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Entrevista

Cristiana Simão Seixas: Cómo medir el valor de la naturaleza

La bióloga que coordinó el diagnóstico sobre la biodiversidad en el continente americano expone estrategias tendientes a reducir la velocidad de la pérdida

La experiencia en interacciones entre conservación y desarrollo calificó a la bióloga para coordinar trabajo de expertos

Eduardo Cesar

A finales de marzo, investigadores y autoridades de 129 países participaron en Medellín, Colombia, en la 6ª Plenaria de la Plataforma Intergubernamental de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES), un panel vinculado a las Naciones Unidas que apunta a organizar el conocimiento científico y otras formas de conocimiento sobre la biodiversidad y los beneficios que ésta proporciona a la vida humana en el planeta. Los informes sobre la degradación y la restauración de áreas y la situación de la biodiversidad en cuatro regiones se aprobaron en el plenario. La organización de las informaciones contó con la colaboración directa de 25 investigadores brasileños, que en julio divulgarán otro diagnóstico, en ese caso específico sobre la situación del país, y coordinado por los biólogos Carlos Joly, de la Universidad de Campinas (Unicamp), y Fábio Scarano, de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ).

La bióloga Cristiana Simão Seixas, de 47 años, tuvo un rol destacado en ese grupo. Fue una de las coordinadoras del Diagnóstico de las Américas del IPBES, un documento que mapeó la velocidad de la pérdida de la biodiversidad en el continente y sus impactos sobre la calidad de vida humana, y sugirió estrategias tendientes a frenar el proceso. Simão Seixas es investigadora del Núcleo de Estudios e Investigaciones Ambientales (Nepam) de la Unicamp, y ha venido trabajando durante los últimos años con un tema de investigación que se ubica en el centro de las preocupaciones de la plataforma: las interacciones entre la conservación de la biodiversidad y desarrollo económico y social. Criada en la zona rural del interior paulista, la bióloga se interesa por el tema desde que escogió su carrera en biología y su maestría en ecología, realizadas en la Unicamp, y pasó a desarrollarlo durante su doctorado en Gestión Ambiental y de Recursos Naturales en la Universidad de Manitoba, en Canadá, concluido en 2002. En la siguiente entrevista, expone las conclusiones del diagnóstico, explica la importancia de los conocimientos tradicionales y muestra por qué hay que contabilizar también los valores inmateriales de la biodiversidad.

¿Qué se evaluó en el diagnóstico de las Américas?
El enfoque del diagnóstico no consistió simplemente en mostrar que estamos perdiendo biodiversidad. Eso todo el mundo ya lo sabe. El objetivo fue apuntar la velocidad de ese proceso y cómo la contribución de la biodiversidad y de los servicios ecosistémicos a la calidad de vida de las personas viene cambiando. A partir de eso, planteamos escenarios y opciones de políticas tendientes a tratar de frenar la pérdida.

¿Cuál es su dimensión?
Los datos muestran que el 95% de las praderas en América del Norte ya se han convertido en áreas dominadas por la acción humana. Lo propio vale para el 88% del Bosque Atlántico, el 70% de los pastizales del Río de la Plata, incluyendo las Pampas, el 50% del Cerrado, el 17% de la selva amazónica y así sucesivamente. En algunas regiones, la biodiversidad disminuye muy rápidamente. Sin embargo, América posee el 40% de la llamada biocapacidad global, que es la posibilidad de proveer servicios y beneficios para la humanidad. Esto se mide según el potencial ecológico de los ecosistemas del continente, por la contribución de tecnologías y por la capacidad de absorber los desechos de la producción económica. El continente americano tiene el 13% de la población del mundo y el 40% de la capacidad global de producir servicios para la humanidad. Al mismo tiempo, tenemos el 22,8% de la huella ecológica del mundo, lo que es evidentemente desproporcionado. La huella ecológica es el impacto que la producción económica y el desarrollo de los países causa a los ecosistemas. Ella continúa creciendo en América del Sur, en el Caribe, en Centroamérica. Pero en Estados Unidos y Canadá, aunque sean responsables de dos tercios de la huella ecológica del continente, la tendencia apunta una disminución. Ésta es la buena noticia: es posible frenar ese proceso.

