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Vida de primate

Las matriarcas de la selva

La convivencia con las madres aumenta el éxito reproductivo de los muriquíes machos

DANIEL DA SILVA FERRAZUn gran abrazo: Yago, Leo, Evita y Elvis en un momento de reposoDANIEL DA SILVA FERRAZ

Los muriquís, los mayores monos de América, aspirantes a convertirse en la mascota de las olimpíadas de Río de Janeiro, tienen un comportamiento sexual peculiar. Durante el período de apareamiento, la mayoría de los machos copula con todas las hembras fértiles del grupo, excepto con sus propias madres. La antropóloga estadounidense Karen Strier identificó ese patrón sexual, raro entre los primates, en los años 1980, cuando comenzó a estudiar a los muriquíes de una zona del bosque atlántico de Minas Gerais. Siempre la inquietó una curiosidad: en ese contexto de tanta libertad sexual, ¿quién sería el padre de las crías?

Recién ahora, tres décadas más tarde, Karen y sus colaboradores parecen haber hallado la respuesta. En los grupos de muriquíes no hay uno, sino varios padres, aunque cada cría, obviamente, tiene un solo padre. Esta información resulta relevante porque puede auxiliar en la preservación de este mono brasileño en riesgo de extinción.

Este resultado, presentado en la edición del 22 de noviembre de la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), no resulta tan obvio como podría parecer. Sucede que en muchas especies de animales, monos inclusive, resulta común que un único macho sea el padre de casi toda la prole.

Fue necesario aguardar el avance de los test genéticos, actualmente capaces de analizar cantidades ínfimas de ADN extraído de la sangre o de las heces, para verificar que los muriquíes presentan un patrón de paternidad distinto al de otros monos.

Para realizar el estudio, Karen seleccionó a 22 crías nacidas entre 2005 y 2007 y le encargó al biólogo Paulo Bomfim Chaves, doctorando en la Universidad de Nueva York, la recolección del material genético de éstos, de sus madres (21 hembras) y de sus posibles padres (24 machos). Posteriormente, con la ayuda de investigadores de la Universidad Federal de Espírito Santo (Ufes), cruzaron los datos genéticos con los informes de historia de vida y hábitos sexuales de esos monos, que habitan en la reserva Feliciano Miguel Abdala, en el municipio de Caratinga, de la región oriental de Minas Gerais.

El análisis reveló que 12 de los 24 machos del grupo habían engendrado al menos un hijo. El más exitoso de ellos fue padre de sólo cuatro crías o un 18% de los bebés. Según la antropóloga estadounidense, ese patrón de paternidad ocurre como consecuencia de la organización social de los muriquíes, conocidos por su índole pacífica y por conformar una sociedad sin disputas aparentes de poder.

En las sociedades con jerarquía rígida, tales como las de los gorilas, el grandulón del grupo “el macho alfa” suele imponerse por la fuerza y puede ser el padre de hasta un 85% de las crías. Incluso entre los bonobos, primos pacíficos de los chimpancés, el número de hijos que suele tener un macho es más alto. El más prolífico de esos simios, que no tienen pareja fija y copulan incluso cuando las hembras no están fértiles, generalmente es el padre de un 30% de la prole, casi el doble que el índice de los muriquíes.

Hace tiempo que Karen y sus colaboradores sospechaban que no hubiese hegemonía de paternidad entre los muriquíes. Pero faltaban datos que permitieran afirmar que las crías que nacían siete meses después del apareamiento – cada hembra da a luz solamente a un bebé por vez – fueran también de padres diferentes. “Los datos genéticos confirmaron lo que indicaban las observaciones comportamentales”, comenta la antropóloga, quien es investigadora de la Universidad de Wisconsin.

Aunque no se observase una competencia explícita entre los muriquíes, no era posible descartar la hipótesis de que la disputa ocurriera en alguna otra forma o incluso a nivel celular, esto es, por ejemplo, que los espermatozoides de un determinado macho pudieran ser más rápidos que los de otros. También podrían ocurrir otras formas de interacción social que los investigadores no lograsen registrar una vez que los monos se internaban en la selva. El trabajo de la PNAS no descarta por completo esas posibilidades, aunque las torna muy remotas. De este estudio, realizado en colaboración con el primatólogo Sérgio Mendes y la genetista Valéria Fagundes, ambos de la Ufes, y el antropólogo Anthony di Fiore, de la Universidad de Texas, incluso emergieron otras dos observaciones que pueden ayudar para la preservación de los muriquíes.

