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Entrevista

Benjamin A. Cowan: Brasil y la nueva derecha

El historiador estadounidense presenta un libro sobre el conservadurismo religioso en el siglo XX

Archivo personal Cowan: entender la conformación de la derecha transnacional exige estudios comparativosArchivo personal

Californiano de Los Ángeles, en Estados Unidos, Benjamin A. Cowan no hablaba el portugués ni tampoco albergaba una gran curiosidad científica por Brasil hasta que en 2003 tuvo la oportunidad de conocer los archivos de la Escuela Superior de Guerra (ESG). En la biblioteca de dicha institución, ubicada en la fortaleza de São João, en el barrio de Urca, en Río de Janeiro, el historiador se topó con publicaciones y documentos que azuzaron su interés por temas tales como el autoritarismo, el radicalismo de derecha, la moral y la sexualidad. Como hablaba el español con fluidez, enseguida se puso a tratar de descifrarlos. Ahí dio comienzo a sus estudios sobre Brasil, con énfasis en la historia cultural y de género del período posterior a 1964.

Casi 20 años después, Cowan acaba de publicar su segundo libro sobre el país, editado por The University of North Carolina Press. Con 304 páginas, Moral majorities across the Americas: Brazil, the United States, and the creation of the religious right pone en perspectiva histórica a la denominada nueva derecha como un fenómeno de amplio arraigo y esencialmente transnacional. En esta entrevista, concedida a través de una plataforma de video desde su casa en Estados Unidos, el profesor asociado de la Universidad de California en San Diego habla de la importancia de Brasil como un “lugar crítico” para la gestación de este fenómeno. “Para entender a la derecha moderna es necesario incluir a Brasil como una plataforma esencial para el desarrollo de la agenda cultural, moral y política que actualmente tenemos como realidad”, dice.

¿De dónde viene su interés por Brasil?
Mi interés por Brasil surgió por casualidad, cuando empecé a investigar sobre la violencia perpetrada por las dictaduras militares de Chile y Argentina, y es resultado del hallazgo, en 2003, de una fuente de archivos poco investigada. A través de un militar estadounidense, supe que se podía acceder a los documentos de la biblioteca de la ESG. Esto despertó mi curiosidad. Viajé a Brasil, me trasladé hasta la sede de la escuela, en Río de Janeiro, y comencé a investigar su colección. Más tarde descubrí que la historia de Brasil y la de mi país, Estados Unidos, tienen mucho en común en lo atinente a la ascendencia de esta nueva derecha. Puedo decir que la suerte estaba de mi lado. El acceso a esa colección resultó ser muy importante para mi trayectoria académica y profesional. Recientemente entonces había iniciado mis estudios doctorales en la Ucla [la Universidad de California en Los Ángeles] y, al cabo, estuve viviendo un año en el país. Estuve investigando en la EsAO [la Escuela de Perfeccionamiento de Oficiales], en la Eceme [Escuela del Comando y Estado Mayor del Ejército], en el Archivo del Ejército y en la Biblioteca Nacional. Con la ayuda de una cámara digital, en tres años fotografié alrededor de 10.000 documentos. Dejé de estudiar a Argentina y Chile, y Brasil se convirtió en el objeto de mi doctorado.