No hay una parte del mundo que no haya sido tocada por la acción humana. Esto no existe ni en polo Norte

¿Cómo hacerlo?
El diagnóstico muestra aquí y allá iniciativas que están logrando frenar en algunas áreas. Es necesario aprender de los ejemplos que están funcionando. Hay un crecimiento económico desordenado, expansión de la producción agropecuaria, de la minería y de la contaminación, además del cambio climático. Pero también hay iniciativas, aún a pequeña escala, de agricultura sostenible, prácticas sostenibles de manejo de agua, de bosques, de la pesca, de la caza, etc. En ese sentido, tenemos mucho que aprender con las poblaciones tradicionales e indígenas. El diagnóstico apunta que América es una región no sólo altamente biodiversa, sino también culturalmente diversa.

¿A qué se debe la caída en la huella ecológica de América del Norte?
No se puede decir exactamente, pero hay cambios en el comportamiento humano y en el patrón de consumo. La agricultura orgánica crece, tenemos agrobosques, menor uso de insecticidas y legislaciones que controlan residuos industriales.

¿Y en América del Sur? ¿Cuál es el potencial para reducir?
El aumento de nuestra huella ecológica tiene que ver con muchas personas saliendo de la línea de pobreza y consumiendo más. Esto tiene el lado bueno, que es la cuestión socioeconómica. Hay un dato importante que analizar: el de la reserva ecológica de cada país, que es la biocapacidad menos la huella ecológica. En Estados Unidos, el balance es negativo. En Brasil es bastante positivo y el potencial para promover un desarrollo sostenible es grande.

¿Cómo andan juntas la diversidad cultural y la biológica?
La propuesta del IPBES consiste en proporcionar el mejor conocimiento disponible para la toma de decisiones. Esto depende de la ciencia y del conocimiento de las comunidades indígenas o tradicionales. Las poblaciones que viven en un ecosistema entienden cómo funciona.  Hay un sistema de valores y de conocimiento acoplado al sistema biofísico. Estas poblaciones pueden enseñar a conducir ecosistemas de manera sostenible, sacando el máximo provecho de él, sin destruirlo.

¿Cómo es posible incorporar este tipo de conocimiento al diagnóstico?
Incorporamos estos ejemplos en la forma de estudios de caso. Por definición, ese conocimiento es local. Hemos hecho un esfuerzo para recoger trabajos etnográficos, antropológicos y etnobiológicos, que muestran, por ejemplo, de qué manera las poblaciones indígenas vienen manejando la caza de forma sostenible por siglos. En los estudios, también se mostró que las poblaciones indígenas en el alto río Negro crearon nuevas variedades de yuca, por medio de manejo y cruzamientos.

¿Hay otros destacados?
No hay uno que sea más representativo. Son casos únicos y cada uno tiene sus particularidades. El manejo de la yuca en el río Negro, en la Amazonia brasileña, es un ejemplo. Hay informes, ahora comprobados con imágenes de satélite, que mucho de lo que creíamos que eran bosques intactos en la Amazonia son en realidad áreas manejadas y diseñadas por las poblaciones que vivieron allí en otras épocas, que explotaron, por ejemplo, los castaños de monte. El hombre maneja esos ambientes hace miles de años. No hay una parte del mundo que no haya sido intocada por la acción humana. Esto no existe ni en Polo Norte.

