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ECOLOGÍA 

Con selva, pero sin fauna

La reducción de las poblaciones de animales constituye un problema tan serio como el desmonte

Los anfibios, tales como la rana arborícola Phasmahyla cochranae, son muy sensibles a las alteraciones ambientales

Célio Haddad/ UnespLos anfibios, tales como la rana arborícola Phasmahyla cochranae, son muy sensibles a las alteraciones ambientalesCélio Haddad/ Unesp

La divulgación anual de las cifras del desmonte resulta crucial para estipular la amenaza que se cierne sobre esos ecosistemas, pero esboza un retrato incompleto de esa coyuntura. Incluso en las áreas sin desmonte, la defaunación ‒tal como se conoce a la disminución acentuada de las poblaciones de animales‒ avanza a paso firme, lo cual representa un problema tan importante y difícil de controlar como la tala, según un artículo publicado en julio de este año en la revista Science.

El trabajo, coordinado por el mexicano Rodolfo Dirzo, de la Universidad Stanford, en Estados Unidos, cuenta entre sus coautores con Mauro Galetti, del Departamento de Ecología de la Universidade Estadual Paulista (Unesp) de Rio Claro, colaborador de larga data del equipo estadounidense. La revisión en la revista Science refuerza lo que Galetti y sus colegas en Brasil vienen demostrando en los últimos años, especialmente en el caso del bosque atlántico: el creciente empobrecimiento faunístico de los ecosistemas. “Se trata de áreas que no han sufrido desmonte pero se encuentran vacías de animales, inicialmente a causa de la presión provocada por la caza, que sigue siendo algo muy frecuente, pero también debido a una serie de otros factores, entre los que se cuentan la extracción del palmito dulce o jussara (Euterpe edulis), una importante fuente de alimento para la fauna”, afirma Galetti. El grupo liderado por Dirzo calcula que, a nivel global, las especies de vertebrados han perdido, en promedio, algo menos de un tercio de su población desde los años 1970 hasta la actualidad. Algunos vertebrados se ven afectados en forma más severa, a más del 40% de las especies de anfibios, por ejemplo, se las considera amenazadas, frente al 17% de las aves.

Es natural que el declive de los vertebrados sea registrado en forma más asidua tanto por los científicos como por el público en general. Esto ocurre porque son, por empezar, mucho más visibles que la mayoría de los invertebrados, y muchos pertenecen a especies a las que se considera emblemáticas, protagonistas de campañas conservacionistas que terminan por tornarse conocidas. El estudio publicado en la Science, sin embargo, registró también datos disponibles sobre invertebrados, arribando a la conclusión de que la situación de ellos probablemente también inspira preocupación.

Alrededor de dos tercios de los invertebrados monitoreados perdieron en promedio un 45% de su población. “Lo cierto es que necesitamos más datos, pero no creo que esas cifras estén sobreestimadas”, dice Galetti. “Lo que sucede es que esos declives se refieren, por lo general, a invertebrados que suelen ser abundantes y por eso, eran objeto de estudio en los trabajos de campo. El panorama tal vez sea peor si tenemos en cuenta las especies naturalmente más raras”.

Como el mayor herbívoro del bosque atlántico, el tapir es un agente importante para la dispersión de semillas

Fábio Colombini Como el mayor herbívoro del bosque atlántico, el tapir es un agente importante para la dispersión de semillasFábio Colombini

El efecto dominó
Más allá de las consecuencias más obvias de la escasez de animales, como el riesgo de extinción, la defaunación resulta preocupante, pues podría desencadenar una serie de efectos dominó ecológicos: la pérdida de especies clave tiende a afectar a otras diversas especies animales y vegetales, con repercusiones que podrían comprometer tanto el funcionamiento normal de un ecosistema como los servicios ambientales que el mismo proporciona a los seres humanos, tal como la fertilidad del suelo o la abundancia de agua potable.

Este efecto es más obvio en el caso de los predadores ubicados en el tope de la cadena alimentaria, tales como el jaguar. Su presencia impide que predadores menores presionen sobre los demás, dando como resultado una diversidad mayor de esos “súbditos” de los felinos.

