UNIVERSIDADE DE INDIANAEl Comité Nobel descubrió a las mujeres en 2009. Cuatro investigadoras ganaron en las categorías científicas del premio, con relieve para la pionera conquista de la cientista política Elinor Ostrom, de la Universidad de Indiana, en el Premio de Economía, hasta entonces otorgado solamente a hombres. La israelí Ada Yonath fue la tercera mujer en ganar el Premio de Química desde que Marie Curie abrió la lista femenina de galardonados en la categoría en 1911. Elizabeth Blackburn y Carol Greider fueron las primeras mujeres que dividieron un Premio de Medicina o Fisiología. Con la laureada en Literatura, la rumana Herta Müller, la cantidad de mujeres ganadoras del Nobel subió de 36 a 41 en 2009, un salto del 14% en el total. Tal contingente está todavía a años luz de los 761 hombres laureados desde que se instituyó el premio en 1901, y computándose el total de premiados en 2009, ellas están en minoría (fueron distinguidos ocho varones). Pero el movimiento cobró fuerza como para replantear el debate sobre el reconocimiento de la contribución femenina en la ciencia.
Elinor Ostrom, 76 años, recordó el descrédito que enfrentó en los años 1960, cuando decidió seguir la carrera académica. No era posible que una mujer recibiera un título de doctora en 1965. El consejo que me dieron cuando me matriculé en el posgrado fue éste: Bueno, pero usted tiene un trabajo. ¿Para qué quiere hacer un doctorado? Usted puede conseguir un trabajo en cualquier lugar en vez de dar clases. Y tiene un empleo mejor, dijo Elinor, que estudia de qué manera ciertos grupos de personas logran explotar los recursos naturales en forma sostenible, incluso sin regulación. Ella recordó que, en aquella época, estaba muy entusiasmada y decidió seguir adelante debido a un genuino interés académico, no para conseguir trabajo. Menos mal que la Universidad de Indiana me contrató para dar clases los martes, jueves y sábados a las siete y media de la mañana. ¿Eso no existe más, no es cierto? Entramos en una nueva era, reconocemos que las mujeres tienen habilidad para hacer un buen trabajo científico. Es un honor ser la primera mujer que gana el Nobel de Economía. Y no seré la última, afirmó.
La bióloga molecular Carol Greider, de 48 años, de la Universidad Johns Hopkins, protagonizó una rara escena para un anuncio de distinción. Laureada junto a Elizabeth Blackburn por las investigaciones relacionadas a los telómeros, estructuras que mantienen la estabilidad estructural de los cromosomas, Carol concedió la tradicional rueda de prensa en compañía de dos hijos, un chico de 13 años y una nena de 9, en una imagen que encarnó la posibilidad de ser madre y científica de primera línea al mismo tiempo. Más tarde contaría que estaba lavando ropa en casa cuando le informaron acerca del premio. No suelo encargarme de la ropa a la mañana temprano, pero ya estaba despierta y tenía toda aquella ropa esperándome, dijo. Hija de investigadores, Blackbum explicó por qué el estudio de los telómeros reunió a tantas mujeres científicas. No hay nada en este tema que atraiga a las mujeres. Pero existe el llamado efecto del fundador, dijo, en referencia a las oportunidades que Joseph Gall, pionero en el tema, les dio a las mujeres investigadoras en su laboratorio. Esas mujeres fueron a trabajar en otros lugares del país y capacitaron a otras mujeres. Creo que existe una ligera disposición de las mujeres a trabajar con otras mujeres, porque existe una tendencia cultural de los varones a ayudar a otros hombres. No es que ellos estén por algún motivo en contra de las mujeres, es que sencillamente no piensan en ellas. Y a menudo se sienten más cómodos ayudando a sus colegas hombres.
Elizabeth Blackburn, de 61 años, australiana radicada en Estados Unidos, rememoró las dificultades que afrontó en 1985, cuando a los 37 años llegó al puesto de docente de la Universidad de California en Berkeley, EE.UU., y quedó embarazada. No calculaba que sería tan duro tener un hijo y hacer mi investigación, dijo. Mi conclusión actual es que existen algunos períodos de la vida en que no podemos dedicarnos un 100% al trabajo y no es necesario abandonar la carrera sólo porque momentáneamente una no puede dedicarse completamente. Es posible tener 20 ó 30 años de productividad en el lapso de varias décadas de actividad profesional, afirmó. La israelí Ada Yonath, de 60 años, premiada por sus trabajos pioneros sobre la estructura del ribosoma, fue la única que dejó de lado la cuestión de género al celebrar su conquista. Yo no voy al laboratorio a la mañana pensando: Soy una mujer y voy a hacer una investigación que va a conquistar el mundo. Soy antes que nada científica, independientemente del género. Solamente científica, afirmó.