El libro intitulado Securing sex: Morality and repression in the making of Cold War Brasil, publicado en 2016, es el resultado de esa investigación. ¿Cuál es la conclusión principal de su tesis doctoral?
La conclusión principal indica que un grupo de conservadores, individuos y organizaciones civiles y militares, que formaban parte de una red transnacional de ideas, desempeñó un papel fundamental, y hasta entonces poco conocido, en la ejecución de un proyecto cultural y reaccionario dentro del régimen militar brasileño. En el libro, que tiene como telón de fondo la Guerra Fría, abordo las relaciones entre el conservadurismo, el anticomunismo y las cuestiones morales. Demuestro que hubo relaciones muy estrechas entre los activistas moralistas y la conceptualización del anticomunismo en Brasil, especialmente durante el período de la dictadura [1964-1985]. En el marco de la investigación, quedó en evidencia que varias de esas ideas, surgidas en la década de 1930, cobraron fuerza durante el gobierno de los militares. Más concretamente, cómo esas ideas retrógradas acabaron siendo claves para la concepción del pensamiento militar. Esto explica en parte la persecución al comunismo durante ese período. Allí estaba presente la idea de la guerra cultural, que veía al comunismo como algo que operaba a través de la cultura, del sexo y de las costumbres. Los teóricos, a quienes denominé tecnócratas morales −médicos, abogados, políticos y teólogos− desempeñaron diversos roles en la sociedad y en el gobierno, y se unificaron en torno a una idea de que el comunismo estaría vinculado a la lucha más antigua y eterna, la del bien contra el mal, este último entendido y materializado en armas culturales tales como la pornografía, las drogas e incluso la vestimenta, como en el caso de la minifalda.

El triunfo de los conservadores está relacionado con su cooperación con la dictadura y con sus vínculos con grupos transnacionales, de otros países

¿Cómo llevó a cabo su tarea ese grupo de conservadores?
El psiquiatra Antônio Carlos Pacheco e Silva [1898-1988], por ejemplo, desempeñó varias funciones en el régimen militar. El escritor católico Gustavo Corção [1896-1978], conocido por sus artículos en la gran prensa, fue miembro de varias comisiones oficiales, como el Consejo Federal de Cultura. Ellos no eran el “rostro” de la dictadura, pero ejercían su influencia entre bambalinas. Por su parte, el general Antônio Carlos da Silva Muricy [1906-2000], quien cumplió un rol destacado en el golpe de Estado, lideró la campaña para insertar ese moralismo anticomunista dentro de la ideología del régimen. Cada uno a su modo, individuos como ellos trabajaron para hacer que los centros de poder fueran más receptivos a la idea de que la Guerra Fría era una lucha cultural, que debía entablarse en “campos de batalla” como el sexo, las costumbres, la ropa y la apariencia, especialmente la de la juventud. Esta no fue una peculiaridad de Brasil, sino que eran ideas circulantes en todo el mundo atlántico. El lenguaje del anticomunismo moral o moralista formó parte de una serie de tácticas y operaciones para asociar al enemigo, sea este lo que fuera o quien fuera, con las amenazas culturales. Fue un intento por racionalizar y justificar la violencia. El pánico moral es un término que nos ayuda a entender cómo estas ideas se volvieron tan poderosas en aquel momento. Pero lo que descubrí en mis investigaciones fue que las personas consideradas más “amenazantes” para el Estado brasileño durante la dictadura no tenían mucho que ver con la revolución sexual. Las sospechas de que existía un vínculo directo entre la revolución sexual y la izquierda no fue precisamente lo que pudo confirmarse. Durante la dictadura, la opción del gobierno brasileño por el capitalismo dejó el campo cultural permeable a lo que sucedía en el exterior. En cierto modo, el régimen acabó adquiriendo la forma temida por los conservadores. El ejemplo más cabal, y tal vez el más ilustrativo, es el género cinematográfico conocido como pornochanchada. En la biblioteca de la ESG había documentos que aludían al mismo como la evidencia de que la pornografía era utilizada como un arma por los comunistas. Los detalles y la vehemencia de los conceptos me sorprendieron. Sucede que la pornochanchada fue financiada por el propio gobierno, interesado en promover la industria cinematográfica nacional. Esos filmes le cambiaron la cara al cine nacional.

¿De qué manera ocurrió eso?
Eso obedece al hecho de que la dictadura, a aquella altura, a mediados de la década de 1970, ya era una juerga. Así como en el centro de la ideología estaba presente el anticomunismo moralista, en lo cotidiano era imposible regular el sexo. Esas ideas fracasaron no solo porque el control no era posible, sino porque la dictadura promovía un modelo económico y cultural que producía exactamente lo que se procuraba evitar. En cierta medida, puede afirmarse que el protestantismo actual fue determinado en esa batalla cultural de la dictadura.

