Léo RamosA Shimon bar Yochai, rabino y cabalista hebreo del siglo II d.C., le gustaba relatar la historia del barco abarrotado de hombres que navegaba plácidamente hasta que uno de ellos comenzó a perforar un agujero debajo. Al verlo, los demás protestaron: “¿Qué es lo que haces? ¡Deténte!” El hombre retrucó: “¿A ustedes qué les importa?” Estoy agujereando debajo de mi sitio”. Oyó entonces una lección: “Eres tonto. Claro que nos incumbe, ya que hundirás el barco y todos nos ahogaremos”. Para rematar la historia, el rabino predicaba: “Cada decisión y actitud que tomamos no nos afecta solamente a nosotros mismos, sino a toda la humanidad”. Afortunadamente, todavía hay quienes piensan como él. “Vivimos y construimos nuestro mundo con la sensación de que los recursos naturales son infinitos, pero debemos recordar que no es el planeta el que se encuentra amenazado, sino la vida humana en su hábitat. Queda por definir si comandaremos ese proceso o si estaremos obligados a actuar o perecer a merced de la furia de la naturaleza”, advierte el ambientalista Israel Klabin, presidente de la Fundación Brasileña para el Desarrollo Sostenible (FBDS), creada por él en 1992 al amparo de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y Desarrollo, la Río 92. Durante el presente mes, Klabin presenta A urgência do presente, con el subtítulo Biografía da crise ambiental, un libro donde rememora su trayecto de empresario a ambientalista y plantea un debate sobre la agenda del medio ambiente para el presente y el futuro. “Siempre me preocupó la cuestión ambiental”, asegura. Luego de estudiar ingeniería y realizar su máster en matemáticas y química, viajó a Francia, donde se doctoró en el Institut des Sciences Politiques, en París. Al regresar, trabajó en proyectos de desarrollo en la Comisión Mixta Brasil-Estados Unidos y contribuyó para la fundación de la Sudene (la Superintendencia para el Desarrollo del Nordeste) y el Instituto Superior de Estudios Brasileños (Iseb). A los 30 años, ante la muerte de su padre, asumió la dirección de la empresa familiar, Klabin Irmãos & Cia, productora de papel, celulosa, cerámicos, azulejos y sisal. “Ahí implementé toda la parte de la sostenibilidad”, recuerda. Permaneció como socio gerente de la empresa hasta 1988, cuando “dejó de ser empresario” para retornar al mundo académico como miembro del consejo de desarrollo de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro (PUC-Río) y del consejo internacional de la Universidad de Tel Aviv, en Israel. Entre 1979 y 1980, fue alcalde de Río de Janeiro. Actualmente, como director de la FBDS, es un respetado interlocutor en debates sobre el clima y medio ambiente, y hace de enlace entre la cúpula empresarial y el Estado, a quienes acicatea con determinación para que se coloque en el tapete la discusión acerca de las posibilidades del “desarrollo sostenible”.
Actualmente, la referencia al medio ambiente se ha convertido en un modismo, un concepto que abarca tanto investigaciones serias como ingenuidad e incluso oportunismo. ¿Cuál es su visión acerca del ecologismo?
El ecologismo constituye un concepto que se está consolidando, sustentado por una base multilateral y multidisciplinaria. Nominar todos esos movimientos, que pueden ser políticos, éticos o científicos, es lo menos importante. Lo fundamental es establecer las pautas que constituirán el modelo de vida futuro. El trabajo del ambientalista representa una visión de futuro. Hace 20 años, cuando comenzamos con la Fundación Brasileña para un Desarrollo Sostenible (FBDS), nadie tenía idea de qué se trataba ese desarrollo sostenible. Al cabo, constituye una contradicción, ya que el desarrollo presenta una dinámica, mientras que la sostenibilidad requiere de una postura más estática. Cómo construir un modelo que nos beneficie, que integre crecimiento económico, inclusión social y conciencia del límite del capital natural: todavía no resulta evidente en la práctica este trípode basal de la sostenibilidad, este triple bottom line. Durante todos estos años he visto empresas y gobiernos que se esfuerzan por comprender las prácticas que nos acercan al ideal de lo sostenible, aunque con acciones insuficientes. “Sostenible” aún resulta una cualidad abstracta. Yo mismo no dejo de repensar esta expresión, “desarrollo sostenible”, utilizada en exceso y frecuentemente mal empleada. Necesitamos pensar el diseño de un nuevo modelo económico que asegure la permanencia de los medios naturales, y poco o nada podrá hacerse si no entendemos que éstos son finitos. Del mismo modo, el concepto del exceso de emisiones por encima de la capacidad de absorción del planeta representa uno de los fundamentos críticos del ecologismo, un problema que ya comenzaba a cobrar relevancia allá por el final del siglo XIX, con la Revolución Industrial. Sabemos que para el 2050 seremos más de 9 mil millones de habitantes y recién entonces, se equilibrará el avance del impacto demográfico. Por consiguiente, el ecologismo representa la previsión de todos los modelos para enfrentar ese futuro. Es un pensamiento prospectivo que nos obliga a repensar la matriz energética, el concepto y los mecanismos utilizados actualmente para el desarrollo y el propio modelo de gobierno democrático, que se revela incapaz para establecer las acciones urgentes que la humanidad necesita.