Hace ya tiempo que la Real Academia Sueca, que concede los premios de Física, Química y Economía, venía siendo criticada por el dominio masculino en sus premios. Eso llama la atención en la época en que vivimos y con la importancia que le damos a la igualdad de géneros acá en Suecia, dijo Gunnar Oquist, secretario general de la academia, en entrevista concedida en 2005. Sucede que lleva su tiempo. El trabajo que recompensamos hoy se remonta a 20 años, afirmó.
INSTITUTE OF SCIENCEParentesco
Históricamente, la actividad científica ha sido masculina. La participación intensiva de las mujeres en la ciencia es un fenómeno reciente, iniciado en la segunda mitad del siglo pasado e impulsado por factores tales como la lucha por la igualdad de derechos entre los géneros y la necesidad de recursos humanos para actividades estratégicas. Anteriormente, el acceso por parte de las mujeres a la carrera científica era eventual y a menudo estaba vinculado a algún parentesco con hombres de ciencia. No se considera una coincidencia el hecho de que la primera mujer que conquistó un Nobel, la francesa de origen polaco Marie Curie, haya ganado el Premio de Física junto con su marido Pierre, en 1903, aunque ella también haya conquistado sola el Premio de Química en 1911. La hija de esta pareja, Irene Curie, también dividiría el Premio de Química en 1935 con su marido, Jean Frederic Joliot.
La integración de las mujeres a la carrera científica ha avanzado durante las últimas décadas, pero esto ha sido en forma desigual. Se concentró en determinadas áreas, tales como las ciencias biológicas y sociales, en detrimento de las llamadas ciencias duras, como la física, y las tecnológicas, como las ingenierías y la computación. Uno de los primeros estudios que analizaron este fenómeno fue publicado en 1965 por la estadounidense Alice Rossi, de la Universidad de Chicago, que discutía las razones por las cuales en Estados Unidos las mujeres representasen tan sólo el 1% del personal empleado en el campo de las ingenierías, mientras que llegaban al 27% en biología. La autora discutía los aspectos sociales y psicológicos vinculados a este fenómeno, tales como la prioridad del casamiento y la maternidad con relación a la carrera, la determinación cultural de actitudes tenidas como femeninas o masculinas y las diferencias entre varones y mujeres en comportamientos tales como la persistencia y el alejamiento de la convivencia social.
Pese a que la desigualdad ha venido disminuyendo desde la década de 1960, perduran cuestiones ligadas al desempeño profesional o al compromiso con la carrera, tenidos como inferiores a los de los hombres debido a la dedicación a la familia y sus efectos colaterales, tales como el escaso acceso a altos cargos académicos y la remuneración relativamente menor. Hace tres años, la discusión sobre las raíces de este fenómeno generó un gran cortocircuito en Harvard, una de las más importantes universidades del planeta. El entonces rector de la universidad, Lawrence Summers, perdió apoyo político y se vio obligado a renunciar al comando de la institución después de sugerir que la escasa participación de las mujeres en las ciencias y en la matemática se explica debido a una natural inaptitud femenina para dichos campos del conocimiento. Además de echarlo a Summers, la Harvard Corporation, que controla a la institución, creó dos fuerzas de tarea: una sobre Mujeres Docentes y otra sobre Mujeres en Ciencia e Ingeniería, con el objetivo de desarrollar propuestas tendientes a disminuir las barreras contra el avance de las mujeres en Harvard. Y eligió a una mujer para el puesto de Summers, a la historiadora Drew Gilpin Faust.
Carol Greider, Elizabeth Blackburn, Ada Yonath y Elinor Ostrom son mujeres que se destacaron en campos de la ciencia en los cuales Summers sugirió que ellas no logran equipararse a los hombres. Summers preguntó dónde estaban las mujeres cientistas. En el caso de las ganadoras del Nobel de 2009, estaban ocupadas haciendo investigación de alto nivel, dijo Sharon McGrayne, autora de un libro sobre las mujeres laureadas con el Nobel.
Si bien existe literatura científica que sugiere razones biológicas para distintos comportamientos de hombres y mujeres, en el campo de la ciencia las evidencias apuntan orígenes sociales y culturales para las diferencias de desempeño y de interés. Estereotipos como el de la aptitud masculina para las ciencias influyen sobre las mujeres en el momento de la elección profesional y las alejan de determinadas áreas.
