La distribución de castaños de monte en la región amazónica es motivo de una controversia que se extiende desde hace ya varias décadas. Como el fruto que contiene la semilla es duro y de difícil dispersión, los expertos no entendían exactamente cómo es que existen castañares –áreas densamente ocupadas por árboles de la especie Bertholletia excelsa– por toda la Amazonia. Uno de los argumentos más antiguos infería que roedores tales como el agutí y aves, como por ejemplo el guacamayo, eran responsables de la diseminación de la semilla. Pero ahora, dos trabajos recientes sostienen otra tesis: gran parte de los árboles de castanha-do-pará, conocida también como nuez de Brasil o nuez amazónica, habrían sido cultivados y cuidados por los indígenas antes de la ocupación europea del continente. El primer estudio se basó en las actividades humanas en la selva; el segundo, en análisis genéticos e incluso lingüísticos sobre los idiomas indígenas.
Ricardo Scoles, de la Universidad Federal del Oeste de Pará, y Rogério Gribel, del Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonia (Inpa), llevaron a cabo uno de los trabajos. Ellos partieron del supuesto de que la intensidad de las actividades de los antiguos pobladores de la región en los castañares de monte dejó una “firma” en la población de árboles que puede identificarse. Y comparan a los castañares de monte de la región del río Trombetas con los de las cercanías del río Madeira. La primer área se hallaba bastante ocupada por indígenas antes del descubrimiento del país, pero más tarde, en el siglo XVI, su población disminuyó drásticamente. En tanto, la segunda región mantuvo la ocupación humana incluso después de la colonización portuguesa.
Las diferencias halladas fueron significativas. Mientras que los viejos castañares de monte contenían mayor cantidad de árboles antiguos y menos semillas disponibles para nuevas germinaciones, aquéllos que contaron con la constante presencia de seres humanos eran, en general, más jóvenes y productivos.
“Los datos sostienen la idea de que los castañares de monte, incluso aquéllos a los que se considera selva primitiva [primaria] y ‘autóctona’, son el resultado de influjos antropogénicos”, escribieron los investigadores en un artículo publicado en la revista Human Ecology. “Creemos que la concentración de castañares de monte en la Amazonia se explica debido al manejo tradicional del paisaje amazónico, especialmente durante el período precolonial”, afirma Scoles. “A modo de ejemplo, las estimaciones de edad promedio de los árboles de nueces amazónicas a partir de los anillos de crecimiento en muchos ejemplares de la región del río Trombetas coinciden con la época de disminución de las poblaciones humanas nativas en la Amazonia”.
Los árboles que originaron la castaña de Brasil a menudo cuentan con 400 años de edad, y existen relatos de ejemplares que superan el milenio de vida. La primera sugerencia de que los castañares de monte hayan sido creados y mantenidos por los antiguos pueblos amazónicos provino del botánico y etnólogo ítalo-brasileño Adolpho Ducke (1876-1959), en 1946. Otros también se inclinaron por defender o rechazar esta tesis durante las últimas décadas.
Los frutos del castaño de monte, que contienen las codiciadas semillas, al ser difíciles de abrir, no parecen contar con un mecanismo sencillo de dispersión. Librados a sus propios medios, los mismos tendrían dificultades incluso para esparcirse por un área pequeña, y ni hablar por toda la selva. El primero en describir este fenómeno fue el suizo Jacques Huber, en 1910. Otro estudioso del tema es el paraense Carlos Peres, de la Universidad de East Anglia, en el Reino Unido. Biólogo ambiental de renombre, Peres reforzó esta idea en 1997, señalando que el agutí, un roedor común en la selva amazónica, con sus dientes afilados, podría proporcionar el empujón que el castaño de monte necesita para multiplicarse.