¿Cómo fue reunir a investigadores de áreas diferentes para producir el diagnóstico?
Es necesario entender cómo funciona el IPBES. En cada diagnóstico, se abre una convocatoria a investigadores y personas interesadas. El 80% de los participantes deben ser designados por gobiernos −en el caso de Brasil, por el ministerio de Relaciones Exteriores− y el 20% por la sociedad civil y el sector privado. Entonces, el IPBES lleva a cabo la selección final. Aunque la propuesta es que exista una paridad entre investigadores de ciencias humanas y ciencias naturales, eso no fue posible. Las indicaciones eran predominantemente del área biológica. De este modo, la gran mayoría fue de biólogos, ecolólogos, agrónomos, científicos del clima y hubo pocos economistas, sociólogos y antropólogos. También se buscó reunir a personas representativas de los diversos biomas y subregiones de las Américas. Sin embargo, no había expertos en el Ártico. La solución fue invitar a 50 autores contribuyentes, expertos que ayudan a escribir algunos párrafos sobre un tema determinado.

¿Cómo conciliar la preservación de la biodiversidad con el desarrollo?
El diagnóstico deja claro que las áreas protegidas son muy importantes para la conservación, pero insuficientes. Y que estrategias de restauración son igualmente importantes para las áreas degradadas, pero no deben ser la política principal. Necesitamos pensar en cómo manejar de forma más sostenible las áreas que ya estamos explorando. ¿Es posible? Creo que sí. Hay que tener fuerza política y lidiar con innumerables intereses, pero el diagnóstico presenta varias posibilidades. En el caso de la agricultura, hay conocimiento sobre cómo aumentar la productividad en un área sin tener mucho impacto. Otro punto: es necesario generar más energía, ya que la población está creciendo. ¿Cuáles serían las opciones? Tal vez sea necesario construir hidroeléctricas, sí. No debe vérselas siempre como villanas. Pero se deben hacer hidroeléctricas en áreas donde haya una caída de agua grande y con poco impacto. Siempre hay opciones y, entre ellas, una combinación que genera menos pérdidas. Es necesario poner las diferentes opciones y las pérdidas y ganancias en el papel, pero no vale contabilizar sólo el valor económico. Cuando una población indígena es desplazada de su área, no sólo perdió el sostén de la familia. Va a perder su cultura y conocimiento desarrollados localmente. Muchas poblaciones desplazadas acaban desapareciendo. Las Américas concentran el 15% de las lenguas del mundo y casi dos tercios de ellas están bajo amenaza o en peligro de extinción. Hay mucha cultura desplazada por la construcción de represas, la explotación de minerales y los conflictos de tierras.

¿Cómo cambiar los comportamientos?
No se va lejos sin promover una mayor concientización. Si se le pregunta a una persona cuánto de su bienestar viene de la naturaleza, probablemente mencionará la alimentación. En realidad, es la comida, el agua, la ropa que viste, el aire que respira. El bienestar de caminar en una plaza, en un parque, en un bosque, todo viene de la naturaleza. Con la vida en las ciudades, la gente ha ido perdiendo esa percepción. Además, sus opciones de consumo generan impactos sobre la naturaleza sin darse cuenta de ello. La cuestión no es dejar de consumir, sino hacer un consumo consciente. ¿Cuál es el alimento que voy a comprar? ¿Conozco el impacto que tuvo sobre la naturaleza? ¿Voy a comprar cualquier madera para construir mi casa o sólo madera certificada? Estas opciones pueden ayudar a minimizar el impacto. Otro enfoque consiste en crear políticas que organicen mejor el paisaje. Las plantas se dispersan, por ejemplo, por el viento o con la ayuda de los pájaros. Necesitamos pensar en corredores ecológicos para la fauna y la flora, en incentivar a tener más polinizadores para aumentar la producción de cultivos agrícolas. Uno de los diagnósticos aprobados anteriormente por el IPBES abordó la polinización. Basado en él, Francia creó una política tendiente a poner plantas silvestres al borde de las carreteras, porque atraen a los insectos polinizadores y eso ayuda a aumentar la productividad de la agricultura.