Una investigación efectuada en 2009, que comparó la situación en 34 países, arribó a la conclusión de que en naciones en las cuales los estereotipos están más arraigados, los muchachos obtienen mejores resultados que las chicas en ciencias y matemática. Los estereotipos y el abismo entre los sexos en su capacidad de éxito en la ciencia se refuerzan mutuamente, dijo Brian Nosek, docente de psicología de la Universidad de Virginia, autor de dicho estudio, publicado en la revista de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos. Cuando las personas ven que los hombres trabajan más en los campos científicos, se desarrolla un prejuicio según el cual los hombres son más aptos para las ciencias, dice.
En el caso de la ciencia de la computación, que vio decrecer la participación femenina durante los últimos años, las hipótesis van desde el aumento de la competencia en el ambiente académico y profesional hasta el estereotipo de que se trata de una profesión que privilegia el aislamiento.
Otra investigación reciente apuntó a relevar las razones por las cuales los varones solicitan más patentes que las mujeres en Estados Unidos. Esta investigación, publicada en la revista Science, se realizó con un muestreo de 4.227 estadounidenses que obtuvieron sus títulos de doctor entre 1967 y 1995. Los datos muestran que el 5,65% de las 903 mujeres analizadas tenía alguna patente a su nombre. Entre los 3.324 varones, la tasa fue del 13%. Los autores hicieron entrevistas con grupos específicos para intentar entender ese desequilibrio. Conclusión: la brecha de género persiste debido a las escasas conexiones con el sector privado cultivadas por las mujeres, y por su visión tradicional sobre la carrera académica. Ellas no solamente se preocupan menos en patentar sino que también se dedican poco a otras actividades ligadas al emprendedorismo académico, tales como los servicios de consultoría para empresas. Pero esto no es una característica innata. Según los autores, las investigadoras más jóvenes sí exhiben la cultura masculina de expandir sus vinculaciones con empresas.
PRESS ILLUSTRATING SERVICE, NEW YORK CITY/WIKIMEDIA COMMONSFlexibilidad
La cuestión aparece de manera distinta en diferentes culturas. El rigor del ambiente académico en Japón traba la participación femenina. En 2004, las mujeres componían tan sólo el 11,1% de la fuerza de trabajo académica del país, la más baja participación entre los 30 países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Portugal tiene el índice más alto, del 40%. En Europa, pese a las políticas tendientes a dar oportunidades y de flexibilidad con las mujeres científicas, los resultados son tímidos. Estudios realizados en Francia y Alemania muestran que en el transcurso de las últimas dos décadas las mujeres han tenido mayor acceso a la carrera científica, pero siguen siendo minoría en los cargos de mayor prestigio, dice Jacqueline Leta, docente de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) y estudiosa de las cuestiones de género en la ciencia.
En Brasil la situación es menos dramática. El censo de grupos de investigación del país, dado a conocer en agosto por el CNPq, muestra que entre los investigadores registrados en 2008, el 49% correspondía a mujeres y el 51% a varones. Cuando se analiza el liderazgo de los grupos, la participación femenina cae al 45%. Pese a ello, las cifras indican una evolución de la presencia femenina en los laboratorios. En 1993, de cada 100 investigadores, tan sólo 39 eran mujeres.
En la opinión de la socióloga de la ciencia Léa Velho, profesora de la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp), los avances de Brasil en la cuestión de género en la ciencia, que se traducen en una mayor participación femenina en las universidades públicas que en países avanzados, tiene dos causas principales. Por un lado, tenemos una estructura social en que las mujeres de la clase media pueden contar con todo tipo de ayuda para las tareas del hogar y con el cuidado con los hijos. Son las mujeres de las clases bajas quienes hacen posible la carrera de las de clase media. Por otro, el acceso a la carrera mediante concursos públicos tiende a disminuir las parcialidades de los dictámenes, afirma.
Jacqueline Leta plantea la hipótesis de que las mujeres están ingresando en las universidades y predominando en ciertas carreras porque no son objeto de la presión para trabajar tempranamente. Para muchos varones, es inviable pasarse cuatro años haciendo una carrera de grado sin trabajar. Esa opción por el mercado puede abrir y cada vez más el espacio en las universidades para las mujeres, afirma. Según ella, eso no significa que las mujeres estén conquistando los mejores puestos. Un reciente estudio de su autoría analizó la situación de 1.946 docentes de la UFRJ. Y constató que, con excepción de las áreas de letras, artes y humanidades, el porcentaje de mujeres involucradas con la actividad de posgrado es siempre menor que la fracción femenina del total de docentes. Esto sugiere una tendencia a una división de trabajo en la cual les compete más a los varones la actividad de investigación, que es la de mayor prestigio y reconocimiento en la academia, en tanto que las mujeres tienden a trabajar con la enseñanza.
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