Los herbívoros de grande y mediano porte, a su vez, son los principales responsables por la dispersión de las semillas de los frutos grandes (los tapires cumplen esa función de manera ejemplar), además de intervenir también como “arquitectos”, abriendo claros y aplastando plantas jóvenes. Incluso la abundancia de anfibios depende, en cierta medida, del chapoteo en las orillas de los cursos de agua de los grandes herbívoros, puesto que ese proceso abre depresiones donde las ranas y sapos pueden cobijarse.

Para cualquier tipo de fauna, no obstante, la situación en el bosque atlántico no parece ser muy propicia. En un trabajo publicado en julio del año pasado en la revista Biological Conservation, Galetti y otros colegas elaboraron un mapa de la situación de cuatro especies icónicas del bioma: el mayor predador (el yaguareté), el mayor herbívoro (el tapir), el mayor devorador de semillas (el pecarí) y el mayor dispersor arbóreo de semillas (el muriquí o mono araña lanudo, el mayor mono americano). Al analizar los datos de casi 100 lugares diferentes, arribaron a la conclusión de que en el 88% de los remanentes de la selva no queda ningún representante de esas especies, y en el 96% de los casos, al menos una de ellas se encuentra ausente. Lo peor es que, de acuerdo con el grupo de la Unesp, menos de un 20% de los fragmentos remanentes de bosque serían adecuados para albergar a ese cuarteto de especies clave.

El contexto no mejora demasiado cuando se analiza un abanico más amplio de especies de mediano y gran tamaño. En un estudio publicado en 2012 en PLOS ONE, en el cual participaron Gustavo Canale, de la Universidad del Estado de Mato Grosso (Unemat), y Carlos Peres, de la Universidad de East Anglia (Reino Unido), el equipo analizó la presencia de 18 especies de mamíferos (entre las cuales se incluyen, además de las citadas anteriormente, los osos hormigueros, armadillos y monos aulladores, entre otros) en casi 200 fragmentos de bosque atlántico, distribuidos por tres estados (Minas Gerais, Bahía y Sergipe). El resultado: sólo cuatro de las 18 especies, por término pedio, aún se encuentran presentes en fragmentos de hasta 5 mil hectáreas. E incluso en segmentos de bosque con un área mayor, sólo se puede hallar a siete especies viviendo juntas.

Los grandes monos, como es el caso de los aulladores, han desaparecido de algunos lugares debido a la caza excesiva

Raimundo Paccó/ FolhapressLos grandes monos, como es el caso de los aulladores, han desaparecido de algunos lugares debido a la caza excesivaRaimundo Paccó/ Folhapress

En los pocos lugares en donde esos animales aún subsisten, el temor de los biólogos radica en que machos y hembras afrontarían dificultades para hallar pareja. La reducción de la población también elevaría el riesgo de cruzamiento entre parientes próximos, generando crías con problemas congénitos o dificultades para sobrellevar las enfermedades. Los datos disponibles al respecto de los jaguares en el bioma sugieren un escenario de ese tipo, dice el genetista Eduardo Eizirik, de la Pontificia Universidad Católica de Rio Grande do Sul. “La reducción de la diversidad es evidente, y los fragmentos también se van diferenciando entre sí, probablemente como resultado de la intensa deriva genética [pérdida aleatoria de variación]”, sostiene (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 215).

Pequeñas pero profundas alteraciones
En el caso de los vertebrados menores y de los invertebrados, los daños ecológicos por la pérdida de fauna son evidentes. Un ejemplo es el rol de los insectos como polinizadores, en particular, las muchas especies de abejas, donde no es casual que la disminución de las colmenas en todo el mundo hayan sido fuente preocupación para los agricultores.

En el caso de los anfibios, muy vulnerables a los cambios ambientales, existen registros de descensos poblacionales dramáticos en regiones tales como los Andes y en América Central. En esos casos, existen dos factores que podrían estar propiciando una sinergia perversa: los cambios climáticos, que elevan la temperatura de los ambientes frescos y húmedos preferidos por los anfibios, y el hongo Batrachochytrium dendrobatidis, que prolifera en tales condiciones y puede conducir a muchas de esas especies a su extinción.

Buena parte de la diversidad remanente de los anfibios del bosque atlántico se concentra en áreas montañosas y relativamente más frías, donde el B. dendrobatidis fue identificado durante la década pasada, algo que produjo temor entre los expertos ante una repetición del escenario de los Andes. No obstante, por ahora la situación  se revela como algo más complejo, dice la zoóloga Vanessa Kruth Verdade, de la Universidad Federal del ABC.

