Tras pasar dos años estudiando en París, el médico Oswaldo Gonçalves Cruz (1872-1917) regresó a Brasil en 1899 y llevó una agenda apretada. En octubre de ese año fue convocado para ayudar a contener un brote de peste bubónica en Santos, en el litoral del estado de São Paulo. En 1900 comenzó a construir un instituto en la ciudad de Río de Janeiro que más tarde fue bautizado con su nombre y se convirtió en una de las principales instituciones de producción e investigación de vacunas de Brasil. Al frente del Departamento de Salud Pública, hizo frente a las epidemias de fiebre amarilla y viruela, adquiriendo prestigio a nivel nacional e internacional, hasta que su salud debilitada lo empujó a mudarse a Petrópolis, en la región serrana del estado de Río de Janeiro, donde fue alcalde durante unos meses (lea en Pesquisa FAPESP, ediciones nº 294 y 298).
Más allá de sus informes y artículos científicos, las ideas, la vida cotidiana y la trayectoria profesional de Oswaldo Cruz quedaron plasmadas en las 342 cartas que le escribió a su familia, 583 a instituciones públicas y otras 259 que intercambió con otros científicos entre octubre de 1899 y finales de 1916, cuando renunció a su cargo de alcalde de Petrópolis debido a su frágil estado de salud.
Una revisión de esas misivas, con motivo del sesquicentenario de su nacimiento, que se celebró en agosto, muestra no solo su preocupación por enviarle noticias a su familia, principalmente a su esposa, Emília da Fonseca Cruz (1873-1952), a quien en la intimidad llamaba Miloca o Miloquinha y le pedía consejo sobre las decisiones que debía tomar. Cuando estaban dirigidas a colegas médicos de la ciudad de Río de Janeiro, por entonces la capital del país, o de São Paulo, la correspondencia revela el esfuerzo puesto en el desarrollo de nuevas tecnologías para la producción de sueros y vacunas, entonces prioritarias para el país.
“La correspondencia personal proporciona pistas acerca de la red de interlocutores con quienes Oswaldo Cruz pergeñó el Instituto de Sueroterapia, cuya construcción inició en 1900, para ocuparse de la enseñanza, la investigación, la producción y, a partir de 1909, la asistencia médica, que siguen siendo sus pilares institucionales hasta el día de hoy”, comenta la historiadora Ana Luce Girão Soares de Lima, de la Casa de Oswaldo Cruz de la Fundación Oswaldo Cruz (COC-Fiocruz). “A los científicos de Francia y Alemania, con quienes también intercambiaba cartas, les decía que dirigía un área de investigación sobre las enfermedades tropicales, pero abría las puertas a las colaboraciones científicas, muchas de las cuales se concretaron”. Según la investigadora, sabía valorar lo que tenía, porque sus colegas europeos le pedían muestras de sangre de personas infectadas con paludismo o de los insectos transmisores.
“La divulgación de esta y otras correspondencias entre científicos podría ampliar el conocimiento sobre el quehacer científico en Brasil, sus prácticas, logros y vicisitudes”, comenta Marcos Antonio de Moraes, del Instituto de Estudios Brasileños de la Universidad de São Paulo (IEB-USP), autor de Orgulho de jamais aconselhar. A epistolografia de Mário de Andrade [Orgulloso de nunca aconsejar. La epistolografía de Mário de Andrade], (Edusp, 2007) y de una recopilación de títulos de ediciones de cartas referentes a Brasil, que actualmente cuenta con 331 obras (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 262). “La correspondencia tiene una dimensión personal, palpitante, que expresa afectos, amistades y rivalidades, pero también es un espejo de la memoria colectiva, pues refleja idearios, ideologías y la dimensión social y política de la vida cotidiana. Las cartas son actos de seducción afectiva o intelectual, a través de las cuales el remitente construye diversas figuraciones personales ante sus destinatarios”.
Las cartas intercambiadas por científicos pueden aportar detalles preciosos para entender la complejidad de los hechos científicos, sostienen las historiadoras de la ciencia Maria Margareth Lopes y Silvia Figueirôa, ambas de la Universidad de Campinas (Unicamp), en un artículo publicado en 2003 en la revista Anais do Museu Paulista. En ese trabajo analizaron la correspondencia entre el geólogo estadounidense Orville Derby (1851-1915) y el zoólogo Hermann von Ihering (1850-1930) durante la creación del Museo Paulista. “Al tratarse de testimonios que emergen de contextos particulares, estas cartas no deben tomarse como verdades incuestionables, sino que han de confrontarse con otras fuentes históricas, como los documentos oficiales y los registros de la prensa”, recomienda Moraes.