Peres observó el comportamiento de esos animales y notó que lograban abrir el fruto y apoderarse de las semillas. Una de cada cuatro semillas eran consumidas en el mismo sitio, pero a la mayor parte de las restantes, los agutíes las enterraban para consumirlas posteriormente. Se presume que no todas las semillas enterradas serían recogidas más tarde, y así tenían la posibilidad de germinar y originar un nuevo árbol. Para Peres, esta demostración era suficiente para explicar el origen de los castañares de monte.
Sin embargo, aún permanecía en pie un interrogante: ¿cómo la especie logró diseminarse por tantas regiones de la selva en forma tan significativa? Para algunos investigadores, los mecanismos naturales no son suficientes, y solamente el influjo de las poblaciones humanas explicaría el fenómeno. Para dar mayor asidero a esta hipótesis, Glenn Shepard Jr., del Museo Paraense Emilio Goeldi (MPEG), y Henri Ramirez, de la Universidad Federal de Rondônia (Ufro), realizaron un estudio multidisciplinario que deja pocas dudas y en el cual contaron con la colaboración de Rogério Gribel, del Inpa. Recabaron evidencias que van desde la biología, con análisis genéticos de las poblaciones de castañares de monte, hasta lingüísticas, correlacionando diversos idiomas indígenas para descifrar la importancia histórica de la nuez de Brasil entre las poblaciones de la región.
Daniel das NevesUna de las revelaciones más importantes proviene del análisis del ADN, realizado por Rogério Gribel y Maristerra Lemes, del Inpa, y otros colaboradores. Al comparar las poblaciones de árboles de todas las áreas de la Amazonia, se evidenció que existe gran homogeneidad, es decir, escasas diferencias genéticas entre sitio y sitio. Esto indica que la difusión geográfica de la castaña amazónica ocurrió rápidamente y en una época relativamente reciente, lo cual torna más complicado imaginar un mecanismo natural para la dispersión.
“Los agutíes pueden explicar la distribución espacial concentrada de los ejemplares de castaño de monte dentro de los castañares”, dice Scoles. “Lo que resulta imposible de comprender es cómo esos roedores, sin ayuda humana, puedan haber cimentado la distribución panamazónica de la Bertholletia excelsa. La dispersión provocada por el agutí es altamente ineficiente y de corta distancia. Además, ¿cómo podrían esos roedores atravesar los grandes ríos con semillas en su boca?”
Otros animales que también consumen nueces amazónicas, tales como los guacamayos, podrían colaborar con esa dispersión de media distancia, algo en lo que Scoles no cree. “Generalmente, los guacamayos afectan la producción de frutos porque los comen antes de estar maduros”, comenta. Incluso así, más allá de que el fenómeno no haya sido suficientemente documentado, esto parece más complicado de imaginar que el hecho de que para los indígenas del pasado pueda haber sido interesante consumir y plantar castaños de Brasil. “Para nosotros, es más sencillo explicar la distribución en gran escala debido a la dispersión humana voluntaria y/o involuntaria en tiempos remotos”, concluye Scoles.
Una comparación realizada por Shepard y Ramirez entre la distribución geográfica de los castaños de monte y sapucaias, reveló que el área de distribución de la sapucaia contiene varias especies geográficamente distintas, lo que indica una historia evolutiva más profunda y un proceso de dispersión más extenso. “En tanto, la castaña de monte presenta una única especie en toda la Amazonia, lo que señala una historia más reciente”, dice Shepard. La sapucaia es parecida a la castaña de Pará, pero tiene frutos que facilitan la dispersión de las semillas.
Asimismo, mientras que las poblaciones de sapucaias muestran pequeñas variaciones genéticas a lo largo de decenas de kilómetros, los castaños de monte no presentan ninguna variación en miles de kilómetros por toda la Amazonia. Esto condujo a los investigadores a pensar que existen varios mecanismos diferentes que actúan para formar ambas poblaciones de árboles.
