Léo Ramos ChavesHace más de dos décadas que el nombre de Carlos Alfredo Joly está directamente asociado al Programa Biota FAPESP, que desde marzo de 1999 se ha venido dedicando a mapear las especies animales y vegetales del estado de São Paulo y de Brasil. Ideador y uno de los líderes principales de esta iniciativa, que abarca alrededor de 300 proyectos, entre los concluidos y los que aún están en curso, y articula el trabajo de 1.200 investigadores, el botánico de la Universidad de Campinas (Unicamp) se alegra al comentar las contribuciones del Biota a la formulación de políticas públicas ambientales y a la formación de recursos humanos (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 298). Sin embargo, su voz adquiere un tono más grave, casi de indignación, cuando comprueba que la biodiversidad paulista, pese de todos los esfuerzos, se encuentra en una situación aún más crítica que hace 20 años. “El estado está más degradado”, dice.
Una estrategia para impulsar la conservación de las especies consiste en asociar la preservación de la biodiversidad a la lucha contra el cambio climático, dos temas contemporáneos que, en su opinión, deben ir de la mano de manera indisociable. Joly es miembro de la Intergovernamental Science-Policy Platform on Biodiversity and Ecosystem Services (IPBES), una iniciativa internacional sobre biodiversidad que sigue la misma línea de trabajo del IPCC, el Grupo Intergubernamental de Espertos sobre el Cambio Climático. También es uno de los coordinadores de la Plataforma Brasileña de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (BPBES).
En la entrevista que viene a continuación, Joly habla de biodiversidad, del Biota y rememora su infancia y su juventud transcurridas en una barriada casi rural de la antigua zona oeste de la ciudad de São Paulo, la región aledaña al río Pinheiros antes de que se construyera la avenida homónima. También recuerda los constantes viajes en coche a la costa norte paulista y otros lugares de Brasil junto a su padre, el botánico Aylthon Brandão Joly (1924-1975), quien era profesor de la Universidad de São Paulo (USP). El botánico tiene dos nietos y dos hijas de su primer matrimonio, una geógrafa y la otra periodista. Esta última está por inaugurar próximamente una tienda de venta de plantas. “El vínculo de la familia con la botánica y el medio ambiente continuará al menos durante otra generación”, comenta.
Especialidad
Ecofisiología vegetal y conservación de la biodiversidad
Institución
Universidad de Campinas (Unicamp)
Estudios
Título de grado en biología otorgado por la Universidad de São Paulo (1976), maestría en biología vegetal por la Unicamp (1979) y doctorado en ecofisiología vegetal por la Universidad de St. Andrews, Escocia (1982)
Producción
129 artículos científicos, 15 libros publicados u organizados
¿Cómo evalúa la situación de la biodiversidad en el estado de São Paulo y en el país en relación con la época en que se creó el Biota?
El año pasado, con motivo de la celebración de los 20 años del Biota, organizamos varias reuniones para tratar diversos temas. En términos de biodiversidad, hemos llegado a la conclusión de que el estado de São Paulo está peor que hace 20 años. Está más degradado, pero también concluimos que estaría mucho peor si no existiera el Biota. Seguimos teniendo graves problemas de fragmentación excesiva de las áreas de vegetación nativa. Son pocos los fragmentos del Cerrado [la sabana tropical brasileña], por ejemplo, que tienen el tamaño suficiente como para mantener poblaciones de mamíferos, tales como el aguará guazú o el oso hormiguero. El estado está perdiendo la capacidad de conservar a esos animales. Todavía tenemos buenos remanentes de Bosque Atlántico, pero muchas zonas exhiben deficiencias de fauna. En estos sitios nunca se ha controlado cabalmente la caza. Varios estudios muestran que la ausencia de pequeños roedores, importantísimos para la dispersión de semillas, afecta a la dinámica de regeneración de la propia selva. En ciertos momentos hemos logrado algunos avances, pero actualmente esta preocupación no existe en la gobernación del estado. Hoy en día somos conscientes de que las agendas de la biodiversidad y del cambio climático son inseparables.
¿Podría brindar un ejemplo?