“Los resultados indican que cada especie responde de un modo distinto ante las alteraciones climáticas. Además, se descubrió que el linaje del hongo en Brasil es antiguo, anterior a la disminución poblacional, lo cual plantea el debate sobre su importancia como causante de los declives en el territorio nacional”, explica. Si bien hay datos sobre pérdidas de población de diversas especies de anfibios en el país, la dimensión real del problema y la comprensión de sus causas aún constituye un desafío debido a la carencia de datos históricos al respecto de dichas poblaciones y al conocimiento de su variación natural, sostiene Verdade. De todos modos, lo que queda claro es que la defaunación acaba apuntalando el círculo vicioso de empobrecimiento de la selva. “Ella retroalimenta en forma negativa al sistema por medio del debilitamiento de la vegetación arbórea, como consecuencia del desequilibrio de las comunidades ecológicas”, dice.

Un ejemplo rotundo de dicho fenómeno lo provee un grupo inusitado de invertebrados, popularmente conocidos con el nombre de escarabajos peloteros. Ellos se alimentan de excrementos y emplean las heces producidas por los grandes mamíferos para construir sus nidos. En otra investigación publicada en la revista  Biological Conservation, en 2013, Galetti y sus colegas revelaron que, en áreas defaunadas del bosque atlántico, surgen cambios que afectan a los escarabajos coprófagos: la diversidad de especies de etsos insectos disminuye, así como su tamaño, mientras que el número absoluto de individuos se eleva. No se trata de una mera curiosidad, puesto que tales alteraciones podrían tener un impacto considerable en el modo en que la materia orgánica es reciclada en el suelo del bosque y, por ende, incidiría en el crecimiento de las plantas y en una serie de otros parámetros.

Reconstruyendo comunidades
Según Galetti, esos resultados ponen de manifiesto que es necesario repensar las acciones de recuperación ambiental. “Hoy en día, existen muchos proyectos con miras a la creación de corredores ecológicos, mediante la plantación de árboles, pero la reconstitución de la fauna resulta imprescindible, si bien mucho más difícil”, explica.

El primero y más obvio paso radica en hacer respetar las leyes que prohíben la caza, subraya, aunque quizá sea igualmente importante considerar la reintroducción de animales teniendo en cuenta el papel ecológico de cada uno de ellos en el bioma. “Los proyectos se piensan en términos de amenaza para una especie en particular. No obstante, dependiendo de cada coyuntura, tal vez otra especie fuese igual de interesante. Queda claro que resulta importante recuperar la población del tití leoncito dorado; pero, en algunos casos, a lo mejor la reintroducción de otro frugívoro surte el mismo efecto”, compara. En otras palabras, ¿serían necesarios  “paquetes ecológicos”, que incluyeran algún herbívoro de gran porte, otro de tamaño mediano, predadores pequeños y grandes, por ejemplo? “En efecto, pero ese proceso debería realizarse paso a paso ‒los herbívoros primero, por ejemplo‒, luego los carnívoros. Lo que tendremos que hacer es un lento proceso de reconstitución faunística”.

Proyecto
Efectos de un gradiente de defaunación entre los herbívoros, depredación y dispersión de semillas: una perspectiva para el bosque atlántico (nº 2007/ 03392-6); Investigador responsable Mauro Galetti (Unesp); Modalidad Proyecto Temático; Inversión R$ 692.437,03 (FAPESP).

Artículos científicos
DIRZO, R. et al. Defaunation in the anthropocene. Science. v. 345, n. 6195, p. 401-06, 25 jul. 2014.
CULOT, L. et al. Selective defaunation affects dung beetle communities in continuous Atlantic rainforest. Biological Conservation. v. 163, p. 79-89. jul. 2013.
JORGE, M. L. S. P. et al. Mammal defaunation as surrogate of trophic cascades in a biodiversity hotspot. Biological Conservation. v. 163, p. 49-57. jul. 2013.
CANALE, G. et al. Pervasive defaunation of forest remnants in a tropical biodiversity hotspot. PLOS ONE, v. 7, n. 8, e41671. 14 ago. 2012.

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