042_Muriquis_190-1La primera consiste en que, aunque practiquen el amor libre, los muriquíes no copulan con sus propias madres, o al menos, no generan descendientes con ellas. Resulta una comprobación importante, ya que el cruzamiento entre individuos emparentados disminuye la diversidad genética de la especie y la hace más susceptible a ser afectada por enfermedades.

“Cuando repasamos los datos comportamentales, observamos que ese resultado tiene sentido”, comenta Karen. Ella ya había observado en años anteriores que en general, son las hembras quienes salen en busca de un nuevo grupo cuando alcanzan la pubertad. Los machos permanecen en compañía de sus madres, en el mismo grupo en el que viven el padre, el abuelo y los tíos paternos. “No sabemos si las madres impiden a sus hijos copular con ellas o si ellos no las consideran atractivas”, comenta Karen.

La segunda y más intrigante constatación reside en que, aunque no exista un dominio manifiesto de paternidad, ciertos machos son más exitosos que otros desde el punto de vista reproductivo. Algunos tuvieron tres o cuatro crías y otros, ninguna. Al preguntarse por el motivo de esta diferencia, los investigadores notaron que los machos padres de más crías eran aquéllos que, al alcanzar la adultez, permanecían mayor cantidad de tiempo con su madre cuando el grupo se encontraba reunido. “La proximidad de la madre parece beneficiar a algunos machos, aunque aún no sabemos cómo ni por qué”, expresa Karen.

Resulta una forma de influencia bastante distinta de la que se observa, por ejemplo, entre los bonobos. Estos primates forman sociedades regidas por hembras, en las cuales las madres escogen a las compañeras de sus hijos y los ayudan a enfrentar a otros machos del grupo. De comprobarse, la influencia materna puede indicar que las hembras de los muriquíes son matriarcas discretas y que los hijos aprenden a lidiar con otras hembras observando a la madre. O incluso que los hijos más prolíficos se benefician con la red de contactos maternos para conquistar a más hembras. “Estamos empezando a observar las interacciones entre madres e hijos adultos”, afirma Karen.

Casi todo lo que se conoce acerca del comportamiento de los muriquíes es de conocimiento reciente, acumulado durante los últimos 30 años, en gran parte promovido por el trabajo de Karen, que llegó a Caratinga en 1982 por sugerencia de su director de tesis doctoral en la Universidad de Harvard, el primatólogo Irven DeVore. Éste, especialista en babuinos, supo en aquella época que en Caratinga se había encontrado un grupo de monos que se hallaban casi extintos. Apoyada por los primatólogos Célio Vale, en ese entonces profesor de la Universidad Federal de Minas Gerais, y Russell Mittermeier, de Conservation International, Karen inició el más extenso estudio de observación de los muriquíes.

Desde la primera vez que se internó en las 957 hectáreas de la selva de la hacienda Montes Claros, en Caratinga, Karen está contribuyendo a construir la biografía de los muriquíes y a reordenar las acciones para la conservación del primate. “Antes de esos estudios, casi nada se sabía sobre los muriquíes”, dice Mendes.

Luego de implementar el estudio de largo plazo de los muriquíes del norte (Brachyteles hypoxanthus), de pelaje amarillo grisáceo y manchas rosadas en la cara, ella estuvo al final de los años 1980 en el Parque Estadual Carlos Botelho, en São Paulo, un área continua de bosque atlántico 40 veces mayor que Caratinga. Allí conoció a los muriquíes del sur (Brachytheles arachnoides), con pelaje castaño amarillento y cara completamente negra.

Entonces ella planificó realizar en el parque paulista un estudio similar al que desarrollaba en Minas. El objetivo consistía en comparar el modo de vida de los animales de un área pequeña, como era Caratinga, con el de los que habitaban un área selvática mayor y mejor conservada. “Ella fue una visionaria al comenzar los estudios de observación a largo plazo de los muriquíes”, comenta Mauricio Talebi, bioantropólogo de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp) en Diadema.

Talebi trabajó con Karen al comienzo de los años 1990, y desde 1993 coordina los estudios en Carlos Botelho, en el municipio de São Miguel Arcanjo, ubicado a 180 kilómetros de la capital paulista. Allí, se encuentra investigando no sólo de qué se alimentan los muriquíes, sino, fundamentalmente, por qué comen lo que comen y qué estrategia utilizan para seleccionar los alimentos.