La recomposición de los montes podría compensar parte de las emisiones de CO2 [dióxido de carbono], el principal de los gases de efecto invernadero, que provoca el calentamiento global. El estado podría promover estas políticas con mayor intensidad. La implementación efectiva del código forestal obligaría a las propiedades rurales a mantener el 20 % de reserva legal y de las áreas de conservación permanente. Pero no se puede permitir el uso abusivo del mecanismo de compensación de las superficies deforestadas. Si el área de reserva legal deforestada se encuentra dentro de los límites del estado de São Paulo, en el bioma del Bosque Atlántico, no es correcto cumplir con la compensación ambiental mediante la restauración de un área en el estado de Piauí, aunque forme parte del mismo bioma. Esto puede ser bueno para Piauí, pero no para São Paulo. Seguimos teniendo poca vegetación. Es increíble, pero a muchos de los administradores públicos no les entra en la cabeza que las sequías cíclicas están relacionadas con la destrucción de la cobertura vegetal. Para ellos, la solución se plantea siempre como una obra de ingeniería: construir otra represa para que no falte agua en la ciudad. Pero bastaría con cumplir con el código forestal y restaurar la vegetación autóctona para que se reanude el ciclo hidrológico natural, con una mejor distribución de las lluvias en todo el estado. Necesitamos esos servicios ecosistémicos aquí. Algunos propietarios de tierras tendrían que ceder áreas hoy en día destinadas a la explotación agrícola para su restauración. Estos cambios estarían afectarían a algunos intereses económicos, pero se trata de un bien común mayor, para la totalidad de la población del estado.
¿Los estudios que ha elaborado el Biota no han tenido un gran impacto en las políticas públicas ambientales de los últimos años?
Como ya he dicho, la situación probablemente sería peor si no existiera el Biota, que ha tenido y aún tiene un gran impacto. Pero no hemos podido revertir el panorama general. Eso lo tenemos bien claro. Por otra parte, hemos formado a un ejército de investigadores, jóvenes doctores con esa idea de colaboración, para trabajar en grandes equipos multidisciplinarios de diferentes instituciones y con intereses diversos. Estos profesionales son los que van a marcar la diferencia en el futuro. En este aspecto, el Biota es todo un éxito.
¿El conocimiento sobre la biodiversidad no han cambiado de nivel en los últimos veinte años? ¿No se han registrado avances en este sector?
Hoy en día, sabemos dónde está y con qué contamos en términos de biodiversidad, pero el avance principal del conocimiento ha sido en cuanto al funcionamiento de los ecosistemas. Ahora tenemos la posibilidad de elaborar modelos y prever cuál será el impacto del cambio climático en el Bosque Atlántico, o del uso indiscriminado de los pesticidas sobre los polinizadores, por ejemplo.
¿Los legos y los productores rurales son receptivos a este tipo de estudios?
Cuando notan que los datos se basan en la realidad, los aceptan. Esto no es divagación ni romanticismo. Los ecosistemas son multifuncionales. Por ejemplo, cuando se conserva al menos una parte de la biodiversidad nativa, aumentan los niveles de polinización y esto es bueno para la productividad agrícola. Un cafetal próximo a un monte produce más que una finca aislada, rodeada solamente por cafetos. En el estado de São Paulo, el impacto económico no es tanto porque somos sumamente dependientes del cultivo de la caña de azúcar. Pero en las zonas donde se produce soja esto es mucho más evidente. En las áreas aledañas a los bosques preservados, las semillas de soja son más pesadas y es posible convertir menos áreas y producir más. Tenemos todo el estado mapeado en términos de disponibilidad de zonas donde mantener la reserva legal. Sabemos que en São Paulo no hay áreas suficientes de Cerrado como para hacer compensación ambiental. En este caso, nuestra recomendación es hacer esa compensación en estados limítrofes, como Minas Gerais, donde se encuentran las cabeceras de las cuencas hidrográficas de importancia para nuestro abastecimiento de agua. Estas políticas no tienen un costo muy elevado. Basta con restaurar y utilizar preferentemente las zonas periféricas, que generalmente son de baja productividad agrícola.
