La humanidad saca provecho de las colonias de abejas melíferas desde la prehistoria, pero sólo en años recientes notó que la importancia de esos insectos trasciende la mera producción del poderoso endulzante natural. “La miel, en realidad es un subproducto de un valor pequeño si se la compara con el servicio de polinización que prestan las abejas”, afirmó Vera Lúcia Imperatriz Fonseca, docente de la Universidad de São Paulo (USP), en su disertación brindada en el marco del segundo encuentro del Ciclo de Conferencias 2014 del programa Biota-FAPESP Educación, que se realizó el 20 de marzo en São Paulo. Al transportar polen de una flor a otra, prosiguió la bióloga, las abejas incrementan la fecundación de las plantas y generan un aumento de la productividad en diferentes cultivos que implica casi un 10% del total de la producción agrícola mundial.
Se estima que, en 2007, las exportaciones globales de miel movieron 1.500 millones de dólares. Durante el mismo período, el valor de los servicios ecosistémicos de polinización, en todo el mundo, se calculó en 212 mil millones de dólares, según datos aportados por diversos estudios y compilados por Vera Fonseca en el libro Polinizadores no Brasil: contribuição e perspectivas para a biodiversidade, uso sustentável, conservação e serviços ambientais [Los polinizadores en Brasil: contribución y perspectivas para la biodiversidad, el uso sostenible, la conservación y los servicios ambientales], uno de los ganadores de la edición 2013 del Premio Jabuti.
Las verduras y las frutas, cuya producción anual sumada llega a 100 mil millones de euros, son los alimentos más dependientes de los insectos para su polinización. A continuación se ubican las oleaginosas, las estimulantes (café y té), los frutos secos y las especias. En promedio, los cultivos que no dependen de la polinización por insectos movilizan 151 mil millones de euros por año, mientras que el valor de las que dependen llega a 761 mil millones anuales.
“Alrededor del 75% de la alimentación humana depende directa o indirectamente de plantas polinizadas o beneficiadas por la polinización animal. De ellas, un 35% depende exclusivamente de los polinizadores”, sostuvo Vera Fonseca, actualmente profesora visitante en la Universidad Federal Rural del Semiárido (Ufersa), en Rio Grande do Norte. En el resto de los casos, los insectos colaboran para aumentar la productividad y la calidad de los frutos.
Investigaciones recientes revelaron que, incluso cultivos tales como la colza, que es polinizada por el viento, y la soja, cuyas flores son fertilizadas por su propio polen, producen entre un 20% y un 40% más de granos por hectárea cuando hay colonias de abejas Apis mellifera en las cercanías o cuando la siembra se realiza junto a remanentes de vegetación nativa. “Cuando se utilizan abejas tales como la angelita (Tetragonisca) para la polinización de plantas de fresa cultivadas en ambientes protegidos, la malformación de los frutos disminuye en un 70% en algunas especies”, dijo Vera Fonseca. Otro cultivo que se beneficia de la polinización por abejas en ambientes protegidos es el del tomate, que depende de abejas que provocan que las flores vibren, como pueden ser los abejorros del género Bombus o abejas sin aguijón tales como las denominadas tiúba (Melipona compressipes) o mandaçaia (Melipona quadrifasciata anthidioides), para su fertilización. “En general, las abejas incrementan la producción de semillas, mejoran la calidad del hábitat, hacen más sostenibles los sistemas agrícolas y favorecen otros servicios ecosistémicos, permitiendo la preservación de la biodiversidad y de los recursos hídricos”, completó.
Si bien la demanda por los servicios de polinización que brindan las abejas aumenta en la misma medida en que crece la producción agrícola mundial, los ecosistemas proclives a la proliferación de esos insectos disminuyen cada año. Los cambios ambientales, aparentemente, se encuentran por detrás de un fenómeno reciente al que se lo ha bautizado trastorno del colapso de colonias, que ha provocado una desaparición repentina de abejas. El síndrome de desaparición de las abejas se detectó por primera vez en 2007, en los países del hemisferio norte y actualmente se lo asocia con la pérdida de casi un 30% anual de las colonias de Apis mellifera. A causa de ese problema, que también afecta a Europa y en 2011 llegó a Brasil, los agricultores comenzaron a importar abejas melíferas de otras regiones para polinizar sus plantaciones.
“El alquiler de una colonia llega a costar 200 dólares en Estados Unidos, porque los productores saben que la rentabilidad que genera el servicio prestado será mucho mayor. Y no hay suficientes abejas”, comentó Vera Fonseca. Según la investigadora, ésa es una tendencia mundial, ya que se plantan cada vez más cultivos dependientes de la polinización por abejas.
Entre los factores señalados como causa de la desaparición de las abejas se encuentran el uso inadecuado de herbicidas y pesticidas, la tala seguida de la ocupación del suelo con grandes extensiones de monocultivos y la migración de las colonias para la polinización agrícola. “Los pesticidas, cuando no matan a la abeja, la debilitan y reducen el tiempo que emplea en su actividad forrajera (búsqueda de alimento)”, explicó.
Son factores que se suman. Con la sustitución de la vegetación nativa por monocultivos, las abejas necesitan recorrer distancias cada vez mayores en su búsqueda de alimento porque hay menor diversidad de flores. La migración de las colonias, a su vez, puede elevar la competencia por alimento entre las especies, propiciando la difusión de enfermedades.