¿Cómo ha evolucionado la agenda ambiental brasileña?
Lentamente, ya que durante un buen tiempo el país ignoró la relevancia de tal agenda, permitiendo los modelos anacrónicos de desarrollo, lo cual ayuda al empresariado a no sentirse responsable, continuando con esa “comodidad” que está dada por la escasez de políticas públicas en el área ambiental. En 1972, el gobierno brasileño llegó hasta el punto de declarar: “Que venga la polución. Las industrias contaminantes que deseen establecerse en Brasil serán bienvenidas”. Para 1992 eso ya no era posible y en 2012 sería inimaginable expresar algo semejante. Poco a poco estamos construyendo una consciencia colectiva de que atravesamos un momento crítico en cuanto al modelo económico y la matriz energética. Sobre todo en el sector económico privado, la conciencia acerca de la necesidad de avanzar en lo que se denomina una economía verde es cada vez mayor y no estoy hablando de “verdes idealistas”. Brasil supo apropiarse muy rápidamente de las evoluciones tecnológicas y conceptuales que surgen y alimentan el desarrollo económico, siguiendo el patrón de lo hecho por China con su asimilación de la modernidad. Entre 1992 y 2002, la evolución de las pautas negativas, es decir, el gran aumento de las emisiones y sus consecuencias en cuanto a los cambios climáticos, superó el esfuerzo en la búsqueda de soluciones, lo cual brinda una noción del escaso espacio ocupado por esos preceptos en el marco de la agenda nacional, aunque no se puede negar que se encuentra en crecimiento. Incluso, Brasil se encuentra en una situación privilegiada, debido a varios factores naturales, aunque actualmente nadie cuenta con privilegios, dado que todas las consecuencias son planetarias. Debemos reducir rápidamente el uso de fuentes fósiles de energía y la prioridad es la eficiencia energética. Eso implica un cambio en el modo de vida, porque tenemos que disciplinarnos para racionalizar y otorgar mayor eficiencia al uso de la energía disponible. Éste es el precio mínimo que la humanidad deberá pagar, especialmente países como Estados Unidos y China. Sobre todo, la gente necesita comprender que los problemas climáticos y ambientales que enfrentamos son el resultado de los modelos económicos, de gobierno, de modelos de consumo, de transporte, en fin, de la forma como vivimos. El proceso de evolución pasa necesariamente por las responsabilidades globales, de los gobiernos y empresas, aunque también, y principalmente, por una reeducación de la forma de vivir. Urge la creación de una nueva ética de inclusión social, que prevea seguridad energética, acceso a los alimentos, al agua, a la vivienda y, por sobre todo, a la educación. Esto es, un nuevo modelo de desarrollo que extienda sus beneficios para las generaciones futuras. Algunos países ya comprenden que el crecimiento económico deviene de la evolución del conocimiento. La sociedad del conocimiento está surgiendo como factor racional y fundamental para un desarrollo sostenible.
leo ramos¿Qué rol ocupan los empresarios en ese proceso? Sé que a usted no le agrada que le digan empresario…
Es cierto. Vivo gracias a la empresa, pero siento orgullo porque se trata de la mayor reforestadora brasileña. Sin embargo, hace 20 años creí que debía escindirme total y absolutamente de mis raíces familiares y empresariales, así como eventualmente también de mi formación técnico-científica. Mi carrera, en mi juventud, estaba enfocada en una posibilidad académica, pero surgieron problemas familiares y me vi obligado a realizar un interludio empresarial. Cuando me incliné por ese desafío de una visión prospectiva, comprendí que tendría que aislarme de aquel pasado para contar con libertad creativa y crítica y no desear establecer vínculos con ningún sector, ni siquiera el ambiental. Esto, no obstante, no me hace renegar, por ejemplo, de las ganancias, al que tomo como una medida de eficiencia. Las ganancias como motor de un mercado de consumo superfluo son dañinas, tanto como cuando se las utilizas o se originan en un juego especulativo, que no es productivo para la sociedad. Por lo tanto, lo que nos está faltando en realidad es un valor de referencia. Cuando hablamos de “ganancias”, nos referimos a un cierto valor monetario que ya no existe. La referencia en dólares o en euros ya no existe, estamos atravesando una etapa crítica de un ciclo económico que sólo subsistirá de recrearse una moneda real que se encuentre avalada por recursos naturales renovables y no renovables. Es decir, una moneda anclada en un sistema de utilidades cuyo destino específico sea el aumento de la riqueza global. Deberíamos firmar otro tratado de Bretton Woods, una conferencia que remodele el sistema macroeconómico basándose en la sostenibilidad ambiental del planeta. El vector no se denominaría moneda, sino medio ambiente.
