó a todos los doctores y, nuevamente, la gran mayoría estuvo a favor. En el marco del Plan Nacional de Astronomía, donde este tema fue prioritario, el asunto también fue largamente discutido por una gran cantidad de participantes. Lo propio ocurrió en las reuniones plenarias del SAB en 2010. Sin el ESO no tenemos futuro. Los americanos no cuentan con una estructura similar. Le preguntamos al entonces ministro de Ciencia y Tecnología, Sérgio Rezende, cuál era nuestro límite. Nos dijo que escogiéramos el mejor proyecto y él se encargaría de ver cómo haríamos. Así lo hicimos. Los valores fueron negociados por una comisión montada por el Ministerio de Ciencia y Tecnología, de la cual formaban parte el entonces presidente de la SAB, Eduardo Janot Pacheco, Albert Bruch, en aquel tiempo director del LNA, y Ademar Cruz, del Ministerio de Relaciones Exteriores. En esa negociación con el ESO economizamos 100 millones de euros.

Brasil erogará algo más de 130 millones de euros, en 10 cuotas, para ingresar al ESO, aparte de un canon anual. ¿Podría decirse que tal valor es mucho para una pequeña comunidad de astrofísicos, tal como es la brasileña?
No es una comunidad pequeña. Hay 700 astrónomos, 330 con contrato y otros tantos con posdoctorado, además de los estudiantes.

Según la modalidad de algunos telescopios, el socio que ingresa con un aporte del 10% del presupuesto del proyecto cuenta con un 10% del tiempo de observación. En el ESO no ocurre así. ¿No estaremos pagando mucho y corriendo el riesgo de no obtener ningún tiempo de observación?
Según el acuerdo, el valor de nuestra contribución aumentará en forma gradual hasta un techo y, para adaptarnos, contamos inicialmente con un 3% del tiempo de observación. El punto central es que, si no fuéramos miembros del ESO, no podríamos ser, en muchos casos, los principales investigadores de un proyecto, no podríamos ser los primeros autores de artículos. Debemos aprender a competir, y para ello se necesita hacer investigación de punta, integrada con la comunidad internacional.

Hace un tiempo, usted estuvo trabajando en una iniciativa para reeditar los kits de ciencia que existieron durante los años 1970. ¿En qué estado se encuentra ese proyecto?
Los kits serán lanzados ahora. Al principio, serán cinco kits: uno de química, uno de óptica, uno de genética, uno de matemática y un galileoscopio. El motor de eso es Herch Moysés Nussenzveig [físico de la UFRJ]. El resto de los miembros también son del más alto nivel: Vanderlei Bagnato [del Instituto de Física de São Carlos en la USP], Mayana Zatz y Eliana Dessen [del IB-USP], Henrique Toma [del Instituto de Química de la USP], Eduardo Colli [del Instituto de Matemática y Estadística de la USP] y Carlos Henrique de Brito Cruz [del Instituto de Física de la Unicamp y director científico de la FAPESP]. El objetivo es motivar a niños y adolescentes en el ámbito de la ciencia, mediante de experimentos que se proponen en los kits. Nunca vimos kits con tan buen nivel como el de óptica. Y ya hay interesados también en el exterior. A la Capes le agradó el proyecto y otorgó la financiación inicial para la realización de los experimentos con alumnos de las escuelas. Hay mil kits de cada tipo, 5 mil en total, que serán testeados durante este semestre. Los pasos siguientes son el perfeccionamiento del material, dependiendo de los resultados de los test, y su lanzamiento en mayor número. También se está planificando la elaboración de otros 20 kits.

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