¿El peso del agronegocio en la economía brasileña obstaculiza esas estrategias?
Soy hija de un productor rural y no veo las divergencias entre el agronegocio y los ambientalistas como irreconciliables. En el diagnóstico brasileño, fuimos a conversar con el sector productivo, con indígenas, con organizaciones no gubernamentales. Hay mucha gente en el agronegocio que tiene conciencia ambiental y está produciendo de modo más sostenible. Hay muchos villanos también. El país necesita invertir en movilización de conocimiento. Ya generamos mucho conocimiento y ahora tenemos que llevarlo a los tomadores de decisiones y a los foros de debate. ¿Cómo se lo lleva al agricultor familiar y a las grandes empresas agropecuarias o las mineras? Un tomador de decisiones a menudo no se da cuenta de que el bienestar de él y de sus electores está conectado a la naturaleza.

¿Por qué no se considera que sea una prioridad la restauración de áreas degradadas?
Si la restauración fuera la solución, podríamos deforestar todo para restaurar más tarde. El perjuicio de ello sería enorme. La restauración es necesaria para áreas ya degradadas. Pero cuando restauramos, no es posible recuperar el 100% de los servicios y de los beneficios que la naturaleza provee ni la biodiversidad que existía antes. Es posible restaurar la parte arbórea de un monte degradado. En cuanto a la fauna, tanto la de los microorganismos del suelo como la de los pájaros y mamíferos, es otra conversación. Tampoco se puede restaurar una parte inmaterial de la degradación. Con mi familia podemos tener una relación con un árbol porque lo plantó mi bisabuelo. Si alguien tala el árbol, se puede incluso plantar otro en el lugar, pero el valor relacional nunca será el mismo.

¿Qué dice el diagnóstico sobre la competencia entre bioenergía y alimentos por el uso de la tierra?
Fue un tema inconcluso. Tanto la expansión de la caña de azúcar como la de la producción de alimentos pueden generar perjuicios si no se hacen de forma sostenible. El punto es que siempre hay ganancias y pérdidas, y no sólo para una región determinada, sino también para lugares distantes donde ese producto será llevado. Es necesario tomar todo esto en cuenta. En la cuestión del agua es lo mismo. Se gasta mucha agua para producir alimento. La tensión es entre la seguridad hídrica y la seguridad alimentaria. El agua no tuvo valor económico en las tomas de decisiones durante siglos. Sólo hace poco, en una situación de escasez, se empezó a valorar el agua.

¿Qué lagunas se quedaron en el diagnóstico?
Se ha descubierto mucho en términos de biodiversidad y de funcionamiento de los ecosistemas. Los bancos de datos disponibles sobre datos socioeconómicos se basan en países, en divisiones geopolíticas, mientras que la información sobre biodiversidad se refiere generalmente al bioma. Otra cuestión reside en que muchos estudios se realizan localmente, y sabemos muy poco sobre cómo sus conclusiones pueden ser generalizadas. También tenemos dificultades para correlacionar los beneficios de la naturaleza con la calidad de vida, incluyendo sus valores económicos e inmateriales.

¿Es trabajo para qué rama de investigación?
Es un reto para los economistas, los antropólogos y los sociólogos. Piense en las áreas verdes urbanas, en lo mucho que tener contacto con la naturaleza acerca a las personas y hace con que se sociabilicen. Esto aporta bienestar. Pero ¿cómo se mide eso? Otra cuestión reside en comprender mejor la relación entre vectores indirectos del cambio de la biodiversidad, como el crecimiento poblacional, el desarrollo insostenible, la falta de gobernanza efectiva, la desigualdad, con los vectores directos, como la deforestación, el cambio climático, la fragmentación de hábitat, la sobreexplotación de los recursos. Podemos hacer políticas para frenar la deforestación, pero primero necesitamos entender las causas. En el fondo, ese proceso se acelera porque hay cada vez más gente en el mundo. Las Américas tienen mil millones de habitantes y se espera que llegue a los 1.200 millones en 2050 y que el PIB del continente se duplique en el mismo período. ¿Cuál será el impacto ambiental de eso si no optamos por un estándar de vida más sostenible en términos de producción y consumo? Tal opción exige un cambio conductual en todos los niveles: del individuo a las grandes corporaciones, pasando, por supuesto, por las instituciones gubernamentales.

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