¿Los empresarios brasileños están preparados para eso?
Ha habido una evolución significativa, pero la cuestión ambiental todavía es periférica en el ámbito empresarial, no ha llegado al corazón de las empresas. Lo que se acordó denominar como sostenibilidad se encuentra en el departamento de marketing, pero no comporta algo central en las decisiones empresariales. Al empresario le incumbe no sólo evolucionar en el sentido de la sostenibilidad de sus operaciones, sino también extender su acción para que el gobierno también adopte prácticas que avalen esa sostenibilidad. El problema de la formación de un modelo político, ético, es de fundamental importancia. Mientras no tengamos una moneda de referencia, un sistema de ética gubernamental, una elite consciente y un sistema en el cual la inclusión social no sólo sea un proyecto fiscal, sino que contemple a todo el sistema económico, no llegaremos enteros al 2050. Si la visión de un político se circunscribe a los meros cuatro años de su mandato y a las elecciones, la visión de los empresarios, al menos en su mayoría, se encuentra en el bottom line, en la utilidad final. Ahora bien, en tanto y en cuanto el consumidor le exija al productor un comportamiento ambientalmente saludable, es decir, sostenibilidad, se producirán cambios. El acuerdo entre el consumidor y el productor en el uso de sus activos para obtener rentabilidad resulta relevante. El empresariado brasileño aún no se ha visto obligado a tomar acciones en ese sentido porque el concepto de empresa es el de producir para un mercado. Si el mercado demanda, la empresa responde. Entonces, resulta muy importante la educación del consumidor. En la medida en que el consumidor exija un comportamiento distinto por parte de la empresa, ésta tendrá que atenderlo. Ése es el buen empresario, y ése es el buen consumidor. Pero el empresario también debe atender su proceso industrial, lo cual implica la necesidad de un acuerdo entre las industrias y las universidades, para conjugar los recursos científicos con la práctica empresarial.
Esa unión es deseable, pero no siempre sucede.
Las empresas no siempre cuentan con la amplitud de visión y seguridad necesarias como para realizar las inversiones sostenibles que las harían encaminarse hacia un futuro viable. Aquí va una crítica al modelo tributario. En cualquier país del mundo en que la innovación constituyó el motor de los ciclos económicos hubo modelos tributarios que lo permitieron. Se necesita motivar al empresariado para llevar adelante ese proyecto. Actualmente, Brasil es un catalizador de cerebros disponibles en otros países a los que les agradaría mucho venir a trabajar aquí. Existen aquí centros admirables que pueden proporcionar soluciones. Pero el modelo tributario no ayuda. El empresariado debe bregar por otro modelo que promueva la innovación.
¿Y cómo reacciona el ambiente universitario ante ese movimiento? Algunos vislumbran un aislamiento de la universidad.
El pecado se encuentra de los dos lados: cada uno rechaza el acercamiento con el otro. Una de las utilizaciones de la rentabilidad que considero de mayor utilidad sería en el ámbito universitario, mediante un empresariado que crease su propia materia prima humana dentro de esas instituciones. Las universidades públicas se encuentran en un estado de aislamiento catastrófico, porque sostienen el viejo concepto notarial de que la universidad debe crear inteligencia para el servicio público, cuando debería hallarse íntimamente conectada con la realidad productiva, de gestión, con la realidad social, una integración entre el empresariado, la universidad y el propio gobierno. Si esto ocurriese, se adelantaría mucho en cuanto a tecnologías avanzadas, en materia de gestión.