Colección UH / Folhapress Los valores tradicionales estaban presentes en manifestaciones como la Marcha de la Familia con Dios y por la Libertad, en marzo de 1964Colección UH / Folhapress

¿Ese es el tema del libro Moral majorities across the Americas, que se acaba de publicar?
Eso mismo. En esencia, mi libro es una historia del conservadurismo religioso del siglo XX en Brasil. Trata de cómo hemos llegado a la configuración actual de poder que ostentan los evangélicos. En la época del acercamiento de los evangélicos conservadores con la dictadura militar había muchas esperanzas depositadas en un cristianismo renovado, no exactamente de izquierda, pero comprometido con los planteos de justicia social, con la calidad de vida de la gente. ¿Cómo fue que esa perspectiva de un futuro cristiano más progresista fracasó? Hoy en día, se sabe que los evangélicos y los conservadores católicos brasileños formaban parte de una red de ideas que iba más allá de las fronteras nacionales y que han sido muy importantes para la articulación de una derecha global. Lo más interesante es que la mayoría eran desconocidos. En Estados Unidos, por ejemplo, estaba Paul Weyrich [1942-2008], fundador de Heritage Foundation. El propio Plinio Corrêa de Oliveira [1908-1995], de TFP [Sociedad Brasileña de Defensa de la Tradición, la Familia y la Propiedad], tenía un enfoque transnacional. Se proponía crear una red internacional de TFP y colaboró con Weyrich. El arzobispo de Diamantina [Minas Gerais], Geraldo de Proença Sigaud [1909-1999] se erigió en el líder de los conservadores católicos, que se mostraban ofendidos por los cambios que veían en la Iglesia. Hubo una reacción en varios grupos ante lo que tildaron de “modernidad”, entendida como los cambios culturales, el ecumenismo y el comunismo. Tanto en Brasil como en el exterior, los conservadores protestantes también se oponían a la idea del ecumenismo, a la que consideraban una trampa comunista contra el conservadurismo teológico. En el libro, intento identificar denominaciones y me di cuenta de que esa lucha tuvo lugar incluso en el seno de esas mismas organizaciones. En el contexto nacional, el triunfo de los conservadores tiene que ver con su cooperación con la dictadura y con su conexión con grupos transnacionales de otros países. Ellos construyeron una plataforma compuesta por temas que ahora podemos reconocer como la línea fundamental de la derecha cristiana: la oposición al aborto, el aval a la portación de armas, el neoconservadurismo que mutó en neoliberalismo como respuesta al comunismo, compatible con la cristiandad.

¿Y cómo es que esto ha llegado al siglo XXI?
En el libro explico que el resurgimiento de la derecha es fruto de una historia de activismo conservador en el cual confluyeron brasileños, estadounidenses, católicos, protestantes, conservadores seculares y oportunistas autoritarios, entre otros. Las similitudes entre el actual presidente de Brasil y Donald Trump, por ejemplo, es el resultado de una labor desarrollada en el pasado por activistas brasileños y estadounidenses que establecieron deliberadamente una pauta más proclive a cuestiones de identidad que ideológicas. ¿Qué tiene que ver la oposición al aborto con la posesión de armas y el tamaño del Estado, en lo concerniente a los programas de bienestar social? Estos activistas entendieron la importancia de la construcción de una plataforma que atrajera a una masa social determinada y es por eso que establecieron esos vínculos. Mis investigaciones en los archivos religiosos, no solo de Brasil y de Estados Unidos, sino también de Italia, muestran al aborto como un tema capaz de aglutinar a mucha gente. En los archivos de la Casa Publicadora de Asambleas de Dios, hallé una mención a Carl McIntire [1906-2002], un pastor radicalmente conservador, que no había sido muy tenido en cuenta por la historiografía, pero que fue muy importante para el desarrollo de la derecha radical en Estados Unidos. Al investigar en el Princeton Theological Seminary, donde se conservan sus archivos, acabé por descubrir que McIntire cooperó con los evangélicos de Brasil. Esa cooperación comenzó intentando construir una asociación de iglesias evangélicas conservadoras en la década de 1950. Como respuesta a la modernidad teológica y al ecumenismo, el reverendo McIntire buscó, con el Consejo Internacional de Iglesias Cristianas, estructurar una red global de instituciones y espacios en donde los conservadores evangélicos pudieran reunirse, intercambiar ideas y ejercer influencia en las políticas culturales. En Brasil, adonde viajó algunas veces y envió misioneros, halló un terreno fértil. Con la participación de activistas brasileños, organizó y realizó varias conferencias en distintos lugares del mundo. El reverendo Israel Gueiros fue uno de sus interlocutores. Ambos cooperaron durante décadas, combinando un anticomunismo implacable con un reaccionarismo cultural, siempre centrado en la defensa de un capitalismo desregulado.