¿La coincidencia de la agenda de la biodiversidad y la del cambio climático no es beneficiosa para ambas?
Sí, generalmente lo es. Pero Itamaraty [el Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil/ ha mantenido históricamente una postura equivocada, no solo en el actual gobierno federal, sosteniendo que mezclar las dos agendas de manera oficial en los acuerdos internacionales es malo para Brasil a mediano y largo plazo. Ellos creen que el país puede enfrentarse a problemas comerciales si se acepta que el cambio climático tiene un gran impacto sobre la biodiversidad. Hay bastante convergencia, pero no todo es bueno tanto para la biodiversidad como para el cambio climático. Daré un ejemplo: en principio, plantar bosques es positivo para la biodiversidad y para combatir el cambio climático. La selva perenne extrae CO2 de la atmósfera. Pero no podemos plantar árboles en la Pampa, un bioma predominantemente herbáceo. Eso sería malísimo para la biodiversidad de ese ecosistema. Ahí no crecen árboles. Lo correcto es restaurar bosques donde había bosques. Hay varias decisiones de este tipo que son propicias para mitigar el cambio climático, pero son perjudiciales para la biodiversidad. Por eso, el análisis debe hacerse en forma conjunta.
¿Está de acuerdo con la impresión de que las repercusiones del trabajo de la IPBES parecen relativamente modestas si se las compara con las del IPCC?
Antes de la IPBES hubo otras iniciativas internacionales relacionadas con la biodiversidad, pero todas han quedado encerradas en la burocracia. La IPBES fue creada por más de 100 naciones en 2012, es decir, somos más jóvenes y menos conocidos que el IPCC, que fue fundado en 1988. Nuestro primer informe sobre la biodiversidad fue publicado en mayo de 2019. En comparación con el IPCC, estamos más atrasados. Pero quisiera destacar que la comunidad científica brasileña ha tenido una participación muy activa en la IPBES. Somos el único país con representantes en todos los grupos de trabajo e informes de diagnóstico de la organización. En la elaboración del último diagnóstico sobre la biodiversidad del continente americano participaron alrededor de 25 científicos brasileños, casi la cuarta parte del total. El primer informe global fue coordinado, entre otros, por un brasileño, Eduardo S. Brondizio, actualmente en la Universidad de Indiana, en Estados Unidos. Una de las coordinadoras del informe sobre América fue Cristina S. Seixas, de la Unicamp, y miembro de la comunidad de investigadores del Biota. Lo mismo ha sucedido con el informe sobre la polinización, que tuvo a Vera Imperatriz Fonseca, del Instituto de Biociencias de la USP como una de las coordinadoras. Hemos tenido una amplia participación. Por eso convocamos a los científicos brasileños con esta experiencia de trabajo en la elaboración de diagnósticos internacionales y creamos la Plataforma Brasileña de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (BPBES).
Muchos administradores públicos no conciben que las sequías cíclicas estén asociadas a la destrucción de la cobertura forestal
¿Qué ha hecho la BPBES?
En 2019, elaboramos el primer diagnóstico nacional sobre la biodiversidad y los servicios ecosistémicos. También hemos producido informes temáticos, centrados en la restauración de la selva, la polinización y el agua. Ahora estamos desarrollando un informe sobre agricultura, biodiversidad y servicios ecosistémicos, otro sobre la región costera y marina, la interfaz entre la tierra y el mar, y un tercero sobre las especies invasoras. Estos tres nuevos informes están en marcha y saldrán en 2023, o a más tardar en 2024. El propósito de los mismos, y de los respectivos Sumarios para los Responsables de la Toma de Decisiones, es mejorar las políticas públicas de conservación, recuperación y uso sostenible de la biodiversidad y de los servicios ecosistémicos, con base en los mejores conocimientos disponibles, tanto los de carácter científico como los relacionados con el saber de las comunidades indígenas y tradicionales.
Hoy en día se dice que el futuro de algunas regiones de Brasil, sobre todo de la Amazonia, depende del desarrollo de la bioeconomía, la riqueza derivada de la biodiversidad. ¿Cuál es su opinión sobre este tema?