No siempre a los empresarios les agrada la intervención del Estado…
Sí, pero en cuanto a la cuestión ambiental el Estado debe tener una presencia absoluta, aunque consciente de ser un intermediario. El Estado, así como las empresas y las universidades, tienen sus límites. Aunque vivimos en una sociedad en la que este límite debe ser lo bastante fluido como para que todos puedan convivir. El Estado debe constituir el nexo de “unión” de todos los actores que conforman la sociedad y el regulador de la distribución de la riqueza. Existen, sin embargo, el gobierno y el Estado, dos entidades diferentes. Lo que ha sucedido es que el gobierno ha utilizado los activos del Estado, incluso los recursos naturales, en forma perversa. El gobierno debe adaptarse a los proyectos a largo plazo, y no circunscribirse a los cuatro años del mandato.
¿Usted aboga por una modificación del modelo de gobierno democrático?
Los gobiernos nacionales deben comprender que en los últimos 30 años han pasado a tener una relación de responsabilidad global. La democracia, tal como nos hallamos habituados a verla es un modelo de gobernanza. Sin embargo, yo concibo a la democracia más en el sentido de una preeminencia de los valores humanísticos. ¿Se defienden estos valores, para la promoción de esa misma democracia? Creo que a ellos, así como al mantenimiento de los recursos vitales para las próximas generaciones, no se los está protegiendo adecuadamente. Lo que necesitamos es un centro de decisiones que posea efectivamente una visión prospectiva. La preservación de los activos ambientales de las selvas tropicales resulta de vital importancia para el futuro, no sólo de Brasil, sino de todo el planeta. Es la integración de los factores nacional y global. Cuando el factor nacional se contrapone con la superación de los problemas globales, se nos presentan serios problemas, tal como puede comprobarse, por ejemplo, en los casos de Estados Unidos y China, que no comprendieron la importancia de modificar sus matrices energéticas, porque los problemas nacionales llevan a que sus gobiernos no cuenten con la fortaleza como para modificar el modelo energético a cualquier costo. Entonces, ¿eso es democracia” Creo que se trata de una democracia que incluye a pocos, aunque daña a todos. No existe solución posible en un mundo donde las naciones toman las decisiones enfocadas según sus propias conveniencias.
leo ramosBrasil cuenta con un inmenso excedente de energías limpias, aunque se encuentran en sitios estratégicamente complejos, de gran impacto ambiental, tal como sucede con la Amazonia. ¿Cómo lidiar con ese dilema?
Por peor que sea el peligro, y que me perdonen mis amigos ecologistas, pero me inclino por la utilización del potencial energético limpio de la Amazonia, aunque de manera sostenible. Debemos ser responsables. Cuando se dice que la represa de Belo Monte, en Pará, cuenta con una capacidad de generación de 11 mil megavatios, eso no es cierto, ya que la variación del flujo hídrico del río nos otorgará menos de 4 mil megavatios, es decir, resulta antieconómica. Además, los estudios revelan que contamos con un potencial eólico mucho mayor que el hídrico y que todavía no fue aprovechado. ¿Por qué no comenzamos por ahí” También contamos con un potencial solar gigantesco. ¿Por qué no avanzar en cuanto a investigación e innovación para utilizarlo” Existen incluso muchas otras fuentes. ¿Por qué no las aprovechamos” Bueno, esto se encuentra relacionado con el proceso de decisión del gobierno, cada vez más complejo, y la conexión entre política y medio ambiente se encuentra en una fase de transición entre generaciones. Si uno le pregunta a un joven, éste se identificará como ambientalista. Si le preguntamos a un productor agropecuario de Mato Grosso, responderá como un ruralista en el peor sentido de la expresión. Las nuevas generaciones saben lo que quieren, pero no cómo lograrlo. Entonces el dilema político, tal como dijera Fernando Henrique Cardoso, no es qué hacer, sino cómo hacerlo. Basta con ver el éxito de una candidatura inviable tal como sucedió con Marina Silva, para percibir que existe algo nuevo en el aire y una fascinación universal en las nuevas generaciones por la preservación del medio ambiente.
¿La política está perjudicando al nuevo Código Forestal?
Los debates no deben estar supeditados a las disputas partidarias o a demostraciones de fuerza por parte de uno u otro eslabón de la cadena política, ni tampoco privilegiar la agenda de los actores económicos. Al fin de cuentas, el formato definitivo del nuevo Código Forestal es un tema demasiado serio como para ser objeto de pulseadas que poco tienen que ver con el verdadero interés nacional. Por eso, resulta bastante alentador ver a la presidenta Dilma señalar su intención de vetar la chocante propuesta de amnistía al desmonte, que una vez aprobada funcionaría como una señal para el avance del desmonte. También resulta fundamental reglamentar el control de la explotación de la selva desde el ámbito federal. El hecho de permitirles a los estados y municipios que determinen los límites aceptables para el desmonte en sus territorios constituye una fórmula para el desastre. Sin embargo, el gobierno federal no puede permitir el desmonte pensando que amplificará y democratizará el acceso a la tierra, y que eso generará un supuesto aumento de la productividad del sector agropecuario. Se trata de la misma precaución que debemos tener con la cuestión de la reforma agraria, que está teniendo un efecto perjudicial sobre el medio ambiente porque se implementa en regiones equivocadas: la mayor parte de las ocupaciones se encuentra en regiones forestadas que pasan inmediatamente a ser taladas. Brasil cuenta con excedente de tierras, excedente de tierras cultivables y, con el empleo de las nuevas tecnologías, no resulta necesario el desmonte. Es necesaria una actitud racional en cuanto a la reforma agraria, que integre al hombre a la tierra de una manera moderna.