Las instituciones y los activistas brasileños fueron esenciales para posibilitar el resurgimiento de la derecha creando organizaciones y alentando alianzas

¿Tuvieron éxito?
Creo que ni siquiera ellos se esperaban el éxito que tendrían. Su objetivo era articular, junto a miembros de otras iglesias y de otros países, una serie de temas sobre los cuales todos concordaran que había que defender. Para ellos, el poder político y el religioso no podían separarse. Antes de la década 1960, la orientación de la mayoría de las iglesias evangélicas era no inmiscuirse en las doctrinas del mundo. Estaban centradas en la vida espiritual. No anhelaban lo que es del César, querían lo que es de Dios. Lo que cambia es la disposición creciente de los evangélicos de tomar para sí un área de la vida política, presentada como una manifestación política de sentimientos y doctrinas religiosas. Estaban preocupados con la defensa de los valores religiosos, pero me parece que, en aquel momento, no les era posible discernir entre lo que estaba ocurriendo en la política y lo que sucedía en el ámbito de la cultura y de la economía. Uno de sus grandes logros fue ensamblar todo eso con la identidad religiosa. Consiguieron establecer un vínculo entre su concepción como guardianes de una tradición religiosa y una serie de iniciativas que no eran y no son propiamente religiosas. Contrapuestos al Estado y al igualitarismo, estos activistas contribuyeron a hacer del compromiso cristiano algo no solo lícito, sino también necesario. No hay manera de explicar las similitudes entre el actual presidente de Brasil y Donald Trump, o el auge del populismo de derecha en Estados Unidos solo con lo que sucede dentro de Estados Unidos o a partir de un concepto nacional. Sostengo que estas historias deben pensarse en términos transnacionales.

¿También participaron otros países en la construcción de esta derecha transnacional?
Brasil desempeñó un papel muy importante, que comenzó hace casi un siglo. Las instituciones y los activistas brasileños fueron esenciales para posibilitar el resurgimiento de la derecha creando organizaciones y alentando alianzas que facilitaron la conformación del actual conservadurismo cristiano transnacional, que acaso sea el fenómeno político y cultural más influyente de la actualidad. Pero sé que otros países también participaron en esa construcción. Durante mucho tiempo, los estudios sobre los movimientos de derecha daban por ciertos sus límites dentro del Estado nación. No obstante, deben tenerse en cuenta los vínculos con otros países. La mayoría de nosotros estamos formados en estudios nacionales, pero es necesario el estudio de países sobre los cuales se sabe poco en este ámbito. Si tuviera que señalar un destino próximo de investigación, sería algún país de Asia, como Corea o China. La World Anticommunist League [WACL], por ejemplo, era activa en Asia. Parece fundamental entender los esfuerzos por establecer vínculos con las iglesias de aquella región.

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