Uno de los problemas es que existen varios conceptos y definiciones de bioeconomía. Hay mucha confusión en este campo. Sabemos que la selva amazónica en pie vale mucho más que la talada y transformada. Pero lo complicado es saber cómo transformar este valor potencial en una mejora económica y de las condiciones de vida de las poblaciones amazónicas. Esta gente posee una cultura específica y tienen el derecho a una asistencia sanitaria y a un sistema educativo que realmente funcionen, más allá de poder tener acceso a todos los bienes de consumo que deseen. Cuando nosotros, desde el campo de la biodiversidad, pensamos en la bioeconomía, reivindicamos el pago por servicios ambientales como forma de hacerla viable. Actualmente se está llevando a cabo un gran experimento en el municipio de Extrema, en el límite con São Paulo, en el cual se paga a los propietarios de las tierras para que protejan los recursos hídricos. Hay otro proyecto similar en desarrollo en Vale do Paraíba, que cuenta con el apoyo de la FAPESP. Esta es una forma de valorar la selva. Lo que no puede ocurrir es que alguien, generalmente de afuera, adquiera sencillamente y por un monto irrisorio los productos no madereros de la selva y se crea que eso es la bioeconomía.
¿Podría destacar alguna buena iniciativa de la llamada bioeconomía?
En la Amazonia hay un ejemplo fantástico: el Instituto de Desarrollo Sostenible Mamirauá, en el estado de Amazonas. Este proyecto comenzó con el desarrollo del manejo de pescado, particularmente del pirarucú [también llamado paiche o arapaima (Arapaima gigas)], pero hoy en día es mucho más que eso. Para limitar la explotación de este pez, se necesita complementar los ingresos de los pobladores de otras maneras, con productos diversificados, como las artesanías. Entonces surge una pregunta: ¿podemos extrapolar este abordaje a otras regiones de la Amazonia? Ahí radica nuestro problema principal. Estas experiencias, que han funcionado en un ámbito determinado, no son reproducibles a escalas mayores. Nos devanamos los sesos para buscar la forma de que ese enfoque funcione a otras escalas. La empresa de cosméticos Natura posee un buen sistema de utilización de frutos, raíces y hojas para esa área de la industria, cuya recolección la administran las comunidades locales. Es algo que ha llevado mucho tiempo conseguir, porque fue necesario planificar las actividades para que las comunidades tuvieran recursos durante todo el año. El castaño, por ejemplo, fructifica en un determinado período. Hay que pensar en los ingresos de la población que vive de la explotación de la castaña de monte durante el resto del año. Por eso es importante establecer un acuerdo para trabajar con distintos productos y garantizarles los ingresos durante los 12 meses del año. Me preocupa cuando escucho decir que la bioeconomía va a solucionar los problemas de la Amazonia. No podemos dejar que se repita lo que ocurre con el asaí, que ya está siendo explotado en exceso en ciertas regiones de la Amazonia. Es un producto excelente, que genera ingresos a las poblaciones locales. Pero necesitamos más estudios sobre su explotación y, tal vez, mejorar la cadena productiva, disminuir la injerencia de los intermediarios y crear cooperativas y asociaciones locales.
El principal avance en el conocimiento que ha generado el Biota consisten en saber cómo funcionan nuestros ecosistemas
¿Cómo afectó la pandemia a los proyectos del Biota y a las investigaciones sobre la biodiversidad?
Los proyectos que dependen de las actividades de campo, de la colecta de especies, tuvieron que suspender sus actividades. Las propias unidades de conservación quedaron cerradas por disposición de la gobernación del estado y ahora están reabriendo. Creo que van a poder reanudarse algunas de las actividades de campo, pero obviamente ha habido un perjuicio. Para quienes trabajan con los ciclos de la naturaleza y emplean análisis que dependen de las visitas periódicas se están realizando adaptaciones en los protocolos de investigación. La pandemia también ha perjudicado a quienes trabajan con colecciones y en los laboratorios, porque el acceso a estos lugares se ha vuelto muy restringido. Todavía no hemos elaborado un análisis completo acerca del impacto, pero la coordinación del Biota está procurando realizar una evaluación de la situación.