Lingüística
Uno de los aspectos más interesantes del estudio de Shepard y Ramirez reside en el uso de comparaciones lingüísticas para intentar detectar la relevancia de ciertos elementos en la cultura de los pueblos del pasado. Los propios autores son cautelosos en el análisis de esta información, aunque aun así presentan datos interesantes. Comparando los términos utilizados por las tres mayores familias de idiomas amazónicos en los sitios donde existen castañares de monte, denominados Arawak, Carib y Tupí, los investigadores pudieron notar que, en forma general, puede identificarse un origen común para una palabra que designe a la nuez amazónica en las dos primeras, aunque no en la tercera. A los hablantes de idiomas de la familia Tupí, lo más frecuente es oírlos refiriéndose a la semilla mediante una palabra “prestada” de otra lengua.
Correlacionando estos datos lingüísticos, Shepard y Ramirez consideran que la nuez de Brasil se convirtió en un elemento importante para la cultura indígena, fundamentalmente durante el primer milenio d.C., coincidiendo con la adopción de una agricultura intensiva y un estilo de vida más sedentario por parte de las poblaciones autóctonas.
Sobre el origen de la Bertholletia, el análisis lingüístico parece corroborar los estudios genéticos que sugieren que el árbol surgió en la región norte o central de la Amazonia, para después difundirse (o ser cultivado) en el oeste y en el sur. Esto ayudaría a explicar por qué no existe una palabra específica para ella en las raíces del Tupí, ya que esa rama lingüística parece haber surgido en el sur de la selva, donde actualmente se encuentra el estado de Rondônia. Esto también puede brindar alguna explicación al hecho de que los sitios arqueológicos rondonienses con 4 mil años de edad, aunque estén situados en lugares donde hoy existen importantes castañares de monte, no presenten ninguna señal del consumo antiguo de sus semillas.
Pese a las evidencias, ninguno de los defensores de la hipótesis antropogénica de los castañares de monte afirma que el debate se encuentre superado. Shepard hace la salvedad que, “la confirmación definitiva serían evidencias arqueológicas y arqueobotánicas que revelen, por ejemplo, la aparición de restos de castaña de monte en sitios arqueológicos a partir de una determinada fecha”.
“El arqueólogo rondoniense Eurico Miller me dijo que le parecía raro no encontrar restos de nuez amazónica en sitios arquelógicos antiguos en Rondônia, donde actualmente hay bastantes árboles en el área”, comenta Shepard. “Habría que confirmar esa observación personal de Miller con evidencias más concretas e intentar determinar la fecha en que la nuez ‘aparece’ en los restos arqueobotánicos en Rondônia y otras regiones”.
De acuerdo con Ricardo Scoles, dos líneas de investigación también pueden poner fin al gran enigma. La primera sería un esfuerzo por correlacionar los datos de la distribución geográfica del castaño de monte con la presencia de sitios arqueológicos y la denominada “tierra negra del aborigen”, un indicio de la agricultura de esos pueblos nativos en tiempos remotos. La idea consiste en demostrar que donde había ocupación antigua también ocurría el surgimiento de castañares de monte.
Otra confirmación puede provenir de estudios genéticos de las variedades de la especie, que permitan determinar en forma más precisa cómo y cuándo ocurrió la diseminación de la Bertholletia por el territorio amazónico. Según Scoles, ambas líneas de investigación ya están siendo conducidas por investigadores del Inpa. “Creo que las mismas aportarán resultados concluyentes en relación con el carácter antropogénico de los castañares de monte”. Pero, por ahora, el dilema sigue vigente.
Artículos científicos
SCOLES, R. y GRIBEL, R. Population structure of Brazil Nut (Bertholletia excels, Lecythidaceae) stands in two areas with different occupation histories in the Brazilian Amazon. Human Ecology. v. 39, p. 455-64. 2011.
SHEPARD JR., G.H. e RAMIREZ, H. “Made in Brazil”: human dispersal of the Brazil Nut (Bertholletia excels, Lecythidaceae) in Ancient Amazonia. Economic Botany. v. 65 (1), p. 44-65. 2011.