Una hembra amamantando a su cría

FERNANDA P. TABACOWUna hembra amamantando a su críaFERNANDA P. TABACOW

Durante los 20 años que viene observando a los animales, Talebi identificó distintos hábitos entre los muriquíes de Minas Gerais y los paulistas, que no pueden explicarse sólo por pertenecer a especies distintas. Una de las diferencias reside en que los monos de Carlos Botelho consumen muchos más frutos y flores que los de la reserva de Caratinga, que se alimentan casi exclusivamente con hojas.

Durante su doctorado en la Universidad de Cambridge, en Inglaterra, Talebi arribó a la conclusión de que el factor que más incide en la dieta de los muriquíes es la disponibilidad de alimentos. En Caratinga, los animales habitan en un fragmento pequeño de bosque atlántico, donde los árboles pierden las hojas durante la estación seca y hay menos disponibilidad de frutos. Carlos Botelho, que integra la mayor extensión continua de bosque atlántico del país, está situado en la sierra de Piranapiacaba, donde la humedad es alta todo el año y los árboles son de follaje perenne.

La dieta también varía de acuerdo con el género, según verificó recientemente Talebi, con la colaboración de Phyllis Lee, de la Universidad de Stirling, en Escocia. Incluso en Carlos Botelho los machos consumen mayor cantidad de hojas que las hembras, quienes prefieren flores y frutos. Talebi atribuye la diferencia a las necesidades nutricionales. Las hembras, explica, necesitan mucha energía y nutrientes para desarrollar a las crías y producir leche. De las flores, ellas extraen fósforo, potasio y magnesio, y de los frutos, altos tenores de azúcar. “Las hojas poseen muchas proteínas, pero generalmente son de difícil digestión”, expresa Talebi.

Rebbeca Coles y él sospechan que el ambiente también influye en la forma en que los muriquíes buscan alimento y en el tiempo que emplean en diferentes actividades. Las condiciones ambientales también pueden haber favorecido el surgimiento de una característica genética que Talebi, Peter Lucas y Nathaniel Dominy descubrieron que es exclusiva de algunas hembras: la capacidad de distinguir colores, ya que los machos y la mayoría de las hembras solamente ven en tonos de gris. “La visión en colores podría ayudar a esas hembras a encontrar alimentos mejores y a reproducirse más”, dice Talebi.

“Estos trabajos resultan fundamentales para la conservación de los muriquíes”, afirma Leandro Jerusalinsky, jefe del Centro Nacional de Investigación y Conservación de los Primates Brasileños. “La simple presencia de investigadores en las áreas en que habitan los monos ya inhibe la degradación de las selvas y la caza, un hábito cultural frecuente en varias regiones brasileñas”, dice.

Pese a la relevancia del trabajo iniciado por Karen, ella no fue la primera en estudiar a los muriquíes. Lo fue el ingeniero agrónomo capixaba [natural del estado de Espírito Santo] Álvaro Aguirre, un experto en manejo de la fauna que trabajó en el Ministerio de Agricultura, quien en el año 1960 introdujo a los muriquíes nuevamente en el mapa de las 116 especies de primates de Brasil. En sus andanzas por el país, Aguirre localizó 32 poblaciones, formadas por un total estimado de entre 2.100 y 2.200 muriquíes y distribuidas en siete estados brasileños, desde el norte de Paraná hasta el sur de Bahía.

Cuando se describió a los muriquíes, casi 150 años antes, los naturalistas franceses y alemanes los incluyeron dentro del género Ateles, el mismo que incluye al mono araña. Étienne Geoffroy Saint-Hilaire denominó con el nombre de Ateles arachnoides a los monos con pelaje claro, cara negra y mano en forma de gancho que describió en 1806. Catorce años después, el naturalista alemán Heinrich Kuhl clasificó como perteneciente a otra especie, Ateles hypoxanthus, a los animales que se distinguían de los anteriores por presentar su cara y órganos genitales externos pigmentados en rosa, además de un micropulgar, ausente en el primero. En 1823, otro alemán, Johann Baptiste von Spix, propuso que pertenecían a un nuevo género, Brachyteles, aceptado hasta la actualidad.

042_Muriquis_190-2A pesar del conocimiento acumulado desde los años 1980 al respecto del modo de vida de los muriquíes, la situación de ambas especies no ha mejorado mucho durante los últimos 50 años. Fabiano Rodrigues de Melo, ecólogo de la Universidad Federal de Goiás, conduce uno de los grupos que trabajan en el recuento de los muriquíes en Minas Gerais y en Bahía, y estima que existen a lo sumo 2.400 monos viviendo en estado silvestre. No es mucho más que lo que había contabilizado Aguirre. “La cantidad total de animales permaneció prácticamente constante”, dice Melo. “Lo preocupante es que el número de poblaciones está disminuyendo”.