¿De qué manera la inclusión social influye en la cuestión ambiental?
Ninguna actividad económica o ambiental puede existir sin considerar la inclusión social. Se trata de algo más que caridad, una realidad a la cual la rentabilidad deberá permanecer condicionada. El desarrollo futuro no podrá alcanzarse solamente con el aumento de las rentas individuales, sino también con la redistribución de las riquezas globales. Los estratos más pobres podrán ser el motor del nuevo modelo de desarrollo, un factor del cual todavía no se tiene conciencia. Pero es un factor importante: el concepto de sostenibilidad involucra, también, la inclusión responsable, por intermedio de la cual el gobierno y los ciudadanos dividen responsabilidades sobre los bienes comunes. En esa interacción, las empresas paulatinamente percibirán que pueden constituir un instrumento de reforma del concepto de ganancia.
¿Eso es lo que sucede con la ascensión de las nuevas clases sociales brasileñas?
En ese caso, creo que funciona al revés. Las clases C y D, emergentes, intentan ser consumidoras “moduladas” por el consumo de los ricos, lo cual comporta un error. La clase media debe comenzar a ser exigente en materia de certificación. Algunos supermercados ya se encuentran preocupadísimos con ello. Hay productos que ya no son adquiridos por no hallarse certificados. O también, las bolsas plásticas que están siendo sustituidas. El consumidor está actuando y su presión producirá un grado mayor de sostenibilidad en las propias empresas productoras, es decir, adaptando la producción a la demanda.
Las iniciativas globales, tales como el Protocolo de Kyoto, ¿revelan los límites para la adopción de una “política exterior” ambiental?
Sin duda. Los países ricos establecieron sus altos patrones de confort y bienestar a partir de procesos productivos que están poniendo en riesgo los mecanismos de adecuación del planeta a la vida humana. Y los países en desarrollo van por el mismo camino, declarando su derecho moral a la contaminación, aumentando todavía más la demanda energética. El atolladero político entre esos dos grupos de países viene desde las reuniones del Protocolo de Kioto, cuando se establecieron obligaciones diferenciadas: los países ricos deberían limitar sus emisiones, pero las metas no resultaron para nada ambiciosas y en la práctica no existían sanciones. Para los países en desarrollo las obligaciones eran aún menores, pues el deseo de alcanzar un estatus económico más elevado fue más importante que la preocupación por la salud de la atmósfera y la estabilidad climática. El sistema de Kioto murió. Isaiah Berlin, uno de mis gurúes, advertía que el nacionalismo era “el bastón torcido de la humanidad”. Necesitamos crear un mundo posnacionalista. El consenso es imposible y la multilateralidad inviable. Unificar 192 países en una postura única al respecto de la política climática es una ilusión. Resulta más productivo construir acuerdos entre grupos de países, o entre países, o al menos entre aquellos países que más contaminan, entre los desarrollados y los emergentes. Lo que pregonan los expertos es invertir en la practicidad política de las cuestiones globales. En lugar de enfocarnos en legislaciones globales, tratemos lo que atañe a áreas comunes a todos, tales como energía, transporte y agua. Brasil se encuentra en una posición privilegiada para ser quien proponga eso, pues cuenta con todos los activos necesarios como para expresar que no existe más espacio para un debate de regulación política, sino de regulación sectorial. Este es el nuevo camino que estamos transitando. Actualmente estamos trabajando en una energía para todos, es decir, una redistribución de los activos energéticos mediante una modificación arancelaria, y la conformación de un fondo que permita la inclusión social de los menores consumidores y la penalización para los grandes consumidores.
¿Usted es optimista con respecto al futuro?
Lo soy, porque considero que toda crisis crea una posibilidad. De eso se trata la historia del hombre. Esta crisis puede ser altamente productiva para lograr un mundo mejor. Soy lo suficientemente viejo como para haber atravesado por muchas crisis y todas terminaron por resolverse para mejor.