Según el informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), organismo de la Organización de las Naciones (ONU), dado a conocer en Ginebra, Suiza, el 8 de agosto, dos factores inciden sobre el uso de la tierra en el planeta. El primero es la población global en aumento, actualmente de alrededor de 7.700 millones de personas, que incrementa la demanda por alimentos y recursos naturales. El segundo lo constituyen los cambios climáticos, que generan nuevos desafíos en la difícil relación de la humanidad con el suelo del planeta. La actividad humana se traduce fundamentalmente en actividades agropecuarias, uso del suelo urbano y conservación de áreas naturales. Al optar, por ejemplo, por transformar un área de bosque nativo –que almacenó una cantidad considerable de carbono en su biomasa– en pasturas para la cría de ganado, se induce una gran emisión de gases de efecto invernadero. Las elecciones hechas por el hombre pueden minimizar o exacerbar los cambios climáticos, que a su vez, empujan a la sociedad a tomar nuevas decisiones acerca de cómo utilizar el suelo, en un proceso de retroalimentación permanente.
A diferencia de sus amplios y abarcadores informes generales sobre la situación del clima terrestre, de los cuales ya se elaboraron cinco ediciones (la sexta está en preparación, y su presentación está prevista para el comienzo de 2021), el nuevo documento del IPCC es un informe especial, que se ocupa de un tema más específico, en este caso, de las relaciones entre el uso de la tierra y los cambios climáticos, con énfasis en temas tales como desertificación, degradación del suelo, manejo sostenible de la tierra, seguridad alimentaria, producción de biocombustibles y flujos de los gases de efecto invernadero en ecosistemas terrestres. Este es el segundo informe especial, que fue redactado y editado por 107 autores de 52 países, incluyendo cuatro autores brasileños. El primero, divulgado en octubre de 2018, hablaba de los impactos climáticos debido al aumento de 1,5 ºC en la temperatura global en las próximas décadas. A causa de su encuadre, el nuevo documento no aborda la necesaria reducción de la quema de combustibles fósiles y se enfoca esencialmente en las relaciones del hombre con la superficie del planeta.
“La tierra desempeña una función importante en el sistema climático”, dijo el escocés Jim Skea, docente del Centro de Políticas Ambientales del Imperial College de Londres, en un comunicado en el marco del lanzamiento del informe. “La agricultura, la silvicultura y otros tipos de uso de la tierra representan el 23% de las emisiones humanas de gases con efecto invernadero. Simultáneamente, los procesos naturales de los ecosistemas terrestres absorben el dióxido de carbono (CO2) equivalente a casi un tercio de las emisiones de ese gas por la quema de los combustibles fósiles”. Skea es copresidente del Grupo de Trabajo III del IPCC, que estudia formas de mitigar los cambios climáticos reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero o extrayéndolos de la atmósfera.
Según el informe, las actividades que dependen del uso de la tierra fueron responsables de la emisión del 13% del CO2, del 44% del metano (CH4) y del 82% del óxido nitroso (NO2) producidos por el hombre entre 2007 y 2016. La mayor parte de las emisiones de CO2, el principal de los gases de efecto invernadero, proviene de actividades industriales y de transporte que implican la quema de combustibles fósiles.
Hay alrededor de 130 millones de kilómetros cuadrados (km2) de suelo que no está cubierto por el hielo en las áreas continentales, el 72% de la tierra firme del planeta. El hombre utiliza la mayor parte de ese suelo no congelado para producir alimentos, agua, energía, fibras para varias finalidades, madera y para tener acceso a una serie de servicios ambientales, aparte de mantener la biodiversidad. La ganadería, intensiva y extensiva, para la crianza de bovinos y otros animales ocupa el 21% del territorio global libre de hielo y la agricultura, con y sin riego, un 12%. Desde 1961 hasta 2016, el consumo de carne y de aceites vegetales creció más del doble y las emisiones de metano, que producen naturalmente el sistema digestivo del ganado y los cultivos de arroz, aumentaron un 70%. También se duplicaron las emisiones de óxido nitroso, derivadas del uso de fertilizantes nitrogenados.
Uno de los puntos del informe que generaron más repercusiones fue el énfasis que se le asignó a la adopción de dietas con menor impacto en el uso de la tierra y, por consiguiente, con menor repercusión climática en términos de emisiones de gases de efecto invernadero. “El informe no hace ninguna recomendación directa en cuanto a disminuir el consumo de carne”, comenta el físico Paulo Artaxo, de la Universidad de São Paulo (USP), uno de los brasileños que participaron en la confección del documento. “Menciona la adopción de dietas más sanas y sostenibles, que aportarían beneficios para la salud de la población y también para el medio ambiente”. La disminución del desperdicio de comida también es esencial. Actualmente, una tercera parte de los alimentos que se producen en el mundo se pierde o se utiliza mal.
Según la sudafricana Debra Roberts, jefa de la Sustainable and Resilient City Initiatives Unit en eThekwini, en Durban (Sudáfrica), y copresidenta del grupo de trabajo II del IPCC, algunas dietas requieren mayor cantidad de tierra y agua para su producción y terminan por ser fuente de mayores emisiones de gases de efecto invernadero. “Las dietas balanceadas con alimentos a base de alimentos de origen vegetal, tales como granos, leguminosas, frutas y vegetales de hoja, y alimentos de origen animal producidos en forma sostenible en sistemas con baja emisión de gases de efecto invernadero, ofrecen grandes oportunidades de adaptación y atenuación de los cambios climáticos”, dijo Roberts, en el marco de la presentación del informe.