Tal escenario tiende a empeorar con la llegada de nuevos villanos: los cambios climáticos globales. Ello ocurre porque los polinizadores, tanto como las plantas que los mantienen, se distribuyen por ciertas regiones bajo la influencia de la temperatura y las lluvias.
Las perspectivas previstas por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) sugieren que en el nordeste brasileño podría registrarse un aumento de 4 ºC en la temperatura durante los próximos 50 años. Ese calentamiento podría generar una importante alteración en el hábitat natural de las abejas, opina Vera Fonseca. “Hemos diseñado modelos de distribución de especies y estudios que analizan el polen que recolectan las abejas para determinar cuáles son las plantas que visitan”, explicó. Estas herramientas permitieron mapear el uso de recursos florales por las abejas y, con la ayuda del herbario virtual de la flora y de los hongos, disponible en internet, se identificó la distribución actual y se modeló la futura de las principales fuentes de alimento de las abejas. “Al cruzar esos datos, se pueden identificar las áreas naturales más importantes que deben reconstruirse y preservarse y planificar un programa moderador para que de dentro 40 ó 50 años, las abejas tengan algún sitio donde vivir”, comentó la bióloga.
La dieta de las abejas
Cláudia Inês da Silva, profesora visitante de la Universidad Federal de Ceará (UFC), se ha dedicado a estudiar los hábitos alimentarios de los abejorros del género Xylocopa y de otras especies de abejas importantes para la polinización de la pasionaria o maracuyá (Passiflora edulis), con el objetivo de preservar las áreas naturales importantes para la atracción y conservación de esos insectos. “Escogimos al maracuyá porque esta planta tiene una gran importancia económica para Brasil, que detenta más del 60% de su producción mundial”, comentó Da Silva en el encuentro realizado en marzo.
La producción del maracuyá, un fruto cultivado tradicionalmente en propiedades familiares, sufre grandes fluctuaciones principalmente a causa de los costos de manejo e insumos. “Y la polinización influye directamente en esos costos de producción”, sostuvo la bióloga. Según ella, los productores rurales generalmente desconocen los insectos que visitan las flores de la pasionaria y la biología y sistema reproductivo de esas plantas, que dependen exclusivamente de la polinización por abejas.
“En el caso del maracuyá, no todas las abejas son benéficas”, explicó. Algunas, como en el caso de las Apis mellifera, son pequeñas en relación con el tamaño de las flores y solamente extraen néctar y polen sin lograr polinizarlas. “Se necesita conocer las necesidades de cada cultivo, preservando al polinizador más adecuado”, dijo Da Silva.
Un estudio realizado por la Universidad Federal de Viçosa estimó que, en un área de poco más de 2 hectáreas de cultivo de maracuyá, los servicios que prestan los abejorros Xylocopa reducen los costos de producción en 33 mil reales cada tres años.
A pesar de la importancia de estos abejorros, los agricultores frecuentemente los matan, porque los consideran agresivos, comentó Da Silva. “Creen que son escarabajos”, dijo, “y temen que les coman las flores, destruyan la plantación y estropeen los cercos anidando en ellos”.
En su doctorado en la Universidad Federal de Uberlândia bajo la dirección de Paulo Eugênio de Oliveira, Da Silva identificó 112 especies de plantas que les sirven de alimento a los abejorros. Algunas de las más importantes son consideradas por los productores como malezas ‒especies de los géneros Senna y Solanum‒ y generalmente se las retira del entorno.
“Con base en ese estudio elaboramos una propuesta de enriquecimiento y restauración de la flora para atraer y mantener esas abejas. A partir del estudio de su dieta, diseñamos el escenario actual y futuro para la identificación de potenciales áreas de cultivo del maracuyá”, comentó la bióloga de la UFC. Esa información ayudó en la composición del libro Manejo dos polinizadores e polinização de maracujá, que será publicado con el aval del Ministerio de Medio Ambiente. Los protocolos que ella desarrolló están siendo adoptados en el estudio de cultivos tales como los de fresa, anacardo, café, cacao y acerola.
Sistemas diversos
A las abejas se las considera polinizadoras profesionales, porque poseen estructuras anatómicas especializadas para la recolección y el transporte del polen. Pero los escarabajos, mariposas, polillas, moscas, pájaros y murciélagos también brindan su aporte para ese servicio ecosistémico, comentó la bióloga Kayna Agostini, de la Universidad Federal de São Carlos (UFSCar) en Araras, en su exposición. “Todos los sistemas de polinización conocidos están presentes en Brasil, por ser un país ubicado en una región con clima predominantemente tropical”, afirmó. “Algunos de esos sistemas son abióticos, como en el caso de la polinización por el viento, pero en la gran mayoría de los casos intervienen agentes bióticos”.
Según Agostini, gran parte de las interacciones entre plantas y animales son de tipo mutualista, donde ambas partes salen beneficiadas. Pero estudios recientes indican que esa norma no rige para todos los casos. Ella cita como ejemplo a la especie vegetal conocida como oreja de elefante o aristoloquia gigante (Aristolochia gigantea). Con una apariencia y aroma similar al de la carne, la flor de esa planta engaña a las moscas. Cuando intenta depositar sus huevos, la mosca percibe el engaño y trata de irse, pero queda atrapada. “Sólo después de que el polen se adhiere a su cuerpo la mosca logra salir, sin lograr ningún beneficio con esa interacción. Más allá del polen, fuente de proteínas, y del néctar, rico en azúcares, los animales visitan las flores en busca de aceites esenciales, fragancias y resinas”, comentó la investigadora durante la conferencia del Biota-FAPESP Educación.
Republicar