¿El Biota tiene proyectos que estudian el tema de la biodiversidad y la emergencia de nuevas enfermedades procedentes de especies silvestres, como parece ser el caso del covid-19?
La pandemia apunta nuevas fronteras, que el programa ha explorado muy poco. En ocasiones hemos intentado trabajar en la interfaz entre salud y biodiversidad, pero este abordaje nunca funcionó realmente. Tenemos investigadores estudiando el paludismo, la fiebre amarilla y los vectores de enfermedades y es necesario mejorar estas colaboraciones. Pero en el Biota no tenemos, por ejemplo, ningún proyecto que esté trabajando en el estudio de los virus de una manera general, con o sin impacto sobre la salud humana. En nuestras últimas discusiones hemos charlado sobre este tema con la coordinadora de un proyecto internacional para el estudio y el mapeo de la distribución de los virus. Querríamos que hubiera científicos del Biota implicados en este tipo de investigaciones. Debemos estudiar la conexión potencial de los virus y otros patógenos con las áreas verdes urbanas, para anticiparnos al eventual surgimiento de problemas sanitarios.
Quisiera retroceder un poco y preguntarle sobre los comienzos de su carrera. ¿Cómo fue que llegó a interesarse por la biología?
Indudablemente, mi padre fue una gran influencia, no solo por su carrera, sino también porque viajábamos mucho en automóvil y siempre me explicaba la importancia y las diferencias entre un monte, un manglar o una vegetación de dunas. No se limitaba a ser un biólogo cuando enseñaba en la facultad, también lo era cuando nos enseñaba sobre la naturaleza. Tuve la oportunidad de viajar con él al nordeste brasileño en autobús, y fui aprendiendo a lo largo de todo el viaje. En ese entonces, mi padre tenía un gran temor a viajar en avión. Por eso viajaba regularmente en ómnibus o en coche a los congresos nacionales de botánica, que se realizaban cada vez en una ciudad diferente. Cuando cumplí 15 años, me dio como regalo el derecho a acompañarlo al congreso que se celebró en João Pessoa. Fuimos y volvimos en autobús, en compañía de dos alumnos suyos. También influyó mucho mi profesor de biología, Albrecht Tabor, del Colégio Visconde de Porto Seguro [una escuela privada de la ciudad de São Paulo], donde cursé el bachillerato, hoy equivalente a la enseñanza media. Él era un apasionado de la biología, como mi padre. Sus clases eran fantásticas y, en las vacaciones, viajaba a lugares que en ese entonces eran totalmente exóticos, tales como Australia y Sudáfrica. Cuando volvíamos de las vacaciones, siempre ofrecía una o dos charlas donde hablaba de sus viajes, de las plantas y animales que había visto.
¿Cómo fue crecer a orillas del río Pinheiros antes que existiera la avenida ribereña?
Vivía en el límite de la ciudad, prácticamente en la zona rural. La leche la traía un lechero que venía en un carro tirado por caballos. La calle Hungría, donde vivíamos, tenía básicamente dos cuadras pavimentadas, el resto era de tierra. En frente había una franja de bosque, y después estaban las vías del tren y el río Pinheiros. Al otro lado del río se divisaba el muro del Jockey Club. Mi familia fue espectadora de todo el desarrollo de esa zona hasta que la calle Hungría se convirtió en el carril local de la avenida Marginal Pinheiros. Desde niño me interesaba mucho coleccionar animales. Tuve colecciones de arañas y escorpiones, en gran parte capturados cerca de mi casa, y más adelante de mariposas, la mayoría de la costa norte de São Paulo. Desde pequeño, pasaba las vacaciones en Ilhabela, donde mi abuelo tenía una casa. Cuando cumplí 8 años, mis padres edificaron una casa en la playa de Lázaro, en Ubatuba. Aparte de las vacaciones, solíamos ir a Ubatuba cada 15 días. Mis mejores amigos vivían allí. Salía con ellos a recorrer senderos, a bucear, hacíamos caza submarina, jugábamos al fútbol y capturábamos mariposas. Me gustaba identificar los huevos o las orugas en sus fases tempranas. Me las llevaba para criarlas en mi casa y, así, tenía mariposas recién nacidas, con las alas perfectas, sin descamaciones, para sumar a mi colección. Junto a mi padre, aprendí a recolectar los insectos, a sacrificarlos y a prepararlos para formar parte de una colección. Posteriormente doné ese material al Museo de la Diversidad Biológica de la Unicamp.