El modo de abordar ese tema tan delicado en el informe final fue uno de los asuntos que debatieron los investigadores que intervinieron en la elaboración del documento. “Incluso discutimos aspectos éticos al respecto de qué tipo de dietas podría avalar el informe”, explica la oceanógrafa y climatóloga Regina Rodrigues, de la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC), quien participó en la producción del capítulo 7 del informe. Uno de los aspectos de interés consistía en no estigmatizar a las poblaciones de las áreas históricamente más pobres que recién en los últimos años comenzaron a incorporar dietas con más proteína animal, un tipo de alimento que las naciones más ricas consumen desde hace mucho más tiempo.
La producción agropecuaria y otros usos del suelo emiten un 13% del dióxido de carbono, un 44% del metano y un 82% de los óxidos nitrosos producidos por las actividades humanas
La polémica de la bioenergía
Otro tema que suscitó debates, especialmente durante el proceso final de redacción del resumen del informe para aquellos que son denominados los “tomadores de decisiones”, fue el de la bioenergía. El cultivo de plantas para la producción de alguna forma de energía, tal como lo hace Brasil con la caña de azúcar que se usa para la fabricación del etanol que reemplaza a una parte del combustible fósil, ¿resulta perjudicial para la producción de alimentos? ¿Esta práctica constituye un buen o un mal uso de la tierra en lo que respecta a la lucha o atenuación de los cambios climáticos? Según el informe, la respuesta es: depende. En algunos lugares y para ciertos cultivos, los resultados del empleo de la bioenergía pueden ser positivos. En otros, pueden poner en riesgo la seguridad alimentaria y la biodiversidad.
Para la bioquímica Glaucia Mendes Souza, del Instituto de Química (IQ) de la USP y miembro de la coordinación del Programa FAPESP de Investigaciones en Bioenergía (Bioen), el nuevo documento del IPCC ofrece un análisis ponderada sobre el tema, basado en la literatura científica, enumerando los pros y contras de la adopción de diferentes tipos de bioenergía. “Pero la versión del sumario que estaba lista para ser divulgada en Ginebra no reflejaba ese enfoque equilibrado”, comenta Souza. “Ahí se abordaban todas las formas de bioenergía como si fueran iguales, sin dejar en claro que, en Brasil, el cultivo de la caña de azúcar para la producción de etanol no compite con la producción de alimentos y es importante para la reducción de las emisiones por quema de combustibles fósiles en el sector del transporte. Según cómo se producen, muchas de las formas de bioenergía son sostenibles, incluso el etanol de maíz”.
Además, esa versión resumida tampoco diferenciaba la producción afianzada de bioenergía, una realidad en algunos países, del uso experimental de tecnologías (las denominadas Beccs) enfocadas en capturar y almacenar en el suelo el dióxido de carbono liberado por la quema o fermentación de biomasa. En teoría, los Beccs parecerían ser prometedores, pero la versión inicial del resumen planteaba que se necesitarían algunas centenas de millones de hectáreas de tierra en todo el mundo para que esas tecnologías surtieran algún impacto en el intento de frenar el calentamiento global hacia 2050, una enormidad de tierra, que podría utilizarse para producir alimentos.
Eduardo Cesar
El etanol producido en Brasil a partir de la caña de azúcar no afecta la producción de alimentos
Eduardo Cesar“Nada indica que la producción de etanol en Brasil necesite expandirse a ese ritmo para mantenerse competitiva”, sostiene el ingeniero agrónomo Luís Gustavo Barioni, de Embrapa Informática Agropecuaria, de Campinas, uno de los autores del capítulo sobre seguridad alimentaria y de un apartado sobre tierra y bioenergía del nuevo documento del IPCC. En la actualidad, la superficie plantada con caña en el país es de 10 millones de hectáreas, alrededor de la mitad para la producción de bioetanol y la otra mitad para la extracción de azúcar.
Para desarticular esa perspectiva generalista al respecto de la bioenergía que iba a divulgarse en el resumen para los tomadores de decisiones, los científicos brasileños intercambiaron informaciones en tiempo real, vía grupos de WhatsApp, con funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores (Itamaraty), que se encontraban en Brasilia y en Ginebra a comienzos del mes de agosto participando en el proceso final de redacción del resumen ejecutivo del informe. Esa estrategia pugnaba por suministrarle a la delegación de Itamaraty estudios científicos sobre la sostenibilidad de la producción de bioenergía en el país, algo que no pone en riesgo el área destinada al cultivo de alimentos.
Ese esfuerzo dio resultado y la sinopsis quedó más neutra, en consonancia con el tono del informe en relación al rol de los biocombustibles para mitigar los cambios climáticos. “Durante el último día de negociaciones, el congreso en Suiza demandó 30 horas para que lleguemos a un consenso”, relata Renato Domith Godinho, jefe de la División de Promoción de la Energía de Itamaraty. “Tanto Alemania como Suecia entendieron nuestra postura y nos avalaron en las discusiones”, comenta el meteorólogo Humberto Barbosa, de la Universidad Federal de Alagoas (Ufal), que fue el coordinador del capítulo sobre degradación de la tierra y también participó en la redacción final del sumario.
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