En las selvas de Minas Gerais y Bahía, Melo incluso identificó dos poblaciones que no habían sido descritas por Aguirre. Aunque, por otra parte, ya no encontró muriquíes donde anteriormente se sabía que existían, como en el caso de la región de Ilhéus, en Bahía. Actualmente, sólo se conocen  12 poblaciones de muriquíes del norte que, según se calcula, suman menos de mil individuos. Talebi, quien realiza el censo de los muriquíes del sur, estima  que existen 15 poblaciones de esa especie, con 1.500 monos. Aunque se sospecha la existencia de otras poblaciones, uno de los problemas, según Melo, consiste en que varias de ellas son pequeñas, conformadas por menos de media docena de animales, lo cual puede hacer inviable que permanezcan durante demasiado tiempo si no se inician acciones tendientes a su conservación.

La protección de los muriquíes obtuvo en 2010 el respaldo de la legislación federal. Un resolución emitida por el Instituto Chico Mendes de Conservación de la Biodiversidad aprobó el Plan Nacional para la Conservación de los Muriquíes (PAN-Muriquis). El plan, el primero de la esfera nacional para la protección de un primate, determina 10 metas para la protección de las dos especies de estos monos. El objetivo consiste en reducir para 2020 el riesgo de extinción del muriquí del norte, del estatus de críticamente en peligro al de en peligro, y el del muriquí del sur, de en peligro a vulnerable. “La preservación de los muriquíes dejó de ser solamente el sueño de un investigador y se convirtió en una política de estado”, refiere Talebi, uno de los ideólogos del PAN-Muriquis.

Para que el plan de acción no quede solamente en el papel, dice Jerusalinsky, uno de los coautores del proyecto de conservación y coordinador del PAN-Muriquis, será necesario que las acciones logren involucrar, además de a investigadores y ambientalistas, a los propietarios de tierras y a los residentes de las regiones donde habitan los muriquíes. “Varias poblaciones de esas especies se encuentran en reservas y, en teoría, se encuentran más protegidas”, dice. “Pero otras se hallan en propiedades particulares, que pueden perder áreas de vegetación autóctona en caso de que algunas de las modificaciones propuestas para el código forestal se aprueben”.

Una estrategia que se reveló interesante y puede complementar la demarcación de las áreas protegidas es la transferencia de hembras que están por alcanzar la edad reproductiva hacia otros grupos. En 2005, el equipo de Sérgio Mendes capturó a Renata, una hembra que vivía en un pequeño sector de selva en Santa Maria de Jeribá, Espírito Santo, y estaba entrando en la pubertad, preparándose para abandonar su grupo. Los investigadores la condujeron hacia otra selva, donde habitaba otro grupo. Luego de tres años, Renata tuvo a su primera cría, la hembra Rubi, y, en 2010, a la segunda, Régia. “El nacimiento de esas crías comprueba que la estrategia funciona”, dice Mendes. “Si lo hubiésemos intentado 30 años atrás probablemente no hubiéramos tenido éxito, porque la tendencia hubiera sido transferir a un macho joven, que, entre otros primates, es el individuo que suele migrar”, comenta.

En Minas Gerais, Fabiano Melo repitió la prueba en 2006 con la hembra Eduarda, que también ha tenido dos crías. El día 30 de noviembre, Melo partió con un equipo hacia el municipio de Simonésia, cercano al límite de Minas Gerais con Río de Janeiro, donde pretendían capturar a una hembra de muriquí que se encuentra aislada en un sector selvático muy reducido. La intención es conducirla al zoológico de Belo Horizonte, donde le haría compañía a Zidane, un macho que, tal como el famoso atacante de la selección francesa, les dio un baile a los investigadores. Si todo sale bien, ésa será la primera colonia de muriquíes del norte en cautiverio, fundamental para un día, quién sabe, proveer nuevos ejemplares a la naturaleza.

Artículos científicos
STRIER, K. et al. Low paternity skew and the influence of maternal kin in an egalitarian, patrilocal primate. PNAS. v. 108, p. 18. 915-19. 22 nov. 2011.
COLE, R.C. et al. Fission-Fusion Dynamics in Southern Muriquis (Brachyteles arachnoides) in Continuous Brazilian Atlantic Forest. International Journal of Primatology. En prensa.
TALEBI, M.G.; LEE, P.C. Activity Patterns of Southern Muriquis (Brachyteles arachnoides) in the last continuous remnant of Brazilian Atlantic Forest. International Journal of Primatology. v. 31, p. 571-83. 2010.

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