Cuando ingresó a la carrera de biología en la USP, tuvo a su padre como docente ¿Qué tal fue ese período?
Fui parte del último curso en el que dio clases mi padre. Él falleció cuando yo estaba en segundo año de la facultad. Fue un período muy complicado. Mi papá se enteró que tenía cáncer en abril de 1975 y falleció en agosto, poco antes de cumplir 51 años. En los dos primeros años de la carrera, fui miembro de la conducción del centro de estudiantes y mi padre era el vicedirector del Instituto de Biociencias. Cada tanto surgían conflictos inevitables entre quien estaba intentando administrar una unidad de enseñanza e investigación y mi grupo, que agitaba, interrumpía las clases, distribuía panfletos. Pero en general, la convivencia fue muy buena. Mi padre estaba de acuerdo con nuestras ideas, pese a que, obviamente, a menudo no apoyaba nuestra manera de actuar. Después de su fallecimiento, empecé a concentrarme más en los estudios. Quería recibirme rápido y conseguir trabajo. Mi forma de pensar y de ver el mundo cambió bastante. Me organicé para cursar en el horario nocturno y ponerme al día con algunas materias que había perdido. Finalmente, pude graduarme en cuatro años, a pesar de los percances vividos al comienzo de la carrera.
¿Por qué dejó la USP y se fue a hacer una maestría en la Unicamp?
Tras la muerte de mi padre, hubo bastantes cambios en mi entorno académico. Algunas personas me decepcionaron mucho. Aparentemente eran muy amigos de mi padre, pero después de su muerte se alejaron por completo. El profesor Eurico Cabral de Oliveira Filho fue una excepción: había sido alumno de mi padre y continuó siendo amigo de la familia. En ese ambiente, pensé que era mejor ir a perfeccionarme en la Unicamp, donde todavía no existía la carrera de posgrado en botánica. Fui espectador de los comienzos de la construcción de la Unicamp porque a mi padre lo habían invitado para organizar el Departamento de Botánica. El Instituto de Biología de la universidad apenas era una sala, donde hoy en día se encuentra el edificio del Consejo Administrativo. A través de mi papá, trabé contacto con los docentes de la Unicamp. En un momento dado mantuve una conversación con el profesor Gil Martins Felippe, quien era del campo de la fisiología vegetal, sobre la posibilidad de hacer mi perfeccionamiento con él, que aceptó dirigirme. Entonces definimos un proyecto y lo presentamos a la FAPESP. En el segundo semestre de 1976, el Instituto de Biología resolvió crear la carrera de posgrado en biología vegetal. Como ya contaba con un proyecto aprobado por la FAPESP, introduje algunas modificaciones en la propuesta y ese pasó a ser mi proyecto de maestría. Al cabo de dos años, completé mi tesina sobre la germinación de especies en el Cerrado. En agosto de 1978 fui contratado por el Departamento de Botánica del IB/Unicamp. Defendí la maestría en junio de 1979 y, en septiembre, partí para hacer el doctorado en la Universidad de St. Andrews, en Escocia. En octubre de 1982 regresé a mi departamento ya como doctor.
¿Qué fue a estudiar allá?
Estudié los mecanismos de adaptación de algunos árboles brasileños a los períodos de creciente de los ríos, cuando se producen inundaciones y hay una saturación hídrica del suelo. Durante las etapas de crecida, en el suelo no hay oxígeno para que las raíces respiren. Las especies que ocupan estos ambientes presentan adaptaciones específicas para sobrevivir en tales condiciones.
Pero, ¿cómo se estudian los árboles tropicales en el clima frío de Escocia?
No fue nada fácil. Cultivaba mis plantines y hacía los experimentos en el invernadero tropical del Jardín Botánico de St. Andrews, que posiblemente era el único sitio con temperaturas superiores a los 20 ºC del invierno escocés.