En 1900, apenas regresado de Santos, Cruz empezó a trabajar como director técnico en el Instituto de Sueroterapia, que después tomó su nombre y se transformó en una fundación. Al mismo tiempo, en São Paulo, el médico Vital Brazil Mineiro da Campanha (1865-1950), nacido en Minas Gerais, instalaba en lo que entonces era el Instituto Bacteriológico un laboratorio para la producción de suero contra la peste bubónica (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 300). Ambos intercambiaron cartas en las cuales describían las dificultades que enfrentaban.
En una epístola fechada el 10 de marzo de 1900, Vital Brazil relataba que la instalación de su laboratorio seguía “paralizada por la mala voluntad de los gobernantes: aparatos encajonados, material languideciendo y ¡un veterinario ganando sin hacer nada! Es muy triste ver cómo se tratan las cosas concernientes a la ciencia en nuestro país”. La construcción de los establos y el laboratorio estaba atrasada, pero los experimentos de inmunización de animales mediante cultivos muertos de la bacteria Yersinia pestis, causante de la peste bubónica, marchaban bien. Por último, le pedía un favor: “Oswaldo Cruz, ¿podría comprar y enviarme 40 o 50 cobayas [o conejillos de Indias, que entonces se usaban en lugar de los ratones actuales]? Son muy difíciles de hallar en São Paulo”.
A su vez, en noviembre de 1900, Oswaldo Cruz le comenta a Vital Brazil que podía describirle, si le interesaban, las modificaciones que había implementado en la producción de la vacuna contra la peste, con buenos resultados: “Hemos infectado con cultivos vivos a algunos caballos y hemos tenido la satisfacción de comprobar que el bacilo de la peste desaparece de la sangre de estos animales antes de transcurridas 24 horas”. A continuación, le agradecía el envío de un veneno –probablemente de serpientes– que Vital Brazil empezaba a estudiar, diciéndole que realizaría estudios químicos y le pedía un cultivo de Mycobacterium tuberculosis, causante de la tuberculosis en humanos.
A cargo de un laboratorio de virología en un instituto de Hamburgo, en Alemania, el patólogo Henrique da Rocha Lima (1879-1956), le escribió para avisarle sobre un congreso internacional de higiene que se iba a celebrar en Berlín en 1907 y en el cual, sugería, Oswaldo Cruz debería participar para exponer sobre su lucha exitosa contra la fiebre amarilla en Río de Janeiro. Como estaba ocupado con el instituto y la Dirección General de Salud Pública, Oswaldo Cruz le prestó poca atención, pero Rocha Lima insistió hasta que su propuesta fue aceptada.
Habiendo sido premiado con una medalla de oro en el congreso en Alemania, el médico brasileño adquirió gran notoriedad e inició un viaje de cuatro meses por el extranjero. Recaló en Londres, París, Nueva York, donde quedó deslumbrado con los rascacielos y los trenes subterráneos, y en Washington se entrevistó con el entonces presidente Theodore Roosevelt (1858-1919).
Las cartas describen el descubrimiento de la enfermedad de Chagas en 1909 por el médico Carlos Chagas (1879-1934) de Minas Gerais, y las expediciones al norte de Brasil encabezadas por dos médicos bahianos, Artur Neiva (1880-1943) y Belisário Pena (1836-1906). “En las primeras décadas del siglo XX, el concepto de salud era crucial para la construcción de la nacionalidad”, comenta Lima.
En su tesina de maestría defendida en 2017 en la Universidad Federal Fluminense (UFF), la archivóloga Camila Mattos da Costa analizó los códigos sociales y la influencia de los manuales de etiqueta de finales del siglo XIX y principios del XX a través de 21 cartas de amor que intercambiaron Oswaldo Cruz y Emília, y otras 31 entre el jurista Rui Barbosa (1849-1923) y su esposa, Maria Augusta Viana Bandeira (1855-1948). En papeles con dibujos de flores, los dos hombres expresaban su añoranza a sus respectivas esposas. “¡Miloca!” le escribió en una oportunidad Oswaldo Cruz a Emília, “esta es la palabra que me hace falta oír permanentemente”.
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